domingo, 28 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 28

Ana, mi gran amiga, me ha ayudado bastante, y nunca podré agradecerle todo lo que

ha hecho por mí. Me ha ayudado tanto que me atrevo a decir que sin ella mi vida en este

exilio hubiera sido un infierno real. Cuando he tenido el agua al cuello me ha lanzado un

salvavidas y cada vez que necesito algo ahí está ella que aparece como un hada

madrina de entre las páginas del más hermoso libro de cuentos infantiles. Desde un bulto

con mil hojas de papel hasta alimentos imprescindibles cuando me he visto en la calle a

régimen de bimbo con la mayonesa más barata y leche encartonada durante días y a

veces semanas, de acuerdo con mis vicisitudes y con la ausencia de comedores

aplacadores de la canina perra. Y lo más loable: ella lo hace por pura solidaridad, porque

sabe que de mí no podrá esperar ni una invitación a chocolate con churros. Con ella a

veces voy al cine, a algún concierto, a lugares diversos de la capital, algunos de los

cuales he podido conocer gracias a su amabilidad, como el teatro Auditorium, bellísimo y

aislante eficaz de la mierda que me espera fuera al terminar la ejecución de la novena

sinfonía del sordo genial. Esa es Ana y ese soy yo, dos personas que ven la vida muy

distintamente, porque la viven muy distintamente. Pero como decía Martí, es de

agradecer y nada más. Y yo soy un hombre agradecido.

--¿Escribes sobre tus amigos en tus obras?

--Por supuesto, sin ellos no existiría mi literatura.

--Entonces supongo que mi nombre estará en tu última novela.

--¿Mi última novela? ¿Quieres decir que después de esa... me volveré fiambre?

--Muy gracioso. Me gustaría que me enseñaras la novela, sobre todo los fragmentos en los

que aparezco, a ver cómo me pintas.

--Te pinto como te veo, que no es como eres realmente, porque ten presente que una

novela es una obra de ficción, y yo no escribo biografías. Y tú, querida mía, eres una obra

de ficción que supera la realidad o viceversa, como quieras tomarlo.

--Mira, este fin de semana te invito a acompañarme a ver a unos amigos que viven en

un pueblito riquísimo que está rodeado de montañas. Hace frío, así que te pones el

abrigo más grueso que tengas.

--A propósito, Selene, siempre me invitas a lugares del centro del país, nunca a las costas

ni a las playas. No quiero pensar que tienes el complejo de Olivia.

--¿Quién es esa Olivia, hijito?

--La novia de Popeye el marino, el de los muñequitos. ¿No lo has leído nunca? El que se

pasa la vida comiendo espinacas.

--No, no lo he leído. En mi tiempo de leer esos muñequitos donde yo viví no había nada de

eso.

Dice una de las mil y una encuestas que salen a diario en la prensa que los ciudadanos de

este país consumen la mitad de su tiempo de vigilia en algo relacionado con el fútbol. Y a

continuación enumera las demás opciones del ciudadano medio: 2) trabajo, 3) coche, 4)

bar, y 5) reuniones con amigos y conversaciones sobre fútbol, telemierda, trabajo, coches,

famosetes y revistas basura de famosetes, chismorreo y miscelánea. Se habla de gente

que trabaja en general, no incluye estudiantes ni desempleados que me imagino que

tendrán más tiempo para esos menesteres. Algo que no se me ocurrió en mis tiempos de

buscador de empleo: meterme a encuestador. Quizás en ese perfil me hubieran

contratado para que me parara a la entrada del Metro con una carpetita y un bolígrafo

a preguntar a cuantos pasaran por delante, por el lado y hasta por detrás por cualquier

tontería tratando de que no se encabritaran por mi impertinencia. Las encuestas se han

convertido en algo tan normal y común que si dejaran de salir la gente se extrañaría

mucho y se preguntaría: ¿qué estará pasando?

--Te voy a hacer una encuesta, Selene, prepárate a contestarme.

--Bueno, de que te dé por tirarte del puente de Segovia que te dé por eso. Sólo que yo no

acostumbro a someterme a semejantes tonterías de encuestadores callejeros, así que

contigo aquí en el hostal tampoco pienso someterme.

--Te advierto que son preguntas muy interesantes.

