domingo, 25 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 32

PRIMERA PARADA. MENDEZ ALVARO. En un tren de cercanías. Regreso para rescatar

de los recuerdos mis nueve meses de estancia en aquel centro de acogida que fue

mi mejor época dentro de estos casi nueve años de exilio.

--Si tienes que usar gafas deberías llevarlas siempre puestas, como yo. Mi oculista me

lo recomendó cuando tuve que empezar a usarlas: "no se los quite nunca, sólo para

bañarse y para dormir, así su hipermetropía avanzará más lentamente". ¿Sabes

cómo se les llama a las gafas en mi país?

--Me imagino que una de esas palabritas rimbombantes.

--No, mujer, no tanto. Se les llama espejuelos. Sustantivo masculino plural.

Selene padece astigmatismo. Le gusta leer, pero con el trabajo del hostal tiene una

excusa para hacerlo poco. Yo no tengo ninguna, leo constantemente, así se me va

el tiempo. Con gafas parece más joven, contradictoriamente. Ahora las lleva

puestas para ver el paisaje.

--¿Nunca has estado en esa villa?

--Pues no, fuera de la capital sólo he estado en varios pueblos donde conozco a

algunos ex-huéspedes, porque aquí no tengo familia. Ni aquí ni en ningún otro

lugar.

--Pues verás dónde viví durante nueve meses. Lo que no sé es si podremos entrar

en el piso o si todavía estará usándose como centro de acogida de solicitantes

de asilo.

--No importa, nos vamos a divertir si no te pones triste.

SEGUNDA PARADA. DOCE DE OCTUBRE. Las manos de Selene son finas y sus dedos

largos. A veces se pinta las uñas, pero a ella no le gusta pintarse. Sólo lleva un reloj

pulsera diminuto, unos pendientes muy discretos, y un collar con la foto de sus

padres.

--Una confesión: contigo entré por primera vez en el Planetario y en el cine IMAX. Y

oye esto: cuando estábamos dentro de la sala oscura disfrutando del filme me sentí

como en aquellos años en que yo iba al cine, en plena adolescencia, con mis

primeras noviecitas. Eran noviecitas de besitos furtivos, ¿me entiendes?

--¿Y en algún momento pensaste que yo era una de aquellas chicas con las cuales

ibas al cine a... a ver películas?

--Te confieso que durante toda la función estuve imaginándomelo. Pero no tuve el

valor de hacer algo más que darle rienda suelta a mi imaginación.

Me gustan sus manos a pesar de que están algo gastadas por el tiempo y por el

trabajo. Sus manos dicen casi tanto como sus ojos azulísimos. Me hubiera gustado

verla cuando era una jovencita, en persona, pues en fotos la he visto muchas veces.

--Hiciste muy bien en no hacer algo más. ¿No te parece que ya estamos pasaditos

de edad para esas cosas? Quien nos viera en algo pensaría que somos dos viejos

que no hicieron nada parecido cuando podían hacerlo.

--Te preocupa demasiado el qué dirán, querida. Suelta esa lacra, por favor, que

nada en la vida está condicionado por la edad, a no ser el esfuerzo físico pesado

que los viejos no pueden hacer. Lo demás, no es más que un prejuicio.

TERCERA PARADA: ORCASITAS. Casualmente aquí radica el comedor donde

actualmente cubro mis necesidades alimentarias. Le tomo una mano a Selene y

me quedo mirándole los dedos y las uñas. Me la acerco a la boca y la beso

superficialmente. Ella sólo sonríe y la retira.

--¿Y vienes a comer aquí todos los días?

--De lunes a viernes. Para el fin de semana nos dan bolsas con enlatados y esas

cosas, conservas, etc.

--Pero desde donde tú vives tendrás que utilizar varios transportes.

--Si vengo directamente desde casa un autobús hasta Atocha y de allí en este

mismo tren. Me gusta el lugar y la comida es muy buena.

Mientras atravesamos la llanura pelada me pongo a pensar que es una lástima que

este país tenga que cargar con las plagas del terrorismo, la delincuencia, la pésima

aplicación de la justicia, el desempleo... porque podría ser un lugar ideal para vivir.

--Siempre terminamos hablando de cosas desagradables. ¿No podremos olvidarnos

nunca de comentar desgracias? Y luego tú dices que los telediarios sólo informan

desgracias.

