sábado, 31 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 39

Aleida me llamó y me dijo que Juan me había hecho la gestión para el trabajo en

la Vocacional, pero perdóname, Aleida, dile a Juan que se lo agradezco muchísimo

pero que eso tengo que pensarlo, en estos días estoy muy aturdida y no me siento

con ánimos para tomar una decisión tan importante, y menos así, de zopetón, no

vaya a ser cosa que después me arrepienta y no puedo seguir metiendo la pata

toda mi vida, ¿me comprendes?, pero dale las gracias a Juan y gracias también a ti,

Aleida, eres una buena amiga de verdad. Y revisé la lista de las cosas que había

vendido y las que me quedaban, porque dejaría sólo lo imprescindible, que si por fin

salía del país otros listones se quedarían con todo lo que había en la casa y no. A

Aurelia y a Aleida no les hace falta nada de lo que yo tengo, y a otra gente ñiringa.

A ver si así puedo tirar un par de meses más y se resuelve mi problema, porque ya no

me falta ni un poquito para quedarme con la libreta de la comida y las llaves de la

casa y nada más. No puedo pasarme la vida en esta incertidumbre, que si me voy,

que si me quedo, que si Tony, que si la niña, que si los papeles, que si la autorización,

y cualquier día Tony sale de la cárcel y usted verá que va a volver a empezar con su

jodienda y no se sabe en qué va a parar esto. Tendré que decidirme. Aleida con su

pituita, muchacha, vete con Juan para la Vocacional, y si te llega la salida te vas y

se acabó, pero mientras estás entretenida y ganando tu dinerito, no seas boba. Pero

el tiempo pasa y todo sigue igual: me despierto por las mañanas sin saber para qué

voy a levantarme y me quedo en la cama un largo rato, mirando al techo y oyendo

las mismas noticias y las mismas canciones en el radio. Voy a llamar a Miguelito para

que me conecte con sus contactos y vender lo que me queda, después lo tocaré

con algo. Pobre Miguelito, siempre responde cuando le paso un SOS, y ni siquiera

puedo darle ánimos, que él también está a la espera, a ver si le llega el telegrama

de una puñetera vez y vuela. Todo el mundo quiere volar de aquí, yo creo que si

dieran puerta libre se quedaba Cubita la bella sin gente, qué barbaridad. Miguelito

es un alma de Dios y miren cómo está, y lo que la gente dice de él. Bueno, de mí

dicen también cosas tremendas y yo no soy ningún alma de Dios, mi época de

buena ya pasó a la historia, con la bondad sólo he podido consegur llanto y dolor,

engaño y sufrimiento, mentiras y estafas, bofetones y olvido. Ser bueno y ser bobo es

la misma cosa, por algo los que progresan y suben son los malos, porque no hay

ningún peje gordo tan guanajo como lo he sido yo, que me he quitado las cosas

para dárselas a otros. Mierda. ¿Qué conseguí con eso? Que los amigos se olviden de

mí y las vecinas rajen de mí hasta por los codos. Las cosas que me dicen: orgullosa,

excéntrica, engreída, apática, qué se cree la blanquita esa, que es mejor que nadie

y que yo no trabajo ni estudio ni coopero con ninguna tarea revolucionaria, la muy

puta, dicen, porque hasta eso, como si mi casa fuera un bayú y me hubieran visto

hacer aquí orgías o bailes de perchero y cosas de esas. Ah, pero a mí que me lo

toquen y al carajo. ¿Por qué coges tanta lucha con la gente si dices que la gente

no te importa?, me dice Aleida. Y tiene razón. Pero siempre digo que hasta aquí,

que hasta hoy, que a la mierda el qué dirán, y siempre vuelvo a caer en lo mismo.