--Todavía no he visto una sola encuesta interesante, debe ser porque son tan falsas que ni

Abundio se las traga.

--Entonces te niegas a contestar a mis preguntas.

--Ya te dije que tengo otras cosas más importantes que hacer.

--Pues no te quejes de que en mi novela te pinte con los colores que me gustan y no con

los que pueden gustarte a ti, escurridiza.

¡Oh las encuestas! En este país hay miles de personas que viven gracias a ellas y millones

gracias a los papeles. A pesar de que cada año se producen y se distribuyen más

máquinas y más computadoras, los papeles siguen reinando sobre los ciudadanos

coronados por la sacrosanta burocracia. Si de pronto se eliminaran los papeles (todos los

papeles) se formaría un caos, pues crecería el número de desempleados

astronómicamente y el país no podría soportar esa crisis. Así que hay que bendecir a los

papeles inútiles (algunos, los menos, son útiles, hay que reconocerlo) que mantienen a

millones de empleados improductivos pero perceptores del dinerillo salvador de casi

todos los problemas del ser humano común y corriente.

--Ahora te ha dado por recortar encuestas. Estás de ingreso.

--Contigo ingresaría en el infierno sonriéndome, querida.

--Mira, voy a enseñarte... ¡vaya!, Isolina jorobándome la pita, como dicen ustedes... ¿Qué

problema tiene ahora, doña Isolina?

--Mejor te dejo con tus ocupaciones... buenos días, doña Isolina.

Y en mi cuarto, mientras fuera de él y dentro del piso en que aparento que vivo, reina la

paz de la tierra, me entretengo revisando mis papeles, que son tantos y los tengo tan

regados que no sé qué hacer con ellos. Pero no puedo botarlos, pues cada vez que

acudo a alguna entrevista con algún funcionario lo primero que hace, después de los

buenos días, pase y siéntese, es pedirme tal y cual papel, y a veces varios al mismo

tiempo, algunos con firmas, cuños, membretes, originales, actualizados, compulsados,

acreditados, certificados, y es todo un gran berenjenal de operaciones con papeles,

ordenadores y gente sentada en una silla ante un buró con cara de robot que te mira y te

repite mecánicamente lo programado para casos como el tuyo y lo demás la hora,

porque tan pronto pueden (y a veces cuando todavía no pueden) se largan al bar de la

esquina o a esperar el transporte que los lleve a casita para sentarse en la butaca a ver la

tele y qué aire tan puro y qué vida tan sana, Yolanda, esto es sin dudas un puñetero

paraíso. Yo sólo me siento a ver la tele por la noche, a las diez, que es cuando más o

menos empieza la película. Por el día estoy en otra cosa, mariposa, como en salir a hacer

gestiones y a comer en la calle y en la casa a leer, revisar lo que he escrito en la última

jornada o en jornadas anteriores y esas cosas, o a ver y oír las candangas de mis queridos

coinquilinos que tan entretenida me hacen la existencia. Manuel me ha invitado otra vez

a pasarme unos días en su casa norteña, Ana me ha invitado a comer una vez más y ya

me da hasta pena pero como ella insiste tanto, Leila me ha reclamado una visita a su

casa del Sur, que dice que hace años-luz que no me acuerdo de ella ni de su marido ni

de sus preciosas criaturas (¿quién lo iba a decir cuando la conocí en el aeropuerto

esperándome por encargo de Manuel?), una pareja de peruanos que conocí en el

comedor de refugiados de la calle Canarias me ha invitado a una cena de pato con

todos sus componentes, Marcelo me ha invitado a un café cortado en la esquina de su

comedor (que no es el mío, ya quisiera él, donde él come abundan los elementos

impresentables, indeseables e infumables), el viejo José (que precisamente conocí en ese

comedor cuando pasé por él) me ha requerido a unos tragos de vino con pitillos, pero

como yo no bebo ni tampoco fumo, estoy pensando qué respuesta darle para que no se

ofenda el pobre, y Selene, como no podía faltar, me ha invitado a acompañarla a no sé

qué lugar para según me dice

--que te olvides un poco de tanta bobería que almacenas en esa cabecita, tonto,

y me coge una oreja y me la sacude, halándomela cariñosamente y enseñándome sus

lindos dientes naturales y limpios, cosa que me hace gracia y a la vez feliz, pues la niña

está de punto tal que va entrando en la fase tercera de la confianza íntima (mejor tarde

que nunca) y estos cariñitos prometen... aunque no sé si cumplirán.

