sábado, 31 de mayo de 2014

EL AULA SUCIA 25


--Señores, las nueve menos veinte. ¿A qué hora vamos a comenzar la reunión?

Cuando Marnia vio en la pizarra la citación para esta asamblea departamental, se

volvió al doctor Oropesa, que también miraba, y le dijo: "¡otra reunión!, ya para el

viernes tengo dos, y con ésta otras dos para el jueves. Pero ¿qué le pasa a esta

gente?" El doctor Oropesa, como era su característica, no dijo lo que estaba

pensando, y se limitó a exclamar en voz muy baja, casi junto al oído de Marnia:

"vamos a confiar en que sean productivas estas reuniones", y se retiró a su buró,

sonriéndose. La reunión estaba señalada para las 8.00 am. Y Marnia era puntual.

Todavía lo era.

--Las menos diez. Fíjate, Ernesto, si a las nueve esto no ha empezado yo me voy, que

tengo un montón de cosas por hacer.

--Yo también me voy, compañeros, esto es una falta de respeto.

Marnia comprobó que no era ella sola la que tenía deseos de largarse de allí. María

la secundó, a pesar de que nunca protestaba por nada. Pero el reloj era

implacable, y la cantidad de tareas que tenían ambas, y en general todos los

miembros del Departamento -y de toda la Universidad- ponía en tensión a cualquier

sistema nervioso. María miró a Marnia como dándole a entender que podía contar

con ella y que ella se levantaría tan pronto Marnia se pusiera de pie. Faltaban tres

de los diez profesores disponibles, ya que dos estaban fuera del país en viajes

oficiales y una estaba enferma. La doctora Morell miró su reloj y tocó a Ernesto.

--Oyeme, yo creo que debemos comenzar, esta reunión puede extenderse y la

verdad es que casi todos estamos cogidos.

Ernesto consultó su reloj y miró a su pequeño auditorio.

--Antes de comenzar, déjenme leerles una postal que recibimos de la compañera

Milagros. Dice que regresa dentro de una semana -y leyó los recuerdos, los deseos de

bienestar para todos, los saludos, en fin, de la Decana de la Facultad de Artes y

Letras, que se encontraba de viaje por Europa.

Después Ernesto se refirió a Oscar, que se encontraba en México desde hacía dos meses y

no había enviado nada, y se permitió, a riesgo de una reprimenda de la doctora Morell,

decir que a lo mejor las mexicanas tenían a Oscar tan ocupado que le habían impedido

enviar alguna nota. La doctora Morell esta vez se limitó a sonreír, abrir los ojos y mirar a

Ernesto fijamente.

--También tenemos que nombrar aquí una comisión para ir a visitar al compañero

Matta, que como todos sabemos está convalesciente en su casa -y puso cara de

niña llorona- y según me dijo por teléfono se siente muy solo y muy dolido porque

hace quince días que nadie va a verlo.

A las 9.12 comenzó la reunión oficialmente.

--A María, Neysa y Violeta, que no han entregado los P-1 ni los planes bibliográficos

para el próximo semestre y miren a cómo estamos ya. A ver si se toman una

pastilla de velocín después del almuerzo, compañeras.

En la reunión se encontraban, además de Marnia, la doctora Morell, Ernesto, María,

Neysa, Oropesa y Violeta. No habían llegado todavía Adita, Liliana y Elvira, y Marnia

no pudo resistir la tentación de soltar una de las suyas y tocó a María, murmurándole:

"¡qué casualidad que las tres que faltan son las militantes del Partido! Las pobres,

deben estar atiborradas de tareas, ¿no crees?", y María abrió los ojos y le dijo bajito:

"niña, qué lengua te gastas, te van a hacer un acto de repudio".

--El plan ABC de este año se las trae, Ernesto. ¿Tú te has fijado la cantidad de

contenidos que tiene? Ni que estuviéramos en Francia, o en España, que allí sí hay

todo eso que pide este plan.

--No hay problemas -Ernesto movió la cabeza, riéndose-, ahora mismo le vamos a

pasar un cable a Milagros para que traiga un contenedor de Burdeos con todo lo

que necesitamos para cumplir el plan.

Las risas fueron unánimes. El doctor Oropesa no quiso quedarse rezagado.

--Y a Oscar que nos traiga un baúl con todo lo que se ha editado en los últimos diez

años en México.

Esta vez las risas fueron más discretas. La doctora Morell señaló a Neysa.

--La compañera Neysa está haciendo un estudio sobre eso, y creo que ya lo tiene

bastante adelantado, ¿no, Neysa?

--Sí, esta misma semana puede que lo termine. Y a nuestros queridos benefactores

de La Habana les voy a enviar una copia, para que se deleiten cuando conozcan

las innumerables posibilidades que tenemos aquí de hacerles caso.

Nuevas y más estruendosas risas. En eso llegó Elvira, sudada, agitada y nerviosa. Eran

las 9.38.

--Les pido disculpas, compañeros, pero tengo el carro roto en el taller y figúrense,

ustedes  saben cómo está el transporte.

Nadie dijo nada. Elvira se sentó junto a Ernesto y por encima de su hombro leyó el

orden del día y algunas notas breves que él tenía en una hoja suelta. La reunión

continuó sin nada digno de destacarse. Se discutieron los planes para el curso

entrante, se revisaron algunos modelos P, el programa docente, y por último, en

asuntos generales, Ernesto planteó que había un cohetico por ahí, echando chispas.

--Fíjense que no es un cohete, es un cohetico -recalcó, como siempre, sonriéndose.

El intercambio de miradas fue súbito. "¿Qué se traerá éste?", le susurró Marnia a

María, bajando la cabeza y fijando sus ojos en la agenda y en las anotaciones que

había hecho. En un aparte había escrito: "Elvira tiene el carro roto. Se jodió. Ahora va

a tener que vivir como una simple ciudadana". Tachó lo que había escrito. Tenía la

vena de la jodedera muy subida y se lo dijo después a María. Se limitó a pensar que

lo que había escrito no era muy conveniente, "si por casualidad me lo descubren,

estoy frita", y además, pensó que si Elvira sufría el transporte como la mayoría, le

dolería mucho más que a los que ya estaban acostumbrados a sufrirlo.

--Pues esa es la cosa: hace falta un voluntario que vaya a Guantánamo este fin de

semana a atender unos exámenes de cursos por encuentros y dirigidos.

El cohetico estaba suelto. Ernesto miró una por una las caras que tenía delante. La

doctora Morell se puso a revisar su agenda, hasta que decidió la solución.

--Mira, Ernesto, revisando aquí la situación en el Departamento, los horarios y demás,

yo creo que solamente podrían ir Violeta y Marnia, que son las que menos cosas

tienen para este fin de semana.

Violerta y Marnia se quedaron boquiabiertas. A ninguna de las dos les gustó tamaña

solución: un viaje a Guantánamo, de zopetón, les rompía la planificación del fin de

semana y las ponía a correr abandonando todo lo que habían pensado hacer en

sus casas y en su tiempo libre. Tampoco se explicaban por qué tenían que ser ellas,

las últimas, ni por qué la Universidad hacía tantos compromisos enviando a su ya

escasa fuerza laboral a otras ciudades, a otras provincias, dejando al Departamento

y a otras facultades diezmados. Marnia levantó la mano.

--Ernesto, aunque ya he manifestado en otras reuniones mi opinión sobre el

desplazamiento de profesores del Departamento...

Y repitió que ella había cooperado -mencionó su viaje a Sancti Spíritus entre otras

tareas fuera de la Universidad-, pero consideraba que se debía analizar bien ese

asunto, pues "nuestra Universidad sale perdiendo, yo no veo que aquí venga nadie a

echarnos una mano". Neysa, María y Violeta casi aplaudieron sus palabras. Oropesa

sonrió en silencio. La doctora Morell frunció el ceño. Ernesto se encogió de hombros.

