domingo, 31 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 11


Mi padre me lo dijo y más de una vez. En eso fue tajante: hijo, estudia siempre,

supérate, gradúate de algo importante, hazte de un buen título, de un nombre, de

un lugar en la sociedad, y sobre todo, huye de la pobreza, porque el hombre pobre

de pobre hombre nunca pasa. Y me describió sin tapujos los muchos avatares que

la pobreza podría hacerme sufrir. Hizo bien en morirse antes de verme en estos

trances de apátrida tonto exiliado y subsidiado quizás por lástima con una miseria de

estipendio que apenas me permite no caer en la indigencia y tener que apuntarme

en el escalafón de los mendigos que piden limosnas a la entrada de iglesias y

centros comerciales. Porque hasta para eso hay que llenar un formulario. Nereida

me alertó al respecto: "¿qué tú te crees, que eso es llegar así con un gorrito y un

letrerito y ponerte a pedir como si estuvieras en un maratón? ¡Ay, muchacho! No te

enteras. ¿Tú no sabes que para pedir limosnas tienes que anotarte y esperar que

alguno de nosotros la palme y así te toque el turno?" Pues sí señor. Siempre

buscando (la búsqueda de los que no tienen patria es eterna e insustituible), siempre

esperando algún empujoncito que me permita continuar la senda de la

sobrevivencia (aunque yo diría mejor la subvivencia, pero hay que esperar que la

Academia acepte esa palabra). Y lo más alentador: rodeado de carencias por los

cuatro puntos, que ésas no te van a faltar, las vas a tener en abundancia y sin libreta

de racionamiento. Pero no te quejes, vas a disfrutar de una enorme ventaja: si no

tienes ni dónde caerte muerto no tienes por qué preocuparte, pues el entierro y lo

demás corren por cuenta del Estado. ¿Ves qué fácil, Ñiquín? Sin problemas, sin

preocupaciones, sin responsabilidades, nada más que pensando en comer, mear,

cagar y dormir, que para eso están las organizaciones encargadas y también las

parroquias, y por la ropa no hay por qué engurruñarse: te lo darán todo para que no

te tullas cuando el termómetro esté pegado al cero, así que cambia esa cara,

negro, que esto es un puñetero paraíso.

--Como si tú fueras el único pobre de La Tierra. Vamos, hombre.

De que esta vida es un vacilón no hay quien lo dude y el que dude que se lo

pregunte a Cosme Carnecruda a ver cómo la pinta. A él no le va mal, lo que le dan

las damas apostólicas y los caballeros de la Orden del Altruismo Practicado en la

Covadonga, le alcanza hasta para pagarse los dos paquetes de pitillos que se

dispara cada día, contando con los que pica, que llegan casi a un tercer paquete.

Debe tener los pulmones como un trapo quemado, el pobre.

--Ah, ya sé por qué traes hoy esa cara: necesitas un préstamo.

--Adivinaste, propietaria, pero no tuyo por supuesto, sino del Banco, y si voy al banco

y pido el dinerito lo que me van a dar es...

--¡Mierda!

--¡Selene! Qué sucia se te ha puesto la boca.

--Gracias a ti, cariño, que te has encargado de enseñarme el diccionario completo

de las malas palabras, porque antes de conocerte, jamás las pronunciaba.

--Y yo que pensé, cuando te vi aquella mañana en el hostal, tan seriecita y tan

modosa, que eras una solterona rica y recatada.

--Solterona no soy, sino viuda, desgraciadamente. De rica no tengo ni la chequera

de la pensión, porque no me la dan por tener este hostal, y recatada... lo era hasta

tu llegada.

Hay muchos tipos de pobres (¿en cuál encajaré?) pero me llama la atención ese

llamado pobre de solemnidad. ¿Es que la pobreza puede ser solemne? El que es

pobre es pobre y a joderse, del tipo que sea, y la pobreza no atrae, no llama, no

interesa, no entusiasma a nadie que no sea idiota o un fanático del altruismo

religioso, que por cierto, cada vez quedan menos. Ya lo decía mi padre. Ser pobre

en esta sociedad (y creo que en todas) lo único que inspira es lástima o rechazo.