--Precisamente, criatura: eso se pega, ¿comprendes? En este país dondequiera que

tú vayas y cualquier cosa que veas, oigas, leas, se refiere a las desgracias. La

influencia es mucha.

CUARTA PARADA: PUENTE ALCOCER. Es curioso que aquí casi no existan calles, plazas,

villas, con números, como en otras ciudades o en otros países como el mío, donde

hay repartos enteros cuyas calles todas tienen nombres numéricos. Un día me voy a

poner a investigar.

--¿Ya te sientes mejor? Porque cuando salimos tenías una cara...

--Contigo me siento bien a cualquier hora, pero a veces se me sale la situa.

--¿La situa? ¿Quieres decir la situación? Vaya, hombre, que para entenderte hay

que pasar un máster.

--Ya tú estás acostumbrada a mi fraseología, no creo que te resulte demasiado difícil

entenderme. Al principio a mí también me costaba trabajo entender aquí a la

gente. Y ya ves.

Pocas veces se pone un vaquero (en mi país les llaman pitusas, aunque vaquero ya

se ha asimilado). Es delgada, pero a mí siempre me han gustado las delgadas. La

masa compacta ni en mujeres ni en política.


--¿Terminaste el libro que te di?

--Todavía. Estoy con la novela que... ya tú sabes. Quiero terminarla cuanto antes, el

primer pase, porque después viene el trabajo más duro, que es aplicar la tijera,

como decía Hemingway.

--O sea, cortar todo lo que no sea imprescindible.

--Exacto. Por cierto, ¿has leído algo de Hemingway? Tiene dos novelas que se

refieren a este país.

--Creo que hace muchos años leí la del pescador solitario. ¡Hala! Que se parece a ti.

QUINTA PARADA: VILLAVERDE ALTO. Selene sonríe. Yo sonrío. El pesimismo no es del

todo gratuito, como el ser humano tiene su nacimiento, su formación, su adultez y su

afianzamiento en la vejez cuando ésta es lúcida.

--Yo pudiera haber sido músico. Desde niño me apasionó la música, sin embargo, mis

padres se empeñaron en que estudiara Economía, lo que no me ha servido para

nada, pues la que estudié en mi país ya caducó y la de aquí y de ahora la

desconozco totalmente. Y con las letras ya ves lo que he podido conseguir.

--Las letras aquí no caminan, querido. La cultura no interesa, porque no vende.

--Ya me lo dijo Leila. Venía todas las semanas a buscarme y nos íbamos a comer a

una fondita que tenía las paredes cargadas de cuadros taurinos. ¡Ah! Aquellos

tiempos no se van a repetir.

Y mientras ella mira por la ventanilla rayada del vagón yo recuerdo aquellos viajes

de un lugar a otro con Leila, adaptándome a una nueva realidad que poco a poco

Iba golpeándome y arrancándome la venda de los ojos. Pero demasiado tarde.

--Increíble, ¿verdad? Con tantísimos años en este país y nunca había pasado por

aquí.

--Pero ya estás pasando y me alegro, porque esto te hará recordarme aunque un

día te arrepientas de haberme conocido.

--Anda ya, que tu pesimismo es incurable, hombre.

--Puede ser, pero tú podrías curarlo. Y sabes cómo.

SEXTA PARADA. ZARZA QUEMADA. Aquí, en la tienda Alcampo, me compré mi

primer vaquero en una oferta con un pulóver enguatado, cuando yo vivía en el

centro de acogida. Entonces me entregaban una cantidad de dinero semanal

para mis gastos generales.

--Desde que te conozco mi vida ha cambiado como no me imaginé que algo o

alguien podría cambiarla. No sé si será bueno o malo, sólo sé que me he olvidado

un poco de cómo yo vivía y he abandonado bastante mi trabajo en el hostal, y eso

sí sé que no es bueno.

--Y tan fácil como te sería convertir lo malo en bueno.

--Ya basta, que contigo nunca puedo estar segura de que no sigas insistiendo. Te

chiflan las cosas difíciles.

--Vaya vaya... dos tiros certeros a mi haber. Mira, tesoro, un gran poeta de mi país

dijo que sólo lo difícil es estimulante. Lezama Lima, no sé si lo conoces...

--No.

--...y el otro tiro: ya no dices imposible, sino difícil, o sea, que poco a poco, con

muchos esfuerzos de mi parte, te estás... digamos... ablandando.

