--Señores,
las nueve menos veinte. ¿A qué hora vamos a comenzar la reunión?
Cuando
Marnia vio en la pizarra la citación para esta asamblea departamental, se
volvió
al doctor Oropesa, que también miraba, y le dijo: "¡otra reunión!, ya para
el
viernes
tengo dos, y con ésta otras dos para el jueves. Pero ¿qué le pasa a esta
gente?"
El doctor Oropesa, como era su característica, no dijo lo que estaba
pensando,
y se limitó a exclamar en voz muy baja, casi junto al oído de Marnia:
"vamos
a confiar en que sean productivas estas reuniones", y se retiró a su buró,
sonriéndose.
La reunión estaba señalada para las 8.00 am. Y Marnia era puntual.
Todavía
lo era.
--Las
menos diez. Fíjate, Ernesto, si a las nueve esto no ha empezado yo me voy, que
tengo
un montón de cosas por hacer.
--Yo
también me voy, compañeros, esto es una falta de respeto.
Marnia
comprobó que no era ella sola la que tenía deseos de largarse de allí. María
la
secundó, a pesar de que nunca protestaba por nada. Pero el reloj era
implacable,
y la cantidad de tareas que tenían ambas, y en general todos los
miembros
del Departamento -y de toda la Universidad- ponía en tensión a cualquier
sistema
nervioso. María miró a Marnia como dándole a entender que podía contar
con
ella y que ella se levantaría tan pronto Marnia se pusiera de pie. Faltaban
tres
de
los diez profesores disponibles, ya que dos estaban fuera del país en viajes
oficiales
y una estaba enferma. La doctora Morell miró su reloj y tocó a Ernesto.
--Oyeme,
yo creo que debemos comenzar, esta reunión puede extenderse y la
verdad
es que casi todos estamos cogidos.
Ernesto
consultó su reloj y miró a su pequeño auditorio.
--Antes
de comenzar, déjenme leerles una postal que recibimos de la compañera
Milagros.
Dice que regresa dentro de una semana -y leyó los recuerdos, los deseos de
bienestar
para todos, los saludos, en fin, de la Decana de la Facultad de Artes y
Letras,
que se encontraba de viaje por Europa.
Después
Ernesto se refirió a Oscar, que se encontraba en México desde hacía dos meses y
no
había enviado nada, y se permitió, a riesgo de una reprimenda de la doctora
Morell,
decir
que a lo mejor las mexicanas tenían a Oscar tan ocupado que le habían impedido
enviar
alguna nota. La doctora Morell esta vez se limitó a sonreír, abrir los ojos y
mirar a
Ernesto
fijamente.
--También
tenemos que nombrar aquí una comisión para ir a visitar al compañero
Matta,
que como todos sabemos está convalesciente en su casa -y puso cara de
niña
llorona- y según me dijo por teléfono se siente muy solo y muy dolido porque
hace
quince días que nadie va a verlo.
A
las 9.12 comenzó la reunión oficialmente.
--A
María, Neysa y Violeta, que no han entregado los P-1 ni los planes
bibliográficos
para
el próximo semestre y miren a cómo estamos ya. A ver si se toman una
pastilla
de velocín después del almuerzo, compañeras.
En
la reunión se encontraban, además de Marnia, la doctora Morell, Ernesto, María,
Neysa,
Oropesa y Violeta. No habían llegado todavía Adita, Liliana y Elvira, y Marnia
no
pudo resistir la tentación de soltar una de las suyas y tocó a María,
murmurándole:
"¡qué
casualidad que las tres que faltan son las militantes del Partido! Las pobres,
deben
estar atiborradas de tareas, ¿no crees?", y María abrió los ojos y le dijo
bajito:
"niña,
qué lengua te gastas, te van a hacer un acto de repudio".
--El
plan ABC de este año se las trae, Ernesto. ¿Tú te has fijado la cantidad de
contenidos
que tiene? Ni que estuviéramos en Francia, o en España, que allí sí hay
todo
eso que pide este plan.
--No
hay problemas -Ernesto movió la cabeza, riéndose-, ahora mismo le vamos a
pasar
un cable a Milagros para que traiga un contenedor de Burdeos con todo lo
que
necesitamos para cumplir el plan.
Las
risas fueron unánimes. El doctor Oropesa no quiso quedarse rezagado.
--Y
a Oscar que nos traiga un baúl con todo lo que se ha editado en los últimos
diez
años
en México.
Esta
vez las risas fueron más discretas. La doctora Morell señaló a Neysa.
--La
compañera Neysa está haciendo un estudio sobre eso, y creo que ya lo tiene
bastante
adelantado, ¿no, Neysa?
--Sí,
esta misma semana puede que lo termine. Y a nuestros queridos benefactores
de
La Habana les voy a enviar una copia, para que se deleiten cuando conozcan
las
innumerables posibilidades que tenemos aquí de hacerles caso.