Esas ninfas que ostentan esos cuerpos capaces de levantarle la picha a un

nonagenario chenene con sólo pasarle por el lado en verano caliente, y que en su

mayoría carecen de materia gris, si se fijan en un pobre (porque hay otra cosa: la

pobreza no puedes disimularla, siempre alguna arista te descubre) es para hacer

una mueca, una arqueada, un gesto de cuidado, tía, que si éste te roza te pega el

aroma, o en la mejor y la menos común de las veces echarle (no darle) una

moneda en el gorro churroso que tienen en el suelo pelado. Los hay que jamás

permiten que la gente note su pobreza. Como yo. Y salen a la calle con la cabeza

inclinada hacia las azoteas para que la gente no crea que están tratando de

encontrarse dinero en la acera. Lo confieso, ricura: me importa el qué dirán, sobre

todo el qué verán, por eso me esfuerzo en afeitarme cada día, en echarme unas

gotas de desodorante en las axilas, en tener mi ropa lo más limpia posible, porque

pienso, como el lord Henry de El retrato de Dorian Gray que "sólo los superficiales no

juzgan por las apariencias" a pesar de que dice el refrán que "las apariencias

engañan", Olegario, ya lo creo que sí, a los que se dejan engañar por ellas. ¡Ja! Estoy

con Lombroso. El caso es que le zumba caminar por una acera y embriagarse con el

olor de un horno bollerístico y no poder comprarse un pedazo de tarta de manzana, y

peor aún, conocer a Inma, compenetrar verbalmente con ella, caerse mutuamente

bien, y no poder invitarla ni a un café cortado porque en el bolsillo sólo tienes un billete

sucio y de poca monta. ¡Qué bonita es la pobreza! ¿A quién no le gusta ser pobre?

--Tú deberías relacionarte un poco más, no con los organismos y las organizaciones

esas donde vas a resolver tus problemas, no, con la gente, con los seres humanos,

asistir a actividades culturales, no sé, es que te encierras en ti mismo y...

--Disfrutar con creces con el bolsillo en crisis. Te voy a traer un poema de Emilio

Carrere, La musa del arroyo. Te vas a extasiar con la dulcificación de la pobreza.

Y Selene se queda en silencio. Pues eso, que no me citen más a Cristo, a Schweitzer,

a la madre Teresa, que el 90% de la humanidad no es como ellos ni lo quiere ser. Ni

yo tampoco.

--Te veo muy solo y a veces muy triste, aunque lo disimules enseñándome los dientes.

Y no me digas que tu oficio es de solitarios, porque hasta los escritores yo creo que

de vez en cuando deberían echar una canita al aire.

--Claro que sí, mujer, echar una canita al aire gratis, que abundan, o en todo caso

que sea ella la que siempre pague, o en última instancia a chulear mujeres como

esos famosetes de la tele que viven de contar sus indecencias al público idiota que

los ve y hasta los aplaude.

--Perdóname, querido, pero no he querido insinuarte nada de eso. Yo...

--Tú, sí, esa es la cosa, criatura: ¿por qué no me ayudas a echar esa canita al aire?

--¿Yo? No sé cómo.

--Pues muy fácil: siendo tú la otra parte, porque para echar una canita al aire debe

haber dos por lo menos.

--No te mando a la mierda porque... ¿quién diablos será ahora?

--Un día voy a arrancar el cable de este teléfono que siempre nos interrumpe en lo

mejor de la conversación.

--Paciencia, pulgas, que la noche es larga, como dijo el filósofo.

--No fue el filósofo el que dijo eso, sino Juanjo el Escuálido, que se lamentaba de no

estar tan bien alimentado para sus pulguitas.

--Hostal Odessa, dígame... ponte a hacer algo, ¿quieres?

--No, mejor te dejo, querubín, después te cuento sobre el Juanjo.

--Sí, sí, dígame... adiós, hombre, y tómate algo por ahí... para que te refresques...