Por las ventanillas pasan hacia atrás tierras no cultivadas y tierras cultivadas, pero

esta zona tiene muchas edificaciones, talleres, almacenes, empresas, carreteras,

puentes, pasos a nivel, árboles medianos, y sobre todo, gente. Gente en todas

partes.

--¿Falta mucho?

--Sólo tres paradas. Cálmate, que no vamos a descarrilarnos.

SÉPTIMA PARADA. LEGANES. Selene me mira fijamente, sin moverse. Como si se

preguntara qué está haciendo aquí conmigo, tan lejos de sus ocupaciones y tan

cerca de renovar su vida rutinaria y monótona como la mía y la de tantos que viven

tan mecánicamente.

--¿Y piensas llevarme a comer a esa fondita donde comías con Leila?

--No, querida mía, esa fondita pertenece a los recuerdos de Leila y además, yo con

ella no tuve ningún vínculo erótico.

--Conmigo tampoco lo tienes.

--Pero contigo no pierdo la esperanza de tenerlo. Y pronto.

--Eres engreído, atrevido, machacoso, puntilloso, perseverante... yo no sé...

--Te faltaron algunos calificativos como imposible, imprevisible, insoportable, ¿se te

han olvidado? Me los decías en el hostal en casi todas nuestras conversaciones.

--Pues tengo otros que ahora no me vienen, pero que ya conocerás. Y pronto.

Dentro de dos minutos llegaremos. Selene está nerviosa. O excitada. Es casi un

milagro que yo haya podido convencerla de que me acompañara en este viaje

alrededor de los recuerdos. Por fin está saliendo de su conservadurismo estático.

A ver si continúa o retrocede.

--Qué callada estás. Prepárate para descender y para caminar.

--Y para comer, que tengo hambre.

--¿Te ha dado ahora por la gula? A propósito: tienes que confesarme cuántos

pecados capitales has cometido desde que dejaste la inocencia infantil.

--No me gusta esa palabra: tienes.

--Está bien, entonces debes confesarme tus pecadillos como yo te he confesado

los míos.

--Me confesaste algunos, estoy segura de que no todos, y también estoy segura

de que has cometido muchos más que yo.

OCTAVA PARADA: LA SERNA.  Algunos jodedores le dicen La Sarna, no sé por qué

razón, porque he caminado por sus calles y no he visto ningún perro sarnoso.

Esta es la puerta de esa ciudad a donde no había vuelto desde que salí de ella

con el carné de asilado.

--Algunos jodedores, sí... seguro que tú entre ellos.

--Pero Selene...¡qué opinión tan fea tienes de mí!

--Tan fea como tan real. Como si no te conociera.

--Pues te juro que yo no tengo nada que ver con ese nombre tan injusto.

Le riego el pelo que hoy lleva suelto, aunque no está bastante largo. Es rubia como

una moneda de oro de ley y muy blanca. Se ve que nunca coge sol. Tendría que

llevarla a la playa o en todo caso a una piscina, pero para ambas cosas hay que

tener pasta.

--Tengo que arreglarme este pelo. Parece una fregona.

--Ahora que hablas de eso, yo tengo que pelarme, como decimos allá. Cortarme

el pelo, es que me lo corto cada cuatro meses, al tres, para ahorrar.

--Eres un gran ahorrador. No en balde estudiaste Economía.

La tomo por el brazo y la levanto, porque se ha quedado inmóvil, como si el tren

no se hubiera detenido en nuestra última parada. Bajamos al andén, atravesamos

la estación totalmente renovada, y salimos al fresco: aquí fuera nos espera

Fuenlabrada...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)


domingo, 18 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 31

Los primeros quince días que pasé en la nueva patria fueron como para subirse otra

vez en el avión y regresar. Todas las noches sacaba las fotos de mis hijos de la

mesita de noche de mi habitación en el hostal, las colocaba en la cama, estaba

horas enteras mirándolas, y a llorar se ha dicho. Y por supuesto sin dormir, o a veces

durmiendo ratitos con sobresaltos y súbitos despertares del sopor sudoroso. La Rusa

fue un bálsamo en aquellos días, pues Cecilia lo único que hacía era entrar en mi

cuarto cuando yo no estaba y ejecutar el paripé de limpiar, recoger y ordenar. Lo

recuerdo ahora y me parece que nada de eso ocurrió realmente, y que yo no estoy

en el país que desde allá se idealiza hasta el límite, porque desde allá se idealiza

hasta un islote de marabú, con tal de largarse. Pero desde aquí, una vez pasado el