--No tengo complejo de Olivia, pero me parece que ya estoy un poco entrada en años

para pasearme por la playa en bikini. Además, en la playa hace mucho más calor que en

la montaña y el aire de la montaña es mucho más saludable.

--No, si te doy la razón en eso último, en lo del aire, nené, sólo que no comparto tu opinión

de no pasearte por la playa porque estés entrada en años, porque yo las he visto de

ochenta y para colmo gordas, jugando al volivol en la arena caliente.

--Yo soy yo y esas de ochenta, y para colmo gordas como dices, me importan un comino,

querido.

--Bueno, bueno, bueno... estás que cortas, Selenín. Pero óyeme bien, cosa linda: a mí me

encanta la montaña, y si es contigo con quien voy a subirla, me sentiré rebutiñán.

--Esa palabreja me suena tan mal que ni siquiera te voy a preguntar qué significa. Y sobre

eso de subir... ¿quién te ha dicho que vamos a subir una montaña? ¿Para qué se

inventaron los transportes serranos?

--Está bien, criatura. Repito y vuelvo a repetir: tú ganas. A la montaña, en el transporte que

tú escojas, aunque yo preferiría que fuéramos en tu propio transporte.

--No me atrevo a conducir por esas curvas empinadas, viejo. Mejor que nos lleven.

--No en balde dijo Grau San Martín que las mujeres mandan. El sabía muy bien lo que

estaba diciendo.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

domingo, 21 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 27




Tres comedores de comida caliente y doce timbiriches de bocadillos, dulces, café con

leche y pan con algo, donde he tenido que compartir tiempo y espacio con personajes

tan interesantes como: indigentes, apestosos, harapientos, gritones, maleducados, vagos,

borrachos, drogadictos, ladrones, mafiosos, listillos, infelices, honrados, decentes, parados,

buscadores de empleo, sin papeles, preteridos, excluidos, mendigos, casi todos

inmigrantes que vienen a vivir del cuento y se agarran de los servicios sociales que

este país les garantiza aunque sean matones de oficio. Claro que hablo de las minorías

(que a veces no son tales), porque en el comedor de la calle Canarias no había este tipo

de gente y en el que ahora estoy tampoco. El caso es que se repite y se mantiene la

canción de Lola Flores: dice el refrán que tanto tienes tanto vales, / no convienen los

chavales, / conviene más un marqués / que tenga caudales y todo eso. Lola sabía lo que

cantaba. Como tantos. Hasta yo me paseo entre los que conocen esta sociedad al

dedillo, porque en ocho años de sitio he conocido casi todo lo malo y muy poco de lo

bueno, que hay bastante según dice Ana: "algún día conocerás lo mejor de este país, no

hay que desanimarse". La palabra que más repiten mis amigos, como Manuel, que no la

olvida en ningún diálogo: "anímate, hombre, que tampoco estás tan mal, ya mejorarás",

y como Leila, que de vez en cuando me suelta su versión: "vamos, que no es para tanto,

es verdad que no estás como quisieras, pero tampoco estás en la calle como muchos

que yo sé que están mucho peor, así que anímate". Pero el que le pone la tapa al pomo

es el bueno de Marcelo (sin ironías en este caso): "¿así que tu amigo te dice que te

animes? Compadre, aquí para animarse hay que ser más ingenuo que el Principito,

macho". Y gracias a que al menos cuento con algunos amigos que por falta de interés

no quedan en su intento de animarme. A veces lo logran y me animo pensando que la

vida que me ha tocado en el reparto es la que tengo y que debo conformarme y sonreír,

que bien decía Jruschov que "mientras el hombre sepa sonreír no todo está perdido".

--¿Ladrón de libros? Ya te lo he dicho, un día vas a caer...

--In galera, ya sé, como dice tu amigo italiano.

