sábado, 29 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 16

--Mire, profesora, este es el cuento.

Un becado a quien Marnia había elogiado en una clase por un trabajo de curso

que había presentado de forma impecable, le confesó que escribía cuentos.

--¿Cuándo me vas a traer uno?

--Ay, profe, es que me da pena.

--¿Que te da pena? Vamos, Lázaro, que ya no eres un pionero.

Y ahora el alumno le entregaba unas hojas de papel gaceta a máquina, algo

estrujadas.

--¿Leer su diario? Curioso título.

--Es una experiencia que tuve aquí en Becas... pero no usé el nombre verdadero de

la muchacha.

--¡Ah! Un cuento de amor, ¿no?

--Más o menos... bueno, sí, es un cuento de amor... creo.

Marnia le echó una ojeada a los papeles y le prometió que lo leería en su casa con

calma, y que después le daría su opinión.

--Pero fíjate: tú sabes que mis críticas son fuertes. Después no te ofendas y no te

vayas a enemistar conmigo.

--Por favor, profesora... yo nunca haría eso.

El alumno sonrió y agradeció a Marnia su sinceridad. Se despidieron a la entrada del

Rectorado y Marnia se dirigió a la parada del ómnibus, con el cuento y con

muchísimos papeles que debía leer, revisar, analizar y estudiar. Ninguno de ellos se

refería a sus clases con los alumnos, pero tenía que enredarse con todos y entregar

algunos a la mayor brevedad. Sin embargo, ya en su casa, bañada y comida,

abrió su portafolios y sacó el cuento. "A lo mejor esto es lo único de verdad

interesante entre tanto papeleo". Y leyó:

LEER SU DIARIO

Todo lo que yo quería era leer su diario. Por lo menos eso era todo lo que yo quería

la primera vez que se lo dije.

--No, chico, tú eres muy curioso y a mí me molesta tu curiosidad.

Eran unos apuntes que ella había escrito durante un viaje al valle de Jibacoa donde

se había celebrado un encuentro-debate nacional de talleres literarios. Yo no pude

ir. De que los había escrito me enteré mucho después, porque cuando ella regresó

no me lo dijo.

--¿Y cómo la pasaste en Jibacoa?

--Bueno, quitando el frío, la colchoneta y los mosquitos, todo lo demás de maravilla.

La había conocído en Holguín una mañana y es raro, porque este tipo de muchachas

suele conocerse por las tardes. Me pareció algo tonta y un poco pedante en el

primer golpe de vista. Conversamos un rato y su presencia fue disipando la imagen

negativa hasta llegar al punto de sentirme muy bien junto a ella. De eso hace ya

más de cinco años.

--Nos vemos poco, Narda, qué lástima.

--Nos vemos poco porque tú sabes que yo vivo en Becas, que de allí no es fácil bajar

a la ciudad, que tengo que estudiar muchísimo y...

--Sí, ya: etcétera.

--Sí, chico, etcétera, y no me llames más Narda, que ese no es mi nombre, te lo he

dicho mil veces.

Era deliciosa. Sobre todo cuando se ponía furiosa y hacía una mueca con los labios

entre puchero de bebé y toque de flauta. Entonces me recordaba a una actriz

francesa de los años cincuenta, muy fea y muy graciosa, de la que como era de

esperarse me enamoré desaforadamente y con la que soñaba recorrer infinidad de

lugares solitarios, de parques y de playas, desde la no tan inocente intimidad de mi

luneta. Una tarde (esta vez tenía que ser una tarde) me la encontré en la calle. A

Narda, no a la actriz. En la calle no, en una tienda de ropas, lugar poco propicio

para semejante encuentro.

--¿Qué haces aquí? No me digas que estás en la cola de la pintura de uñas.

--No, pero necesito un bolígrafo y están vendiendo. Supongo que sabes que se me

pierden a menudo.

--Olvídate del bolígrafo. Mañana mismo te regalo uno rojo, es el color que más te

gusta, ¿no?

--Sí, lo es. ¿Y ahora qué?

--Pues ahora nos metemos en el aire acondicionado del Rialto, hoy hay cinemateca.

¿Qué te parece?

No sé lo que le pareció. Ese era el problema que yo tenía con ella, que nunca sabía

lo que le parecían mis palabras. De todos modos nos metimos en el cine. Claro que

ese día lo único que hicimos fue ver una película de esas que lo mantienen a uno

pegado al asiento. Y después conversar, naturalmente.

--Pues insisto en que me prestes tu famoso diario.

--Ni es famoso, porque nadie lo ha leído, ni te lo voy a prestar.

--Es que me dan cosquillas en los ojos de querer leer lo que escribiste.

--Eres persistente, además de curioso.

--Y tú eres como las losetas del baño de mi casa: dura, seca y fría.

Se puso seria y me miró fijamente.

--¿De verdad tú crees que soy seca y fría?

No, de verdad no lo creía, pero se lo dije para ver si la ablandaba. Por eso le apreté

la nariz, me sonreí, y alcé la mano cuando se alejó. No se volvió una sola vez.