Augusto Lázaro


(continuará)

http://laenvolvencia.blogspot.com

domingo, 24 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 10


Entro en el baño y me encuentro un papel pegado a la pared que dice: ya cansas

con la ventana, vete para tu trabajo y déjanos dormir en paz, dejas el piso frío y hay

corrientes de aire. No tiene firma, pero hasta el gato de angora del vecino sabe que

es del vigilante que cierra dirigido al albañil que abre puertas y ventanas. El mismo

cuento de todos los días. Y como lo comento con las personas con las que tengo

más confianza, recibo opiniones muy curiosos y dispares, lo que me reafirma en mi

convicción de que en el mundo no existen dos personas que piensen igual. "El perro

y el gato", dice Ana. "El aceite y el vinagre", dice Leila. "Se odian mucho o se quieren

mucho", dice Manuel. Y así mis coinquilinos ponen una pincelada de ambientación

a la monotonía rutinaria (o viceversa) que impera en este sitio donde me hago la

idea de que vivo.

--Ya te lo dije: tremendos personajes.

Selene se divierte y se ríe con los cuentos de mis susodichos, que casi no varían,

porque sus acciones de abrir y cerrar puertas y ventanas y sus candangas por ese y

por otros motivos similares, se repiten mecánicamente día a día, y hay que oírlos

cuando se encuentran tras una de esas acciones puerteras o ventaneras para

darse cuenta de lo reducida que es la verborrea de los seres humanos: "anda ya,

hombre, que nos vas a asfixiar aquí encerrados con esta peste a muerto", "quita ya,

que tú lo que quieres es que me dé una pulmonía", "vete a que te zurzan, cerdo", "lo

único que haces es joder abriendo puertas y ventanas, como si el frío no entrara por

ahí", "pues si tienes frío abrígate y si no te jodes", "claro, como tú te vas y yo me

quedo, yo tengo que joderme, asqueroso", y comienzan los piropos cuando la

sangre aumenta de vapor: "si me encuentro esa toalla cochina en el baño la voy a

tirar a la basura", "tú sí eres guarro, eres un tipo repugnante y además estás loco,

vete a ver al siquiatra, anda", "qué hijo de puta, mira cómo has dejado el baño,

puerco", "y tú que lo único que haces es quejarte, porque te molesta todo, eres

indeseable, eres un jodido indeseable", y así sucesivamente.

--¿Y tú qué pintas en esos encuentros cariñosos?

--Yo no soy pintor, querida, yo sólo observo, oigo y callo.

--¿Y nunca intervienes?

--Nunca. ¿A favor de quién voy a ponerme?

--Pues pensándolo mejor, mejor no voy a visitarte, por si acaso.

--Es una idea sabia. Aunque no creo que te despedazaran si te vieran en aquel

paraíso. Lo de ellos es lo de ellos, a mí los dos me excluyen de sus batallas orales.

--Pero ten cuidado, un día pueden pasar de las palabras a los hechos.

--No lo creo. Mira, el albañil habla conmigo normalmente, sólo que su único tema

de charla es el otro, y el otro apenas habla. En lo suyo, que es manosear los

periódicos y dejar las cosas tiradas en todos los rincones. Ah, y el uno abriendo

puertas y ventanas, y el otro cerrándolas, así entretienen su tiempo de estancia. En el

fondo son simpáticos, no creas, y lo mejor de todo, que conmigo no se meten,

porque me mantengo al margen.

Una mañana se aparece el casero con su cuñado a inspeccionar. La inspección

consiste en echar un vistazo y comprobar que los montones de periódicos siguen

apilonados encima del sofá, en la vitrina del salón, en cajas de cartón, en el pasillo

que da a la salida, en los clósets de la cocina, junto al frigorífico, en el trastero,

encima de la lavadora, en los closets del accesorio, encima de esos closets, y

supongo que en el cuarto del vigilante no quepa ni un aviso del banco. Pues bien: el

casero recorre el espacio, mira y calla, le dice al cuñado que aquello no puede

continuar así, y coloca papeles en la puerta del cuarto del vigilante, al lado del

espejo del baño, y sobre el fregadero de la cocina, advirtiéndole por enésima vez

que tiene que eliminar las toneladas de periódicos viejos y que según el albañil

despiden un olor a moho mezclado con mierda que no hay cuerpo que se lo

dispare. Acto seguido, ambos visitantes salen en busca de nuevos horizontes,

después de haber cumplido con su sagrado deber de atender sus propiedades, y

el piso vuelve a la normalidad, o sea: silencio, soledad, periódicos por todas partes,