Elvira levantó la mano.

--Mira, Marnia, yo comprendo que eso es muy pesado, todo el mundo tiene sus

planes para el fin de semana, pero resulta que nuestra Universidad es tan solicitada

porque nosotros tenemos esa fuerza que no tienen otras, y creo que eso contribuye

a nuestro prestigio, y además, eso debe ser un orgullo para nosotros, poder servir a

otras facultades que no cuentan con personal tan calificado.

--De acuerdo, Elvira -se atrevió a decir Violeta-, pero si nos atenemos a eso que tú

dices, sería preferible ser mediocre o incapacitado o no sé, a ver si así nos dejaban

tranquilos, porque yo veo que mientras más se supera una, más la cogen para el

trajín.

Varias carcajadas sonaron en el salón. Elvira se limitó a mover la cabeza, pero

no aprobó las palabras de Violeta. Ernesto, que veía venir la polémica, habló pronto

sin dar margen al diálogo inútil.

--Bueno, pero en definitivas, ahora lo que hay que hacer es resolver. ¿Cuál de las

dos es la que va por fin?

Marnia y Violeta se miraron. Neysa, sin pedir la palabra, sonriéndose con picardía,

dijo: "ya lo tengo", y sacando una moneda de su bolso, la apretó en el dorso de su

mano y exclamó a toda voz: "la solución: estrella o escudo, que la suerte decida y

así nadie se pelea con nadie. A ver tú, Violeta, ¿estrella o escudo?"

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com

martes, 27 de mayo de 2014

EL AULA SUCIA 24

Por fin terminó la Conferencia, ahora a sentarme en mi silla plegable a sacar las

conclusiones y a ver qué me dejó de positivo. Ah, y a repetir las palabras de Liliana:

participar es lo importante. Ella con su perseverancia, fíjate, una ponencia, no una

de esas quitancias que abundan en estos eventos, y ante mi primera negativa su

disposición a ayudarme, a darme un mínimo técnico sobre la metodología para

confeccionar una ponencia, porque yo en esas lides estaba a la altura del Pre con

sus monótonos seminarios martianos. Pobre Martí, cómo lo cogen para el trajín. Pues

aquí tengo los papeles que casi no me caben en el portafolios. Y ni hablar de doña

Metodología: sólamente para hacer las cosas como se señala en las cartas

circulares se necesita otro mínimo técnico: entrega de los resúmenes

mecanografiados a dos espacios en hojas de 8.5 x 11, original y dos copias, 15

cuartillas como máximo, sin erratas (aquí apretaron, porque leer un escrito sin erratas

es como una libra de arroz sin un granito prieto), y con máquina de escribir tipo

standard, cómo no, si en cualquier tienda están ahí a montones y sin libreta de

racionamiento, ja ja ja, nada más ir una allí y a escoger, ah, y baratas, sí señor.

Bueno, sigo: con margen derecho e izquierdo de tal cantidad de milímetros y

caracteres por renglón, con este dato y este otro y... ¡perfecto! ¿No será una

broma? Porque óiganme... pues sí, acabo de estrenarme en una Conferencia

Lingüístico-literaria con bombos, platillos, gangarrias y otros instrumentos de

percusión no tan comunes... Me cayeron en el Departamento: sí, chica, vamos, que

yo sé que tú puedes hacer un buen trabajo y etc., Lidia, Liliana, Ernesto, Adita, hasta

el bedel del Departamento me dio un empujoncito, parece que lo habían

entrenado, porque claro, participar es lo importante. Verdad que la sonrisa de

Liliana tumba lomas, hasta yo que soy mujer me siento electrizada, es capaz de

convencer a Mazzantini. Tres meses hablando de la dichosa Conferencia, todo el

mundo haciendo algo para presentarlo y yo no podía quedar fuera del potaje. Y en

un evento donde participan extranjeros de cierto renombre, personalidades que

tienen experiencia y están en la última, y yo de primeriza, pero nada, no me jodas,

vieja, Adita con sus palabrotas, vamos, embúllate, Ernesto con sus palmaditas en

el hombro, el muy zorro, dime qué necesitas, que yo te lo busco en los archivos, Lidia

con sus carreritas, y así todos, con tal de que yo presentara la dichosa ponencia.

Lidia me sugirió que la hiciera sobre el boom latinoamericano, dígame usted, y en

tres meses a enredarse Marnia con miles de folios que se referían a ese movimiento,

y Carpentier, y Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo, Fuentes, Sábato, Arreola, el copón

bendito. Claro, me decían, no vas a ser la única del Departamento que no presente

una ponencia. De algo me serviría, pensé cuando renuncié a lo demás para hacer

de mi vida un aparato de lectura y estudio durante casi tres meses, soportando las

descargas de don Mario y de doña Aimée, pero mejor no acordarme de eso. Y qué

difícil resulta hacer algo bien hecho. Al menos la Conferencia me enseñó que aquí

la mayoría de lo que se hace es mierda: no hay rigor, no hay seriedad, no hay

dedicación, todo por los pelos, lo manido, lo establecido, lo pan comido. Pero al fin

pasé la prueba, sana y salva, con unas libritas de menos y para alegría de Mario y

alborozo de Aimée, que me habían pronosticado un queme padre. Mi ponencia

me quedó flamante, según el mismo Mario que la leyó dos veces, corrigiéndole

algunas cosillas. La terminé de madrugada, sólo unos días antes del comienzo del

gran maratón intelectual. Los ojos colorados, la garganta reseca, dolores en casi

todo el cuerpo y punto. La entregué en el Departamento. El único que estaba era

Ernesto y con él la comenté por arribita, le leí algunos párrafos, otros los leyó él,

revisamos, hojeamos, etc., y al final me dijo que había cosas que no les gustarían a

los miembros del tribunal y a algunos del Departamento, "pero métele mano y no te

preocupes por eso, que aquí cuela el más pinto". El primer choque lo recibí cuando

se me informó que debía entregar un resumen de la ponencia a otro profesor, que

sería el encargado de revisar, analizar y exponer su opinión al respecto en una

próxima reunión con todos los participantes por el Departamento. ¡Ja!

--¿Un oponente? -le pregunté a la vicedecana, descubriendo el baño de María.

--No exactamente -me respondió, mirándome con benevolencia-, todos los trabajos

que se van a presentar van a ser revisados por compañeros con mayor

experiencia, no sólo el tuyo. Todos, ¿te das cuenta?

La vice sonrió y se fue y no me quedó más remedio que tranquilizarme poco a poco.

Pero recibí el segundo choque cuando me plantearon que la ponencia se discutiría,

lo que yo ya sabía, pero que de esa discusión dependería si se presentaba al evento

o no, algo así como una sesión científica, me dijo Adita, y con todos los miembros del

Departamento. Críticas, observaciones, sugerencias, y el visto bueno final del

colectivo. ¿Y por qué, si eso es un trabajo personal?, le pregunté, en la mesa del

comedor esperando el plato único. Adita me miró y se sonrió, ¡ay, mija, tú no sabes

nada! Por fin llegó el día de la esperada reunión donde se analizarían los trabajos.