primer golpe de ilusión, se convence el más pinto de que no es más que un tonto

que se creyó que esto era el paraíso terrenal donde encontraría los más finos frutos

de la tierra de Jauja. Alguien dijo que el nombrecito era la onomatopeya de una

risa sarcástica: jau ja jau ja jau ja, riéndose de nuestra ingenuidad que nos hizo

venir en busca del becerro de oro donde sólo encontramos una cabra montañesa

cubierta sólo por su piel curtida. Ahora recuerdo las palabras de Cortázar: "todo lo

que se escribe hoy y que vale la pena leer está orientado hacia la nostalgia". ¡Qué

tipo! Tan gran escritor como tan buen amigo, aunque se dejó engatusar por las

ideas "luminosas" de los nuevos césares isleños, como si en la historia hubiera habido

una sola revolución que no convirtiera la tierra en que triunfó en algo peor que lo

que desbancara del poder.

--¿Y por eso usted está en contra de las revoluciones?

--Pues claro, las revoluciones siempre son movimientos de extrema izquierda o filos

que generan terror y cometen más barbaridades que los gobiernos contra los cuales

se hacen. Mire usted misma: en su país, ¿qué fue lo primero que hizo el comisario jefe

al tomar el poder? ¡Ah! Pues mandar a asesinar a toda la familia real, incluyendo a

los muchachos que no eran culpables de nada. Una verdadera mafia.

--Usted está bien informado, porque en este país casi nadie conoce ese aspecto

de la llamada gran revolución socialista de octubre.

--Pues claro que conozco el paño, no en balde sufrí una revolución durante más de

treinta años. Pero aquí la gente desconoce la historia, aunque hay muchos que se

hacen los que la desconocen, pues no les conviene conocerla. Además, señora mía,

la historia cuenta lo que ha sucedido según el punto de vista del historiador, y cada

historiador tiene su propia versión de la historia, así que cuando se enseñe en las

escuelas dependerá del maestro que la enseñe y del autor por el que se guíe para

enseñarla.

--Vaya, todo un profesional. Usted podría dedicarse a enseñar. Habla con un total

convencimiento y con una total seguridad, y aunque no diga la verdad los que lo

escuchen se la creerán.

--No, señora, no voy a caer en lo mismo que tanto critico. Allá cada cual con lo que

pueda o quiera entender y conocer. En cuanto a mí, yo no me dejo engatusar por

nadie, bastante que he hecho el idiota en mis seis décadas y media. ¿Revoluciones?

Para implantar el terror y enviar la guillotina a América, para apropiarse de todos los

medios y ahogar la libertad, para tachar de personas no gratas a quienes no piensen

de la misma forma que sus dirigentes endiosados, para hacer guerrillas que combatan

gobiernos democráticos o no, y secuestrar, chantajear, amenazar, masacrar... ¡no

me jodan!

--¡Huuuy! De verdad que está usted bien despachado con las revoluciones. Mejor no

diga lo que piensa de ellas, pues en este país hay una gran cantidad de personas

que se sienten revolucionarias o son simpatizantes de las revoluciones.

--Eso ya lo he notado, pero gracias por el consejo. Sí, lo mejor es no hablar mucho,

que mi padre decía que quien mucho habla mucho yerra.

Pero como todo en la vida, aquellos primeros días pasaron vertiginosamente, y con

ellos yo fui superando el adagio adaptante de mi nueva situación, hasta que me

resigné a que no me quedaba otro remedio que vivir como extranjero en una nueva

patria, porque la mía ya la había perdido quizás para siempre. Y ya hace ocho años

que estoy convenciéndome cada nuevo día de que me tocó bailar con la más

fea, y como no creo en que después de ésta haya otra vida mejor ni peor, pues a

esperar, nené, que si te descuidas te sorprende la de la guadaña sin que tú te des

cuenta de tan macabra visita. Para evitar eso lo que tienes que hacer es estar muy

preparado, siempre preparado para lo peor, y así, si lo peor te llega no te coge en el

aire, y si no llega, felices pascuas y recuerdos a las muchachitas.

--Usted es el hombre de los dicharachos... ah, perdone un momento.

--Ese teléfono es chillón e impertinente. Siempre suena en el momento menos indicado

y menos mal que si suena por la madrugada yo ni me entero, aunque mi habitación

está aquí mismo, casi junto a él.