ropas tiradas encima de butacas y sillas y mesas y colgadas en la tendedera del

patio (las permanentes) y aquí paz y en el cielo un sol de rajapiedras a pesar de lo

que anunciaron las predicciones del meteosat. Lo demás, Nicasio, a esperar nuevos

rounds lingüísticos (y lengüísticos) a ver en qué para la batalla verbal de mis dos

coinquilinos. Cuando coinciden un día completo en la casa, hay candanga. Yo

callado, en mi cuarto, leyendo o escribiendo o grabando algún DC (en español)

hasta que siento las exclamaciones y aprieto el botón de parada (también en

español) para imitar al lobo de la Caperucita que tenía las orejas tan grandes "para

oírte mejor". Pero el pasado ya no es lo que fue cuando para mí era presente: ahora

la Caperucita es "la señora de Feroz" y quién sabe si dentro de poco se convertirá en

la adúltera por corrérsela con el hijo de uno de los cazadores que la mira con

mucha indiscreción. Cómo cambian los tiempos, Venancio, etc.

--Suerte que los dos trabajan y así por lo menos te quedas tú solo en el piso.

--A no ser a la hora de la condumia que tengo que salir al comedor, porque las

gestiones las he tirado a lo que son y ya me da lo mismo una cita que una entrevista.

--Es que le estás cogiendo el pulso a este país, mi viejo... oye, eso de mi viejo es de

cariño, no te vayas a creer que te estoy diciendo viejo de verdad, aunque lo seas

de verdad, o... ¡ay!, tú me envuelves hasta en la gramática...

--Pues acaba de llamar a las cosas por su nombre: soy viejo, o estoy viejo, o las dos

cosas, que para el caso es lo mismo.

--No iba a decir eso, listillo, y entérate, para mí viejo no es una mala palabra.

--Te estás volviendo jodedora como dices que soy yo. ¡Cuidado! Quien escupe hacia

arriba se llena de saliva.

Y Selene me mira detenidamente y creo que está pensando, pobrecilla, que yo soy

un pobrecillo que tengo que aguantar a dos tipos que yo no escogí, porque cuando

uno va a alquilar una habitación el dueño se la enseña y si acaso una vista de

pájaro a las áreas llamadas colectivas, y la tomas o la dejas y sigues buscando para

que pases por lo mismo. Los inquilinos, como no están en el momento en que tú

llegas y el casero te muestra lo que puede que sea tu hogar no sabes por cuánto

tiempo, tendrás que conocerlos cuando ya estés instalado, y si te gustan bien y si no,

a joderte, mulato.

--¿En cuántos lugares has vivido desde que llegaste, querido? No me acuerdo que

me lo hayas dicho.

--¿No? Pues por si acaso te lo repito: en siete. Mal número. Me he mudado seis veces

en menos de diez años. Es casi un Guinnes.

Un día quizás me decida a escribir algo sobre estos dos personajes de no ficción. Mis

amistades (las que los conocen por referencias verbales) coinciden en que se

prestan para la ficción. Ya lo dijo Oscar Wilde, que la vida imita mucho más al arte

que el arte a la vida, y no entrecomillo porque no estoy seguro de que sea sic. En fin.

El caso es que de los siete sitios en que he tenido el placer de vivir en estos casi diez

años de estancia en el país ibérico, exceptuando el CAT que fue mi tiempo de

bonanza en el exilio y de eso hace ya ni sé cuánto, el que ahora habito, a pesar de

las candangas de mis encantadores coinquilinos, viene siendo como el mejorcito:

calefacción, baño grande y cómodo, cocina muy buena que casi no uso, gas al

natural, patio donde colgar la ropa, lavadora funcionando 3 semanas y rota otras 3,

y el frigo para los frescos, además de un salón amplio repleto de periódicos viejos

que ninguno usa, y mi cuarto, que aunque parece un desahogo (realmente lo es: en

él suelto mis penas a las cuatro paredes, al suelo y al cielo raso), tiene una ventana

que da a una calle arbolada, y lo demás silencio y tranquilidad cuando mis

acompañantes no entran en combate. ¿Qué más puedo pedir?