Nuevas
y más estruendosas risas. En eso llegó Elvira, sudada, agitada y nerviosa. Eran
las
9.38.
--Les
pido disculpas, compañeros, pero tengo el carro roto en el taller y figúrense,
ustedes saben cómo está el transporte.
Nadie
dijo nada. Elvira se sentó junto a Ernesto y por encima de su hombro leyó el
orden
del día y algunas notas breves que él tenía en una hoja suelta. La reunión
continuó
sin nada digno de destacarse. Se discutieron los planes para el curso
entrante,
se revisaron algunos modelos P, el programa docente, y por último, en
asuntos
generales, Ernesto planteó que había un cohetico por ahí, echando chispas.
--Fíjense
que no es un cohete, es un cohetico -recalcó, como siempre, sonriéndose.
El
intercambio de miradas fue súbito. "¿Qué se traerá éste?", le susurró
Marnia a
María,
bajando la cabeza y fijando sus ojos en la agenda y en las anotaciones que
había
hecho. En un aparte había escrito: "Elvira tiene el carro roto. Se jodió.
Ahora va
a
tener que vivir como una simple ciudadana". Tachó lo que había escrito.
Tenía la
vena
de la jodedera muy subida y se lo dijo después a María. Se limitó a pensar que
lo
que había escrito no era muy conveniente, "si por casualidad me lo
descubren,
estoy
frita", y además, pensó que si Elvira sufría el transporte como la
mayoría, le
dolería
mucho más que a los que ya estaban acostumbrados a sufrirlo.
--Pues
esa es la cosa: hace falta un voluntario que vaya a Guantánamo este fin de
semana
a atender unos exámenes de cursos por encuentros y dirigidos.
El
cohetico estaba suelto. Ernesto miró una por una las caras que tenía delante.
La
doctora
Morell se puso a revisar su agenda, hasta que decidió la solución.
--Mira,
Ernesto, revisando aquí la situación en el Departamento, los horarios y demás,
yo
creo que solamente podrían ir Violeta y Marnia, que son las que menos cosas
tienen
para este fin de semana.
Violerta
y Marnia se quedaron boquiabiertas. A ninguna de las dos les gustó tamaña
solución:
un viaje a Guantánamo, de zopetón, les rompía la planificación del fin de
semana
y las ponía a correr abandonando todo lo que habían pensado hacer en
sus
casas y en su tiempo libre. Tampoco se explicaban por qué tenían que ser ellas,
las
últimas, ni por qué la Universidad hacía tantos compromisos enviando a su ya
escasa
fuerza laboral a otras ciudades, a otras provincias, dejando al Departamento
y
a otras facultades diezmados. Marnia levantó la mano.
--Ernesto,
aunque ya he manifestado en otras reuniones mi opinión sobre el
desplazamiento
de profesores del Departamento...
Y
repitió que ella había cooperado -mencionó su viaje a Sancti Spíritus entre
otras
tareas
fuera de la Universidad-, pero consideraba que se debía analizar bien ese
asunto,
pues "nuestra Universidad sale perdiendo, yo no veo que aquí venga nadie a
echarnos
una mano". Neysa, María y Violeta casi aplaudieron sus palabras. Oropesa
sonrió
en silencio. La doctora Morell frunció el ceño. Ernesto se encogió de hombros.
Elvira
levantó la mano.
--Mira,
Marnia, yo comprendo que eso es muy pesado, todo el mundo tiene sus
planes
para el fin de semana, pero resulta que nuestra Universidad es tan solicitada
porque
nosotros tenemos esa fuerza que no tienen otras, y creo que eso contribuye
a
nuestro prestigio, y además, eso debe ser un orgullo para nosotros, poder
servir a
otras
facultades que no cuentan con personal tan calificado.
--De
acuerdo, Elvira -se atrevió a decir Violeta-, pero si nos atenemos a eso que tú
dices,
sería preferible ser mediocre o incapacitado o no sé, a ver si así nos dejaban
tranquilos,
porque yo veo que mientras más se supera una, más la cogen para el
trajín.
Varias
carcajadas sonaron en el salón. Elvira se limitó a mover la cabeza, pero
no
aprobó las palabras de Violeta. Ernesto, que veía venir la polémica, habló
pronto
sin
dar margen al diálogo inútil.
--Bueno,
pero en definitivas, ahora lo que hay que hacer es resolver. ¿Cuál de las
dos
es la que va por fin?
Marnia
y Violeta se miraron. Neysa, sin pedir la palabra, sonriéndose con picardía,
dijo:
"ya lo tengo", y sacando una moneda de su bolso, la apretó en el
dorso de su
mano
y exclamó a toda voz: "la solución: estrella o escudo, que la suerte
decida y
así
nadie se pelea con nadie. A ver tú, Violeta, ¿estrella o escudo?"
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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