domingo, 29 de diciembre de 2013

EL AULA SUCIA 3

--Y tú, ¿piensas quedarte ahí sentado todo el día?

Mario la miró. No, no pensaba quedarse ahí sentado todo el día, aunque no sentía

deseos de hacer otra cosa que seguir pensando. Era un atolladero:  su mujer

despedida de la Universidad, casi nada.  ¿Qué significaba para ellos, para él, esa

despedida? Se levantó, se acercó a ella y le pasó las manos por el pelo, "no te

preocupes, esto también lo resolveremos". Mientras esperaban el almuerzo y la

llegada de Aimée, Mario salió al balcón y miró lo que veía diariamente, que ahora le

parecía extraño, lejano, ajeno, como si no formara parte de su entorno. Levantó la

vista y miró más allá, hacia el norte de la ciudad, donde estaban enclavados los

edificios de la Universidad. Encendió un cigarro y recordó los días en que ella había

estado ingresada y él y Mercy hacían jornadas de sol y calor, caminando en plena

carretera, luchando por llegar hasta aquel hospital de cualquier manera, antes de la

hora de visita... amanece: abres los ojos y comienzas a desperezarte, miras el techo

de mampostería blanca, las paredes algo descascaradas, el pasillo por donde ya

circulan los empleados de limpieza y algunas enfermeras de turno, a tu lado una

cama vacía (ayer se marchó tu compañera de cubículo y piensas que si ella pudo

salir de aquí recuperada tú también podrás hacerlo, porque en definitivas lo tuyo no

es tan grave, no puede ser tan grave), y te asombras de sentirte optimista después

de tantos días de crisis, lamentos y llantos... ahora estás sola, tendrás que visitar

otros cubículos buscando compañía (no se puede resistir la soledad de un hospital

sin tener con quien compartir la desgracia), más de una semana sometida a la

tortura del tiempo y del intenso tratamiento con  pastillas, inyecciones, análisis,

pruebas, la introducción de todo tipo de tubitos y gomitas por todos los orificios

de tu cuerpo que te han empujado a regodearte en tu tragedia como aquellos

dramaturgos griegos de la antigüedad que tanto has estudiado... piensas que

Mario o Mercy, alguno de ellos, vendrá a visitarte por la tarde, y el milagro de esos

seres tan queridos logra sacarte una sonrisa, y piensas en tu hija, en tus padres, en

tus amigos, en tus compañeros de trabajo que no saben nada, o si lo saben no han

querido o no han podido venir a visitarte a este lugar de todos los demonios a

donde tan difícil es llegar, pues apenas hay algún transporte público de vez en

cuando y hay que hacer autostop, mientras que la mortandad de la tarde de este

centro te aturde, y si falta el fluido eléctrico sólo queda la cháchara con alguna

paciente. Otro día aquí como todos los demás: aseo personal, pase de lista de visita,

comprobaciones de las hojas clínicas, las mismas preguntas, el mismo trato

impersonal, las enfermeras con sus algodones, sus mercuros, sus pastillas, sus

inyecciones, sus pomadas, sus jarabes, sus sonrisas registradas que a veces logran

aliviar la tensión, hasta la hora de visita... después la tarde languidece y a esperar

durante otra larga noche silenciosa después de las diez, hasta mañana que será

otro día igual hasta la hora de visita en que vendrá Mario o quizás Mercy, y te

preguntas hasta cuándo pensando que ya les has causado demasiados problemas

a tu esposo y a tu hermana y otra vez las lágrimas, aunque Mario te minimice sus

esfuerzos y sus caminatas para llegar a estar contigo una hora tras perder más de

cuatro en el intento... y estás sola entre tanta gente, la peor soledad, en la hora más

pesada del día que no te aligeran el baño, la comida, la televisión en el salón de

reuniones, nada... Mario encendió otro cigarro, fuera de su costumbre, y descubrió

la figura de Aimée que venía como siempre corriendo, porque ya pasaba la hora,

y lo saludó desde abajo, ajena a la nueva situación de su casa, absorbida

totalmente por los trajines de la escuela y de sus amiguitos que jugaban y

alborotaban sin descubrir el llanto, el dolor. el sufrimiento. Mario entró. La mesa ya

estaba servida. Sentía apetito y se recriminó por ello, pero era inútil dejar de

alimentarse, como tampoco podía hacerlo Marnia, si quería de verdad enfrentarse

a lo que le esperaba a partir de ese momento. Porque Mario ya había decidido que

tamaña injusticia no podía quedarse en ese punto de aceptación sin lucha. Y así

se lo hizo saber a su esposa enseguida. 