--No es mi amigo, es un huésped. Pero tú, que sí eres mi amigo... oye, tanto que hablas de

tu porvenir y yo lo veo gris y oscuro, querido, si no cambias de actitud. Por lo que me

dices... Te tomas yogures y te comes barras enteras de chocolate en los hípermercados,

arrancas hojas de los periódicos en las bibliotecas, y ahora te apareces con un libro

acabadito de hurtar de... no me has dicho de dónde.

--De una librería, por supuesto. Mira, Selene, ya con el tiempo que llevo en este paraisito,

me he dado cuenta de que aquí los malandrines son mejor tratados que la gente de bien,

como se dice en los medios hipócritas, así que, como dice el refrán: a la tierra que fueres

haz lo que vieres.

--¿Quieres decir que aquí los cacos son los respetados por la sociedad?

--Por la sociedad no sé, pero por la justicia... todos los días sale algo en el periódico que

refrenda mi tesis: jueces que absuelven a asesinos, violadores, pandilleros, atracadores, y

lo mejor del show es los argumentos que exponen para dejar en libertad a tanta

escoria. No sé si me dan ganas de reír o de llorar cuando los leo.

--Por ahí viene el ilustre. Qué milagro que ha salido de su habitación. Déjame ver con qué

me aturde ahora.

En lo que respecta a la alimentación, los comedores y los timbiriches donde he saciado

el hambre, no son tan malos, incluso yo diría que son buenos, y la comida que reparten

está bien condimentada y todo eso. El elemento es el que se las trae, y aguantarlo es de

gente que no tiene apetito, sino apeto. El comedor es una de las llamadas formalidades

de la integración, según los planes de seguimiento que he tenido que aceptar al recibir

los subsidios con los cuales he sobrevivido hasta el momento. Pero en mi caso se supone

que a mí tendrían que haberme hecho integrar en esta sociedad y para eso, además del

subsidio propiamente dicho y hecho, alguna institución tenía que haberme procurado un

trabajo decente que yo pudiera realizar y de ese modo contribuir con esta sociedad de la

que formo parte activa y natural desde el momento en que me concedieron primero el

asilo y después la nacionalidad, y no dejarme en la calle, sin llavín y sin posibilidades de

encontrar ningún tipo de empleo, como demuestra la relación de lugares y la variedad

de intentos realizados hasta hace poco. Hasta hace poco porque ya no me interesa

trabajar ni siquiera de Introductor de Embajadores si es que existe ese cargo que debe

existir. No señor. Ya me cansé y le dije adiós al arte de hacer algo a cambio de un salario

y me apunté en la lista de los que practican el dolce far niente como diría el huésped

italiano de Selene. Ana y Leila han intentado introducirme en el mercado laboral, pero

ellas no son personajes poderosos con empuje económico y muy poco han podido lograr,

cuanto más que yo fuera recibido por un par de camajanes encargados de otorgar

puestos de trabajo menores, que por supuesto ninguno de los dos me tomó en cuenta,

por la edad les dijeron a las aludidas. Pero Manuel, al que agradezco haber salido de allá

y haber anclado aquí, podía haber actuado de padrino, al menos en alguna de las

cuatro cosas que no me ha resuelto desde que conocí el paraíso del exilio. Para no ser

malagradecido, digamos que Manuel no ha podido ayudarme a publicar mis obras, a

conseguirme un comedor social gratuito (los que he tenido han sido a cuenta de

gestiones propias y papeles ajenos), a procurarme un lugar decente y limpio donde vivir

(no una vivienda, sólo una habitación aceptable y al alcance de mis economías), a ni

siquiera palanquearme para un empleo digno que me alejara de la insana dedicación a

esperar la limosna del Estado para sobrevivir sin caer en la indigencia...

--No te quejes de tus amistades, que bastante que han hecho por ti, y si no han hecho

más estoy segura de que es porque no han podido.

--¿Cómo sabes eso si no conoces a ninguno de esos amigos que te he mencionado?

--No lo sé, lo supongo por lo que me has contado de ellos, y de ese Manuel menos, pues

es el hombre que logró sacarte del infierno, y yo sé lo que es vivir en el infierno, así que

por muy mal que estés aquí, mucho peor estarías en tu país. Tienes que mirar el lado

bueno de las cosas, sólo el lado bueno.

--¿Y cómo carajo dejo de mirar el lado malo, que es el mayoritario para mí?