--Eso digo yo: ¿qué más puedes pedir? Mírame a mí: una habitación y nada más,

porque el resto del espacio pertenece a los huéspedes, y casi todo el espacio está

dedicado a las habitaciones, así que en eso tú me ganas, querido.

--De ahí que te reitere mi invitación. ¿No has oído tú que en la unión está la fuerza?

--¿Y tú no has oído que es insoportable la soledad de dos en compañía?

--Sí, pero ¿has oído que la soledad es mala consejera?

--Contigo es inútil, mejor seguirte la corriente...

Augusto Lázaro


(continuará)

 



domingo, 17 de marzo de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 9


Se puede estar solo rodeado de gente: en la calle, en una cola, en un centro

comercial, en el aeropuerto cuando sales o cuando entras. Yo diría que

precisamente cuando más solo estás es cuando estás rodeado de una multitud

que no te dice nada, porque la soledad es más un estado mental que material o

físico. Sentirse solo es síntoma de muchas cosas y todas negativas, pero hay dos tipos

de soledades: la deseada y la no deseada. Y hay quien tiene las dos. El ser humano

no siempre desea estar solo ni siempre desea estar acompañado. Pero la soledad

perpetua, esa es  otra cosa. No es que te sientas solo porque tu novia te dejó o se

fue con otro, esa soledad es pasajera. Tampoco porque se haya muerto la persona

con la que vivías, esa también es pasajera. No, Mamerto, hay otra soledad que

es mucho peor: la permenente, esa en que no importa que vivas en una pensión 

donde vivan trescientas personas, ni que estés en la Plaza Central concentrado

para protestar por cualquier cosa junto a más de mil gritones, ni que te salga todo

bien con aquellos con los que te relacionas diariamente, sean familiares, amigos,

compañeros de trabajo, vecinos, perros o gatos, etc. No. Te sentirás solo si tu ánimo

está solo y no estás para nadie y esa soledad es la que termina acabando contigo y

convirtiéndote en un amargado, en un relegado, en un aislado, a veces en un

marginado de la sociedad. ¡Ah! Y en mi caso yo no sé qué soledad es la que me ha

tocado en los últimos años. Por eso prefiero pensar que es la soledad del oficio de

escritor, porque alguien dijo que el oficio de escritor es el más solitario. Y tenía razón:

el escritor siempre desea estar solo con su obra como única compañía. Que no lo

molesten, que no lo distraigan, que no espanten su musa, que no le toquen a la

puerta, que no le susurren al oído cariño, ¿quieres una tacita de café? No señor: si

estás escribiendo y el intríngulis te está saliendo bien, cualquier cosa te estorba. Pero

terminas (por ahora) y entonces te entra la corcomilla de entablar conversación

con alguien sobre lo que has creado con tu cerebro primotor o sobre lo solo que te

sientes al final de la página que ya no está en blanco.

--La soledad no es patrimonio exclusivo de los escritores, querido. Conozco infinidad

de personas que no saben quién era Cervantes que están solas todo el tiempo y sin

embargo no se mueren por eso.

--No se mueren aparentemente, porque morirse no es sólo dejar de existir

físicamente. Y a mi edad la soledad ya comienza a molestar un poco.

--Pero tú estás solo porque quieres, porque nada te impide estar acompañado.

--No me digas.

--¿Por qué no te lo voy a decir?

Claro que a mí la soledad me gusta un pocotón, pero cuando la deseo, y da la

casualidad de que cuando la deseo no me sirve de mucho, pues leo y escribo y me

parece que todo lo que leo y escribo es como hacer de idiota en una obra

mediocre: cultura general, ¿y qué?, si aquí el más pinto que casi no sabe ni escribir

su nombre es el que triunfa, y escribir y escribir cuentos y novelas ¿para qué?, si no

voy a publicar ni hostias y en caso milagroso de que pudiera publicar algunas

paginitas narrativas, ¿quién carajo va a leerlas?

--Yo creo que para decidirse a estar solo y a vivir así, sin ni siquiera un loro que le

repita buenos días, viejo, hay que tenerlos grandes. Vamos, y en tu caso es un mérito

mayor, porque además de vivir solo estás lejos de tus seres más queridos. Por eso te

admiro.