Aleida, creo que yo no tengo remedio, le digo, y ella hace una mueca y me suelta

que yo lo que estoy es falta de marido. Qué manera de revolverme el meollo. Las

apariencias, la envidia, la maledicencia. Yo que nunca me entrometo en nada que

no tenga que ver conmigo y tengo la cabrona suerte de que la gente se entromete

en mi vida. Una vez hicieron una fiesta de quince y no me invitaron, Aleida me dijo

que quedó muy bonita, y esa fiesta me hizo acordarme de mis quince, que a mí no

me los celebraron y me pasé el día llorando en mi cuarto. No pude celebrar mis

quince años, no pude irme con mis padres para el Norte, no puedo acariciar a mi

hija como yo quisiera, no me ha sucedido nada que valga la pena recordar, y a

veces me entra un pánico terrible que me sobrecoge, cuando pienso que mi vida

nunca va a cambiar y que siempre voy a ser esa muchacha triste que sueña con la

nieve, como dice Aleida. Ah. Estoy nerviosa, no hago más que tomar café y café y

café, que la cuota no me alcanza y tengo que pedirle a Aurelia todas las semanas,

que ella no toma tanto y el marido le trae del monte. me he vuelto una condenada

viciosa, café, cigarros, y darle taller al meollo que no descansa ni durmiendo. Esa

pensadera me cae encima como un aguacero sin previo aviso de Meteorología y

cuando me pongo pintiparada me digo se acabó, sonrisas, paseos, cantos, pero a

los tres días reincido en la misma candanga. Y de tanto café, tanto cigarro y tanta

pensadera, me dan unos dolores de cabeza que me parten y tengo que tomarme

dos aspirinas con un vaso de leche aguada y sin azúcar, pero las aspirinas me

revuelven el estómago y me quitan el apetito, me dan deseos de vomitar, nada, de

madre el caso. Por qué no podré ser como cualquier muchacha de esas que se ven

por ahí, que aunque no tengan ni dónde caerse se ríen y se sienten en la gloria con

amigos y novios y bailes y fiestas. O será que yo las imagino así y aparentan vivir en

el mejor de los mundos posibles. Pero no, no, esas caras no pueden ser máscaras,

aunque aquí no se sabe si es que es de noche o dejó de ser día, que para el caso es

lo mismo, aunque no se escriba igual. Bueno, ¿y a mí qué coño me importan las

muchachas ni los jóvenes ni la humanidad? Algunas muchachas del Pre, cuando me

las encuentro por ahí, me dicen que van a venir a sacarme de aquí, vamos, Tania,

que ya dentro de poco te vas a parecer a Drácula, vamos, a coger aire y sol, que te

hace falta tostarte un poquito. Ah, están igualitas que Aleida. Yo les sigo la corriente,

y lo que me da es por acostarme a oír música o a leer alguna novelita que me trae

Aurelia, hasta que por fin me duermo, y cuando me duermo sueño, y mis sueños,

cuando no son con la nieve son con la debacle, y el radio encendido toda la

madrugada amenizando el sueño de los vecinos, que suerte que parece que lo

tienen pesado, porque ninguno protesta. Quizás podría vender esta casa. Sí, y

comprarme otra más chiquita, en otra ciudad donde nadie me conozca, si esto se

puede hacer, que no lo sé. Pero cada nuevo paso que dé tengo que pensarlo muy

detenidamente. No es mala idea, no. Irme de esta casa que tanto me atormenta.

Y que se enteren cuando ya esté instalada en la otra casa. En definitivas, no puedo

empantanarme esperando la salida que no acaba de llegar, porque va y Tony no le

da el permiso a Bertica y entonces hasta que cumpla diez y ocho años que pueda

decidir por ella sola, y  cuidado, que hasta se vuelve comunista y no quiere irse de

aquí y Tania se jodió. No no no. Una casita como la de Aurelia, eso. Limpia, fresca,

ordenadita toda, con muchas cortinas y muchos adornos. Y flores, muchas flores. Y

afiches en las paredes y bombillos en colores. Un palomar. Siempre con música, y

siempre llena de jóvenes, de risas, de alegría, en un lugar donde nadie me haya

visto jamás, donde yo pueda rehacer mi vida alejada de la envidia y del odio, de la

maledicencia. Y después pensar en el trabajo, en el estudio, en cualquier cosa que

pueda ocupar todo mi tiempo para ni siquiera poder pensar en nada. Sí, ya sé que

son sueños, ilusiones, pero de eso tengo que vivir mientras mi futuro penda del pico

del aura, porque otros lo decidirán y no yo misma. Demasiado joven parí, maldita

sea la hora en que quedé embarazada. Con una vida por delante y a criar una hija.