Todos los profesores habían presentado algo, por lo menos el Departamento estaría

totalmente representado, y por tal motivo unos tendrían que revisar los trabajos de

otros, formándose una baraúnda en el intercambio de ponencias que daba gusto

verla. Pero en esa reunión se leyeron sólo los resúmenes. Cuando me tocó, oí

opiniones que me sorprendieron. Incluso Elvira planteó que mi ponencia debía

leerse toda, pero por suerte nadie secundó esa idea estrafalaria. Me señalaron

varias  cosas que debía suprimir, otras que debía arreglar, algunas inexactitudes de

segundo orden, cuestiones de la metodología, estilo demasiado directo, etc., y al

final, como ya estaba aprendiendo, acepté todas las opiniones y no cambié mucho,

los ilustres miembros del tribunal que no estaban allí no notarían los arreglos. Después

las ponencias se entregaron a la comisión organizadora que se encargaría de

hacérselas llegar a cada tribunal. Mira, Lidia, yo me pregunto por qué no dejar que

cada cual escriba lo que le venga en ganas, sin tantos remandingos. Lidia seria. No

te atormentes demasiado, tú verás que no vas a tener ningún problema, te prometo

estar allí cuando tú leas tu ponencia, y suspiró mirando la distancia, mira, esos son

métodos que nadie ha echado abajo, yo también suspiré mirándole la cara, sí, ya

sé, no hay remedio, son métodos establecidos, y el humo del cigarro irritándome la

nariz, ¿por qué no dejas el vicio de una puñetera vez?, se ríe, ¿para qué?, si siempre

encuentro alguien que me resuelve cuando no tengo, ¿y tienes alguna vez? Nos

despedimos y a esperar, a leer algunos libros que hace meses esperan por mí, y lo que

sea sonará... A medida que se acercaba la inauguración el alboroto se hacía

desesperante en toda la Universidad, y como yo no sabía nada, me di a la tarea de

investigar por cuenta propia la tardanza en la entrega de la documentación, pero

Ernesto, cuando descubrió mi inútil e inocente gestión, me llamó y me dijo que no

insistiera más, ya te la entregarán, estás nerviosa, tómate un clorodiazepóxido con

aguazúcar y todas esas cosas. Pero recibí el tercer choque el mismo día de la

inauguración: esa noche nos entregaron los sobres manila con todos los resúmenes,

la acreditación y una muy abundante información detallada de las actividades con

horas, días, locales, nombres y apellidos, ¡ajá!, procedencia de los ponentes, etc.,

todo muy planificado, organizado, calculado, como para que pudiéramos

respirar profundamente y sentirnos seguros de que la Conferencia sería todo un

éxito. Me extrañó que sólo se entregaran los resúmenes, pero Adita se condolió de

mí y me dijo niña, ¿te imaginas la cantidad de hojas que harían falta para reproducir

todas las ponencias completas? y aunque no me lo dijo, sé que estaba pensando

qué monga es esta niña, a estas alturas, claro, yo no había pensado en eso, pero

había pensado leerme todas las ponencias en mi casa para participar en las que

me interesaran. Mira, selecciona los títulos y confórmate con ilusionarte, me dijo Adita,

pero coño, ¿por qué entregan estos mamotretos a esta hora si mañana comienzan

los debates?, le pregunto, pero Ernesto, que se acerca al dúo, le dice oye ésta, cree

que va a haber debates, y se ríen y me miran como si yo fuera alguna sietemesina

de cesárea urgente. El Rectorado parece un enjambre alborotado. Cerca del

teatro donde se va a hacer la apertura busco a Liliana, pero no la veo por ninguna

parte. Al fin la descubro, como siempre, moviendo la singüeso y riéndose en un

grupo. Me le acerco. Tiene un gusto exquisito para lucir agradable. Dime en qué

página está tu resumen, le digo a manera de saludo, te prometo que si sólo puedo

leerme uno, ese será el tuyo. El pelo le roza los hombros. Me la imagino en una

aventura con Ernesto y casi no lo creo. Claro, él casado y ella subalterna inmediata,

él atado con cadena y bola y ella desesperándose con atavismos inútiles. ¿Cuándo

se arrancará la humanidad tamañas trabas? Nos llaman, parece que el acto de

apertura va a comenzar. Cargo mi carpeta, mi sobre, mis documentos, mis libros, y

me siento entre Liliana y el doctor Matta, algo desmejorado y serio como de

costumbre. La Decana pronuncia las palabras de la Introducción, informa acerca

del programa, que como todos los programas que se respetan ha sufrido cambios,

sobre las comisiones, los tribunales, la organización general del evento. Liliana me

mira de reojo y me susurra ¿ya te desayunaste?, pero no capto su intención. Un

profesor invitado nos regala una disertación sobre José María Heredia. Antes de

comenzar aclara que no trae la conferencia escrita, pues no le habían informado

que tendría que leerla esta noche. Matta se ríe en silencio. El viejo se ve muy

cansado, ¿cómo se habrá dejado meter en esto?, a veces no se le entiende lo que

dice, improvisar es un don de elegidos y éste está claro que no es uno de ellos.

También hace un ruidito con la garganta que no se sabe si es catarro, manía, o

mensaje secreto a algún oyente, si es que hay alguno. Cuando termina este doble

suplicio de orador y oyentes, que yo creo que nadie ha oído ni hostias, salimos con

prisa y la bella me grita que me apure, que nos quedamos sin asientos, ahora hay

que disfrutar de un refrigerio que te garantizo, vieja, que no tiene desperdicio, y me

toma por un brazo, me hala, corremos hasta el ómnibus más cercano y nos subimos,

pero así y todo tengo que ir de pie, ella logra que un caballero le ceda su asiento,

sólo con sonreír. Y así fue la apertura de la Conferencia. Comimos y bebimos,

conversamos y planeamos lo que haríamos a partir del día siguiente cuando

comenzaran las sesiones de los supuestos debates. Pero de nada me valió planificar

con cuidado matemático, con ayuda de Mario en la casa, mi tiempo de

participación en aquellas discusiones que más me interesaban. Cada comisión

comenzaba a una hora distinta a la señalada en el programa y nunca terminaba

coincidiendo con el comienzo de otra interesante. Además, el orden de los trabajos

se alteró por motivos que nunca conocí, las aulas cambiaron y en fin, me perdí

algunas discusiones, aunque como tales no pasaron de ilusiones, porque ¿quién va a

opinar algo serio en un aula donde hay veinte o más personas con deseos de decir

cualquier cosa, si para todos sólo hay cinco minutos? ¡Ah! Mi horizonte cultural e

informativo, que yo siempre he considerado deficiente, tendría que seguir sujeto a

libros y a materiales al alcance de profanos. ¿No será que somos demasiado

ambiciosos?, le pregunto a María, que está localizando la comisión # 4, que dice

que alguien le dijo que había cambiado de lugar. Qué enredillo. ¿Ambiciosos en

qué sentido? Ah, María quiere discutir, allá va eso. Pues yo creo que son demasiados

trabajos, muchas comisiones, y nada más tenemos dos días, ¿no te parece que en

ese tiempo y con la carga que tenemos aquí no se puede hacer un buen debate?

Puede ser, María se encoge de hombros, como cualquier hijo de vecino, se

desentiende, y me equivoqué, no quiere discutir, lo que quiere es irse a algún lugar

donde pueda sentarse a leer el periódico de ayer que tiene en las manos, porque

aquí no tenemos tiempo ni para estar al día en las noticias, y después mirar a todas

partes y decirme pero como aquí te exigen que presentes un trabajo, ¿se lo exigen

a todos?, ay, mijita, a todos, no tienes escape, y lo peor es que no siempre tú tienes

deseos de hacer un trabajo de ese tipo, figúrate. María se excusa y sigue su camino.