Todavía le decía adiós cuando su silueta se dispersó en mis ojos. Pero la noche la

traía de nuevo, intermitente, en la acumulación de luz de las bombillas que se

encendían en el parque mientras el viento que los santiagueros llaman frío me

regaba el pelo y unos gorriones que bajaban del atrio de la catedral se ponían a

escarbar las yerbitas buscando chucherías para sus pichones y de pronto me siento

en un banco con el diario en las manos para leerlo casi en alta voz con el egoísmo

natural de que al fin ya lo tengo yo solo y de que nadie puede interrumpirme ese

disfrute y leo noviembre 16, en el tren, está muy frío el aire, casi tiemblo, Rodolfo ha

sacado su guitarra y nos hemos agrupado para oírlo, la ferromoza nos pregunta

si celebramos algo, Rodolfo le canta algo a la muchacha, seguro que lo está

improvisando, ¿estarán los demás tan nerviosos como yo esperando los debates?

y paso las hojas sin apartar la vista, buscando, porque sé que ahí tiene que estar,

escrito por su mano, hasta que una gota mágica refresca mi piel y me recrea, pero

lo real maravilloso de este viaje se enmascara en una tristeza muy limpia, porque

no está él, no sé qué me pasa, pero lo extraño, ahora mismo necesito tenerlo

delante, decirle todas estas cosas que no me atrevo a decírselas a nadie más, ¿por

qué no habrá venido? y la verdad se escapa de este cuaderno que por ser

indiscreto me regala el bienestar tanto tiempo anhelado y el viento me despeina

otra vez y el ruido choca con mis tímpanos haciéndome alzar la cabeza y mirar

las bombillas y más allá los niños correteando y mucho más allá los ómnibus

cargando puñados de gente que regresa a sus hogares y quiero oler el diario

para no despegarme ya más de su olor de mujer pero en mis manos sólo tengo

una caja de fósforos y me veo de pie en el mismo lugar en que me quedé

mirándola cuando se alejaba con la misma incertidumbre y la misma alegría

postergada para quién sabe cuándo... No la vi más en toda la semana, pero

tracé mi plan. La llamé por teléfono y le pedí que bajara a la ciudad para

encontrarnos. Cuando la tuve frente a mí se me salieron unas palabritas dulzonas

que la hicieron reír. Después del beso en la mejilla y la mano en el pelo demasiado

corto para otros juegos, nos fuimos a tomar chocolate.

--¿Así que decididamente no me lo vas a enseñar?

--Decididamente no.

--Vamos a hacer una apuesta.

--¿También eres apostador? Creía que sólo te gustaba el ajedrez.

--Además de ti y del ajedrez tengo otros gustos.

--Pide el chocolate.

--Pues mira: hasta el último día del año yo intentaré lograr que me prestes el dichoso

diario. Si lo consigo, me pagas un almuerzo. Si no, te lo pago yo a ti. En el lugar que

escoja el ganador. ¿De acuerdo?

--De acuerdo, pero vas a perder.

--¿Sabes una cosa? Cuando te sonríes me parece que oigo una música suave,

lejana...

--Pide el chocolate, anda.

El plan consistía en escribir un cuento que tratara el asunto del susodicho diario,

adornándolo con artificios, invenciones, deseos, y enseñárselo para ver si con eso

se ablandaba y claro, con protestas, me dejaba ver el cuadernillo. Pero ya no era

eso solamente lo que me interesaba. Todos los días quería verla, conversar con

ella, hacerla sonreír, mirar su cara de gorrión y llevar mi saludo más allá de sus

mejillas. Traté de hacer el cuento de manera que al leerlo no pudiera objetarme,

que su imaginación encontrara en la mía, en las palabras mecanografiadas, la

imagen que yo me formaba de ella. Me dediqué a la empresa durante quince

largos días, rompiendo cuartillas, revisando frases, pesando con cuidado cada cosa,

evitando lugares comunes cuando releía, a media noche, en la siempre cómplice

soledad de mi cuarto. Hasta que llegó el día en que decidí enseñárselo. Salí a la

calle, a buscarla. En las manos llevaba lo que podía ser mi triunfo. O tal vez mi

sueño...

--Mira: lee esto.

--¿Qué es?

--Un cuento que escribí para ti.

--¿Para mí?

No dijo nada más. Nos sentamos en un muro al fondo de una escuela vieja. Leyó

atentamente las páginas. Por momentos me miraba, a veces sonriéndose, a veces

muy seria y una vez yo diría que triste. Al terminar sólo me dijo:

--Espérame mañana a las ocho, aquí mismo. No dejes de venir.

Las ocho demoraron demasiado. Mi impaciencia se convirtió en sudor de manos

frías, tazas de café, cigarrillos y mordidas en las uñas. Pero al fin llegó la hora. Y llegó

ella. Traía un vestido largo, como de fiesta grande. Esta vez ni la toqué siquiera.

--Invítame a bailar, a algún lugar bonito.

Me lo dijo como si me dijera buenas noches.

--¿A dónde quieres ir?

--A cualquier lugar. Esta noche quiero divertirme.

Y esa noche comimos como dos muertos de hambre, conversamos de cosas

insignificantes, bailamos por primera vez mientras yo miraba su cartera y la idea del

diario se iba diluyendo lentamente. La dulce sensación de su cuerpo apretado

contra el mío pudo más y poco a poco esa idea antes central se fue inclinando a

los momentos que estábamos viviendo así, sin proponérnoslos, dejando que todo

lo demás alborotara alrededor sin importarnos otra cosa que prolongar en lo posible

aquellas horas tan fugaces de nuestra intimidad. A punto ya de separarnos, de

madrugada, en la ciudad, sacó de su cartera el olvidado diario.

--Toma, para que rasques tus cosquillas. Te debo un almuerzo.