--Bueno, la mayoría de la gente que conozco no quisiera estar sola, pero volviendo

al tema, cuando el almanaque te cae en la cabeza ya no deseas tanto seguir solo,

y entonces es cuando no puedes, al menos en mi caso, estar acompañado.

Acompañado por la gente que tú quieres, no por cualquier pelmazo. Cuando yo

era un adolescente no soportaba estar solo ni siquiera un par de horas. Después me

dio por esta tontería de escribir y entonces no soportaba estar con alguien. Ahora en

la tercera edad me estoy comiendo el cable de la soledad, porque cuando deseo

no estar solo la compañía brilla por su ausencia.

--Eso quiere decir que no quisieras seguir solo, ¿verdad? Pues búscate una

compañía, qué carajo. No creo que sea tan difícil.

--¿No crees que sea tan difícil? ¿Conoces a alguna que desearía de todo corazón

unirse a un tipo de sesenta y cinco años que no tiene ni un vale de compra en el

bolsillo?

El ser humano siempre está deseando tener lo que no tiene, pero cuando lo tiene,

comienza a desear otra cosa, y así vive ignorando que la parca lo espera cuando

menos se acuerde de que ella existe. Yo me he sentido solo en muchas ocasiones

en las que he estado entre muchas personas que hablan, comen, beben, oyen

música, hasta gritan, y yo ni las oigo. Y en esas ocasiones la soledad es más real, más

golpeadora que cuando nadie rodea mi poco espacio disponible. Pero la soledad,

cuando se adueña de uno, lo aprisiona de tal modo que uno termina por aislarse de

lo que lo rodea, del mundo circundante, de la gente, y cuando ya no puede

regresar a su estado social de ser social, se refugia entre cuatro paredes y trata de

compensar la falta de la cercanía humana con sus cosas materiales y con sus

recuerdos, que esos nunca faltan ni nunca se borran.

--Si tú no fueras apriorístico podría contestarte que sí, que conozco no a alguna, sino

a muchas, que al igual que tú no tienen ni para un café con leche, pero que desean

vivir y desean disfrutar de la vida en lo que puedan disfrutarla, que no es poco. Lo

que te pasa es que tú mismo te has ido aislando y ya no te interesa conocer a

nadie. Ya no te interesa el ser humano. Y así, querido mío, no se puede vivir.

--¿Y si te dijera que yo conozco a alguien que sí pudiera salvarme del abismo?

--Tú no estás en el abismo todavía, pero al paso que vas... Pero bien, ¿quién es esa

persona que conoces?

--Qué pregunta, Selene. ¿Quién va a ser? ¡Tú misma!

--¡Ay ay ay! Volvemos a tocar campanas sin ser hora de misa.

--Hablo en serio, mujer. Tú y yo nos entendemos muy bien, y a ti no te interesa que yo

no tenga una cuenta bancaria de seis cifras. Además, sé que te caigo bien. Como

tú a mí. Lo que nos coloca en una posición de acoplamiento favorable.

--Déjame no hacerte caso. Ya yo no sé cuándo estás hablando en serio. Pero mira:

yo vivo sola desde hace no sé cuántos años y ya ves que no me quejo de mi

situación. Y como dice el refrán, mejor sola que mal acompañada.

--Ese es un refrán pesimista, pues excluye la posibilidad de encontrar una buena

compañía. Y gracias por lo que me toca.

--No me refería a ti, listillo, pero dime una cosa: ¿tú crees que en esta época es fácil

encontrar una buena compañía?

--No es fácil, pero como dijo el Quijote, la felicidad no está en la venta sino en el

camino.

--Lo que quiere decir que estarías dispuesto a pasarte la vida buscando, aun

sabiendo que no vas a encontrar.

--Lo que quiere decir, rubicunda, es que esta vida, que ya de por sí es una mierda,

apestaría mucho más si no tienes algo que te impulse a seguir.

--Te confieso que en eso soy yo la pesimista. Yo no cuento ya con muchas cosas que

me impulsen a seguir, como tú dices. Y a mis años no creo que aparezca el príncipe

azul o de cualquier otro color.