He descubierto que todos los presidentes de los tribunales son forasteros, como si

aquí no tuviéramos gente capacitada. Nosotros mismos nos menospreciamos, por

eso es que nos menosprecian. También me da la impresión de que muchos de los

que forman parte de los tribunales no se han leído los trabajos. Bueno, ¿en qué

tiempo? Esto se parece un poco a los concursos literarios. Bueno, puede que este

evento se tome como recaudador de dólares o como una especie de intercambio

entre distintas universidades, del país y de fuera, y entre personalidades invitadas y

nosotros, que para eso sí resulta apropiada esta Conferencia. Como casi todos los

eventos de este tipo, claro, que lo más atractivo que tienen son estos encuentros,

este conversar, este compartir y pasar el tiempo con viejos y nuevos amigos, y hablar

en los pasillos de lo que uno realmente quiere hablar. En fin... Después del almuerzo

me encontré con Lidia, la Conferencia la tenía sirica, no paraba, y siempre con el

cigarro en la boca o en la mano. Picado, seguro. Le cuento mis impresiones: ¿tú no

te has fijado que casi todos los trabajos tienen el mismo tono? En eso llega Adita y

se incorpora. Yo sigo: los de aquí, me refiero a los nuestros, no a los extranjeros. Mira,

si examinamos los trabajos con detenimiento, todos parecen escritos por la misma

persona. Adita me dice que exagero, Lidia sonríe. Veo a Violeta y al doctor Matta

conversando en una pasarela del teatro. Nos saludamos y yo insisto: ¿que exagero?

¿Tú te has fijado en eso?, le pregunto a Adita. Ya yo estoy acostumbrada, me dice. ¿

A que los trabajos sean casi todos iguales? No, a tus exageraciones, y como Adita

también es una fumadora empedernida, se ponen de acuerdo para llenarme los

pulmones de humo. Qué terquedad, algo que ustedes saben que les hace daño y

siguen envenenándose, y les gusta, que es lo más bonito. Se ríen. Si no fuera por los

vicios, tararea Adita entre dientes. ¿Así que exagero? Claro, lo que pasa es que esa

costumbre, por no llamarla de un modo más exacto, de revisar y controlar y

supervisar todo lo que se hace... sí, muchacha, dice Lidia, tú tienes razón, a ésta lo

que le pasa es que no puede hablar mucho, ya tú sabes, la coge el Partido y... vete

al carajo, Lidia, dice Adita, y echa el humo al aire, deleitándose, por eso cuando un

trabajo llega a la comisión ya está unificado, ahora nos reímos las tres, los cubanos

siempre nos reímos de cualquier bobería, no toleramos la solemnidad, hasta en los

velorios enseñamos las cajetillas en lugar de lágrimas, ah, sí, pero también tenemos

nuestras virtudes como cualquier pueblo. Lidia se retira. Adita y yo seguimos

recorriendo las áreas de la Conferencia, en un mostrador improvisado hay una

exposición de cuadernos y folletos y libros a la venta, esto tendría que ponerse el día

del cobro para poder abastecernos, porque ahora... La anulación de toda iniciativa,

el acomodamiento, lo más fácil, que es lo que ya está estipulado, lo que no trae

problemas, y seguimos hojeando folletos, yo estoy cansada de plantear eso en el

Partido, pero no me hacen caso. Por fin salimos de nuestras modestas compras, me

despido de Adita y me dispongo a una nueva sesión a ver si alguien puede

pronunciar más de cuatro palabras en los cinco minutos que dan para opinar

cada vez que se lee algún trabajo... Pedí la palabra en una comisión en el segundo

día de las discusiones entrecomilladas, porque en realidad, como decía Ernesto, casi

no se discutió, pero la presidenta anunció que la ponencia no sería discutida porque

su lectura había sobrepasado el límite de tiempo establecido, que eran quince

minutos, y en esa comisión quedaban todavía varios trabajos por leer, y si no se

apuraban no les alcanzaría el tiempo para leerlos todos aun sin que se procediera a

discutirlos, y etc. ¿Y ahora qué carajo me hago con mis opiniones? ¿Me las trago?

Liliana me mira y se encoge de hombros. Tendré que exponerle a mi jefa opiniones

que quizás serían una mierda pero que son mis opiniones, qué caramba. Bueno, si es

que mi jefa me acompaña, porque yo no espero la próxima ponencia. ¿Ves lo que

te digo, Liliana? No lo veo ni lo oigo, porque no me lo has dicho, me dice y suelta

una de sus carcajadas. Como siempre, de buen humor. Pues que no sólo tenemos

cinco ridículos minutos para discutir, sino que a veces ni siquiera podemos disponer

de ellos, y me asombro, porque ella es la que me dice vámonos antes de que

empiece la próxima, y me toma por un brazo, nos paramos y salimos al exterior del

aula-sauna, ¡ah!, aire puro, movimiento, rumores. Eso. Me interesa la charla que va a

dar ahora ese profesor francés, me dice la bella, acompáñame, no te vas a

arrepentir, y así te calmas, porque te veo agitadísima, además, el profe está

buenísimo, ya lo verás. Atravesamos la calle central, entramos en otro edificio, Liliana

consulta su agenda, llegamos al aula indicada pero está vacía, y por casualidad

nos encontramos con el Jefe del Departamento de Lingüística, quien nos informa

que la charla del francés ha sido suspendida para mañana al mediodía. ¡No!, casi

grito. Entonces, vamos a la cafetería a ver qué están tirando, me invita Liliana. En la

cafetería le pregunto ¿aquí no vendían antes unos bocaditos de macho? Sí,

vendían, pretérito imperfecto, pero tengo entendido que la empresa los sacó

porque no estaban autorizados, y se ríe, la muy cabrona goza con toda esta mierda,

pero qué felices seríamos todos si todo fuera risas, chistes y alegría, y sobre todo, si no

hubiera que autorizar nada y la vida fuera tan libre como los pájaros, ¿y por qué?, le

pregunto, pero ella dice ah, no, mira, llama al 113 que ahí quién sabe si te informan.

Decidimos repetir el café no tan aguado en estos días y muy caliente, con algo

parecido a una croqueta al plato sin adornos que podemos al fin disfrutar no sin

espera y aguarda, y que nunca -lo hemos apostado- vamos a averiguar con qué

materia prima está confeccionada. No dejo que Liliana pague, ella saca 1.60 y

compra una caja de Populares. Dice mi mamá que en su tiempo las mujeres que

fumaban tenían mala fama, la pobre, ahora estaría horrorizada, casi todas fuman y

en cualquier lugar, a pesar de la campaña y la escasez. Nos sentamos en un banco

de piedra (esto me huele a ranchera mexicana), ¿tú piensas lo mismo que yo?, le

pregunto, mientras ella lanza bocanadas en cualquier dirección, ¿y cómo sé yo lo

que tú piensas?, me pregunta a su vez, pues yo pienso que esto así no camina, en

mi casa y en short y pantuflas, con un termo de café y un buen Wahson en la

tercera velocidad, y con todos esos textos en mi mesa, claro que completos, pues...

aprovecharía mucho mejor el tiempo, Liliana mueve la cabeza, pero no sé si está

negando o afirmando, ¿ves?, le señalo la gente que pasa, la mayoría piensa como

yo: o los trabajos no interesan o la forma en que se discuten no convence, o algo,

no sé, pero algo anda mal, hay más gente fuera que dentro de las aulas, ¿no? No

tan calvo, ella cruza las piernas y ahora los hombres que pasan miran más y

caminan más lentos, cómo la viven, Dios mío, y no les da pena que los vean

mirándola, ¿te has fijado, Liliana?, sí, cariño, pero déjalos que sufran, no, me refiero a

otro detalle adverso: mira, parece que en nuestra literatura no hay nada que

criticar, nada que cuestionar, no señor, nuestra literatura está en su mejor momento,

cómo no, o será que nosotros estamos despistados, no, muchacha, qué vamos a

estar, lo que sucede es que aquí todo se vuelve academicismo, ahora mueve la

cabeza negativamente, todo se vuelve conservadurismo, esquematismo, y me doy

cuenta de que tengo que arrimarme más a la sombra de este algarrobo, pues a

pesar de tener un carné rojo en la cartera está que corta, te has quedado en

éxtasis, ¿dónde estás?, me sacude, por algo yo digo que tú tienes el don de la

distancia, o del distanciamiento, que no es lo mismo pero es igual, ¿no crees?, y me