Y nada más que un beso que rozó sus labios porque quise esta vez desviarlo, y verla

caminar a oscuras, llegar a la esquina y volverse con la mano alzada para decirme

hasta mañana como quien dice qué bien la hemos pasado o como quien quizás

espera repetir esas horas dejadas en una oscuridad muy semejante, en la que ahora

ella se perdía una vez más con rumbo a casa de una amiga donde pasar el resto de

la noche... Ya en mi cuarto releí el cuaderno, porque lo había leído en plena calle,

buscando las palabras que tenían que estar en sus páginas, que me dirían que era

verdad tanta ilusión. Pero en el diario, forrado con percalina roja, pequeño como

sus manos que apenas horas antes habían tocado mi piel, no había nada que se

refiriera a mi ausencia de aquel viaje. Ni una sola mención, ni una añoranza, ni una

gota de tristeza por no tenerme allí con ella. Al día siguiente me la encontré al llegar

a mi trabajo, esperándome. Sus ojeras denunciaban una noche de mal sueño. Tenía

en sus manos unos libros. Se levantó para acercarse a mí con su sonrisa plena, más

brillante aún que la noche anterior. Acarició mi pelo suavemente, se me quedó

mirando muy tranquila, y me dijo:

--¿Vamos a tomar chocolate?

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

  


domingo, 23 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 15


--Comenzamos la reunión, compañeros, por favor.

Ernesto abrió el fail y leyó el orden del día. Pidió a los asistentes que opinaran.

Nadie alzó la mano. Violeta y Marnia susurraban mientras Ernesto leía un mamotreto

del MES. "¿Así que te fue bien en Sancti Spiritus?". "Pues sí, muchacha, mejor de lo

que suponía. Nos hospedamos en Los Claveles, un motelito muy rico que está junto a

una laguna, con piscina, cabaret, música indirecta, de todo. ¿Tú no has estado allí?".

"No, nunca, la única vez que he salido de aquí fue a Bayamo, pero allí nos metieron

en un albergue de Educación que parecía una posada". "Pues yo lo pasé bien, la

verdad que no puedo quejarme". "¿Y tu marido qué?". "Ay, mija, Mario es así, me

echa una descarga, pero al final se tranza". "Pues el mío es..."

--Marnia y Violeta, que tienen una microasamblea allá atrás, a ver si se ponen para

la cosa, que esto es largo.

Ernesto las miró unos segundos, ambas se callaron, y siguió la reunión. Marnia abrió su

portafolios y sacó una carpeta en la que se agrupaban todos los modelos, revisando

los que se discutírían en la reunión. Algunos serían renovados, otros se

suprimirían, aparecerían varios nuevos orientados por el MES, "el MES parece que

nada más que se ocupa de enviar modelos", dijo Marnia, muy bajito, pero Ernesto

alzó la vista y la miró, haciéndole un gesto de regaño. "Estoy indisciplinada, sí, tiene

razón, después hablamos, Viole", y atendió a la explicación. Los modelos desfilaron

en carretilla: el P-O, donde se hacía constar, semana tras semana, la cantidad de

horas que se dedicarían a seminarios, clases prácticas, evaluaciones, conferencias,

durante el semestre ("lo que debe hacer cada miembro del Departamento"), el P-1,

donde se ordenaban los temas que se impartirían por orden de impartición -y aquí

Marnia pensó ¡qué palabrita!-, divididos en semanas ("lo que hace cada profesor"),

el P-4, una especie de sábana que se entregaba a profesores y alumnos, donde se

informaba sobre la planificación definitiva de horarios de las asignaturas y toda la

organización sobre cuándo tocaban las evaluaciones, los seminarios, las

conferencias, etc., partiendo de los anteriores documentos ("lo que debe hacer el

vice-decanato"), el PROGRAMA, documento en el que se seleccionaban los

contenidos a impartir en un año de cualquier carrera según necesidades ("lo que se

supone que hace el jefe de cada disciplina, pero que casi siempre lo hace el propio

profesor"), el Plan ABC, documento rector que llegaba desde la Universidad de La

Habana y no del MES, como si esa Universidad fuera la madre, entre otras cosas

mandona, de todas las demás del país, y... pero Violeta se puso el dedo índice en

los labios y Marnia tuvo que volver al modelaje y a la reunión, donde se indicaban

los contenidos generales que debían impartirse para que se adecuaran o

especificaran en cada centro en los programas, y por último, el Plan Bibliográfico,

que debía elaborar el profesor,, para informar la bibliografía, activa y pasiva, que

necesitaba su asignatura, para asignársela a los estudiantes. Esto, claro estaba, si

existía esa bibliografía, pues La Habana hacía sus planes contando con su biblioteca

nacional -que tenía de todo-, sus fuentes de reserva capitalinas, otras biblios de la

capital, y en fin, que no podía de ningún modo compararse con Santiago, donde

apenas existía una fuente paupérrima y muy deteriorada que no ofrecía chance

para seleccionar, por ejemplo, La montaña mágica y decirle a los alumnos: vayan a

buscar un ejemplar de esa obra, porque a lo peor no existía ni siquiera uno solo en la

sala de Literatura.

--¿Alguna duda? ¿Preguntas? ¿Sugerencias?

Sólo risas. Ernesto caía bien porque siempre mostraba el lado bueno -aunque no lo

tuvieran- de las cosas y siempre sonreía, aunque hablara de un velorio. Violeta y

Marnia, que eran las más nuevas del Departamento, no tenían dudas, no tenían

preguntas, pero Marnia tenía quejas y tenía sugerencias. Se arriesgó y alzó la mano.

--A ver, Marnia.

