sábado, 28 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 12

Todavía no hace tres meses de que se fueron mis padres cuando se aparecen mis

primas. Pero no vienen solas: traen a una anciana en una silla de ruedas que me

presentan como la tía Emilia. Me quedo en la puerta sin saber qué hacer, pero mis

primas entran sin esperar que las invite a pasar, y arrastran la silla con la anciana.

Entonces me entero: tu mamá nos escribió y nos dijo que la tía Emilia podía venir

aquí a vivir contigo y con la niña para acompañarlas. Acompañarme la llamada tía

con su silla de ruedas y con un bulto enorme que una de mis primas tira en el sofá.

Porque dice mi mamá, según ellas, que así no estaré tan sola, y que las dos nos

sentiremos mucho mejor, y etcétera. Leo la carta y es verdad que mi mamá les

escribió todo eso, como siempre, sin consultar conmigo. Cuántas estupideces se le

ocurren a mi mamá. En la carta dice que yo podría cuidar y atender a la tía Emilia y 

así estaría más entretenida y ocupada, hasta que pudiera irme a reunir con ellos.

Habráse visto. Como si yo estuviera aquí echándome fresco en el papo. Y claro, las

simpáticas primas enseguida trajeron a esta vieja, no faltaba más. Se sacudieron el

muerto y me lo encajaron a mí, a la hija del pollero. Por la facha que tienen se ve

que son un par de pelandrujas que nada más que están a la espera para joder a los

demás y salir ellas beneficiadas, como ya hicieron cuando mi mamá se fue, pues ya

sabes, Tania, enseguida que recibimos el encargo de tu mamá decidimos traer a tía

Emi. Si me dan ganas de descuartizarlas a las dos, y que Dios me perdone. Por fin se

van y yo tiro la puerta con toda mi fuerza. Y resulta que ahora, como si yo tuviera

poco, tengo que bañar a la vieja, vestirla, darle la comida, acostarla, lavarle sus

trapos asquerosos, todos los días y a todas horas, porque esta vieja no es un pastel

de manzana. Eso es el frío que ha vuelto tururata a mi mamá, porque no me explico.

Y el asco que me da esta vieja, que parece que está muerta y momificada, en su

silla de ruedas, rígida, consumida, muerta. Vieja pelleja. Se le ven los huesos por

encima de la poca carne que le queda. Carne no, pellejos, porque eso es lo que

tiene, pellejos. Con sus ojitos de pájaro pendientes de todos mis movimientos, ah,

moviendo la mandíbula constantemente, y los brazos, y la lengua, sobre todo la

lengua, coño, que eso no se le ha encogido, y la usa conmigo para ordenar, pelear,

gritar, protestar, quejándose por cualquier bobería, pero lo peor, diciéndome cuanta

barbaridad se le ocurre, venga o no venga al caso. Yo creo que eso lo hace por el

solo placer de hablar porque no puede estar callada, parece que le pica la lengua.

Y Bertica por el otro lado, con sus chillidos cuando tiene hambre. Las dos chillando.

De ésta me ingresan. Pues no me voy a callar, no señor, no me voy a callar, chiquilla

de mierda, eres una degenerada, sí, eso es lo que eres, a mí no me engañas, eso,

una degenerada, ya me lo habían dicho y yo me resistía a creerlo, pero ahora me

doy cuenta de que lo que me dijeron se queda corto, degenerada, ahora ya te voy

conociendo, mascarita, te voy conociendo muy bien, no me puedes engañar, no,

ni lo sueñes que me vas a engañar como a tu pobre madre, y óyeme una cosa,

chiquilla de mierda, se lo voy a mandar a decir a tu madre, y a tu padre también,

a los dos, que abusas conmigo porque soy una pobre anciana inválida y no puedo

defenderme, ah, sí, ya lo creo que sí, so abusadora, so puñetera, pero ten cuidado,

eh, ten mucho cuidado, no te equivoques conmigo, porque así mismo, inválida y

todo como me estás viendo, todavía tengo fuerzas para darte un bastonazo y

romperte esa cabeza que tienes repleta de mierda, so atrevida, y tener que estar

aquí aguantándote las veinticuatro horas del día, mira que se lo dije bien claro a

las muchachitas, mira que se lo dije, no me lleven para la casa de esa vejiga loca,

porque ellas se pasan la vida hablando de ti, y lo que dicen es de anjá, y ahora ya

sé que lo que dicen es verdad, se lo dije, no me lleven, pero ellas insistieron en que