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

sábado, 21 de diciembre de 2013

EL AULA SUCIA 2

No se le quitaba con ningún calmante y comenzó a desesperarse, hasta que ella

y Mario decidieron ir al cuerpo de guardia del hospital de Sueño. Allí le pusieron una

inyección y le indicaron acudir a su médico de cabecera para que éste determinara

la causa del dolor. Su médico diagnosticó una cervicitis agudizada, ordenando un

tratamiento medicinal que podría resolver la situación, pero las medicinas no

aparecían en ninguna farmacia. A los pocos días fue a visitarla una compañera de

trabajo que le recomendó que fuera a ver al doctor Julio César, en el hospital

oncológico -la palabra puso en tensión a Marnia-, que la había operado a ella de lo

mismo y era un gran especialista en ese tipo de patologías.

--Yo le tengo mucha confianza a Julio César. Es de lo mejorcito que hay en ese campo,

si tú quieres yo hablo con él.

Cuando Julio César la examinó le planteó sin miramientos que debía prepararse

para una operación urgente dentro de una semana, y le ordenó una biopsia,

después de un sin fin de preguntas y de análisis que llevaron a Marnia al borde de

una crisis nerviosa. "Y nada de medicamentos, por ahora", porque Julio César

conocía muy bien la escasez y la inutilidad de los intentos.

--¿Una biopsia, doctor? -Marnia apenas podía hablar-. ¿Eso quiere decir que tengo

cáncer?

A pesar de la justificación que le dio el médico para la biopsia, a partir de ese

momento Marnia cayó en una crisis depresiva inevitable. "¡Una biopsia!", se repetía

sin cansarse, martirizándose con esa idea fija, acostada en su cama, esperando el

demasiado lento caminar del tiempo que la separaba de la anunciada y temida

operación. Mantenía los ojos clavados en el cielo raso, sin ánimo para levantarse a

cocinar, a comer, a bañarse, a atender a su hija y a Mario, que hacía esfuerzos

inútiles para quitarle del cerebro lo que él mismo intentaba quitarse. No tenía que

ser eso, precisamente, le decía, ¿por qué siempre pensaba lo peor? Pero no pudo

resistir mucho tiempo y a los pocos días fue a ver a Julio César para convencerse de

una vez. Pero Julio César no pudo sacarlo de la duda. "Yo tengo por costumbre

ordenar una biopsia ante un caso de cervicitis como el de su esposa. Es una medida

preventiva, ¿comprende? No hay por qué alarmarse". Mario regresó a la casa con

la alarma sedada, pero viva. Sí, era una medida preventiva, eso estaba muy bien,

pero... todo cabía dentro de las posibilidades. ¿Y si fuera...? No, ¿para qué pensar

eso? ¿No le censuraba a ella que siempre pensara lo peor? El no podía caer en la

desesperación, ahora que su mujer lo necesitaba en plena forma. Le contó su

conversación con el especialista, pero Marnia continuó desesperada.

--Tendré que pedirle a mi papá que me consiga por allá la donación de sangre,

porque tú ya donaste hace tres meses.

--Bueno, no hablemos más de eso. Y cambia esa cara.

--Cómo no, cambia esa cara. ¿Tú te imaginas? Una operación así, de rampampán,

y con posibilidades de tener un tumor allá dentro, y tú me dices que cambie esta

cara. ¿Te imaginas? Que cambie esta cara -y comenzó a llorar.

--Vamos, cariño, no...

--¿Y tú qué quieres? ¿Que me ponga a cantar un happy birthday?

Mario sabía que ese llanto era lógico, que era lógico que Marnia se dejara aplastar

por su  problema, con el egoísmo natural de quien piensa que está condenado,

mientras los demás que lo rodean gozan de salud y van a vivir mucho tiempo. Para

ella en esos días no existía nada que no fuera eso, esa terrible posibilidad de un

cáncer que le echaría a perder la poca vida que pudiera quedarle, de ser cierta la

sospecha. Esos días fueron lágrimas y sobresaltos, dolores y tensión, y sobre todo,

pensar, pensar, pensar... ¿Por qué la vida tenía que tratarla así? Su vida, que hasta

ahora había sido tranquila, se transformaba por días, por horas, por minutos. ¿Y la

niña? ¿Qué iba a ser de su hija? Porque Julio César le había planteado que después

de su operación debería guardar reposo durante treinta días. "Casi absoluto", había

enfatizado. No tenía opción: enviar a su hija a la casa del padre, donde estaría

separada de ella por treinta kilómetros, y Mario no podía hacerse cargo de ella, de

la niña, de la casa y de todo lo demás él solo. No. Su hija estaría en otra casa a la

que no estaba acostumbrada, en otra escuela, en otro ambiente, en otra ciudad.