enseña unos subrayados que tiene en un folleto que parece que le interesa mucho,

perdóname, Liliana, es que estaba pensando en los ismos, ¿en los ismos?, ¡ah!, pues

aquí hay para escoger, no te creas que esos que te mencioné son los únicos, y sigue

con sus observaciones, estoy hablando en serio, mira, ¿sabes lo que pienso?, pero

me adelanto y le suelto sí, querida, piensas que la mayoría de estos trabajos pecan

de muchas penas y carecen de glorias, es que no se profundiza lo suficiente, no se

observa un serio afán investigativo, hay poca valentía para plantear las cosas, ¡buf!,

cuidado no vayamos a convertirnos en hipercríticos, como dice doña Elvira a cada

rato, sí, está de moda eso de echarle con el rayo a cualquiera que se queje de

algo, bueno, me dice, descruzando las piernas, allá los que pierden el tiempo con

esa bobería de estar encontrando un problema ideológico en cada diez palabras

que uno dice, sí, allá ellos, el que de verdad tiene trabajo y lo realiza y tiene cosas

serias que atender no tiene tiempo para estar vigilando a los demás, ese parasitismo

vigilacional tendremos que lanzarlo por la borda algún día, tú verás, si no te mueres

intoxicada de la fumadera, nos reímos, ah, no jodas, y sigue, lo malo de todo esto es

que mientras ese día llegue, algunos nos siguen jodiendo con eso, sí, pero no creas

que está muy lejano ese día señalado para ponernos para la cosa, en serio, de

verdad, y no comer más mierda, que el otro día un español me decía que este era

un pueblo de coprófagos. Liliana mete en su folleto unos papeles y el que tiene

subrayado en la carpeta, me toca y me hace señas, nos paramos, como a

Esperanza, me dice comenzando a caminar, que le dijeron que tenía serios

problemas ideológicos porque le hizo una crítica al jefe de su departamento, y

como él es del Partido, óyeme, le ronca, ah, no, pero eso es a Esperanza, porque a

mí me vienen con eso y lo que voy a decirle al que me lo diga es que se vaya al

carajo, de todas maneras ten cuidado, Elvira está girada para tu cartón y Gabriela

no se queda atrás, mejor habla menos, que tú tienes la lengua un poco suelta, ¿eh?,

y Liliana me deja con la boca abierta dándome información sobre sus propias jefas

en el Partido, pero se lo agradezco, ya sé que me tienen el ojo echado, sobre todo

Elvira, que cada vez que yo abro la boca se pone en tensión. Liliana y yo

caminamos un rato por pasillos, corredores, áreas verdes, dice mi mamá que

esas cosas hay que analizarlas cuando se está en óptimas condiciones, o sea,

acabada de despertarse una, dice que en ese momento es cuando mejor se

razona, ah, oye, también he observado un detalle muy curioso y es que apenas se

mencionan los aspectos técnicos, formales y estéticos de las obras y de los autores

que se estudian en las ponencias, Liliana mueve la cabeza y su pelo le roza la cara,

o de las mismas ponencias, me dice, porque los ponentes dan más importancia al

contenido, entonces, le digo, acaso son contenidistas, y ella no, no lo creo, lo que

pasa es que siempre se plantea la cosa así, lo más importante de una obra es su

contenido, y eso se ha hecho una costumbre y se ha convertido en lo único

importante, me sonrío y le toco la cabeza para ver si está muy caliente, y casi sin

darnos cuenta nos detenemos frente a una exposición bibliográfica que presenta

todo lo que se ha editado de las anteriores Conferencias: miramos, tocamos,

registramos, ¿y tu ponencia?, me pregunta de pronto, ¿toca esos aspectos?, y me

demoro en contestarle porque yo también he caído en el contenidismo y no me

queda más remedio que admitir que no, que no los toca, que es igual a las demás,

imagínate, sobre el boom latinoamericano, o casi, porque El arpa y la sombra

puede encasillarse ahí. ¿Vas ahora a alguna otra comisión? Y no sé qué decirle, no

tengo ganas de meterme en ninguna otra aula calurosa a oír otra lectura y que al

final te digan que sólo hay cinco minutos para discutirla, y a veces ni eso, no, mejor
 Por fin terminó la Conferencia, ahora a sentarme en mi silla plegable a sacar las

conclusiones y a ver qué me dejó de positivo. Ah, y a repetir las palabras de Liliana:

participar es lo importante. Ella con su perseverancia, fíjate, una ponencia, no una

de esas quitancias que abundan en estos eventos, y ante mi primera negativa su

disposición a ayudarme, a darme un mínimo técnico sobre la metodología para

confeccionar una ponencia, porque yo en esas lides estaba a la altura del Pre con

sus monótonos seminarios martianos. Pobre Martí, cómo lo cogen para el trajín. Pues

aquí tengo los papeles que casi no me caben en el portafolios. Y ni hablar de doña

Metodología: sólamente para hacer las cosas como se señala en las cartas

circulares se necesita otro mínimo técnico: entrega de los resúmenes

mecanografiados a dos espacios en hojas de 8.5 x 11, original y dos copias, 15

cuartillas como máximo, sin erratas (aquí apretaron, porque leer un escrito sin erratas

es como una libra de arroz sin un granito prieto), y con máquina de escribir tipo

standard, cómo no, si en cualquier tienda están ahí a montones y sin libreta de

racionamiento, ja ja ja, nada más ir una allí y a escoger, ah, y baratas, sí señor.

Bueno, sigo: con margen derecho e izquierdo de tal cantidad de milímetros y

caracteres por renglón, con este dato y este otro y... ¡perfecto! ¿No será una

broma? Porque óiganme... pues sí, acabo de estrenarme en una Conferencia

Lingüístico-literaria con bombos, platillos, gangarrias y otros instrumentos de

percusión no tan comunes... Me cayeron en el Departamento: sí, chica, vamos, que

yo sé que tú puedes hacer un buen trabajo y etc., Lidia, Liliana, Ernesto, Adita, hasta

el bedel del Departamento me dio un empujoncito, parece que lo habían

entrenado, porque claro, participar es lo importante. Verdad que la sonrisa de

Liliana tumba lomas, hasta yo que soy mujer me siento electrizada, es capaz de

convencer a Mazzantini. Tres meses hablando de la dichosa Conferencia, todo el

mundo haciendo algo para presentarlo y yo no podía quedar fuera del potaje. Y en

un evento donde participan extranjeros de cierto renombre, personalidades que

tienen experiencia y están en la última, y yo de primeriza, pero nada, no me jodas,

vieja, Adita con sus palabrotas, vamos, embúllate, Ernesto con sus palmaditas en

el hombro, el muy zorro, dime qué necesitas, que yo te lo busco en los archivos, Lidia

con sus carreritas, y así todos, con tal de que yo presentara la dichosa ponencia.