tú estabas muy sola y que me tratarías bien, y ya veo que no se puede confiar ni en

los santos apóstoles, ya lo veo, sí, pero si sigues molestándome te voy a dar un

bastonazo que te voy a dejar lisiada, cabrona, de verdad que te lo voy a dar, y

duro, bien duro, para que largues el pellejo y te acuerdes de mi todos los años que

te quedan por vivir, que ojalá no sean muchos, so mierda, así que déjame así,

déjame tranquila y hazme caso, y mira a ver lo que tú haces conmigo, mira a ver

cómo te portas, cabrona, bandida, mosquita muerta, que tú a mí no me engañas,

tú no tienes ni un pelo de inocente como cree tu madre, mosquita muerta, cabrona,

ni uno solo, fresca, atrevida, poca lacha, qué te habrás creído, poca lacha, eso es

lo que tú eres, y no me mires así, que no me vas a impresionar ni me vas a meter

miedo, so putica, que se lo diste al primero que te hizo jiii, so putica, te empezó a

picar temprano, eh, por eso te pasó lo que te pasó, porque no te pudiste contener,

si no me canso de decírtelo, eres una degenerada, una degenerada, una degen...

¡YAAAAAAAAAA!, y no puedo más y exploto, me pongo a dar gritos yo también y mi

casa se vuelve un infierno. Qué deseos de matar a esta vieja. De matarla, sí, de

colgarla en el patio, de pegarle candela y quedarme mirándola, gozando con el

espectáculo de la maldita vieja desintegrándose, desapareciendo de mi vista para

siempre, y cuando el fuego se apague lo único que quede de ella sean unos huesos

calcinados, achicharrados, desprendiéndose del alambre de la tendedera,

cayendo en la hierba... Pero no hice nada de eso, no señor, enseguida me puse

muy nerviosa pensando lo que se me había ocurrido y lo único que me dio por

hacer fue irme hasta mi cuarto, comprobar que Bertica jugaba con las muñequitas

que le trajo Aurelia sin darse por enterada de la algarabía, y ponerme entonces a

llorar, y taparme los oídos para no seguir oyendo una sola palabra de las palabras

asquerosas que seguía gritándome la vieja, la maldita vieja, la hija de puta de la tía

Emilia, desde la sala de mi casa...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


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domingo, 22 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 11

Todas las noches me desvelo, pensando en mi mamá. Por mucho esfuerzo que

haga por pensar en otra cosa, siempre termino pensando en mi mamá. Y me duele

la cabeza, a pesar de que me tomo una o dos aspirinas antes de acostarme. Me

duele la cabeza y pienso en mi mamá. Bertica ni se mueve, duerme como un

angelito, si al menos se despertara me entretendría un poco. Cuando pasan las

horas y no puedo conciliar el sueño me dan deseos de despertarla, pero miro su

carita inocente, tan feliz en su sueño, que no tengo valor para cortárselo. Entonces

me pongo a dar vueltas por toda la casa, enciendo las luces de los cuartos, del

pasillo, de la sala, del baño, de la cocina, y me da por tomarme muchas tazas de

café, una tras otra, a ver si me intoxico y se me quita esta angustia, o a ver si me

reviento de una vez y no pienso más en mi mamá ni en otra cosa y me duermo para

siempre. No debería pensar tanto en mi mamá, al fin que ella se fue con mi padre y

mis hermanos y me dejó aquí sola, con la niña, y arréglatelas como puedas. Claro,

tenía que irse, cómo no, tenía que irse con el toro furioso, ya lo creo, pero yo tuve

que quedarme y tengo que joderme aquí sola, porque a nadie le importa una

mierda que yo esté aquí sola con la niña, pasando las noches en vela, pensando, sí,

pensando, como si eso fuera lo único que puedo y debo hacer: pensar. Y pensar en

cosas malas, porque en mi cabeza no hay ni un solo pensamiento bueno. Ni uno

solo. Desde que se fue mi mamá ya no sé si en el mundo existen cosas buenas,

bonitas y agradables. No. Lo único que sé es que mi mamá se largó para el Norte y

yo estoy sola aquí con mi hija casi recién nacida, con el asma que me atenaza casi

constantemente, y sin esperanzas de reunirme allá con mi mamá, porque el muy

desgraciado de Tony no entra por el aro, ¿qué tú dices?, estás loca, mocosa, si

crees que voy a dejar que te lleves a mi hija, olvida el tango, nené. Eso fue lo que

me dijo cuando fui a verlo a la cárcel. El hijo de puta. Ah, sí, pero si él quiere joder, yo

también voy a joder, no le voy a llevar a Bertica para que la vea y se acabó. Pero el

caso es que me tengo que quedar aquí encerrada, en esta casa que poco a poco

se me irá cayendo encima, y todas las noches el mismo cuento: desvelo, dolor de

cabeza, café, aspirinas, pañales, biberones, frota que frota, dobla que dobla,

tiende que tiende, y yo cada vez más flacundenga, más ojerosa, más desencajada.