¿Se la traerían para que pasara un rato junto a ella después de la operación?

¿Estaría bien allá en la casa de su padre y su madrastra? ¿Se acordaría de ella? Y

esa idea surgida de pronto la fulminó del todo: ¿se acordaría de ella en caso de

que... ella muriera?... La despedida de la niña casi aniquiló sus ya poquitas fuerzas.

Marnia no pudo contenerse y comenzó a llorar.

--¿Y a mami qué le pasa?

La esposa del padre de la niña, que había ido a recogerla, le contestó que su

mamá tenía dolor de estómago, la cogió por un brazo y casi la arrastró hasta la

puerta. La niña comenzó a llorar también. Después el silencio. Y el llanto. Y los días y

las noches solas, con la única presencia de Mario haciendo esfuerzos casi

sobrenaturales y a la vez inútiles para darle ánimos, y cuya cercanía se fue

reduciendo a caricias en el pelo y frases muy cortas de dulce consuelo: él también

dudaba, aunque en el fondo tenía una esperanza. Y mientras Mario se mantenía en

constante ajetreo dentro de la casa, Marnia pensaba, todo el tiempo acostada en

su cama: la biopsia, la carita de su hija que se le perdía en la distancia, el hospital en

penumbras como un fantasma amenazante, donde vagaban cuerpos deformes

que se le acercaban con sus rostros cuarteados y sus muecas repugnantes, hasta

que ella reaccionaba y volvía a ver el rostro de la niña en todo su esplendor. ¿Y si no

volvía a verla? Pero no, ¿por qué siempre pensar lo peor?, como le repetía Mario,

aunque la posibilidad de lo peor no se pudiera descartar. En cuestión de minutos su

vida se había transformado: su hija, su trabajo, su hogar, sus salidas, sus amigos, su

participación en la vida social y cultural de la ciudad, todo eso interrumpido y ella

teniendo que aceptar la posibilidad hasta ahora ignorada en su totalidad: el

cáncer, la imponente presencia de la muerte.

--¿Por qué no haces un esfuerzo, amor? Vamos, come un poco, esto te va a hacer

bien.

Pero Marnia apenas probaba la comida que ahora preparaba su marido, que

también había abandonado su trabajo, sus responsabilidades y su vida normal. Ella

no tenía espacio para pensar en él: su problema absorbía su tiempo de vigilia, y la

desesperación estuvo a punto de cargar también con Mario, "tienes que comer,

tienes que hacer un esfuerzo, así vas a llegar allí sin..." y se callaba cuando se daba

cuenta de que recordándole lo que no era necesario recordarle la atormentaba

mucho más... El día señalado para la operación ambos llegaron a la puerta del

oncológico cuando comenzaban a apagarse las luces de neón en las calles. La

ciudad amanecía como otro día más igual al anterior: todo en orden, todo normal,

sin nada que alterara aquel paisaje urbano. Pero Marnia no había dormido esa noche.

Iba a enfrentarse a la verdad, al desenlace de una tragedia que apenas podía concebir

por la rapidez con que se había desarrollado. Antes de la operación el doctor Julio César

tendría que darle el resultado de la biopsia, por lo que ambos se enfrentaban a dos

circunstancias anormales para sus vidas. No pronunciaron una sola palabra. Cuando llegó

su hermana, Marnia se puso muy nerviosa, pero la tensión llegó a su clímax cuando la

llamaron.

--Negativo -dijo Julio César, sonriéndose.

La noticia fue un respiro para Mario y Mercy, que esperaban en la sala, aunque

continuaron vacilantes al notar que Marnia no mostraba signos de alegría.

--De todos modos dice Julio César que debo operarme, más adelante, y así salgo

de eso de una vez.