Porque la pobre Bertica no tiene la culpa, mi amor, pero lo único que ha hecho es

complicarme la vida. Pero fue culpa mía y ahora tengo que aguantar como una

mula y afrontar la situación, y gracias a Aurelia, que si no yo no sé qué hubiera sido

de mí. Tony no me puso una navaja en el pescuezo para que le abriera las piernas,

eso tengo que aceptarlo. Fui yo quien quiso abrírselas, porque tenía deseos de que

me la metiera, sí, como me dijo la tía Emilia. Lo confieso, coño, me picaba la tota,

me picaba, por eso se la di al cabrón de Tony, y ahora miren lo enrollada que está

mi existencia por esa estupidez, que no puedo coger un respiro porque cuando no

es Bertica es la casa o es el asma o el dinero o el insomnio, pero siempre es algo que

no me deja descansar en paz ni un par de horas seguidas. Mira, muchacha, con lo

que  te den por esta casa te compras un buen bulto de tela y entre los dos nos

ponemos a hacer artículos de vestir pequeños, trapitos de esos que la gente

compra, porque en las tiendas no hay ni polvo, me dijo Miguelito, y nos buscamos la

plata sin movernos de la casa, porque si no te vas de aquí tienes que buscarte la

vida como sea, como se la busca todo el mundo. Ay, se me parte esta maldita

cabeza de tanto darle cuerda al tema. Pero quizás esa sea la solución. Vender la

casa, dice Miguelito que eso se hace clandestinamente, de espaldas al gobierno,

alquilar una pequeña, nada de comprar, por si acaso vuelo, y las telas y a viaje.

Cualquier cosa que vendas va a encontrar compradores, porque aquí no hay nada

más que anuncios y propaganda política en las tiendas, así que no lo pienses más y

arriba... Pero no sé. Ya ni siquiera sé si quiero irme de Cuba o si quiero quedarme, o 

irme de esta casa, de este barrio, de esta ciudad. Mi mamá ya casi no me escribe.

Mi padre ni hablar. Y así se me va el tiempo... Bertica creciendo y pidiendo más

cosas, yo cumpliendo años, pensando y pensando, y de aquello nada. Yo creo que

esa es la mecánica de mi vida: pensar y esperar, esperar y recordar, recordar y

pensar, y otra vez esperar. Y quién sabe si esperar toda la vida, sin llegar a saber

nunca qué es lo que estoy esperando...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



domingo, 25 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 38

La casa de Aurelia parece un caracol. Cuando estás allí dentro sientes el zumbido

que hace el viento que llega desde la bahía y se mete en los cuartos y en la sala,

porque la casa está en una lomita y de allí se puede ver el mar y las casitas que

están allá abajo, en la Alameda, que parecen casitas de muñecas. La casa de

Aurelia también es chiquita, pero está llena de cortinas que siempre mueve el viento,

y desde la terracita del fondo se ve toda la ciudad, desde la bahía hasta Pastorita.

En esa casa todo está muy limpio, siempre corre el fresco, las ventanas siempre

están abiertas y la casa siempre está llena de luz. En el balconcito del fondo hay un

par de balances muy cómodos, te sientas allí y te olvidas del resto del mundo, y te

crees que la ciudad no existe, que eso que ves abajo es un lienzo enorme o una foto

en colores. Yo vi una vez un cuadro de un pintor santiaguero que no sé cómo se

llama, le dicen Macambuzio, que se parece a esa vista que se ve desde allí. Si yo

estoy allí, me parece que soy una muñeca metida en su casita de cartón. Cuánto

me gustaría que mi casa fuera así. Pero yo casi nunca voy a visitar a Aurelia, porque

no hago más que entrar allí y ya me estoy acordando de su hijo mayor, que por

desgracia fue mi marido y es el padre de Bertica, y enseguida se me calienta la

sangre. Por eso nunca voy. Aurelia vive con su segundo esposo y con su hijo más

pequeño, Arturo, que no se parece en nada a Tony. El esposo de Aurelia trabaja

como camionero, trasladando cargas por las carreteras, siempre viajando. No ha

tenido hijos con él. Cuando yo voy nos sentamos en el balconcito del fondo y allí se

nos van las horas conversando... ¿No has encontrado nada todavía? Nada. Mire,

Aurelia, a usted yo no puedo mentirle, lo que pasa es que realmente no he hecho

ninguna gestión seria para encontrar trabajo, no sé qué es lo que me pasa que no

me acabo de decidir. Aurelia se queda pensativa un momento. Le digo que quizás

algún día pueda continuar mis estudios, que no se vaya a creer que a mí me gusta

quedarme con la Secundaria y nada más, pero sigo pensando en un futuro incierto

como si me quedara definitivamente en Cuba, que eso no lo sabe ni Santa Tecla.