La Rusa se desenvolvía con soltura y atendía a todos sus huéspedes, sobre todo a los

que según me contó se hospedaban allí con carácter permanente, porque no tenían

familia o porque no querían irse a una residencia de desamparados o de viejos

cañengos, o porque quién puede saberlo. Con la suya y la mía eran cinco las

habitaciones ocupadas seguras (la mía al menos hasta que me avisaran sobre la

llamada admisión a trámite o algo parecido), y además tenía alquiladas otras

cuatro. Pero había varias habitaciones vacías, porque el negocio andaba mal. En el

mismo edificio había tres hostales y en la acera del frente de la calle Valverde había

más de diez, uno casi al lado del otro. Mucha oferta y la demanda no era muy de

fiar según opiniones de varios propietarios, porque acudían muchos inmigrantes

esteuropeos y de otras tierras migratorias que no inspiraban ni una pizca de confianza.

--Pero usted me ha dicho que los inmigrantes le ayudan a mantener el hostal.

--Me ayudan algunos, sí, no voy a negárselo, pero últimamente no vienen en bandadas

y cuando llega alguno me pongo nerviosa. Por eso le dije a Cecilia que cuando llegara

uno de esos tipos lo mirara bien y le exigiera la documentación en regla, y si no le

gustaba, ¡pum!, a la calle, está todo lleno, señor, o señora, lo sentimos mucho. Y no

dude usted de que gracias a ese sistema me he librado de muchos problemas.

Una noche La Rusa me contó cómo había conocido a su esposo, la relación que con

él tuvo, y su boda, el nacimiento de sus hijos y cómo crecieron y estudiaron, hasta que

uno de ellos se ganó una beca para estudiar en Inglaterra y el otro, envidiosillo, se

quemó las pestañas hasta que también se fue a especializarse fuera del país. Un poco

llorosa me contó sobre la muerte de su esposo, en un accidente automovilístico, y

cómo ella se salvó y después tuvo que hacerle frente a su nueva y complicada

situación administrando el hostal, tarea de la que no sabía ni hostias, hasta hoy. Esa

noche la admiré muchísimo y en reciprocidad le hablé de mi azarosa vida, de mis

malogrados matrimonios, de mis hijos. Ella me enseñó algunas fotos y yo le mostré las

que me hacían llorar de madrugada cuando me levantaba a contemplarlas

todavía, presintiendo primero y convenciéndome después de que ya nunca los

volvería a ver.

--¿Sabe? Es que la añoranza de lo que se ha querido mucho y se ha perdido duele

más, Por eso a mí me duele mucho más el estar separado de mis seres queridos,

sobre todo de mis hijos, que son los seres más queridos que me quedan allá.

--Lo comprendo, a mí me sucedió algo parecido, sobre todo con mis padres y con

mi marido, ya que mis hijos, aunque los tengo lejos, puedo verlos una o dos veces

cada año, y estar con ellos sin sentir ese malestar que siente usted de que los ha

perdido para siempre.

--De todos modos yo siempre he estado condenado a separarme de las personas que

más quiero, eso me ha sucedido en mi propio país y ahora me sucede con mucha más

fuerza. Es la vida: para unos es un jardín de rosas como usted me dijo, para otros es

un pantano lleno de fango y mal olor. A algunos les sale bien el baile, gozan y disfrutan

y tienen el dinero necesario para disfrutar del lado bueno de las cosas. ¡Ah! Pero para

otros, ni el baile ni el gozo ni el disfrute, y mucho menos el dinero dichoso y maldito

sin el cual la vida no es muy agradable que digamos.

Hoy me parece que todo ha pasado como en un relámpago. Ya hace mucho tiempo

que dejé de llorar ante las fotos de mis hijos, incluso he recibido muchas otras fotos de

ellos gracias a Ana que de  vez en cuando se da una vueltecita por la isla perdida y me

trae noticias, cartas y fotos. El tiempo endurece, me lo dijo Leila cuando yo iba a su

casa de soltera a lagrimear con ella y a soltarle la nostalgia que amenazaba con

pulverizarme. Ella fue mi primera gran ayuda, después Ana se encargó de aliviarme

las dificultades inherentes al exilio, y al final Selene ha colmado mi esperanza rescatada

del fondo de un pozo totalmente oscuro donde imaginé que caería en picada y

terminar mi vida sin poder realizar ninguno de mis pocos sueños. Y aquí estoy, como

siempre, esperando a ver si ocurre algo que estremezca mi cuerpo y renueve mi

cerebro, ya que en el alma no creo ni en muchas otras cosas que en un tiempo tuve

por veraces y fehacientes, ¡ay de mí! (como en los coros griegos).