Lidia me sugirió que la hiciera sobre el boom latinoamericano, dígame usted, y en

tres meses a enredarse Marnia con miles de folios que se referían a ese movimiento,

y Carpentier, y Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo, Fuentes, Sábato, Arreola, el copón

bendito. Claro, me decían, no vas a ser la única del Departamento que no presente

una ponencia. De algo me serviría, pensé cuando renuncié a lo demás para hacer

de mi vida un aparato de lectura y estudio durante casi tres meses, soportando las

descargas de don Mario y de doña Aimée, pero mejor no acordarme de eso. Y qué

difícil resulta hacer algo bien hecho. Al menos la Conferencia me enseñó que aquí

la mayoría de lo que se hace es mierda: no hay rigor, no hay seriedad, no hay

dedicación, todo por los pelos, lo manido, lo establecido, lo pan comido. Pero al fin

pasé la prueba, sana y salva, con unas libritas de menos y para alegría de Mario y

alborozo de Aimée, que me habían pronosticado un queme padre. Mi ponencia

me quedó flamante, según el mismo Mario que la leyó dos veces, corrigiéndole

algunas cosillas. La terminé de madrugada, sólo unos días antes del comienzo del

gran maratón intelectual. Los ojos colorados, la garganta reseca, dolores en casi

todo el cuerpo y punto. La entregué en el Departamento. El único que estaba era

Ernesto y con él la comenté por arribita, le leí algunos párrafos, otros los leyó él,

revisamos, hojeamos, etc., y al final me dijo que había cosas que no les gustarían a

los miembros del tribunal y a algunos del Departamento, "pero métele mano y no te

preocupes por eso, que aquí cuela el más pinto". El primer choque lo recibí cuando

se me informó que debía entregar un resumen de la ponencia a otro profesor, que

sería el encargado de revisar, analizar y exponer su opinión al respecto en una

próxima reunión con todos los participantes por el Departamento. ¡Ja!

--¿Un oponente? -le pregunté a la vicedecana, descubriendo el baño de María.

--No exactamente -me respondió, mirándome con benevolencia-, todos los trabajos

que se van a presentar van a ser revisados por compañeros con mayor

experiencia, no sólo el tuyo. Todos, ¿te das cuenta?

La vice sonrió y se fue y no me quedó más remedio que tranquilizarme poco a poco.

Pero recibí el segundo choque cuando me plantearon que la ponencia se discutiría,

lo que yo ya sabía, pero que de esa discusión dependería si se presentaba al evento

o no, algo así como una sesión científica, me dijo Adita, y con todos los miembros del

Departamento. Críticas, observaciones, sugerencias, y el visto bueno final del

colectivo. ¿Y por qué, si eso es un trabajo personal?, le pregunté, en la mesa del

comedor esperando el plato único. Adita me miró y se sonrió, ¡ay, mija, tú no sabes

nada! Por fin llegó el día de la esperada reunión donde se analizarían los trabajos.

Todos los profesores habían presentado algo, por lo menos el Departamento estaría

totalmente representado, y por tal motivo unos tendrían que revisar los trabajos de

otros, formándose una baraúnda en el intercambio de ponencias que daba gusto

verla. Pero en esa reunión se leyeron sólo los resúmenes. Cuando me tocó, oí

opiniones que me sorprendieron. Incluso Elvira planteó que mi ponencia debía

leerse toda, pero por suerte nadie secundó esa idea estrafalaria. Me señalaron

varias  cosas que debía suprimir, otras que debía arreglar, algunas inexactitudes de

segundo orden, cuestiones de la metodología, estilo demasiado directo, etc., y al

final, como ya estaba aprendiendo, acepté todas las opiniones y no cambié mucho,

los ilustres miembros del tribunal que no estaban allí no notarían los arreglos. Después

las ponencias se entregaron a la comisión organizadora que se encargaría de

hacérselas llegar a cada tribunal. Mira, Lidia, yo me pregunto por qué no dejar que

cada cual escriba lo que le venga en ganas, sin tantos remandingos. Lidia seria. No

te atormentes demasiado, tú verás que no vas a tener ningún problema, te prometo

estar allí cuando tú leas tu ponencia, y suspiró mirando la distancia, mira, esos son

métodos que nadie ha echado abajo, yo también suspiré mirándole la cara, sí, ya

sé, no hay remedio, son métodos establecidos, y el humo del cigarro irritándome la

nariz, ¿por qué no dejas el vicio de una puñetera vez?, se ríe, ¿para qué?, si siempre

encuentro alguien que me resuelve cuando no tengo, ¿y tienes alguna vez? Nos

despedimos y a esperar, a leer algunos libros que hace meses esperan por mí, y lo que

sea sonará... A medida que se acercaba la inauguración el alboroto se hacía

desesperante en toda la Universidad, y como yo no sabía nada, me di a la tarea de

investigar por cuenta propia la tardanza en la entrega de la documentación, pero

Ernesto, cuando descubrió mi inútil e inocente gestión, me llamó y me dijo que no

insistiera más, ya te la entregarán, estás nerviosa, tómate un clorodiazepóxido con

aguazúcar y todas esas cosas. Pero recibí el tercer choque el mismo día de la

inauguración: esa noche nos entregaron los sobres manila con todos los resúmenes,

la acreditación y una muy abundante información detallada de las actividades con

horas, días, locales, nombres y apellidos, ¡ajá!, procedencia de los ponentes, etc.,

todo muy planificado, organizado, calculado, como para que pudiéramos

respirar profundamente y sentirnos seguros de que la Conferencia sería todo un

éxito. Me extrañó que sólo se entregaran los resúmenes, pero Adita se condolió de

mí y me dijo niña, ¿te imaginas la cantidad de hojas que harían falta para reproducir

todas las ponencias completas? y aunque no me lo dijo, sé que estaba pensando

qué monga es esta niña, a estas alturas, claro, yo no había pensado en eso, pero

había pensado leerme todas las ponencias en mi casa para participar en las que

me interesaran. Mira, selecciona los títulos y confórmate con ilusionarte, me dijo Adita,

pero coño, ¿por qué entregan estos mamotretos a esta hora si mañana comienzan

los debates?, le pregunto, pero Ernesto, que se acerca al dúo, le dice oye ésta, cree

que va a haber debates, y se ríen y me miran como si yo fuera alguna sietemesina

de cesárea urgente. El Rectorado parece un enjambre alborotado. Cerca del

teatro donde se va a hacer la apertura busco a Liliana, pero no la veo por ninguna

parte. Al fin la descubro, como siempre, moviendo la singüeso y riéndose en un

grupo. Me le acerco. Tiene un gusto exquisito para lucir agradable. Dime en qué

página está tu resumen, le digo a manera de saludo, te prometo que si sólo puedo

leerme uno, ese será el tuyo. El pelo le roza los hombros. Me la imagino en una

aventura con Ernesto y casi no lo creo. Claro, él casado y ella subalterna inmediata,

él atado con cadena y bola y ella desesperándose con atavismos inútiles. ¿Cuándo

se arrancará la humanidad tamañas trabas? Nos llaman, parece que el acto de

apertura va a comenzar. Cargo mi carpeta, mi sobre, mis documentos, mis libros, y

me siento entre Liliana y el doctor Matta, algo desmejorado y serio como de

costumbre. La Decana pronuncia las palabras de la Introducción, informa acerca

del programa, que como todos los programas que se respetan ha sufrido cambios,

sobre las comisiones, los tribunales, la organización general del evento. Liliana me

mira de reojo y me susurra ¿ya te desayunaste?, pero no capto su intención. Un

profesor invitado nos regala una disertación sobre José María Heredia. Antes de

comenzar aclara que no trae la conferencia escrita, pues no le habían informado

que tendría que leerla esta noche. Matta se ríe en silencio. El viejo se ve muy

cansado, ¿cómo se habrá dejado meter en esto?, a veces no se le entiende lo que

dice, improvisar es un don de elegidos y éste está claro que no es uno de ellos.