Pero Aurelia vuelve con su cantaleta de la escuela de comercio, que dice que son

cuatro noches a la semana y que podría graduarme en tres años, y con un título te

será mucho más fácil encontrar trabajo, Tania, seguro que sí. Ella no piensa en cómo

carajo voy a vivir sin dinero, solamente estudiando, y no creo que esté pensando en

mantenerme, porque eso tampoco se lo voy a aceptar. No me atrevo a hablarle

del asunto de la firma de Tony para que Bertica pueda salir del país y mis padres

sacarnos a las dos de una vez. Hay un barquito que se mueve allá donde se pierde

el azul de la bahía. Lo miramos y Aurelia mueve la cabeza, como si la nostalgia de

algo que yo no conozco la estuviera sacudiendo. ¿Y Bertica? Aurelia sonríe antes de

contestarme. Ah, de lo más bien, hoy durmió toda la tarde de un tirón, hasta ahorita

mismo casi, la dejé todavía amodorrada, ya se le quitó la tos. Pensar que Aurelia se

llevó a Bertica para el Internado porque yo misma se lo pedí. Quizás pensó que la

niña me estorbaba y por eso casi se la ha cogido para ella sola, y yo nada más los

domingos y para eso. Y al Internado nunca voy. La única vez que fui me dio un

ataque de llanto que la visita se convirtió en tragedia. Así fue como yo misma me

fui alejando de mi hija. Yo misma. Por eso, cada vez que me pongo a pensar en esas

cosas me dan deseos de matarme. Pero no tengo valor para eso. Ya no tengo valor

para nada, nada más que para darle rienda suelta a mis ideas, porque es lo único

que tengo, ideas. Ideas, recuerdos, pensamientos negativos, todo lo demás lo he

perdido. Ahora me doy cuenta de que yo he vivido todos estos años dándole

vueltas a un montón de ideas que nunca he materializado, y esas ideas son como

relámpagos que cruzan por mi cerebro y pum, se apagan, y luego vienen otros, y

esos otros también hacen pum, y se apagan, y luego vienen otros otra vez, y esos

otros se apagan también otra vez. Como picotazos de unos pájaros que golpean

mi cabeza sin cesar. Unos pájaros negros, como los cuervos, que me rodean y se

acercan a mí con sus picos afilados, preparados para encajármelos con furia. Sí

señor. Picotazos, pensamientos, ideas, recuerdos. Sobre todo recuerdos. Lástima que

en mi vida haya tan pocas cosas agradables para recordar...

(continuará)

Augusto Lázaro


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domingo, 18 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 37

El muchacho de la playa se llama René. A los cuatro meses le di el teboté, ya no le

soportaba tanta satería. El único defecto que tenía, que se enamoraba hasta de un

palo de escoba con saya. Al principio mucha furia, me zarandeaba contra la pared,

me apretaba, me empujaba, todo el tiempo dándome jan, no sé de dónde sacaba

tanfa fuerza para tenerla siempre tiesa y dispuesta a meterse en cuanta entrada yo

tuviera, y yo me dije coño, este tipo es un bárbaro y lo tengo loco, qué vacilón. Qué

vacilón. Pues sí. Las primeras semanas que se fueron volando, no parábamos, es que

me dejaba muerta en cada encuentro, qué manera de templar en esos días, si para

salir de la cama había que pegarme un cable eléctrico en las nalgas. Hasta cuando