--Mira, usa a don Emeterio como espejo: tiene más años que la torre de Pisa, está medio

pasado, no tiene a nadie que se ocupe de él, se pasa todo el día metido en su cuarto

con la tele conectada, y míralo: nunca ha pensado en tirarse delante de un autobús.

--No me gustan los espejos, eso creo que hace ochenta años te lo dije, querida, así que

no podré usar al ilustre ni a nadie ni a nada para mirarme en sus ejemplos. Además, yo no

creo en los ejemplos, porque cada cual ve la vida según la esté viviendo. Es verdad que

hay muchos peores que yo, pero a mí no me interesan esos muchos, sino los que están

mejores, ¿te das cuenta? Esos sí serían mis ejemplos, en todo caso.

El país soñado, añorado, querido, imaginado como el salvavidas lanzado en el último

trago de agua salada, que esperé durante muchos años padeciendo el horror hasta que

conocí a Manuel, enamorado como un simplón de mi cuñada y apareciéndose

providencialmente allá en mi apartamento (q. e. p. d.) para abrirme la puerta de la última

esperanza, y emprender el viaje que quizás haya sido mi último viaje hasta llegar aquí

con la sonrisa del que al fin puede recomenzar una vida aunque quizás con demasiados

años sobre las costillas. Pero...

--Ya te lo he dicho: tienes que relacionarte.

--Contigo me estoy relacionando desde hace siete años, querida.

--Yo no soy el universo.

--Eres algo mucho mejor. Este universo no me inspira confianza, tú sí.

--Entonces desisto, persistente. ¿Quieres té?

--Quiero té y te quiero a ti, mujer. ¿Por qué no te rindes?

--Insiste un poco más, que como te dijo tu ex, quizás alguna caiga, aunque esa alguna no

sea yo.

Pero lo peor de todo es que veo pasar días y semanas y meses y años sabiendo que voy a

morir sin ver mis obras publicadas y sin volver a ver a mis seres más queridos, pues todo lo

demás ya me importa un carajo: amor, hogar, familia, sexo, dinero, esos componentes de

la vida no están al alcance de personas como yo que sobreviven con subsidios, que no

son dueños de sus vidas, y que pasan frente a un horno y aunque el olor a tarta de

manzana los embriague tienen que conformarse solamente con sentirlo y ni siquiera con

soñar que un día podrán comprar un trozo y saborearlo como tantos que le pasan por el

lado... ¡Exilio de mierda!, como todos los exilios. Me tocó perder, así de simple. La escala

de los seres humanos es verticalmente demasiado amplia, desde el miserable que duerme

en la calle envuelto en trapos al rey árabe que se gasta millones de dólares en sus

vacaciones en la Costa del Sol. Y eso va a continuar así, per seculam seculorum como

dicen quienes quieren embutirnos con sus mentiras ofreciéndonos una vida mejor cuando

hayamos liquidado de una vez en esta superficie tan bonita como injusta. ¡Ah!, pero ya

está bueno de quejarme y de llorar, con quejidos y con lágrimas no voy a resolver ni

hostias. Mejor es dedicarse a lo que se dedican quienes quieren progresar y no

encuentran ningún modo decente: a mangar lo que se pueda, donde se pueda, como se

pueda y cuando se pueda, y a viaje. Ja ja ja. Y ni Ana ni Leila ni Manuel, que tanto me

han ayudado (en lo que cabe, que no es demasiado), y que no necesitan vivir “a lo

bestia” se escandalicen cuando me vean disfrutando de una tarta de manzana

completa, no de un trozo, y me pregunten y yo les informe que es gratis porque me la he

mangado del supermercado.

--Insisto: no lo creo. Tendría que verte.

--Entonces acompáñame: te voy a enseñar cómo puedes tomarte un Actimel gratuito y

sin riesgo de que te sorprendan.