--Lo único que puede darme hoy un poco de alegría es que vengas conmigo al

planetario o a algún lugar extraño que se salga de lo cotidiano y aburrido. No puedes

negarte, Selene.

--Está bien, lamentoso, no me negaré. Dime dónde quieres ir, iré contigo a cualquier

sitio si eso alegra un poco esa cara de doliente sin muerto que tan poco me gusta.

--Eres un ángel. Creo que siempre lamentaré no haberte conocido treinta años atrás.

--Treinta años atrás yo era una jovencita que no sabía nada de la vida, querido.

Quizás entonces te hubieras decepcionado a los tres días.

--Así y todo, creo que me hubiera gustado haber corrido el riesgo.

--Venga ya, dejémonos de cosas tristes y vámonos por ahí a ahogar las penas

aunque sin emborracharnos como hacen los que creen que las penas no saben

nadar.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 11 de agosto de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 30



Suena el timbre de la puerta de la calle. Nadie responde. Suena otra vez. El albañil

no se inmuta, el vigilante no se inmuta, yo no me inmuto. Suena por tercera vez. Es

el casero. Tiene esa costumbre de tocar 3 veces antes de abrir con su llave y entrar

en el piso que tenemos alquilado los tres mosqueteros a un precio exorbitante que

no podemos rechazar ni decirle señor casero, esto está un poquito caro, ¿no le

parece?, porque la ley es así y el inquilino tiene que joderse y pagar si no quiere ir a

dormir a la calle solitaria y fría si es invierno y además sin llavín. Y yo no quiero ir a

dormir a la calle ni siquiera con llavín ni aunque no sea invierno. El casero es una

persona decente, amistosa, comprensiva, a pesar del alquiler tan elevado. Ese es

su negocio y él tiene que defenderlo. Si yo fuera casero puede que cobrara igual,

porque "no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio" y esto no es mío,

pero no sé de quién carajo es. Y me suena, quién sabe si lo dije ya, pero eso qué

importa, la literatura tiene que repetirse, si no, se acaba pronto el tema. Y sí, la

literatura actual es el arte de buscar dinero repitiendo lo que otros han dicho, y

mejor. Y en eso estoy. Pues bien, amiguete, como te iba diciendo, el casero trae

(no faltaba más) a su cuñado, que es a la vez una especie de secretario, ayuda

de piso, colaborador en decisiones difíciles, llevaitrae y correveidile, aprendiz de

todo y maestro de nada, pues lo mismo destraba un tornillo mohoso que se

carga la lavadora si ésta funciona bien. El cuñado es un tipo simpático, a veces

viene un poco borrachín y entonces habla que te habla, otras veces viene muy

sobrio y entonces silencio en la noche, aunque sea de tarde, pero siempre viene

con un paquete de pitillos estrujado del cual saca uno de ellos cada 5 minutos.

Como ninguno de nosotros (los 3 inquilinos) fuma (por suerte, porque con tanto

periódico almacenado y disperso por todo el espacio esto se hubiera ido al

carajo ya hace mucho rato con nosotros dentro) tenemos que aguantar el

humo y la peste a tabaco y lo demás. Pero hoy el casero y su cuña vienen con

un señor alto y delgado que se parece al cobrador del frac y más serio que una

tusa de maíz viejo. Este es el inspector, nos dice el casero (ya los 3 hemos salido

de nuestros cubículos privados porque es inútil fingir que no estamos presentes)

sin aclarar de qué o de quién es inspector, y añade que viene a hacer una

visita de chequeo habitual aunque los 3 sabemos que no se trata de ningún

chequeo habitual ni la mona de Tarzán sino de que los vecinos de quejaron de

las discusiones entre el alba y el vigi y aquí está el hombre para ver, oír y callar.