Julio César le recetó varios medicamentos que desde ese momento Mario y su

cuñada se dedicaron a buscar en toda la ciudad, en toda la provincia, sin

resultados positivos, pues el mismo especialista había recomendado a Marnia óvulos

de sábila y flores de vicaria para hacer con ellos un preparado casero que en parte

supliera la escasez de medicinas, ya alarmante, que dejaba a la población

indefensa ante posibles epidemias, virus y en general cualquier enfermedad común.

Los facultativos acudían a la medicina verde como la solución posible. Marnia volvió

a refugiarse en su reciente soledad, quizás pensando con un poco de calma en su

futuro. Pero al desechar por fin su principal temor se dio cuenta de que seguía

sintiendo aquel primer dolor ventral, y que ese dolor se hacía más intenso en el curso

de los días. Hasta que una tarde, conversando con su hermana que había ido a

visitarla, el dolor fue tan punzante que casi no lo resistió, y su hermana la llevó

corriendo al cuerpo de guardia, donde la pusieron en observación desde las cuatro

de la tarde. Era una sala muy pequeña, aunque ventilada, y era una nueva

experiencia para ella, allí acostada, rodeada de pacientes que se quejaban,

algunos gritando, mientras ella permanecía inmóvil, pensando. Esperando y

pensando: ¿y ahora qué más hay? Su hermana llamó a Mario, ya al anochecer, y le

informó que el médico había decidido remitir a Marnia a un hospital especializado en

semejantes dolencias, a quince kilómetros de la ciudad, donde la someterían a un

riguroso examen, así como a su correspondiente tratamiento. Mario ni siquiera probó lo

que se había preparado. Pensó en esa nueva situación que se aparecía cuando creía

que lo peor había pasado. Echó en un bolsito lo más imprescindible para su mujer y sin

mirarse en el espejo se fue a pie hasta el hospital. Mercy lo recibió a la entrada

de la sala de observación. No era mucho lo que le había sacado a los médicos: "por

eso la envían allá, hay que hacerle chequeos y análisis para ver lo que le provoca el

dolor, porque me garantizaron que ese dolor no tiene nada que ver con la

cervicitis". A medianoche, Marnia seguía esperando sin probar alimentos desde el

mediodía. Mario había despedido a Mercy, acordando con ella turnarse a partir del

día siguiente para ir a aquel hospital tan lejano y difícil de acceder. Mario se sentó

junto a Marnia a esperar. Cerca de la una apareció la ambulancia que llevaría a los

pacientes destinados para aquel otro centro de salud. Tras una espera más, Marnia y otros

seis pacientes se marcharon en la ambulancia. Mario permaneció de pie frente al

cuerpo de guardia, a la salida, hasta que aquel vehículo se le perdió de vista en la

tranquila noche. Comenzaba para ellos un nuevo capítulo, quizás más tenso, en la

carrera de Marnia hacia la recuperación de su salud. El primero de julio de 1992,

Marnia ingresaba, por primera vez en su vida por problemas de salud, en un centro

hospitalario...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

miércoles, 18 de diciembre de 2013

EL AULA SUCIA 1

--Aquí tienes la resolución.

Le entregó dos hojas de papel gaceta mecanografiadas cuyo encabezamiento

decía: FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANISTICAS

y más abajo: RESOLUCION DECANAL # 25/92.

--Lee, lee.

La Resolución exponía entre sus porcuantos que la licenciada Marnia Brauet Infante

hubo de violar la disciplina laboral con el siguiente hecho: faltar injustificadamente

al trabajo durante 57 días lectivos desde el 24 de agosto hasta el 10 de noviembre,

fecha en que se dicta la presente

y argumentaba que en las investigaciones previas se había podido comprobar que

la procesada había solicitado licencias sin sueldo por problemas de salud, no

amparadas por certificados médicos, por lo que no le fueron concedidas, y a pesar

de las gestiones realizadas para informarle que sus solicitudes no tenían validez, la

procesada -y repetía esa palabra que lo hizo fruncir el ceño- no había tenido una

acción consecuente para esclarecer su situación... etc.

--¿Procesada? ¿Es que te estaba juzgando algún tribunal?

--Sigue leyendo.

En el último porcuanto se planteaba que esta conducta violatoria del inciso (b) del

artículo 27 capítulo VI del Reglamento Ramal de la disciplina del trabajo en la

actividad educacional y por el tiempo prolongado de su ausencia al trabajo ha

tenido repercusión negativa en el colectivo de trabajadores y en el proceso

docente de la Facultad, lo que ha sido valorado por todos los factores...