--Ernesto, yo sólamente quería plantear que nosotros aquí deberíamos proponer

nuestras propias obras a estudiar, teniendo en cuenta la bibliografía que está a

nuestro alcance, y no guiarnos mecánicamente por esa relación que nos manda La

Habana.

Silencio absoluto. Hasta ese momento, en la Universidad se había acatado esa

especie de rectoría tácita e implícita de la capital, pero Marnia pensó que no habría

sido por acuerdo de sus compañeros, sino por lo que era la razón poderosa y común

en el Departamento, quizás en toda la Universidad: aceptar sin discutir lo que venía

"de arriba".

--Bien. ¿Alguien quiere decir algo sobre lo que ha planteado Marnia?

Ernesto estaba serio. Pocas veces lo estaba. Elvira levantó la mano.

--Yo pienso, compañeros, que en esta reunión no debemos tocar ese aspecto, ya

que aquí estamos analizando el modelaje que debemos llevar en este curso...

además -Elvira miró a Marnia, muy seria-, si la compañera Brauet tiene esa opinión,

yo propongo discutirla en una reunión ordinaria del Departamento, pero no aquí, no

ahora.

Marnia miró de refilón a Violeta, como diciéndole "facultosa la Secretaria, ¿no

crees?, como siempre, tratando de ganar tiempo para prepararse", pero Violeta le

hizo un guiño y como nadie más abrió la boca, Ernesto aprovechó para dar por

terminado el asunto y pasar a la reflexión que cada cierto tiempo se hacía del

dichoso modelaje. A las tres horas y media la reunión agotó sus posibilidades,

quedando las cosas como estaban al principio: continuaban tales modelos sin

cambios, se suprimían otros tales por sugerencia de La Habana, se creaban nuevos

por lo mismo, y colorín colorado. Adita se acercó a Marnia a la salida y le dijo que

tuviera cuidado con Elvira, "esa no es jamón, yo la conozco bien, acuérdate que las

dos estamos en el mismo núcleo del Partido", y le recomendó que no se lanzara a

arreglar el mundo, porque correría el mismo camino que los anteriores que quisieron

arreglarlo allí, "porque no vayas a creerte que tú eres la primera que plantea eso de

la rectoría de la capital".

--¿Y qué destino corrienron esos anteriores que tú dices?

--Mira... -Adita hizo una mueca- te invito a la cafetería, después del almuerzo, ya

hablaremos de eso -Marnia miró a Violeta-... claro, las invito a las dos, por supuesto.

Las tres se dirigieron hacia el comedor.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

sábado, 15 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 14


Menos mal que el ómnibus salió a su hora, porque ya Mario estaba al borde del

escándalo, tengo que ver de qué manera le quito el café y el cigarro, lo están

afectando y él no se da cuenta, cada día más nervioso y cada vez que le planteo

algo de la Universidad me echa una descarga, es verdad que últimamente no me

dejan tiempo ni para dar mis clases con tantas reuniones y tantos controles, tantas

tareas paradocentes, como las llama Violeta, quién me iba a decir que en la

Universidad el papeleo estuviera por encima de las propias clases, y ni hablar de la

política, que eso es lo primero y parece que es la principal función del magisterio y

no la de impartir clases a alumnos, luego yo digo algo, ni siquiera una crítica o una

protesta, no, algo, una palabra, una expresión, una frase, y enseguida me caen,

Gabriela por un lado y Elvira por otro, las dos Secretarias del Partido, una arriba y

otra abajo, hasta por subir una ceja más alta que la otra ya le están encontrando

cinco patas al gato, qué barbaridad, si es hasta ridículo, no sé cómo pueden vivir

con tanta desconfianza, y este Oscar que echa más humo que una chimenea, y

aquí con el aire, el frío, el humo, me voy a tullir y a asfixiar, ya me lo decía Mario,

búscate una careta antigás si quieres llegar sana, pobre Mario, solo en la casa con

Aimée, pero qué carajo, cuando él se va de viaje a veces pasa cuatro o cinco días

fuera  y yo con la niña, la casa, la Universidad, las colas, y total, lo mío son dos días

nada más, vamos a ver cómo los paso, dice Oscar que este es mi bautizo, que esto

no es nada, que a lo mejor me embullo y yo misma pido que me envíen otra vez, ¡

cómo no! y fuma que te fuma, no sé por qué no prohíben que se fume en estos

viajes encerrados, de verdad que cualquiera se asfixia, y luego el olor a tabaco se le

pega a una en la ropa, se lo digo a Mario a cada rato, a él se le huele, y eso que no

fuma tanto como Oscar, dígame usted, por mucho cepillo que se dé le queda algo,

ah, y estoy segura de que si fuera yo la de la fumadera otro gallo cantaría, hubiera

tenido que dejar el vicio, aquí no hay igualdad ni un carajo, en nada, pero mucho

menos entre el hombre y la mujer, bueno, déjame no empezar a atormentarme,

que siempre me lo estoy prometiendo y siempre caigo en lo mismo, y no sé lo que

me espera en Sancti Spiritus, así que trataré de dormir un poco aquí, que me dijo