También hace un ruidito con la garganta que no se sabe si es catarro, manía, o

mensaje secreto a algún oyente, si es que hay alguno. Cuando termina este doble

suplicio de orador y oyentes, que yo creo que nadie ha oído ni hostias, salimos con

prisa y la bella me grita que me apure, que nos quedamos sin asientos, ahora hay

que disfrutar de un refrigerio que te garantizo, vieja, que no tiene desperdicio, y me

toma por un brazo, me hala, corremos hasta el ómnibus más cercano y nos subimos,

pero así y todo tengo que ir de pie, ella logra que un caballero le ceda su asiento,

sólo con sonreír. Y así fue la apertura de la Conferencia. Comimos y bebimos,

conversamos y planeamos lo que haríamos a partir del día siguiente cuando

comenzaran las sesiones de los supuestos debates. Pero de nada me valió planificar

con cuidado matemático, con ayuda de Mario en la casa, mi tiempo de

participación en aquellas discusiones que más me interesaban. Cada comisión

comenzaba a una hora distinta a la señalada en el programa y nunca terminaba

coincidiendo con el comienzo de otra interesante. Además, el orden de los trabajos

se alteró por motivos que nunca conocí, las aulas cambiaron y en fin, me perdí

algunas discusiones, aunque como tales no pasaron de ilusiones, porque ¿quién va a

opinar algo serio en un aula donde hay veinte o más personas con deseos de decir

cualquier cosa, si para todos sólo hay cinco minutos? ¡Ah! Mi horizonte cultural e

informativo, que yo siempre he considerado deficiente, tendría que seguir sujeto a

libros y a materiales al alcance de profanos. ¿No será que somos demasiado

ambiciosos?, le pregunto a María, que está localizando la comisión # 4, que dice

que alguien le dijo que había cambiado de lugar. Qué enredillo. ¿Ambiciosos en

qué sentido? Ah, María quiere discutir, allá va eso. Pues yo creo que son demasiados

trabajos, muchas comisiones, y nada más tenemos dos días, ¿no te parece que en

ese tiempo y con la carga que tenemos aquí no se puede hacer un buen debate?

Puede ser, María se encoge de hombros, como cualquier hijo de vecino, se

desentiende, y me equivoqué, no quiere discutir, lo que quiere es irse a algún lugar

donde pueda sentarse a leer el periódico de ayer que tiene en las manos, porque

aquí no tenemos tiempo ni para estar al día en las noticias, y después mirar a todas

partes y decirme pero como aquí te exigen que presentes un trabajo, ¿se lo exigen

a todos?, ay, mijita, a todos, no tienes escape, y lo peor es que no siempre tú tienes

deseos de hacer un trabajo de ese tipo, figúrate. María se excusa y sigue su camino.

He descubierto que todos los presidentes de los tribunales son forasteros, como si

aquí no tuviéramos gente capacitada. Nosotros mismos nos menospreciamos, por

eso es que nos menosprecian. También me da la impresión de que muchos de los

que forman parte de los tribunales no se han leído los trabajos. Bueno, ¿en qué

tiempo? Esto se parece un poco a los concursos literarios. Bueno, puede que este

evento se tome como recaudador de dólares o como una especie de intercambio

entre distintas universidades, del país y de fuera, y entre personalidades invitadas y

nosotros, que para eso sí resulta apropiada esta Conferencia. Como casi todos los

eventos de este tipo, claro, que lo más atractivo que tienen son estos encuentros,

este conversar, este compartir y pasar el tiempo con viejos y nuevos amigos, y hablar

en los pasillos de lo que uno realmente quiere hablar. En fin... Después del almuerzo

me encontré con Lidia, la Conferencia la tenía sirica, no paraba, y siempre con el

cigarro en la boca o en la mano. Picado, seguro. Le cuento mis impresiones: ¿tú no

te has fijado que casi todos los trabajos tienen el mismo tono? En eso llega Adita y

se incorpora. Yo sigo: los de aquí, me refiero a los nuestros, no a los extranjeros. Mira,

si examinamos los trabajos con detenimiento, todos parecen escritos por la misma

persona. Adita me dice que exagero, Lidia sonríe. Veo a Violeta y al doctor Matta

conversando en una pasarela del teatro. Nos saludamos y yo insisto: ¿que exagero?

¿Tú te has fijado en eso?, le pregunto a Adita. Ya yo estoy acostumbrada, me dice. ¿

A que los trabajos sean casi todos iguales? No, a tus exageraciones, y como Adita

también es una fumadora empedernida, se ponen de acuerdo para llenarme los

pulmones de humo. Qué terquedad, algo que ustedes saben que les hace daño y

siguen envenenándose, y les gusta, que es lo más bonito. Se ríen. Si no fuera por los

vicios, tararea Adita entre dientes. ¿Así que exagero? Claro, lo que pasa es que esa

costumbre, por no llamarla de un modo más exacto, de revisar y controlar y

supervisar todo lo que se hace... sí, muchacha, dice Lidia, tú tienes razón, a ésta lo

que le pasa es que no puede hablar mucho, ya tú sabes, la coge el Partido y... vete

al carajo, Lidia, dice Adita, y echa el humo al aire, deleitándose, por eso cuando un

trabajo llega a la comisión ya está unificado, ahora nos reímos las tres, los cubanos

siempre nos reímos de cualquier bobería, no toleramos la solemnidad, hasta en los

velorios enseñamos las cajetillas en lugar de lágrimas, ah, sí, pero también tenemos

nuestras virtudes como cualquier pueblo. Lidia se retira. Adita y yo seguimos

recorriendo las áreas de la Conferencia, en un mostrador improvisado hay una

exposición de cuadernos y folletos y libros a la venta, esto tendría que ponerse el día

del cobro para poder abastecernos, porque ahora... La anulación de toda iniciativa,

el acomodamiento, lo más fácil, que es lo que ya está estipulado, lo que no trae

problemas, y seguimos hojeando folletos, yo estoy cansada de plantear eso en el

Partido, pero no me hacen caso. Por fin salimos de nuestras modestas compras, me

despido de Adita y me dispongo a una nueva sesión a ver si alguien puede

pronunciar más de cuatro palabras en los cinco minutos que dan para opinar

cada vez que se lee algún trabajo... Pedí la palabra en una comisión en el segundo

día de las discusiones entrecomilladas, porque en realidad, como decía Ernesto, casi

no se discutió, pero la presidenta anunció que la ponencia no sería discutida porque

su lectura había sobrepasado el límite de tiempo establecido, que eran quince

minutos, y en esa comisión quedaban todavía varios trabajos por leer, y si no se

apuraban no les alcanzaría el tiempo para leerlos todos aun sin que se procediera a

discutirlos, y etc. ¿Y ahora qué carajo me hago con mis opiniones? ¿Me las trago?

Liliana me mira y se encoge de hombros. Tendré que exponerle a mi jefa opiniones

que quizás serían una mierda pero que son mis opiniones, qué caramba. Bueno, si es

que mi jefa me acompaña, porque yo no espero la próxima ponencia. ¿Ves lo que

te digo, Liliana? No lo veo ni lo oigo, porque no me lo has dicho, me dice y suelta

una de sus carcajadas. Como siempre, de buen humor. Pues que no sólo tenemos

cinco ridículos minutos para discutir, sino que a veces ni siquiera podemos disponer

de ellos, y me asombro, porque ella es la que me dice vámonos antes de que

empiece la próxima, y me toma por un brazo, nos paramos y salimos al exterior del

aula-sauna, ¡ah!, aire puro, movimiento, rumores. Eso. Me interesa la charla que va a

dar ahora ese profesor francés, me dice la bella, acompáñame, no te vas a

arrepentir, y así te calmas, porque te veo agitadísima, además, el profe está

buenísimo, ya lo verás. Atravesamos la calle central, entramos en otro edificio, Liliana

consulta su agenda, llegamos al aula indicada pero está vacía, y por casualidad

nos encontramos con el Jefe del Departamento de Lingüística, quien nos informa

que la charla del francés ha sido suspendida para mañana al mediodía. ¡No!, casi

grito. Entonces, vamos a la cafetería a ver qué están tirando, me invita Liliana. En la

cafetería le pregunto ¿aquí no vendían antes unos bocaditos de macho? Sí,

vendían, pretérito imperfecto, pero tengo entendido que la empresa los sacó

porque no estaban autorizados, y se ríe, la muy cabrona goza con toda esta mierda,

pero qué felices seríamos todos si todo fuera risas, chistes y alegría, y sobre todo, si no

hubiera que autorizar nada y la vida fuera tan libre como los pájaros, ¿y por qué?, le

pregunto, pero ella dice ah, no, mira, llama al 113 que ahí quién sabe si te informan.