La miró, imaginándose el resto de la Resolución.

--Termina de leer.

Y a regañadientes leyó que como consecuencia de todo lo expresado, ella

quedaba separada definitivamente de la Facultad de Ciencias Sociales y

Humanísticas, y se le notificaba que de no estar conforme con la medida impuesta

podía establecer Recurso de Apelación y...

--Pero... ¿separación definitiva?

Volvió a leer, moviendo la cabeza, como si no creyera que realmente la Resolución

planteara aquello que había leído.

--Eso mismo, querido. Me botaron, ¿te das cuenta? ¡Me botaron de la Universidad!

Se desplomó en la cama con las hojas de papel en las manos mientras ella se

cambiaba de ropa. Mirándolo a través del espejo de la cómoda, le dijo "sé lo que

estás pensando, pero tú todavía no conoces a esa gente". Tras un silencio

prolongado, él insistió:

--Pero óyeme... es que una separación definitiva... esa es la última medida que se

aplica a cualquier trabajador -levantó los brazos, abriendo los ojos al tope- digo, a

no ser que se trate de un problema político -y miró la Resolución una vez más,

moviendo la cabeza-, pero aquí no se menciona nada de eso.

Colocó los papeles encima de la cómoda, estirando el brazo. Ella se sentó en la

cama junto a él.

--Esa es la última medida -la miró como si se tratara de una broma de mal gusto-.

Yo creo que, incluso aceptando que tú hubieras cometido esa falta, primero tenían

que haberte hecho una amonestación en privado, después una en público, y más

adelante un traslado a un puesto de inferior categoría, por un tiempo... eso, en caso

de probarte la falta, y si después tú reincidías, ¿no? -hizo una mueca y carraspeó la

garganta-. ¿No es eso lo que está establecido?

Ella sacudió la cabeza y lo miró con benevolencia. "Todavía cree", pensó, y le dijo

que iba a colar un poco de café. El la siguió hasta la cocina.

--¿Y tú no habías presentado pruebas de tu situación? Me refiero a los certificados

médicos y... ¿eso no sirvió de nada?

--Sí, me sirvió. Ya lo creo que me sirvió. Cuando se me vencieron los certificados

comencé a pedir licencias sin sueldo, ¿no te acuerdas? Pero ya tú leíste la

Resolución.

--Sí, pero yo no entiendo una cosa: ahí dice que las licencias no estaban amparadas

por certificados médicos... a ver si es que estoy en el limbo o qué: si tú presentas un

certificado médico no tienes que presentar ninguna solicitud de licencia, ¿no es así?

Porque esos certificados son sin sueldo, con un porciento del salario, ¿no es así? Pues

bien, por el contrario, si pides una licencia se supone que es porque no tienes ningún

certificado médico y necesitas faltar al trabajo por algún motivo que...

--Sí, cariño, es  así como tú dices, pero... -vertió el café en una tacita y tomó un sorbo

pasándole el resto-. ¡Ah!, déjame decirte que ahorita pasé por el tribunal municipal y

¿sabes lo que me dijeron? Pues óyeme bien -él se tomó el café y puso la taza en

el fregadero-: me dijeron que una mujer trabajadora con una hija menor tiene

derecho a solicitar hasta once meses... ¡once meses! ¿Me estás oyendo? Once

meses de licencia sin sueldo. ¿Qué te parece?

Se quedaron en silencio. El encendió un cigarro mientras ella comenzaba los trajines

de la cocina.

--Mejor dejamos eso, muchacho. No vale la pena -le dijo.

Marnia colocó una olla con arroz sobre la hornilla encendida. Quería olvidarse de

todo manipulando cazuelas, potes, jarros, cartuchos y paquetes, pero la Resolución

Decanal se le había pegado en el cerebro. No podía apartarse de esa idea fija: ¿y

ahora qué? Porque una separación definitiva del centro de trabajo, y más siendo

ese centro la Universidad, significaba que todas las puertas se le cerrarían a partir de

ese momento. ¿Dónde acudir ahora? ¿Qué otro empleo conseguir? ¿A qué podía

aspirar? Estaba marcada: dondequiera que buscara un trabajo tendría que

presentar su expediente laboral sellado, en el que habría una copia de la

Resolución, y ella sabía muy bien cuál sería la reacción del posible empleador:

"bueno, compañera... en estos momentos...", o "mire, venga la semana que viene

a ver si... ", o "la verdad que lo sentimos mucho, compañera, pero por ahora no

disponemos de ninguna plaza", y toda esa cadena de frases programadas, de clisés,

de excusas y justificaciones que tendría que oír si acudía a cualquier centro en

busca de un nuevo trabajo: siempre el patrón sería el mismo. Estaba marcada para

toda su vida. La habían estigmatizado. La habían condenado a aspirar solamente a

esos tipos de labores que oficialmente se denominaban penosos o altamente

peligrosos, a los que eran destinados los trabajadores que presentaban problemas

políticos o indisciplinas laborales de carácter grave. "Botada, humillada,

desprestigiada", se repetía mentalmente, observando el vapor de la olla....

--¿Y qué piensas hacer? -la voz de su marido la hizo reaccionar.

--¿Qué pienso hacer?

Marnia pensó en ese momento en su hija de sólo nueve años, en sus padres, en su

familia, en sus amistades. ¿Qué pensarían cuando se enteraran? Porque además de

lo que eso significaba, que ya era bastante, tenía la desventaja de ser una sola

persona contra todo un aparato organizado que controlaba todos los empleos, las

acciones, los medios, las ideas, y aparte de su posible versión de los hechos a

alguien que se dignara a escucharla, ya en la Universidad y en toda la ciudad se

estaría comentando su separación y en todos esos grupos que podían comentar,

analizar, juzgar incluso, ella no estaría presente. Sólo conocerían la versión oficial

de su salida de ese centro al que con tanto amor se había dedicado en los últimos

cinco años. ¿Qué pensaba hacer? No lo sabía. Cuando colocó el arroz en el

mármol de la cocina se dio cuenta de la ausencia de Mario. Su marido se hallaba

en la sala, sentado en una silla, con los ojos fijos en la Resolución. Apenas se movía.

Entonces Marnia se acordó de aquella tarde... de aquella tarde única en que por

primera vez sintió el dolor...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)





domingo, 8 de diciembre de 2013

PERO... ¿ES QUE EL MAYORDOMO NO ES EL ASESINO? 7

Escena 5

(La sala del crimen. Penumbras. El ama de llaves, el chofer y el jardinero, sentados. Un ataúd donde se supone que descansan los restos del que en vida fuera el Mayordomo. Seis velas a los lados. Los personajes conversan en voz baja. Ruido de tormenta. Ventana que se abre y se cierra batida por el viento. Las velas amenazan con apagarse de un momento a otro. Música de suspenso, que fluctúa con el sonido del viento y la tormenta durante toda la escena. Aparece una sombra oscura que se detiene detrás del ataúd, alza los brazos y hace murumacas. Tommy la descubre)

TOMMY: (Aterrorizado) ¡Un fantasma! (La sombra desaparece. Los demás reaccionan) ¡Un fantasma, mamacita! (Se levanta, se toca la cabeza, grita) ¡Aaayyyyy! (Sale corriendo)

FLOWER: Aquí hay gato encerrado. (Se para y mira)

MADAME CLAREE: ¿Qué busca usted ahí, mijtej Flowej?

FLOWER: (Buscando) El gato. Pero no lo veo por ninguna parte.

MADAME CLAREE: ¿Y qué le ha sucedido al pobje Tommy?

FLOWER: Parece que se convenció de que no nos van a pagar este mes y se largó para siempre.

MADAME CLAREE: Pejo gjitó que había visto un fantasma, ¿no lo escuchó usted?

FLOWER: (Sin dejar de buscar) No me va a decir que a sus años usted todavía cree en eso, madame.

MADAME CLAREE: ¡Hum! (Mira a todas partes con recelo y huele) No me gusta esto. (Pausa) Yo cjeo que lo mejoj que hacemos es lajgajnos bien lejos de aquí.

FLOWER: ¿Largarnos? ¿Y quién nos va a pagar el mes?

MADAME CLAREE: ¡Hum! Sí, tiene usted jazón, pejo...

FLOWER: ¡Sssssh! (Se escuchan toques en la puerta)  ¡Silencio en la noche! (Ambos se paralizan) ¡Oiga! ¿Qué cree que es eso?

MADAME CLAREE: (Reacciona) ¡Oh! Pejo qué tontos somos, mistej Flowej. Es que están tocando a la puejta.

FLOWER: (Duda) ¿Está segura de que es eso lo que oímos? (Se repiten los toques, ahora fuertes) ¿Quién diablos podrá ser a esta hora?