--¿Sabes una cosa? Hoy mismo te voy a acompañar a ver si de verdad te atreves.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 14 de julio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 26




Cucarachas, muchas cucarachas... son inmortales: son los únicos seres vivientes que

sobrevivirían a una guerra nuclear, según dicen algunos científicos. Seres omnipotentes

que se reproducen inevitablemente y se adaptan a las peores condiciones de vida y de

insecticidas. Están en todas partes, por muy limpios y aseados que seamos los bípedos, en

todos los países y en todos los climas. En fin, que estos animalitos tan cuquis nos han

acostumbrado a convivir con ellos sin remedio creado. Hasta se han compuesto

canciones en su honor, como esa que dice “la cucaracha, la cucaracha, / ya no puede

caminar...", y cuentos como el de la Cucarachita Martina, y quizás hasta haya por ahí

alguna novelucha que las eleve a la categoría de personajes literarios famosos (cualquier

día comparecen en la telemierda para revelar sus indecencias como cualquier famosete

de turno). ¡Ah, Catana! Pues a lo que voy: me llama el albañil, me lleva a la cocina, abre

uno de los clósets, y me enseña una tonga de alimentos regados que tiene el vigilante allí

y me señala con el dedo, de lejos, algunas cucas que se pasean por encima de unas

galletas dulces, y por los bordes de una lata de mermelada abierta, y me espeta con

calma: "así mismo se las come el asqueroso éste", y se vuelve, cerrando el clóset de un

tirón. Eso yo no lo había visto porque yo nunca abro ningún clóset, ya que no guardo

nada en ninguno, bastante chungos que están, y porque además las cosas del vigilante

no me llaman la atención. Pero el albañil está al tanto de todos sus movimientos y se las

sabe todas sobre el personaje. El vigilante sólo se ocupa de llenar el piso de tarecos,

trapos, papeles, piezas sucias, y sobre todo de periódicos, y el albañil se ocupa de tirarlos

a la basura y de rajar del otro, otorgándole improperios reiterativos que no hacen mella

en los oídos a los que van dirigidos, pues el otro tipo sigue con sus cosas y así pasan las

glorias de este mundo mientras yo sirvo de receptáculo de quejas de uno y de observador

de cochinadas de otro. Cuestión, que dondequiera que me ponga (por eso de aquí no

me saca ni el pelotón de Caramés) me encuentro con personas de esa catadura y lo

mejor es adaptarse al medio. Sí, porque lo demás es inútil, y como decía mi madre, "el que

nace cochino muere lechón". Así que loor a las cucas, que adornan nuestro hábitat con

tanto donaire de inmortalidad.

--Ahora me sales con que careces de posibilidades. Siempre traes algo nuevo, por lo

menos no eres aburrido.

--Hasta en eso me parezco a ti, querida, porque tú de aburrida tienes tanto como de rusa.

Ya no eres ni rusa ni ucraniana ni nacionalizada ni... bueno, así estaré yo dentro de muy

poco tiempo.

El exiliado va perdiendo su origen, su idiosincrasia, su árbol genealógico, su todo, poco a

poco y sin remedio. Sólo le van quedando los recuerdos del país perdido, hasta que llega

un día en que ni eso.

--Anda ya, existencialista de pacotilla. Te pareces a Crisanto el higienista.

--A ése no lo conozco. ¿Es un nuevo huésped?

--No señor, no es ningún huésped, es... en fin, que no vale la pena.

--Nada vale la pena, nené. Este mundo está perdido, olvido y camino y a viaje.

--Pues de lo que me contaste, aquí en el hostal no hay cucarachas, que por algo yo riego

cada día el Matón enriquecido con la buena limpieza. ¿Encontraste alguna cuando

estabas aquí? A que no.

--¿Estábamos hablando de las cucarachas o de mis posibilidades?

--Ya yo no sé de qué rayos estábamos hablando. Tú me trastornas el entendimiento.

--Mejor vamos a tomar café a la esquina y a ver qué se nos pega.

--A ver qué se te pega a ti, porque a mí no me interesa que se me pegue nada... ni nadie,

hombre de Dios.

En estos días me temo que vamos a tener candanga continuada, porque el albañil estará

rebajado de servicio por prescripción facultativa según me confesó, y el vigilante está de

vacaciones, así que la coincidencia, porque parece que ninguno se decide a viajar a

ningún sitio, o sea, los encontronazos, van a estar a la orden del día. Pero los periódicos y

las cucarachas no desaparecen, los unos aunque el alba se encargue de diezmarlos

diariamente, y las otras, porque se reproducen más que las malas noticias de la tele.