Bertica estaba en la casa quería joder. Un día Bertica le dio una patada en la misma

rodilla que por poco le rompe la rótula, René puso cara de perro rabioso, pero sólo

le dijo vete a ver si ya puso la puerca, vejiga mocosa, y nos echamos a reír. Después

se fue enfriando, hasta que se congeló, y me lo dijo, que eso es lo bueno que tiene,

flaca, estoy desquiciado por una negrita que conocí en un baile en Siboney, coño,

qué negrita, perdóname, pero no puedo evitarlo, y ahí mismo me dio un beso más

frío que un helado de mango y se largó. Nada es eterno, ni las cucarachas. Además

qué aburrido sería el mundo si todo fuera eterno. Mejor no, como dice el refrán, en

la variedad está el gusto. Pero eso sí, cuando yo estoy con un hombre, ese hombre

tiene que dedicarse solamente a mí, y René lo sabía. Nada de canitas al aire ni de

encuentros casuales en fiestas con el alcohol subido, ni tuve que hacer el papel de

hombre, figúrate, no, yo no creo en eso. Comemierdas que son muchas mujeres que

aguantan más que un yunque y no señor, no somos gallinas que tienen que dejar

que el gallo se encarame encima de veinte y a pisar se ha dicho. ¿Compartir la

carne? No, ricurita, la carne es individual, hasta la de comer que nadie comparte

porque dan tan poca que no da ni para repetirla en la semana. Claro, la nueva es

la atractiva, la oficial, cuando pasa el primer fuego, empieza a aburrir, ya conocen

los lunares que tiene y cómo reacciona si le hacen cosquillas, qué va, siempre lo

mismo. Por eso se lo dije, mira, René, no me importa que no puedas evitarlo, pero

esto se acabó, recoge tu portante y arranca, y entonces él se despidió como si él

hubiera decidido terminar con aquel beso refrigerado. Cuando me separé de René

casi me vuelvo loca, creo que más de la rabia que de otra cosa, porque me dejaba

por otra el sinvergüenza, lo que no me sucedió con Tony ni con Rudy, pero me llamé

a contar y a rey muerto rey puesto, aunque no tuviera el rey puesto tan pronto. Yo

pasé por el desespero de un amor que se va por dos veces y no voy a tirarme al

abandono otra vez, que pichas hay para escoger en Santiago y ya vendrá otro

clavo que me saque éste. René fue una buena experiencia, me ayudó a graduarme

en las mañas que hay que usar para que no llegue ningún pipiolo a inflarme la

barriguita, y con él disfruté de lo lindo, tanto, que me costó unas libritas el ajetreo

diario, hundimos la cama, y siempre como en la textilera, meter tela y sacar tela.

Lo recuerdo con cariño, porque nunca me trató mal y me hizo sentir todo el placer

que una mujer puede sentir con un hombre, o al menos eso creo. Dice Aleida que

cuando las mujeres nos abrimos de piernas es porque nos cerramos de cabeza.

Nada, que el tiempo ha ido madurando mi cabecita ingenua y ya estoy cujeada

para repetir mis errores con los hombres. Ya no soy la misma, no. No soy la misma.

Y creo que jamás seré la misma...

(continuará)

Augusto Lázaro

 

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domingo, 4 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIIEVE 36

Quiero que Marina vaya a ver mi casa con los cambios que le he hecho a ver que

piensa y si me da algunas ideas, porque dice Charito que su casa era una pintura de

linda que estaba y ahora se queja de que es una ruina, no, Tania, ya mi casa no es

mi casa, desde el accidente mi mamá no se ocupa de nada de la casa y bueno, ni

yo ni mis hermanos tampoco, y ni hablar de los que vienen a joder por las noches,

que lo que hacen es ensuciar, romper, quitar, y hasta llevarse cosas, que se creen

que yo no me doy cuenta, pero al carajo, ya eso no me importa, que se hunda el

barco, y como según mi madre ya pronto nos vamos, pues a viaje. Lo que no

entiendo es por qué se quejan tanto si eso no les importa, y Charito me dice ¿tú

crees que les vamos a dejar a estos hijos de puta una mansión llena de cosas de

valor?, y se va a recostar, me dice. Marina se siente melancólica hoy y cuando se

siente melancólica no hace otra cosa que hablar de su vida, de su familia, del

pasado. Es que el pasado es nuestro futuro, Tania, por eso yo lo añoro tanto, ¿me