Oscar que esta guagua sólo para en las capitales provinciales, o sea, en Bayamo,

en Las Tunas, en Camagüey y en Ciego de Avila, después directo hasta nuestro

destino incierto, caramba, ya estoy pensando en dónde nos hospedaremos, dice

Oscar que la otra vez él la pasó requetebién, la comida buenísima y el motelito que

les tocó ni hablar, en las afueras, con piscina y todo, y yo no traje trusa, bueno, no sé

cómo Mario no puso más reparos y más sabiendo lo faldero que es Oscar, pero no,

Mario no me lo dice por orgullo, pero estoy segura de que lo piensa, que Oscar se

me puede lanzar, dígame usted, si este hombre supiera lo que estoy elucubrando,

bueno, yo no lo he visto en saterías con ninguna profe del Departamento, con

otras sí, de vez en cuando, y con alumnas, con ésas sobre todo, que un día entré en

el aula de al lado que a esa hora estaba más sola que Matusalén, y lo sorprendí con

una alumna de Tercero, ellos dos solitos y atortolados, ya cayendo la tarde, a

oscuras, y se pusieron a revisar un texto enseguida que me sintieron entrar, qué

graciosos, no los vi en nada, pero a la legua se veía que estaban en algo, claro, no

se iban a quitar la ropa allí mismo, y dice Violeta, que tiene una lengua que ya

quisiera la AIN, que Oscar se echó al pico a esa alumna, que es más puta que una

gallina de corral doméstico, se le tira encima y le enseña las tetas descaradamente,

hay que tener sangre de chinche para contenerse, pero de todos modos él es un

profesor y ella una alumna, por muy puta que sea, deberían aguantarse los dos, o

por lo menos irse al kilómetro diez, y en los talleres literarios se ha pasado por la

piedra a unas cuantas poetisas, de esas que tienen las caras nostálgicas como si

estuvieran padeciendo el suplicio de Werther, y su sufrimiento se les quita en la cama

a los cinco minutos, ajajá, ahí viene el conductor a recoger los pasajes, ya era hora,

a ver si después apagan la luz, que tengo que intentar dormir un poco, voy a echar

atrás el respaldar del asiento para estar más cómoda, ojalá que éste se duerma

pronto, es como único deja de fumar, esta guagua está fría como carajo, voy a

recostarme, y a esperar a ver qué nos depara esa antigua villa patrimonio que se

llama Sancti Spiritus...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

sábado, 8 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 13

Ernesto se le quedó mirando y movió la cabeza afirmativamente.

--Te llamé para informarte que el Departamento tiene una misión para ti.

Marnia se puso nerviosa. Cuando le avisaron de que Ernesto quería verla ella salía

de una clase de Literatura francesa del siglo XIX en la que había logrado una buena

discusión de sus alumnos sobre El rojo y el negro. "¿Qué querrá ahora? Esta mañana

no me dijo nada". Adita tampoco le dio luz al entrar en la misma aula a dar su clase.

"Creo que te está esperando en el Departamento".

--¿Una misión? ¿Qué tipo de misión?

--No te asustes. No, se trata de un viajecito corto -Ernesto sonrió: siempre sonreía,

aunque tuviera que dar malas noticias-. Un viajecito a Sancti Spiritus.

--¿A Sancti Spiritus? -Marnia abrió los ojos y sonrió, pensando en una nueva broma de

su jefe, que tenía fama de enredar a la gente y a veces su interlocutor no sabía si

hablaba en serio.

--Sí. Es un servicio que le prestamos a esa provincia.

Marnia trató de entender. En su mente se reflejó un mapa de la isla, donde aparecía

Sancti Spiritus en el centro, a unos pasos de la ciudad de Santa Clara y más cerca de

la capital que de Santiago de Cuba. ¿Qué podía ella ir a hacer allá? "Déjame no

coger tren desde ahora", meditó, y esperó la explicación.

--Mira: nosotros hicimos un convenio con una Facultad que tiene Sancti Spiritus y

cada cierto tiempo le enviamos algunos profesores para que impartan clases. ¿

Comprendes?

--No -dijo Marnia, golpeando suavemente el buró con su bolígrafo.

--Bueno... mira: se trata de que nosotros enviamos profesores a esa Facultad, para

que les impartan clases a sus alumnos. Van allí, dan sus clases, y regresan al día

siguiente. Y ellos hacen lo mismo con nosotros.

--¿Y en Santa Clara no hay una Universidad que viene siendo la tercera del país?

--La hay -Ernesto se le quedó mirando, como si esperara que Marnia encontrara lo

que le proponía como lo más normal del mundo. Pero Marnia lo encontraba todo lo

contrario.

--Y esos compañeros de la Universidad Central ¿no pueden impartir esas clases?

Ernesto meditó. Pero tenía una respuesta que a él le habían orientado: "nosotros

hicimos un convenio... es una especie de intercambio cultural entre ambas

Facultades. ¿Comprendes ahora?", y Marnia se quedó callada, pensando que

después de todo le resultaría interesante dar un viaje a un lugar que no conocía, y

aunque no había visto a ningún profesor de Sancti Spiritus allí, desde que ella

trabajaba en la Universidad, decidió que eso no era asunto suyo y que sería inútil

seguir discutiendo.

--¿Qué pasa? ¿Tienes algún problema para ir?

--No, no, no tengo ningún problema.

--Entonces... -Ernesto no dejaba de sonreír y de mirarle a los ojos- ¿cuento contigo?

--Por supuesto. ¿Cuándo tengo que salir?

Ernesto abrió su agenda y le dio algunos detalles para coordinar el viaje: qué iba a

hacer, cómo lo iba a hacer, dónde se iba a alojar, a quién debía dirigirse allá, y

sobre todo, cuándo tenía que partir. Al final agregó un dato que hizo exclamar a

Marnia "¡Dios me salve, me voy a asfixiar!", pues le soltó que Oscar iría con ella.

