domingo, 12 de noviembre de 2017

HORA DE ESTAR


(Cuento independiente de la novela EL AULA SUCIA, publicada en El Cuiclo por entregas semanales. Interioridades de una universidad cubana)





Cuando Marnia regresó de Dos Caminos, donde había pasado tres días ayudando a



su mamá, convaleciente de un fuerte ataque de asma, se encontró un papelito



que alguien había echado por debajo de la puerta. No había nadie en la casa.



Tomó el papel y lo leyó: "en la Plaza de Marte, a la una de la tarde". A lo mejor se



equivocaron, pensó, lamentándose esta vez de no haber participado en la anterior



asamblea donde se informó sobre el acto que se celebraría este sábado, "así no



tendría dudas". Ella estaba justificada, pero la molestaba no tener la información



exacta. Seguro que la trajo Adita, razonó, porque Adita era, de todos sus



compañeros del Departamento, la que vivía más cerca, y siempre que había algo



en el tapete, acostumbraba a pasar por su casa y darle la noticia. "Pero qué raro, a



la una de la tarde. Si el acto es a las cuatro". Colocó la citación encima del frío.



Esperaría a Mario a ver si él sabía algo, y si no, se llegaría a casa de Adita, después



del baño, la comida y las cosas de Aimée. "Y así saldré de dudas". Porque Marnia no



era de las que se quedan con algo por dentro sin saber a ciencia cierta, eso la



ponía nerviosa, y ella no estaba en esos días para nerviosismos inútiles...







Mario no sabía nada, por lo que ella decidió ir a casa de Adita después de comer.



Dejó a Aimée jugando en el parque y a Mario embobado con una novela de terror



de John Saul. Adita no estaba en su casa y Marnia se sintió frustrada por esa gestión



infructuosa. De regreso, la duda seguía molestándola, pues si la citación era



correcta, ella debía estar mañana sábado en la Plaza de Marte a la una en punto, y



aunque este tipo de actos no le interesaban, para Marnia la puntualidad -todavía-



era una virtud que seguía apreciando y practicaba, en la medida de sus



posibilidades, diariamente, en la Universidad. "Pero... ¿por qué me citan para la una,



si el acto es a las cuatro?". Lo había leído en el periódico y el periódico no podía



equivocarse. "Bueno, sí, puede equivocarse, se equivoca bastante, pero en una



cosa así, de esta envergadura, en primera plana y con letras enormes... no no no, no



puede". Ya frente a su edificio, miró su reloj y se dio cuenta de que había terminado



la novela extranjera que pasaban por la tele, por el silencio que se notaba en los



apartamentos, algunos de los cuales subían el volumen de sus aparatos hasta el



límite de decibeles que cualquier oído podía soportar. "Dentro de poco este será un



país de sordos". Mañana quería llevar a Aimée al zoológico, porque Marnia era de



los que piensan que se debe estudiar, trabajar, y dedicar tiempo y espacio al



descanso y al esparcimiento. A las doce de la noche ya Mario y Aimée se



acercaban al segundo sueño y Marnia seguía en la cama, pensando en el papel.



"¿Será posible que un papel de porquería me tenga desvelada?". Pensó que la



gente del sindicato siempre exageraba, pero que ahora había apretado, por eso



creía que a lo mejor sería algo más serio que un simple acto político como tantos



que se realizaban diariamente. "Seguro que Adita estaba apurada y se le olvidó



aclararme en el papel". Pero de pronto Marnia recordó que el papel decía algo así



como hora de estar y después la una de la tarde. Se levantó cuidadosamente para



no despertar a su marido y tomó la citación que ahora descansaba sobre la



cómoda. Se dirigió al baño y encendió la luz para leerla por enésima vez. Y la leyó:



punto de reunión: Plaza de Marte. Hora de estar: 1.00 pm. "¿Hora de estar?" Se rascó



la cabeza, tratando de penetrar el misterio, pero llegó a la conclusión de que lo



mejor que podía hacer era acostarse y tratar de dormir. Mañana se enteraría



cuando llegara a la Plaza de Marte...







La mañana se le fue lentamente. Mario se llevó a la niña a casa de su hijo en El



Salado, y cuando regresó con Aimée se encontró a Marnia leyendo el papel.



¿Todavía con eso?, le dijo y le hizo señas a Aimée  girando una mano alrededor



de la oreja. Los dos se pusieron a trajinar en la cocina y el almuerzo mientras Mario



le contaba de su visita y de los niños. Cuando el digital del edificio dio las doce, ya



Marnia tenía listo un almuerzo digno del mejor de los sábados. Mario la miró y le



dijo báñate enseguida, nené, porque yo tengo que satisfacer el estómago y



acuérdate, querubín, que tienes que estar en la Plaza de Marte a la una en punto,



y se carcajeó con gusto....







Y a la una en punto Marnia entró en el área de la Plaza de Marte, sofocada, y se



metió entre el gentío que comentaba, reía, sudaba, con banderas en las manos,



cartones, telas con consignas, y enseguida buscó a sus compañeros de la



Universidad. Por fin divisó a Violeta, a Elvira, al doctor Oropesa y a Neysa, que



conversaban muy entretenidos, como si todos estuvieran en un baile de graduación.



Marnia llegó junto a ellos y los saludó. Recordó que en el periódico salió una



orientación de alguien que enumeraba una a una las consignas que debían



enarbolarse en la concentración. Parece que quien orientó esto se cree que somos



mongólicos... ¿o es que lo somos de verdad?, comentó con Violeta en voz baja.