comprendes? Marina me trae hasta la escalerilla del patio de tierra para descargar

conmigo y aquí estamos las dos como dos magdalenas esperando el perdón. Es

inútil, Tania, es inútil todo, tú no puedes comprenderlo, pero si yo sigo viva es por el

pasado, porque este presente es tan asqueroso que no vale la pena ni siquiera

pensar que vivimos en él. El patio de tierra es enorme, tiene muchos árboles, muchas

plantas de todo tipo, macetas con cactos, un estanque sin agua y una pajarera sin

pájaros, pero sobre todo mucha hierba, en eso se parece al patio de mi casa. Los

únicos animales que se ven son unos cuantos pares de palomas que revolotean en

los muros o sobre el techo de zinc o entre los árboles. Dice Marina que los pollos se

los comieron todos, que los patos se los regalaron a los abuelos de Anita, ya tú

sabes, Tania, a ella le encanta ver los paticos recién nacidos nadando en el

estanque, su abuelo enseguida le hizo uno bien grande en su casa, y Anita se pasa

las horas mirando cómo nadan enseguida que salen de los huevos sin que la pata

los enseñe, y dice Marina que los periquitos los vendieron todos, ya yo no tengo

paciencia para ocuparme de los animales, ya casi no me ocupo de mí misma, y mis

hijos, tú sabes que no se ocupan de nada, les importa un comino lo que pase, para

ellos sólo existe el momento, o sea, el presente asqueroso. Le pregunto por las

palomas. Ah, sí, las palomas... quedan unas cuantas. Las palomas son de Guillermo.

Marina se pasa horas enteras mirando la mata de limones, el estanque seco, la

pajarera vacía, dice Charito que eso es la menopausia, cuando mi mamá se cansa

de flotar en las nubes se mete en su cuarto y se mira en el espejo, se pasa la mota

por la cara, se da un par de peinazos y a coger calle, sin cambiarse de ropa. Dice

que Marina no se da cuenta de que le está cayendo el almanaque encima. Ah,

pero hoy yo no voy a permitir que el gorrión la neutralice, no señor. Hoy voy a

embullarla para que salga conmigo por ahí a coger aire, a ver si se le quita la

sonsera, porque coño, ni yo misma. Está bien, Tania, ganaste, te voy a complacer,

voy a dar una vuelta contigo y mira, me voy a poner este vestido azul que no me

pongo desde hace muchos años, está llamativo, ¿verdad?, ¿tú crees que es muy

atrevido para mi edad? Ay, Marina, pero qué edad, si usted parece mi hermana

mayor. Se ríe. El vestido le queda pintado, a pesar de que habrá aumentado sus

libritas, supongo. Marina quiere echar unas postales al correo y unas cartas, yo creo

que por eso se ha decidido a salir, con la cara que tenía cuando yo llegué. Ahora

a pie hasta el correo de Aguilera, las guaguas me ponen muy nerviosa, Tania, y

como siempre van repletas de gente vulgar y maloliente, y pasan cada dos horas,

con esa gente sucia pegándote el grajo, mejor caminar. Bueno, Marina, quizás no

tengan la culpa, como no hay jabón ni desodorante, pues aguantar la peste a

chivo viejo, qué remedio. A mí tampoco me convencen las guaguas, es verdad que

pasan llenas de gente, de polvo y de churre, ni me acuerdo cuándo fue la última

vez que me subí a un tareco de esos, pero en fin. Y caminamos. ¿Sabes cómo se

dice guagua en alemán? Marina me soprende llegando a la rotonda. No, ¿cómo?

Pues se dice subanempujenestrujenbajen, ¿lo copiaste? Ay, Marina. Con ese vestido

la gente la mira, sobre todo los jóvenes. Un joven oficial del ejército se mete con

ella, pero Marina le sonríe, parece que le ha hecho gracia lo que le dijo el militar, no

se vuelve para mirarlo más, pero sigue sonriendo, parece que no estoy muy vieja

todavía, ¿eh, Tania? Ay, Marina, y dale con la vejez, déjese de eso. Bajamos

Aguilera, yo y Marina mirándolo todo y ella lamentándose de las vidrieras vacías,

mira eso, nada más que fotos de políticos y letreros de propaganda, mira ese mismo,

la verdad que aburren, coño, como si eso se pudiera comer, y me señala un enorme

letrero en la puerta de una tienda grande, primero dejar de ser que dejar de ser

revolucionarios, ¡puaf!, Marina se aprieta la barriga como si fuera a vomitar, vamos,