--Hay un problemita... -Ernesto se puso serio por primera vez. aunque sólo un

instante-. La única salida para Sancti Spiritus es a las dos de la madrugada. Ese

ómnibus es directo, tiene aire acondicionado, sale siempre a su hora, y llega a

tiempo para impartir la primera clase, y así los que vayan sólo tienen que estar día y

medio.

Entonces ella pensó en Mario y su piel se erizó. ¿Cómo decirle que tendría que ir a

Sancti Spiritus, que tendría que salir a las dos de la mañana, y que iría con Oscar de

compañero? Comenzó a hacerse mil ideas de su viaje. "¿Y con quién dejo a Aimée?

Si Mario tiene que viajar en esos días eso será un problema, y en días de clases,

dígame usted". Al fin se resignó a plantearle el problema a su marido y esperar su

reacción en silencio. No obstante, le dijo a su jefe que contara con ella, y se

despidió, sonriéndose. Era un nuevo aspecto de su trabajo en la Universidad.

--¡No me digas! -Mario se tomó el café de un tirón y enseguida encendió su pitillo-. ¿

Y por qué te mandan a ti, habiendo otros profesores con más experiencia?

--Bueno... supongo que será porque ellos quieren entrenarme o someterme a

pruebas -lo pellizcó en una mejilla-, pero alégrate, yo creo que ese viaje va a ser

provechoso para mí.

--Ven acá, querubín, ¿y por qué la Universidad tiene que ir tan lejos y gastar dinero

en dietas, transporte y hospedaje, habiendo en Santa Clara una Universidad que

tiene fama a nivel nacional? ¿No te explicaron eso?

--Sí, mi amor, Ernesto me dijo que eso es un convenio entre ambas facultades, una

especie de intercambio, ya tú sabes.

Se dirigió a sus trajines domésticos mientras él se quedaba en la sala. Cerró el libro

que leía. "Otro bodrio de producción casera. Casi no se puede leer nada de lo que

se publica de estos autores nacionales: todo es teque y apología, todo es evasión

de nuestra realidad, tal parece que aquí no hay problemas, que todo marcha sobre

ruedas, que esto es, como dijera el profesor Parreño, un puñetero paraíso".

--¿Así que Sancti Spiritus? -Mario se le quedó mirando.

--Me faltaba decirte que...

Entonces ella le soltó de un tirón todo lo referente al viaje, dejando para el final el

asunto de la hora de salida. Pero Mario no dijo nada más. Se limitó a dar paseítos,

volvió a tomar café, y encendió otro pitillo. De pronto se echó a reír. Marnia se

asustó.

--¿Qué te pasa, amor? ¿Tú ves? Eso es la tomadera de café y la fumadera, estás

peor que Oscar...

Al momento se arrepintió de haber pronunciado ese nombre.

--¡Ja! Están locos. Sí, están locos todos, o comiendo mierda, que es peor. Mandar a

un par de profesores al centro de la isla a dar un par de clases, generando gastos,

alejándolos de sus funciones aquí, habiendo a una cuadra otra Universidad con

todas las de la ley, con decenas de profesores capacitados que pueden impartir

cualquier cosa... y además está La Habana, más cerca que ustedes... Pero ven acá,

¿quién fue el verraco que firmó ese trato? Seguro que no fue un profesor, ¿eh?

Marnia estaba asombrada de semejante verborrea soltada en seguidilla. Sin

embargo, Mario se veía calmado, más bien incrédulo ante una perspectiva que no

podía comprender. Decidieron no hablar más del asunto. Mario le prometió que la

acompañaría hasta la terminal cuando partiera, pues Oscar le había propuesto

recogerla en su casa, pero ella se negó, diciéndole que Mario la llevaría a la

estación.

--¿Qué día es el que tienes que partir? -preguntó Mario por último, antes de

recostarse en la baranda del balcón y lanzar al espacio el humo del cigarro.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr
(continuará)

sábado, 1 de marzo de 2014

EL AULA SUCIA 12

--El lunes a las ocho.

El doctor Oropesa le regaló una de sus sonrisas largas, cerró su portafolios, le

estrechó la mano, dijo hasta la vista, y salió del Departamento. "Siempre está

apurado", pensó Marnia, mirándolo caminar con ese paso rápido y a la vez

elegante que llamaba la atención. "Más nadie que él". Marnia se sentó a su mesa

con el fail en las manos, el fail que Oropesa acababa de entregarle. Un trabajo de

curso de casi veinte páginas que ella debía leer, revisar, analizar, y prepararse para

discutirlo el lunes. Oropesa le había informado que ella formaba parte del tribunal

que calificaría ese trabajo. Era sábado: tenía menos de cuarenta y ocho horas para

dedicarse a esa tarea, descontando, por supuesto, todo lo demás que ella pensaba

hacer. "¡Cuarenta y ocho horas! Y ni siquiera conozco la obra que valoran los

alumnos". Se preguntó si eso sería una deficiencia suya, aunque no se trataba de

ninguna obra contemplada en el plan de estudios de su asignatura.

--Pero óigame, Oropesa -le había ripostado amablemente-... ¿usted cree que en un

par de días yo pueda analizar este trabajo y hacer un buen papel allí en el tribunal?

--Imagínate, eso a mí me lo soltaron ayer por la tarde. ¿Qué tú quieres que yo

haga?

--Pero... ¿y la metodología? ¿No está eso establecido por el MES?

Oropesa suspiró, resignado.