En el fondo yo opinaba lo mismo, sólo que siguiendo la norma me autoengañaba

como todos los seres humanos que se prometen cosas que saben que no van a

cumplir. Aunque sin esa manía de autoengañarse no creo que pueda resistirse la

bazofia que te encuentras en cualquier lugar a donde vayas. Se puede vivir en

soledad, incluso se puede vivir en absoluta soledad, lo que no sé por cuánto tiempo,

que no creo que sea demasiado. Resistir solo como Robinson Crusoe (hasta que

apareció Viernes) no es un coctel de frutas como postre de banquete. Además, no

vivimos en la Luna ni en Marte (todavía), ni siquiera en el polo ni en una cueva del

Aconcagua y aunque lo deseemos, tenemos que aceptar la compañía de

montones de personas de todos los colores con las que quisieras no toparte, e

incluso a veces tienes que dispararte a cada uno que le traquetea la pichona. Es

que los seres humanos no somos dueños de nuestras pobres existencias: nos manejan

los hilos de lo que los creyentes llaman el Destino y de lo que yo llamo poderes,

Intereses, gente que se ocupa de jodernos para justificar un malsano placer o un

salario indispensable que defienden por encima de tu situación y tus necesidades de

atención y justicia. Por eso me alegro de estar solo y de sentirme solo. Cuando salgo

a la calle y me enfrento a tanta porquería, rabioso e impotente, me digo ¿para qué

salir? ¿Para qué relacionarme? ¿Para qué comprobar una vez más lo que ya sé sin

coger calle?

--¿Por qué no escribes algo sobre la soledad? No me negarás que el tema tiene.

--No. Decidí dejar el tema el día que me convencí de que mejor que escribir sobre

ella era vivirla como la estoy viviendo, mal que me pese en ocasiones desear

compañía.

--Pues a mí déjame aquí, metida en mi habitación, sola como un poste de la luz, que

así no tengo que soportar los problemas de otro. Ya con los míos me basta.

--Pues no sé, querida. Es triste vivir solo a mis años, pero es más triste conocer la

antesala de la muerte rodeado de nada por todas partes, como dijo Gerónimo, en

aquella pieza teatral del Cabildo en Santiago de Cuba.

Sí, se ha escrito demasiado sobre la soledad. En pro y en contra.  Sólo que quienes

han escrito en pro no se han visto apoyados en un hombro extraño para dar unos

pasos o inclinados ante una mano amiga que le pase un papel por el ojo del culo

embarrado de mierda, porque ellos no pueden hacerlo, o abriendo sus bocas para

recibir la cucharilla con el purecito que les embute la enfermera de turno. En fin,

majete, que tienes que joderte, porque naciste para joderte y de esto no te salva ni

el Chichiricú Mandinga con sus gallinas prietas y sus nueve velas encendidas. Me

dice Leila que ella conoce a más de uno que pasa de ochenta y están lúcidos y se

mantienen con autonomía general para todo: ¿por qué pensar que cuando

llegues a esa edad vas a estar como un bebito al que hay que darle la papilla

cantándole un arrorró?, me dice. Acepto que la soledad me preocupa, pero mucho

más me preocupa imaginarme solo viejo, con más problemas y más impedimentas

que tendré que afrontar. Si a los ochenta (tomando como base el cálculo de Javier)

pudiera mantenerme lúcido y autónomo (como esos que menciona Leila) y con

buena salud, la vejez en soledad y viceversa no sería tan horripilante. No. Lo malo

de esta revertera es llegar a esa edad sin lucidez, sin autonomía, sin salud, y sin la

compañía del loro que me repita diariamente buenos días, viejo. ¡Ah, Catana!

--De todos modos en tu caso y en el mío, que no estoy tan lejos como crees, lo único

que puede hacerse es esperar en calma y mantenernos activos, que eso ayuda

bastante. Y oye, querido, a juzgar por como luces a estas alturas, creo que podrás

llegar a los ochenta y algo más hecho un toro de lidia.

--¿No es a esos toros a los que liquidan en los ruedos?

--No empieces con tus suspicacias. Mejor tómate un té que voy a prepararte ahora

mismo, especial para ti y como a ti te gusta, para que no te quejes más.

--Selene, tú tienes la culpa.

--¿La culpa de qué?

--De que yo te haga la cortre. Y de que insista. ¿No dicen que quien persevera

triunfa?

 

Augusto Lázaro


(continuará)

@augustodelatorr