MADAME CLAREE: Pejo, ¿qué hace usted ahí pajado, hombje? Abja la puejta.

FLOWER: Estoy pensando. Y oyendo. (Más toques desesperados)

MADAME CLAREE: Pejo, poj Dios, acabe de abjij la puejta de una vez. (La puerta amenaza derrumbarse)

FLOWER: Sí, creo que sí, que eso es lo que voy a hacer. (Abre. Entra un sujeto raro y extraño, de aspecto lamentable, vestido completo de gris oscurísimo. Se escuchan los compases de La marcha fúnebre)

MORITURI: (Peleando, en seguidilla) ¡Buenos días! Si es que ustedes los tienen buenos, porque yo los tengo perros. ¿Ustedes están sordos o se empinaron el codo demasiado temprano? ¿Qué diablos les pasaba que no abrían la dichosa puerta? ¡Qué barbaridad! Cada día está más deficiente la servidumbre humana (Los mira de arriba a abajo), porque ustedes, no pueden negarlo, pertenecen a la servidumbre de esta mansión. ¡Recoño! Ni que yo fuera un usuario. (Muecas, gestos, etc.) Sí, no sólo se ve que ustedes pertenecen a los que obedecen, sino que lo hacen bastante deficientemente. Para ser domésticos, mejor yo alquilaría un perro San Bernardo. ¡Caramba! (Flower y Madame Clarée están estupefactos) No, si yo lo digo: no se puede confiar en ningún recomendado, ya ni eso, por muy buenas referencias que traiga. (Señala la puerta) Cuatro horas ahí parado, mojándome, y ustedes como si tal cosa. (Se mueve, nervioso, se sacude la ropa) Y yo toca que toca, clama que clama, grita que grita, y ustedes parece que atracándose de cascaritas de piña rancia. (Se les encima, les manotea, los amenaza, etc.) Me quejaré. ¡Ah, sí! Ya lo creo que me quejaré al señor de esta casa. No digo yo si me quejaré. (Flower se le acerca humildemente, y trata de hablarle) ¿Qué desea usted, señor mío?

FLOWER: Usted perdone, señor, pero... sólo quiero preguntarle quién es usted y qué es lo que desea.

MORITURI: (Cambia totalmente) ¿Que quién soy yo? ¿Así que no me presenté? (Como a sí mismo) ¿Que quién soy yo y qué es lo que deseo? (Mira el ataúd y reacciona) ¡Ay,mi madre! Si ya se me había olvidado que a mí me contrató el Jefe de Escena para hacer el papel de Funerario. (En actuación) ¡Ohhhh! (Flower regresa a su lugar) ¡Eeeeehhh! Ustedes perdonen, señores... yo he venido a cumplir la triste misión de trasladar los restos mortales del pobre señor Brone a su última morada... (Flower y Madame Clarée suspiran aliviados) ¡Qué triste misión la mía! (Lloriquea)

FLOWER: (Se levanta y se le acerca) Sí, ya sabemos que es una triste misión, pero cálmese, buen hombre. (Mira el ataúd) Ya no hay nada que hacer.

MORITURI: (Se sienta, abatido, lloriqueando) ¡Aaayyyyy! (Llora) ¡Qué vida más desdichada la del pobre señor Brone! (Llora fuerte) Tan buena persona como era. (Flower le da palmaditas mientras Madame Clarée se solidariza con el llanto) ¡Que Dios tenga piedad de su alma! (Pausa llorosa) Déjenme verlo por última vez... (Se levanta lentamente, da unos pasos, se acerca al ataúd, levanta la tapa, mira dentro) ¡AAAYYYYY! (Sale disparado de un salto como si tuviera veinte años. Flower y Madame Clarée se acercan al ataúd, miran dentro)

FLOWER Y MADAME CLAREE: ¡AAAYYYYY! (Salen corriendo juntos en el momento en que entra Tommy. Chocan los tres, caen al suelo, se levantan, hablan al unísono, tropiezan con el ataúd que cae al suelo, miran los tres)

FLOWER, MADAME CLAREE Y TOMMY: ¡AAAYYYYY! (Confusión y espanto: el ataúd está vacío. Tratan de salir corriendo, chocan, gritan, miran el ataúd cuyo interior debe verse del público, chocan, gritan, hasta que al fin logran seguir los pasos de Morituri. Queda la escena sola. El ataúd está hecho pedazos, las velas apagadas, las cortinas desprendidas, el mueblario es un desastre, etc. Entra el Narrador)