--¡Ah, sí! ¡La metodología! -y sonrió suavemente, le hizo un gesto comprensivo, le dio

una respetuosa palmadita en el hombro, y agregó-: Pero no te preocupes, esos

alumnos no son tan brillantes, cualquier cosa que les digas será una genialidad para

ellos -y se puso de pie-. El lunes a las ocho.

No era la primera vez que le encargaban una tarea con esas características. Desde

que trabajaba en la Universidad esas cosas le caían, como las reuniones no

planificadas o los mítines relámpagos donde se informaba lo que todo el mundo ya

sabía. "Y todo se celebra con trabajo voluntario", razonó, acordándose de que ese

mismo día ella estaba citada para uno de esos mítines. "Pero al carajo lo demás, si

quiero por lo menos leerme este trabajito". Se resignó una vez más a cargar con el

cohete. De sábado para domingo, porque el lunes a las ocho tendría que plantarse

allí, frente a esos estudiantes autores del trabajo, con su cara de profesora seria, a

inventarles teorías y a improvisar conclusiones que estaría muy lejos de sustentar y

asumir. Aunque algo se le revolvía por dentro, ya en otras ocasiones Liliana le había

recomendado que cuidara su corazón, "porque óyeme, a las mujeres también les da

el infarto".

--Y una sola golondrina no embellece el verano.

Marnia no podía explicarse por qué se le entregaba ese trabajo para que lo

estudiara día y medio antes del tribunal. Y sin haber leído el libro. Caminó hasta la

parada, dispuesta a darse una ducha que la calmara un poco. Llegó a su

apartamento al borde de la desesperación. Para colmo, también tenía que

enredarse ahora con el fogón, aunque Aimée se encontraba con su padre y Mario

ausente, en viaje de trabajo. Se sintió extraña. Casi nunca coincidían las ausencias

de Mario y Aimée. Pero si quería estar en buena forma para enfrentarse al trabajito,

debía alimentarse. "Mejor que ninguno de los dos esté aquí, así puedo dedicarme

por entero a esta tiñosa", meditó, mientras se cambiaba de ropa y registraba en la

cocina. No había nada hecho. Decididamente tenía que ponerse a cocinar. "¡Ah!

Vivir sola tendría sus ventajas, quitándole la cocinadera". La ducha la calmó. Pensó

en sus alumnos. La Universidad absorbía todos sus pensamientos. "Vivir sola, sí, sería

interesante, pero dice Liliana que ella desearía vivir acompañada. ¡Ja! El ser

humano, siempre deseando lo que no tiene y cuando lo consigue enseguida

comienza a desear otra cosa. Pero quizás sin ese deseo insatisfecho permanente

todavía estuviéramos metidos en las cuevas". Se preparó un arroz con carne de lata,

frió unas papas, hizo una limonada, y se sentó a almorzar en paz. Después se dirigió a

su mesa de trabajo casera, obviando la siesta sabatina, y abrió el dichoso fail. "Adiós

visita de fin de semana a mi mamá y adiós películas del sábado y adiós lecturas

atrasadas del domingo". Porque todo su tiempo estaba ya comprometido, y aun así,

de ninguna manera podría hacer un buen papel frente a los estudiantes ni mucho

menos ayudarlos en su empeño. ¿Qué decirles, si apenas podría manosear su

trabajo? ¿Y si se daban cuenta de que ella no sabía nada de la obra? Pero claro,

podía basar su intervención en los aspectos técnicos y formales, en la metodología

que aplicaron, y hablar poco, dejándole al doctor Oropesa lo demás, pues él

seguramente conocía la obra: treinta años de profesor en la Universidad era un

buen record para leer bastante, sobre todo él, que no tenía que prepararse sus

comidas ni hacer colas largas en los mercaditos. "Y nadie duda de que Oropesa es

el más capacitado de todos nosotros". Marnia pensó en Liliana, que según consenso

era el pollo de Artes y Letras, a pesar de aproximarse a los cuarenta. Era su

compañera preferida y su jefa inmediata, rara coincidencia que podría parecer

ante algunos como oportunismo e hipocresía, pero que en Marnia era sincera. ¿Qué

pensaría de esto? Los alumnos opinaban que era la mejor profesora que tenían, y

no se escondían para proclamarlo. "¿Por qué no la pondrían en el tribunal? Bueno,

como es militante del Partido, seguro que está cogida con sus reuniones y sus tareas.

Ella misma ha dicho que el Partido no hace más que reunirse, a pesar de que en

cada reunión se discute y se plantea que es innecesario reunirse tanto, que la vida

no es una reunión, y que hay mucho que hacer para pasarse el día con las nalgas

en el pullman". Pero Marnia no era militante y también se reunía demasiado. Era un

mal endémico: reuniones y cohetes a treinta años de Revolución. "Y nunca he

conocido de un cohete que haya resuelto algún problema". Sin embargo, los

cohetes persistían, y en su centro de trabajo eran constantes. "¿Será que no

podemos prescindir de ese atropello de tareas?". Volvió a pensar en los alumnos y se

dio cuenta de que casi nunca pensaba en ellos, que eran realmente su razón de ser

y de estar en la Universidad. Ellos, esos jóvenes que ella estaba educando,

formando, preparando para abrirse paso en el futuro, y no los papeles ni las

reuniones ni los informes ni los mítines. Se había descuidado en ese aspecto. ¿

Cuántas veces se acercaba a sus alumnos? ¿A cuántos había tratado de ayudar en

realidad? ¿Se quedaba un minuto después de sus clases para aclararles algo, para

compartir con ellos algunas de sus muchas inquietudes? Al principio sí, algunas

veces, cuando todo era un ensueño en ese nuevo centro, pero últimamente se

había alejado de ellos, quizás porque su tiempo se había ido convirtiendo en un

constante corre-corre, pero ella sabía que en el fondo eso era una justificación, una