Y cuando llega la noche esta casa se convierte en una pesadilla, entonces las

paredes de mi cuarto se mueven, se acercan a mi cama, me van a apachurrar, y

todo se me viene encima, me aplasta, me tritura, me asfixia, abro la boca totalmente

y se me salen los ojos, doy un salto y grito, grito, grito, y me dejo caer otra vez sobre

el colchón que cruje y hace un ruido del demonio por los muelles desvencijados...

Me quedo quieta, rendida ante la realidad sin salida posible, hasta que ya de

madrugada, cuando comienzan a cantar los gorriones en las matas del patio de

Aleida, se me van cerrando los ojos por el agotamiento, la luz se va apagando, y

ya no siento nada más. Entonces sueño con la nieve: veo la nieve que cae

suavemente contra la ventana y sobre el muro del patio, se desparrama por las

paredes, cubre todos los muebles, se derrite en el piso, y todo se llena de agua,

y yo floto en ese mar que llena todas las habitaciones, yo soy aquella niña que

navega en un inmenso mar buscando al caballero de los cuentos que me hacía

mi mamá, que ahora sería un capitán famoso y llegaría en una barca adornada

con miles de caracoles y de algas, con muchos marineros halando las sogas para

que la barca se acercara al lugar donde yo estoy, y ese capitán me rescatara de

las aguas donde me estoy ahogando, pero de pronto me despierto, siento algo

parecido a un eco que repite ooo, ooo, ooo, el eco de un grito que yo misma he

dado, que vibra en mis oídos otra vez, ¡nooooooooooooooo! Después el silencio.

Todo sigue en calma. Siento un miedo que mantiene mi cuerpo pegado a la cama

hasta el amanecer, tapada de pies a cabeza, inmóvil, rodeada de silencio, sólo de

silencio, hasta que el llanto de Bertica sacude mis músculos, entonces me destapo,

la miro, me levanto, me acerco a su cuna, la cargo, vuelvo a colocarla, corro a la

cocina a prepararle la toma, y mientras preparo el biberón siento sus gritos, sus

chillidos, por el hambre que tiene, porque soy muy torpe y me demoro demasiado...

Y eso es todos los días. Y todos los días se repite mecánicamente la misma jornada

de los días anteriores. Y es como si yo estuviera viviendo otra vez uno de esos días

que he vivido ya. Y solamente me vuelve el alma al cuerpo cuando siento la voz de

Aurelia que me llama, Tania, Tania, porque Aurelia viene todas las mañanas antes de

las ocho y nunca toca, ¡Tania!... ¡Tania!... Y cuando Aurelia entra carga a Bertica,

limpia la cocina, friega la losa que quedó de la noche anterior, recoge las cosas

que dejo regadas por todos los cuartos, se pone a conversar conmigo un rato, se ríe,

abre las ventanas, y entonces la luz llega a todos los rincones de la casa...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



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domingo, 15 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 10


¡Cómo no me voy a acordar de aquella tarde! Aquella tarde rompió las últimas

fibras inocentes de mi adolescencia. El tiro de gracia lo dio el telegrama. Ese día mi

padre me dio muchos besos, me dio más besos que todos los que me había dado

desde que nací. Se puso a caminar por la sala y a mirar todas las cosas como si

fuera alguien que nunca hubiera estado allí: caminaba, se paraba, encendía un

pitillo, seguía caminando, se volvía a parar, botaba el pitillo que acababa de

encender, y se quedaba largo rato mirando una foto, un adorno colocado en las

repisas, un punto en el espacio que yo no podía descubrir. Pero lo más bonito, cada

vez que me pasaba por el lado me abrazaba muy fuerte, me apretaba con toda su

fuerza, me besaba con pasión. Yo nunca lo había visto así. Ahora es que me doy

cuenta de que tiene que haber pasado un momento terrible, después de todo yo

era su hija. Mi mamá lo único que hacía era mirarme y llorar. Se me quedaba

mirando, movía la cabeza como diciendo no, se tapaba la cara con las manos, y

a llorar. A mí no me decían nada. Los dos parecían haber enmudecido de repente.