Así que el casero, el cuñado del casero, el inspector, el albañil, el vigilante y

un servidor recorremos el piso sin prisa a paso lento, deleitándonos con el

paisaje encantador de los montones de periódicos colocados a la bartola en

todas las áreas colectivas sin dejar una sola libre de la papirolagia, y por lo

tanto inutilizándolas para su uso también colectivo por tener abarrotados

sus espacios de la prensa escrita nueva, vieja y prehistórica. Además, el hombre

se deleita ídem de lienzo con una docena de piezas de ropa sucia tirada

encima de los periódicos y de las partes de los muebles que quedan libres de

ellos, o sea, sillas, mesas, butacas, así como de toallas malolientes colgadas

en el baño y en la tendedera del patio, papeles estrujados y húmedos en la

ventana del baño, en la cocina y en el espacio entre la lavadora y el frigo,

pedazos de trapos multicolores, manchas en el suelo, revistas, separatas,

suplementos, tabloides, folletos, propaganda, en la mesita del salón y encima

de los closets, latas vacías y medio llenas de alimentos, pomos sin nada en

su interior, una maleta vieja hinchada dentro de una vitrina, 3 mecheros en

el aparador, vasos con líquido y sin líquido, sandalias en la escalerita que da al

patio, calcetines tirados en la escalera plegable del patio, cajas de cartón

vacías o con restos de telas y papeles, y no sigo enumerando porque mi

cerebro no es un IBM PC, que si no... El inspector está, aparentemente claro,

tan asombrado, que no sabe qué decir, y por eso no dice nada. El albañil

suelta su perorata y dice que aunque él todos los días tira en la basura todo

lo que ahora estamos viendo, al día siguiente el vigilante lo llena otra vez

de porquerías y es el cuento del gallo capón y ya está bueno, coño, que está

hasta los cojones, y se los toca, de pasar por celador del mierda de piso este,

y no va a aguantar más y etc. etc. etc. El vigilante interviene para aclarar

que no todo lo que hemos visto es obra suya, pues el otro (el otro es el

albañil, por supuesto) es el verdadero cerdo, ya que jamás pasa la escoba

y la fregona no existe para él, y etc. etc. etc. Yo callado, pues Nereida, mi

amiga limosnera de La Covadonga, aunque es limosnera tiene dotes de

sabiduría callejera y dice (creo que esto también lo dije) que mejor es ver,

oír y callar, como está haciendo el supuesto inspector ahora y aquí. Pues

eso, que al cabo de una media hora de acusaciones, desmentidos, ayes, oes,

insultos, chillidos, nerviosismo y demás, el albañil se larga y nos deja, ¡ay!, en los

tímpanos el tremendo portazo que da, el vigilante se mete en su cuarto, y yo me

quedo, por educación, atendiendo a la visita que no hace más que tomar nota de

todo cuanto ve y oye, que no es poco. Cuando se retiran los 3 villalobos tras darnos

apretones de manos y desearnos un buen día, etc., yo cierro la puerta y me quedo

en el salón pensando que a pesar de esta baraúnda de objetos visibles identificados (ovi)

este piso es de lo mejorcito que he encontrado para sentarme a esperar una de dos: 1) el

carrito, 2) el piso tutelado que mi asistenta social quedó en esforzarse (sic) en

conseguirme.

--Mi viejo, si aquello está como me lo has descrito, no quiero ver los demás pisos donde

has estado viviendo.

--Bueno, aparte de las molestias para mí pequeñas, pues como me paso el día metido en

mi cuarto no me estorban los periódicos ni las otras cosas desparramadas en los espacios

colectivos como dice el casero, por lo demás el piso tiene todo lo que puede tener un

piso para un viejo exiliado y sin cartera porque sería inútil por desuso... así que ojalá no

tenga que mudarme otra vez a no ser para el piso tutelado si es que me lo conceden,

que según me dijo Ascensión hay mil solicitudes por cada cien plazas. Aunque... tengo

otra opción, que es la que más felicidad me proporcionaría...

--¿Qué quieres, que te pregunte cuál es esa otra opción? Si ya lo sé, listillo, ya...

--¡Bingo! Eres genial, querida mía: has acertado. Mi mejor opción es venirme a vivir aquí

contigo, si al fin no caes ante mis asedios tempestuosos, en una habitación de esas que

nunca se completan, pero cobrándome lo que me cobra mi casero. ¿Qué te parece?

--Eres... sí, eso mismo, eres insostenible como el desarrollo de los países pobres.

--¿Y por qué no me sostienes tú? O mejor dicho, ¿por qué no nos sostenemos

mutuamente? Mira, cariño, tú no te imaginas lo que yo podría ayudarte en el hostal.

Pondríamos esto que en 3 meses tendrías una cola allá abajo esperando que se

desocupara alguna habitación.