justificación mezquina y nada más. Una más, en la larga cadena de justificaciones

que todo trabajador se había acostumbrado a arrastrar. "No... no soy una mala

profesora... he tratado de ayudarlos, lo que sucede es que los estudiantes son muy

malcriados, se creen que lo saben todo, y..." De pronto se dio cuenta de que estaba

perdiendo el tiempo y decidió leer, analizar, inventar, quemarse las pestañas, las

neuronas, buscar ese dichoso libro para verle por lo menos la portada y leer la

solapa y si acaso el prólogo, si es que lo tenía. De todos modos iba a quedar mal

hasta consigo misma, y se repetía la pregunta que quemaba su cerebro: "¿seré una

mala profesora?" Se cuestionó una vez más. Pero no, claro que no, ella no era una

mala profesora, ella no tenía la culpa de que le hubieran entregado ese trabajo

esta mañana, ella solamente aceptaba esa tarea, como todos, porque todos los

profesores aceptaban esas tiñosas, esos cohetes, esa improvisación, el maldito

finalismo que tanto daño hacía, y nadie se rebelaba... ¿Nadie se rebela?, se

preguntó. Pensó si ella también seguiría siendo una marioneta que se movía al

compás de las orientaciones de última hora, y concluyó en que había quienes se

enfrentaban y se buscaban problemas por hacerlo, por no aceptarlo todo así de flai

como cristianos medievales, no señor. Recordó las palabras de Liliana: "una sola

golondrina no embellece el verano". Pero el verano debía embellecerse a toda

costa, porque sin la belleza no se puede vivir y... Desechó las ideas que cruzaban por

su mente. "Soy disciplinada, trato de cumplir, mis clases no son nada infames como

tantas que señalan los alumnos". Repasó su curriculum tratando de ser objetiva:

cuando le controlaban una clase lo menos que alcanzaba era un 4. Pero la duda

persistía. Dudaba de su capacidad, de su poder de análisis, de sus lecturas, de su

formación. "¡Mi formación! Bonita frase. Me gradué con un 5, sí, pero... ¿lo merecía?

¿Era tan bueno mi trabajo? ¿Y lo que debo a mi tutor, a mis consultantes, a la

bibliografía, hasta a mi oponente?". Ahora que ella era la otra parte, podía

cuestionarse sin nubes en los ojos. Ahora que tenía ante sí ese trabajo que quizás

mereciera el máximo, o quién sabe si el mínimo, y ella iba a calificarlo sin haber leído

la obra enjuiciada. "¿Cómo ser justo entonces?". Y no atinaba a descubrir si el error

estaba en ellos, en los estudiantes, o en los profesores, o en la dirección, o en el

sistema nacional de la enseñanza que tanto podía -y debía- cuestionarse. O acaso

en la interpretación que hacían muchos del sistema, de sus metodologías, de sus

orientaciones, de su aplicación. ¿Dónde estaba el quid? Pensó lo difícil que era ser

justo. Raro don, don excelso es la justicia, decía Martí. Se acomodó en su silla sin

hacer mucho caso al trabajo. La mortificaba esa idea de ser o no ser justo. La vida

no tenía que ser un esquema de reiteraciones, de aceptaciones falsamente

unánimes, de errores repetidos una y otra vez, de lamentos, de autocríticas

aliviadoras. La vida se podía transformar. "Sí, pero sobre todo el cerebro de la gente.

De toda la gente. De mí misma. porque no todos tenemos que hacer lo que hacen

todos. La vida no es un coro monofónico. No tenemos que decir sí pensando no, no

tenemos que aceptar siempre, que alzar la mano aprobatoria para salir del paso. ¿A

qué tememos? La disciplina acaba donde comienza lo malhecho, lo injusto, lo

inmoral..." Recordó que Adita le confesó una vez que ella se había vuelto apática

porque muchas veces quiso arreglar el mundo y el mundo se volvió contra ella, y

quienes tenían la sartén por el mango hasta intentaron sacarla de la Universidad

cuando sólo le faltaba un semestre para terminar sus estudios de Filología. De eso

hacía ya mucho tiempo. Y ahora ella analizaba eso desde su punto de vista como

profesora, y le parecía algo absurdo, ridículo, increíble. Ah, pero entonces Adita no

estaba sola en la Universidad. Y ahora ella tampoco estaba sola. Se puso de pie, se

rascó la cabeza, caminó, se asomó por las persianas, volvió a su mesita, tomó el

trabajo de los estudiantes, lo hojeó, hizo una mueca. "¿Es justo que aceptemos

estas cosas sin hacer nada por cambiarlas? ¿Es moral?". Se dio cuenta de que

estaba oscureciendo, ya casi no podía distinguir las letras del trabajo de curso.

Encendió la luz. Se tomó otra taza de café y en ese momento lamentó no fumar. Se

sentó y se recostó en la silla. "¿Por qué prestarme a esto, si esto no es más que una

farsa?". Se levantó otra vez. Tenía las manos húmedas, aunque no hacía calor en el

apartamento. Cerró el fail. Se quedó un rato mirándolo. "¡No! ¡Basta ya de soportar

esta inmoralidad! Después de todo, a pesar de sus majaderías, a pesar de sus

indisciplinas y de sus locuras propias de la edad, los estudiantes se merecen más

respeto".

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)