Marina, que no es para tanto, sí, tienes razón, es mejor no mirar y seguir nuestro

camino como si estuviéramos en una playa desierta donde no existiera nada que

tuviera que ver con la política, qué macana. En el correo nos encontramos con un

señor canoso y bien vestido que saluda a Marina, parece muy fino, sí, ese tipo de

gente que ya uno no se encuentra en ningún sitio. ¿Cómo le va, Marina?, hace

tiempo que no la veía. Hace tiempo, sí, caramba, don Alberto, usted está perdido,

ya no va por la casa, y como yo apenas salgo... pues me va bien, don Alberto, en lo

que cabe, claro, porque ¿quién va a estar bien en este pais?, pero tenemos salud,

que es lo fundamental, y a usted, ¿cómo le va? Me va bien también, Marina,

muchas gracias, ¿qué me cuenta de Esteban? Ay, don Alberto, nada todavía, la

cosa sigue igual... pero mire, esta es Tania, una buena amiga de la familia, de toda

confianza... oh, caramba, qué distraída estoy. Mucho gusto. Encantada. El viejo no

hace más que mirarme y carraspear, o desconfía o tiene amigdalitis. Habla muy

bajito, muy pausado, parece decente y educado. Pero está como asustado por

algo, porque mira a todas partes como si estuviera esperando algo desagradable.

Ojalá no sea por mí. Recibí carta de mi hija, Marina. Ah, qué bien, ¿y qué cuenta?

Pues están bien ella y su esposo, ya están trabajando, en un supermercado, claro,

no es lo que querían, pero tienen un trabajo y un sueldo, que la vida allá es carísima.

Vaya, pues me alegro mucho, nosotros estamos esperando a ver qué nos dicen,

porque a esta gente le gusta tenerlo a uno de zozobra en zozobra, esperando, sin

saber nada y perdiendo el tiempo, sin poder hacer nada, porque mientras Esteban

esté preso no podemos hacer nada, él quiere que me vaya yo sola, pero yo sola no

me voy, yo me voy con toda mi familia o no me voy, porque dígame usted, ¿qué

existe en la vida más importante que la familia?, se lo dije y se lo discutí bastante, yo

sin ti no me voy, no insistas. El viejo sigue mirando a todas partes, como si estuviera

esperando que llegara alguien y le diera un manotazo. Yo se lo digo a Tania, que

tenga mucho cuidado, que tenga los ojos bien abiertos, porque ahora no se sabe a

quién se tiene al lado. Eso es verdad, Marina, desgraciadamente hay que vivir así,

los unos desconfiando de los otros, es muy lamentable que hayamos llegado a

esta situación. Es que yo creo que esta gente tiene espías en todos los rincones, don

Alberto, por eso uno no se puede descuidar. El viejo se va al fin y seguimos en el

correo. Marina compra sellos. Ahora la gente no escribe como antes, como no hay

sobres ni papel ni goma de pegar, pero sobre todo, hija, no hay deseos de escribir,

para qué vas a escribirle a alguien si todo lo que puedes contarle es una desgracia.

Marina echa varias cartas y postales en el buzón y salimos del correo. Alberto es un

viejo amigo de la familia, excelente persona, a veces me lleva algunas cosas del

mercado negro, o me llevaba, porque hace tiempo que no va por allá, sus hijos se

fueron para el Norte hace unos meses, pero él no quiso irse, dice que a sus años ya

no está para esas aventuras, no, Marina, el exilio es para los jóvenes, porque el exilio

es muy duro, y yo ya estoy viejo y cansado, me dijo, un día te voy a llevar a su casa

para que te quedes patitiesa de la mansión que se gasta, que tiene de todo lo que

puedes imaginarte y mucho más, ¿y vive solo?... bueno, vive con una señora que lo

atiende y se encarga de mantener la casa limpia y en buen estado, una señora

que toda su vida trabajó en esa casa... ¿y su esposa? ah, murió hace muchos años,