NARRADOR: Amables televidentes: ha llegado el momento de ofrecer a ustedes la gran sorpresa que éste, su canal del momento, les tiene reservada para esta noche única. Ahora entrará en acción, asombrosa, increíblemente, y por segunda vez en el mismo inning... (Golpe musical de impacto) ¡El Mayordomo! (Aplausos, murmullos, silbidos, gritos, comentarios. El Narrador se retira muy discretamente. Entra el Mayordomo, como la primera vez que entró, hace una reverencia al público, y se pone en situación)

MAYORDOMO: JO JO JO JO JO JO JO... ¡Qué bien me ha salido la cosa! ¡Cómo me he divertido! JO JO JO JO JO... (Al público) Creían que me habían eliminado, ¿eh? (Carcajada sarcástica) JE JE JEEE JE JEEE... Pues no. Estoy vivito y coleando. Miren. (Se mueve todo) Todo ha sido un tupe, un formidable tupe para liquidar a esa miserable de Teresa. (Grave) ¡La maté, coño! (Suspira) Y nadie sospechará de mí. JO JO JO JO JO... (Se asoma el Narrador)

NARRADOR: La historia se repite, amigos. Fíjense bien: (Señala al Mayordomo) Mírenlo ahora cómo se acerca al extremo de la sala, observen cómo se pega, el muy vaina, a la cortina que increíblemente todavía se mantiene en el lugar, vean cómo de allí mismo sale la misma mano umbría empuñando la misma sevillana tipo Chicago 39, que le atraviesa de espalda a pecho al Mayordomo, el pobre, infeliz por dos veces y efímero por segunda vez, como el reclamo del último beso a una ingrata. (El Mayordomo ejecuta las acciones al tiempo que las enumera el Narrador) Y... ¡cataplún! (El Mayordomo cae al suelo) Fíjense ahora cómo la vela se apaga, el nuevo bastón se parte en dos, los espejuelos arreglados se rompen, el bombín recuperado vuelve a desaparecer, la bufanda que le regaló su madrina se desenrolla, se le sale otra vez la dentadura postiza, y lentamente, para que ustedes no puedan ver nada de lo que está sucediendo y se queden en la luna de Valencia, la luz, que era ya muy escasa, se convierte en nula, porque... (Aparece Teresa, resucitada subrepticiamente, y le da un garrotazo al Narrador, que se desploma sin decir ni pío pío, maíz pa' los pollitos. En la otra mano empuña la sevillana ensangrentada con jugo de tomate vencido, que muestra al público con mucho orgullo)

TERESA: JI JI JI JI JI JI JI... ¡Qué bien me ha salido la cosa! ¡Cómo me he divertido! JI JI JI JI JI... (Al público) Creían que me habían elminado, ¿eh? (Carcajada sardónica) JU JU JUUU JU JUUU... Pues no. Estoy vivita y coleando. Miren. (Se mueve toda) Todo ha sido un tupe, un formidable tupe para liquidar a ese miserable de Azhom. (Grave) ¡Lo maté! ¡Lo maté, carajo! (Suspira) Y nadie sospechará de mí. JI JI JI JI JI... (Lanza garrote y sevillana al lunetario. Entonces, desde el gallinero, se levanta Pucha Peineta, grita "¡fuera!", y le lanza una bota "vaquetetumbo" a la actriz, con tanta puntería que le da en plena chola, dejándola más fría que una paloma mensajera en los Alpes suizos al anochecer. Del público gritan "¡bravo!, ¡bravo!", etc. Pasa un largo minuto. Entra el Jefe de Escena, mira al Narrador inconciente, reconoce a la actriz en el suelo, y se dirige al público)

JEFE DE ESCENA: Caballeros, esto está malo y medio. Esta mujer está muerta de verdad. (El público se ríe) No, no es relajo, la actriz está fiambre. ¡Por mi madre, coño! Hay que llamar a la policía. (Mira el cuerpo del Narrador y hace una mueca) Y yo creo que aquél (Señala) también colgó el sable. (Pausa) Señores, por favor, ¿hay algún médico en la sala? (Oscuridad, desorden, confusión, sobresalto, pánico, etc. ¡Chirrín chirrán! Esto no da
más...)

(final del trayecto, o sea: no continuará)

AUGUSTO LAZARO



Santiago de Cuba, 1981.