La idea del inspector fue del casero: a ver si así este hombre se asusta y se enmienda,

me dijo cuando fui a pagarle a la bodega-bar donde siempre está atendiendo a sus

clientes, lo que me reafirma en mi idea de que a) no conoce al hombrín, o b) lo conoce

bien y hace este numerito para quedar bien con el otro (el otro es el albañil,

naturalmente), que se pasa la santa vida (cuando no está en su trabajo o mirando la tele)

exigiéndole que exija al vigilante que se ponga para la cosa, o sea, que elimine de una

vez los sacrosantos periódicos viejos y los demás enseres inservibles que tiene ocupando

espacios que pertenecen, como dice y repite, a todos los que aquí vivimos con envidiable

armonía. Pero nada, Ambrosía, que desde que alquilé la habitación que ocupo, como

decía Daniel Santos (el inquieto anacobero), “el cuartito está igualito” y a pesar de los

cambios en el país y en el mundo, los dos personajes no van a cambiar. Estoy seguro de

que si cambiaran se morirían de nostalgia.

--¿Pensaste en lo que te propuse, luna lunera?

--Hombre, esa es nueva, menos mal que no te repites esta vez.

--Bueno, estoy seguro de que sabes que Selene significa luna.

--Tú estás seguro de muchas cosas y yo de otras muchas, así que formamos una pareja

ideal... para aburrirnos cuando la vejez nos golpee.

--Más de lo que nos está golpeando querrás decir, por lo menos en mi caso.

--Como quieras, querido. Y pensándolo más objetivamente, tú serías un buen hostalero si

te decidieras a dedicarte al giro. Lo que pasa es que tú no tienes interés en dedicarte a

ningún giro.

--Ya te dije y te reitero que aquí en el hostal, lo que tú digas, querida, como dicen los

maridos que dicen las últimas palabras en sus casas haciéndose creer los muy tontos que

ellos son los que mandan.

--De todos modos me gustaría que me contaras qué ideas se te han ocurrido para hacer

de este chollito un buen negocio, porque tal como está y como yo lo veo, dentro de dos

o tres meses esto se va a ir a volina como el papalote de... de Cuquito. Coño. Me acordé

del nombre. ¿Ves que no todo lo tuyo lo olvido? ¡Ah!, y me acordé del dicho ese de se va

a ir a volina. Anda, que me estás atiborrando de tus dicharachos trasatlánticos.

--Ya veo que estás progresando, queridísima. Pero mucho más progresarías si atendieras a

mis solicitudes bienintencionadas. Mira, ahí viene don Anselmo.

--Seguro que a pedirme el periódico para leer los comentarios del partido de anoche.

--¡Salve, dios del futbol!, que sin ti no hay vida en esta tierra madre.

A don Anselmo lo carterearon hace unos días en el Metro. “Por eso nunca salgo, porque

esto se está convirtiendo en el paraíso de la delincuencia”, dice Selene que le dijo

cuando llegó con la cara más tristona que un sueño con hambre. A doña Isolina le

arrebataron el bolso una mañana lluviosa en el mercado de la esquina y ella sólo pudo

gritar y pedir el auxilio que no llegó a tiempo de impedir que el caco saliera a la calle y se

perdiera con su bolso entre la multitud indiferente. Don Emeterio se ha escapado de estos

raterismos, pues no sale a la calle ni con una pareja de guardias civiles bien armados

custodiándolo (la comida y lo demás se lo trae Selene). A Selene la han querido atracar y

estafar varias veces, pero esteuropea al fin ha podido escaparse, pues se las sabe todas.

A mí nunca, no sé si porque he tenido la suerte que dicen que es loca o porque soy tan

quisquilloso que siempre estoy tocándome los bolsillos y apretando el portafolios cuando

salgo con él y cuando entro en el Metro estoy a cuatro ojos más las gafas, el tacto, el olor

y el oído a millón por si acaso. Pero es cierto que como van las cosas, ahorita vamos a

tener que comprarnos pistolas para defendernos de tanto malandrín que hay suelto por

ahí. Un día interrogué a un policía en el parque: ¿por qué ustedes no aplican mano dura

con los delincuentes?, le pregunté, respetuosamente. El agente se me quedó mirando

con lástima como pensando ¿de qué montaña se habrá bajado este tipo? Y al ver mi

consternación por su silencio y su mirada, me dijo, muy bajito: ¿para qué vamos a

detenerlos si al día siguiente el juez los suelta?

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)