--Está bueno el café, ¿verdad? Oye, Selene, ¿cómo es posible que tú con tantos años

aquí no te hayas acostumbrado al café? Oye, no, no me ripostes, no quiero decir que el

té que haces todas las tardes no sea una exquisitez, lo decía por...

--¿Tú has perdido ya todos los gustos, las costumbres y los hábitos que tenías en tu país?

--Casi todos, querida. Ya te detallé que no me debo a mí mismo, a lo que sienta deseos

de hacer o comer o tomar, porque para esas tres cosas hay que tener los bolsillos si no

llenos por lo menos con peso.

--¿Nos tomamos otro? Verdad que está bueno.

Mis posibilidades, que Selene no quiere oír, para este fantástico exilio, son:

1)       posibilidades económicas: ninguna, continuar sobreviviendo con el subsidio que pasará a pensión cuando cumpla diez años de estancia en el país, y pensar en un empleo a mi edad...
2)       posibilidades literarias: casi ninguna, las editoriales sólo le publican a los conocidos con nombre o las obras de tan mal gusto que arrasan en las librerías, y en los concursos ya se conocen los premiados desde que aparecen las convocatorias, así que...
3)       posibilidades de amor, familia, hogar: poquísimas, porque tendría que encontrar a una mujer a la que no le interesara mi situación en general y que además superara la media rueda y estuviera en condiciones de unirse en matrimonio a un casi anciano sin perspectivas de mejora, contando por supuesto en que ella tuviera al menos algunos dones, porque tampoco voy a enredarme con una guaricandilla desahuciada por estar acompañado en la cercana ancianidad...
4)       posibilidades de regresar a mi patria: muy pocas, el Hijo de Puta parece que no piensa morirse por ahora y cuando eso ocurra, ni el sabio Sall Ohmón se imagina lo que va a suceder en el terruño...
5)       posibilidades de vivir diez, veinte, treinta años más: bueno, eso no depende del Menda ni de nadie, ni siquiera de los funcionarios que controlan mi vida, así que a esperar a ver en qué para la cosa.

Es más que probable que los periódicos y las cucarachas hagan mutis del piso donde vivo

que algunas de esas posibilidades se tornen realidades efectivas y factibles. Y mientras,

además de leer, escribir, oír música, ver películas regulares en la tele, comer, tomar

chocolate y mucho líquido aunque no tenga gripe, hacer alguna gestión nueva cada vez

que me la pidan, asearme, descansar, dormir, dar rueda por toda la ciudad, disfruto del

teatro humorístico-dramático en mi propia casa con dos personajes que ya quisiera el

mismísimo Quevedo haber creado: el albañil y el vigilante, con quienes paso mis horas de

ocio (¿?) entretenido ante sus encontronazos que por cierto,  debería escribirles un guion

para que enriquecieran su vocabulario, sobre todo sus palabritas dulces y sonoras como

cerdo, puerco, repugnante, coño, carajo, cojones, etc. Sería más divertido.

–Pensándolo mejor, me gustaría conocer a ese par de ellos, aunque a buen resguardo.

–Ya te dije que a ti no te despedazarían, porque ellos mismos no se han despedazado

entre sí y no creo que lo hagan, porque si lo hacen se les acabaría el argumento que los

mantiene con deseos de enfrentarse diariamente por la misma causa.

–Entonces... ¿crees que puedo ir a visitarte? Pero tendría que ser cuando esos dos se

estuvieran piropeando...

–Eso es muy difícil, monada, pues no puedo decirte a qué hora exactamente pueden

coincidir ambos en la casa. De todos modos, trataré. En tu coche no creo que demores

más de media hora.

–Hombre, parece que te has olvidado de los atascos y de ese informe del tránsito que

dice que dentro de cinco años en esta ciudad no se podrá circular en vehículos motores.

–Es verdad. Tienes razón, pero bueno, ya arreglaremos eso. Pero de aquí a allá, en lugar

de ir a mi casa deberías ir conmigo a algún lugar bonito, propicio y barato.

–Y te faltó decir que por la noche, ¿me equivoco?

–Ya te dije y te repito que tú nunca te equivocas, nené.

–Tengo que reconocer que tu poder de insistencia es admirable. Lástima que sea inútil.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)