de cáncer, la pobre, sufrió lo indecible. Entonces, cuando ese señor se muera la

señora que lo cuida heredará su casa? Pues creo que sí, si el gobierno no la

interviene, claro. Me siento extraña caminando con Marina por el centro de la

ciudad con tanta gente alrededor. Yo, a no ser con Mayra hasta el parque, nunca

bajo hasta Enramadas ni a ningún otro lugar, y Mayra siempre está perdida, por lo

que ya ni eso. Miguelito me lo dijo, el mejor día ésta se va, se tira al mar en una

llanta y si no se la comen los tiburones a la semana manda una postal de Miami,

ja ja ja. Qué tipo. Tanta gente pasándonos por el lado me pone neviosa.Y Marina

como si fuera la emperatriz de Santiago. La gente me mira como si yo fuera una

mutante, qué manera. Y los hombres me miran con deseos, ni que yo estuviera tan

buena. Tendré tipo de puta. O de palito fácil, como dijo el maricón de Rudy. Esos

ojos los siento clavados en la espalda, que se deslizan poco a poco hasta llegar a

donde la espalda pierde su sagrado nombre, y esos tipos sacan la lengua y se la

pasan por los labios relamiéndose por el cráneo que se hacen, imbéciles, y se tocan

la picha, se la aprietan, recoño. Pero Marina como si tal cosa, parece que ella está

acostumbrada, voy a tener que aprender para desenvolverme mejor. El otro día un

muchachón con cara de guanajo me dijo en la cola de la panadería que yo

estaba cerrera. Idiota. Llegamos al parque de Ferreiro, el parque maldito. Marina

quiere sentarse a descansar y a coger fresco, pero le digo que aquí no, que mejor 

en el parquecito de la entrada de Vista Alegre, así que me perdona, Marina, pero

de este parque sólo tengo reuerdos horrorosos, aquí ni un minuto, no embromes,

Tania, ¿estás hablando en serio?, muy en serio, Marina, este parque sólo me ha

traído desgracias, y se lo cuento todo de un tirón, aunque ella conocía algo de

oídas, pero no creía que la cosa fuera para tanto, se ríe, pero para mí sí, accede

al fin a llegarnos al parquecito, yo no puedo creer que tú creas en todas esas

boberías, me dice, ya sentadas y con los zapatos sueltos en el suelo, qué boba eres,

niña, claro, como que a ella no le ha pasado, por eso. En ese parque conocí a los

dos amores que he tenido y los dos me salieron pintos y rabones, vamos, Tania, que

eso te hubiera sucedido lo mismo si los hubieras conocido en la catedral o en la

oficina del Partido, y se ríe, ja ja ja, de la ocurrencia, y menos mal, porque si le da

por lo trágico pobre de mí, qué par de estafadores, me dice, yo sin caer, pero ya,

yo creí que usted era católica, Marina, y lo soy, hija mía, a mi manera, pero lo soy,

pero Dios no está en la iglesia, está muy ocupado en otra parte, por algo dejó que

mi madre se ahogara en el mar aquella noche, y cuando hablé con el padre del

asunto ¿sabes lo que me dijo?, hija, Dios quiso llamar a tu madre a su reino, allá

estará mejor que en esta tierra llena de maldad, y entonces yo le dije padre, ¿y por

qué usted no va para allá, a hacerle compañía?, allá estará mejor, Marina, no

puedo creer que usted le haya dicho eso al cura, ¡ah!, tú tienes que aprender

mucho todavía, Tania, mucho, estás partiendo el cascarón como quien dice... Yo y

Marina teníamos los pies ardiendo, y con el calor que se mandaba ni hablar. Nos

pusimos a rememorar todo lo que nos había sucedido desde que salimos. Aquel

lugar era bueno para descansar, hacía fresco y estaba tranquilo y con muy poco

ruido, sin ningún sanaco que viniera a interrumpirnos la tertulia. Tranquilo, sí. Para

descansar. Y para mirar los estudiantes del Cuqui Bosch que pasaban por allí, nos

miraban, comentaban entre ellos y se reían, se reían como guanajos, porque los

estudiantes siempre se están riendo, parece que cualquier cosa les hace mucha

gracia. Porque son unos guanajos...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


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