Hace poco leí en una revista extranjera que Cuba es el único país del mundo donde



los trabajadores jamás desfilan para protestar por algo, le dijo Violeta en un susurro y



mirando a todas partes. Y ambas se integraron al grupo. ¿Un nuevo horario de



verano?, le preguntó Marnia a Adita tan pronto ésta llegó, enseñándole el papelito.



No, muchacha, le dijo Adita riéndose, es que el sindicato marcó como hora de estar



aquí la una, parece que para tener más tiempo para que la gente se organice, y



suspiró resignada, tú sabes cómo es la gente de regada y de impuntual, hay que



salir en bloques y bajar por Aguilera hasta el área del acto. Marnia se quedó



perpleja, más por la aceptación de sus compañeros (y de ella misma después de



todo) que por la exageración de citar a la gente tres horas antes del comienzo del



acto. ¿Qué haría ella allí una hora antes de salir en bloques, aparte de cuchichear



de lo lindo sobre cosas intrascendentes? Liliana se apareció a la una y media y



Marnia se distrajo, pensando que bien pudiera haber terminado la blusita que le



estaba haciendo a Aimée en esa hora allí perdida, pues ella había llegado a la una



en punto a la Plaza de Marte...







A las dos alguien gritó ¡nos fuimos! y el gentío se acomodó en sus bloques y



comenzó a bajar por Aguilera alzando las telas y coreando las consignas que



alguien repetía como solista de pie. Estaba nublado y no hacía mucho calor,



por lo que Marnia se sintió mejor caminando calle abajo. ¿Así que hora de estar?,



se repetía mientras caminaba muy despacio, pues la avalancha se detenía en



cada esquina al encontrarse con otros grupos que también participaban. Adita y



Violeta la sacudían de vez en cuando, porque Marnia caminaba abstraída, dándole



vueltas a ese invento de la hora de estar y de la hora de partir y de la hora de



llegar, que si salieron a las dos de la Plaza de Marte y a ese paso y con semejante



aglomeración en cada esquina, con más paradas que el tren lechero que iba a



Camagüey, llegarían a la Alameda a las tres, aunque el comienzo del acto sería a



las cuatro. Sin dudas, le dijo a Adita en un aparte, los que utilizan este recurso



subestiman el valor del tiempo, y con las responsabilidades que todos tenemos...



pero Adita se le quedó mirando como si no hubiera oído nada...







Faltando diez minutos para las tres el bloque llegó a la Alameda. Ahora todos



debían esperar allí mirando, conversando, pero sobre todo, en el caso de Marnia,



repitiéndose por qué razón la habían citado para la una si a las tres se encontraban



en el área del acto y todavía faltaba una hora larga para su comienzo. ¿No



dormiste anoche?, le preguntó Neysa, encendiendo un cigarro, y Marnia le confesó



que durmió mal, sin decirle por qué, y sin oír la bulla y la música de los altavoces



que aturdían por su volumen exageradamente alto. Y mientras salía el sol Marnia



sacó la cuenta de que para estar allí a las cuatro tenía que llegar a las tres, y para



llegar a las tres tenía que salir de la Plaza de Marte a las dos, y para salir de la Plaza



de Marte a las dos tenía que estar allí a la una, y para estar allí a la una tenía que



salir de su casa a las doce y cuarenta y cinco (suerte que vivía cerca), y para salir de



su casa a las doce y cuarenta y cinco tenía que almorzar a las doce, y para...



¡VIVAAA!, Adita la sacudió al corear el grito unánime, y Marnia volvió la cabeza, miró



su reloj y suspiró, comenzando a sudar: las tres y media...







A las cuatro menos cinco Marnia parecía más calmada. Pensó que también podía



haber arreglado la olla de  presión que no ajustaba bien y hasta dormir su siestica



sabatina, ¿por qué no?, si no la hubieran citado para la una (o si ella hubiera hecho



caso omiso de la citación), y otra vez se desentendió de la masa que envolvía su



grupo, pocos en realidad por el Departamento de Literatura. Marnia tenía deseos



de gritar, pero no para corear consignas, sino para quejarse, no sabía a quién, que



"óigame, con este método lo que se garantiza es la irritación, y se relaja el concepto



de puntualidad, y se crea una atmósfera de caos y de desconcierto al leer la



citación, y la hora de estar y la hora de comenzar y... ¡nooooo!", ahora, además de



pensarlo lo dijo, lo gritó, si para cada uno de los mil y un asuntos que tenemos entre



manos se necesita un tiempo para estar y otro para comenzar, y alzó la voz al



máximo de su garganta, llamando la atención entre la gente que rodeaba su



grupo, no, recoño, cerró los puños, pateó el suelo, el tiempo no es cosa de juego, y



entonces sintió la sacudida de Violeta y de Neysa y se dio cuenta de que sus



compañeros y parte del público cercano la miraban, y Violeta: ¿no almorzaste?,



y Neysa: ¿te sientes mal, muchacha?, y todos murmurando, mirándola fijamente,



pasmados, porque nunca la habían visto así... Cuando logró calmarse y les dijo que



no había problemas, que se sentía bien, etc., Adita le hizo señas y le dijo mira quién



acaba de llegar, y Marnia vio por encima de su hombro la sonrisa de Oscar y su cara



entalcada sin una gota de sudor. Oscar la saludó y le dijo ¿qué es lo que hay, cosa



linda? Marnia miró su reloj que marcaba exactamente las cuatro de la tarde, y fue



a decirle una barbaridad al Secretario del Sindicato, pero tuvo que pararse en firme



porque en ese momento comenzaron a escucharse las notas del himno nacional...







Augusto Lázaro



@lazarocasas38