Decidimos repetir el café no tan aguado en estos días y muy caliente, con algo

parecido a una croqueta al plato sin adornos que podemos al fin disfrutar no sin

espera y aguarda, y que nunca -lo hemos apostado- vamos a averiguar con qué

materia prima está confeccionada. No dejo que Liliana pague, ella saca 1.60 y

compra una caja de Populares. Dice mi mamá que en su tiempo las mujeres que

fumaban tenían mala fama, la pobre, ahora estaría horrorizada, casi todas fuman y

en cualquier lugar, a pesar de la campaña y la escasez. Nos sentamos en un banco

de piedra (esto me huele a ranchera mexicana), ¿tú piensas lo mismo que yo?, le

pregunto, mientras ella lanza bocanadas en cualquier dirección, ¿y cómo sé yo lo

que tú piensas?, me pregunta a su vez, pues yo pienso que esto así no camina, en

mi casa y en short y pantuflas, con un termo de café y un buen Wahson en la

tercera velocidad, y con todos esos textos en mi mesa, claro que completos, pues...

aprovecharía mucho mejor el tiempo, Liliana mueve la cabeza, pero no sé si está

negando o afirmando, ¿ves?, le señalo la gente que pasa, la mayoría piensa como

yo: o los trabajos no interesan o la forma en que se discuten no convence, o algo,

no sé, pero algo anda mal, hay más gente fuera que dentro de las aulas, ¿no? No

tan calvo, ella cruza las piernas y ahora los hombres que pasan miran más y

caminan más lentos, cómo la viven, Dios mío, y no les da pena que los vean

mirándola, ¿te has fijado, Liliana?, sí, cariño, pero déjalos que sufran, no, me refiero a

otro detalle adverso: mira, parece que en nuestra literatura no hay nada que

criticar, nada que cuestionar, no señor, nuestra literatura está en su mejor momento,

cómo no, o será que nosotros estamos despistados, no, muchacha, qué vamos a

estar, lo que sucede es que aquí todo se vuelve academicismo, ahora mueve la

cabeza negativamente, todo se vuelve conservadurismo, esquematismo, y me doy

cuenta de que tengo que arrimarme más a la sombra de este algarrobo, pues a

pesar de tener un carné rojo en la cartera está que corta, te has quedado en

éxtasis, ¿dónde estás?, me sacude, por algo yo digo que tú tienes el don de la

distancia, o del distanciamiento, que no es lo mismo pero es igual, ¿no crees?, y me

enseña unos subrayados que tiene en un folleto que parece que le interesa mucho,

perdóname, Liliana, es que estaba pensando en los ismos, ¿en los ismos?, ¡ah!, pues

aquí hay para escoger, no te creas que esos que te mencioné son los únicos, y sigue

con sus observaciones, estoy hablando en serio, mira, ¿sabes lo que pienso?, pero

me adelanto y le suelto sí, querida, piensas que la mayoría de estos trabajos pecan

de muchas penas y carecen de glorias, es que no se profundiza lo suficiente, no se

observa un serio afán investigativo, hay poca valentía para plantear las cosas, ¡buf!,

cuidado no vayamos a convertirnos en hipercríticos, como dice doña Elvira a cada

rato, sí, está de moda eso de echarle con el rayo a cualquiera que se queje de

algo, bueno, me dice, descruzando las piernas, allá los que pierden el tiempo con

esa bobería de estar encontrando un problema ideológico en cada diez palabras

que uno dice, sí, allá ellos, el que de verdad tiene trabajo y lo realiza y tiene cosas

serias que atender no tiene tiempo para estar vigilando a los demás, ese parasitismo

vigilacional tendremos que lanzarlo por la borda algún día, tú verás, si no te mueres

intoxicada de la fumadera, nos reímos, ah, no jodas, y sigue, lo malo de todo esto es

que mientras ese día llegue, algunos nos siguen jodiendo con eso, sí, pero no creas

que está muy lejano ese día señalado para ponernos para la cosa, en serio, de

verdad, y no comer más mierda, que el otro día un español me decía que este era

un pueblo de coprófagos. Liliana mete en su folleto unos papeles y el que tiene

subrayado en la carpeta, me toca y me hace señas, nos paramos, como a

Esperanza, me dice comenzando a caminar, que le dijeron que tenía serios

problemas ideológicos porque le hizo una crítica al jefe de su departamento, y

como él es del Partido, óyeme, le ronca, ah, no, pero eso es a Esperanza, porque a

mí me vienen con eso y lo que voy a decirle al que me lo diga es que se vaya al

carajo, de todas maneras ten cuidado, Elvira está girada para tu cartón y Gabriela

no se queda atrás, mejor habla menos, que tú tienes la lengua un poco suelta, ¿eh?,

y Liliana me deja con la boca abierta dándome información sobre sus propias jefas

en el Partido, pero se lo agradezco, ya sé que me tienen el ojo echado, sobre todo

Elvira, que cada vez que yo abro la boca se pone en tensión. Liliana y yo

caminamos un rato por pasillos, corredores, áreas verdes, dice mi mamá que

esas cosas hay que analizarlas cuando se está en óptimas condiciones, o sea,

acabada de despertarse una, dice que en ese momento es cuando mejor se

razona, ah, oye, también he observado un detalle muy curioso y es que apenas se

mencionan los aspectos técnicos, formales y estéticos de las obras y de los autores

que se estudian en las ponencias, Liliana mueve la cabeza y su pelo le roza la cara,

o de las mismas ponencias, me dice, porque los ponentes dan más importancia al

contenido, entonces, le digo, acaso son contenidistas, y ella no, no lo creo, lo que

pasa es que siempre se plantea la cosa así, lo más importante de una obra es su

contenido, y eso se ha hecho una costumbre y se ha convertido en lo único

importante, me sonrío y le toco la cabeza para ver si está muy caliente, y casi sin

darnos cuenta nos detenemos frente a una exposición bibliográfica que presenta

todo lo que se ha editado de las anteriores Conferencias: miramos, tocamos,

registramos, ¿y tu ponencia?, me pregunta de pronto, ¿toca esos aspectos?, y me

demoro en contestarle porque yo también he caído en el contenidismo y no me

queda más remedio que admitir que no, que no los toca, que es igual a las demás,

imagínate, sobre el boom latinoamericano, o casi, porque El arpa y la sombra

puede encasillarse ahí. ¿Vas ahora a alguna otra comisión? Y no sé qué decirle, no

tengo ganas de meterme en ninguna otra aula calurosa a oír otra lectura y que al

final te digan que sólo hay cinco minutos para discutirla, y a veces ni eso, no, mejor

no, le digo y me resigno, me quedo aquí leyendo un rato, como María. Liliana

piensa igual, también se sienta y registra su carpeta, ya es un poco tarde, tengo

deseos de bañarme, de saber cómo anda la cosa por allá por mi casa con Mario y

con la niña, huy, de olvidarme de esta baraúnda de papeles, y me doy cuenta de

que estoy leyendo y revisando lo que tanto he criticado, pero al menos ni Liliana ni

yo queremos ya arreglar el mundo, y menos sentadas en estas butacas tan

cómodas, pero ah, tal vez mañana encontremos algo que nos levante el ánimo,

que nos ponga en onda, que nos zarandee de verdad, y al final podamos hablar no

cinco, sino los minutos que nos dé la gana...

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

http://laenvolvencia.blogspot.com