Eso fue en los primeros momentos. Yo no sabía qué hacer, no me atrevía a abrir la

boca para preguntarles. Besa que te besa y llora que te llora y yo en el aire. Bertica

en su cuna, inocente de todo. Después me acuerdo de que llegaron unas vecinas y

más tarde dos o tres familiares que yo apenas conocía, y las tías repintadas y

antipáticas, y al oscurecer se aparecieron los amigos de mis padres que vivían en

Vista Alegre, Marina y Esteban.  Yo no sabía nada de ellos como no sabía nada de

las mujeres que visitaban a mi mamá y se metían con ella en su cuarto a rezar y a

cuchichear sobre la astrología y esas cosas. Pero yo sabía que mis padres iban a la

casa de Marina algunas veces, sobre todo mi padre, que iba con los varones.

Aquel día mi mamá me habló mucho de Marina cuando se calmó un poquito,

Marina es mi amiga del alma, es como mi hermana, la mujer más noble que he

conocido, y entonces me acordé que varias veces me había llevado a su casa en

Vista Alegre, una casa rodeada de jardines donde por todas partes se abrían las

flores y donde yo me extasiaba contemplando tantas flores de tantos colores y las

cosas bonitas que tenía Marina. Eso fue hace mucho tiempo, cuando yo era una

niña que le preguntaba a mi mamá los nombres de las flores, por eso me acordé de

pronto de Marina, porque después que comencé la escuela ya Marina no volvió a

mi casa ni mi mamá volvió a llevarme a su casa. Ni a ningún otro lugar, a no ser a

la primaria. El caso es que todos se pusieron a hablar al mismo tiempo y mi mamá y

Marina se pusieron a llorar. La cabeza se me quería reventar. Pero por la noche fue

lo peor. Por la noche me fui para el fondo de la casa, nadie se dio cuenta por el

revolisco que había, mis hermanos registrando sus cosas, aquello parecía un zoco

marroquí. Nadie se ocupaba de mí. Y yo quería estar sola, que no me viera nadie,

meterme en un rincón donde pudiera concentrarme y pensar en todo aquello,

porque yo presentía que todo aquello que estaba pasando era algo malo que

me iba a fastidiar. Y en el fondo, en un cuarto de desahogo sin luz que está al lado

del patio, me puse a pensar. Entonces me vi caminando por aquella casa enorme,

con las paredes pintadas de blanco ya descascaradas, llenas de fotos viejas y de

cuadros antiguos, y yo era una niña que caminaba de una habitación a otra

llamando a mi mamá, mami, mami, dónde estás, mami, ven, que tengo miedo, y

de pronto me echaba a correr sin saber hacia dónde, pero la casa crecía, se

inflaba, parecía un globo gigantesco que se fuera a reventar en un momento, yo

aterrorizada, corría por el pasillo de cemento, junto al muro de la casa de Aleida, y

la llamaba, Aleida, Aleida, corre, que la casa se va a reventar, y yo no podía tocar

las paredes ni las puertas que siempre se alejaban, yo corría y gritaba, pero ni mi

mamá ni Aleida respondían a mis gritos, y comencé a llorar... Así estuve largo rato,

no sé si dormida o soñando, o quizás viviendo por adelantado un horror que

suponía que se me venía encima. Me quedé allí sola sin que nadie se ocupara de

mí. Bulla, gritos, llanto, todos hablando al mismo tiempo, corriendo de un lugar a

otro, sacando cajas y cosas de los armarios, y el dolor de cabeza que no se me

quitaba. Cuando me calmé un poquito me acordé de Bertica y corrí hasta su cuna.

Me quedé un rato mirándola: estaba rendida, bocabajo, con su boquita abierta.

Qué bonita es la inocencia. Me dio envidia su suerte, ella estaba ajena a todo lo

que estaba sucediendo o que sucedería, y estaría ajena muchos años todavía,

quizás toda su vida. Mi hija. La miraba y la miraba y me abstraía del desorden que

se había posesionado de mi casa. Yo sólo sabía que algo malo iba a ocurrir, sobre

todo a mí y a Bertica. Hasta que por fin me enteré de la verdad, ya muy tarde, al

borde de la medianoche, cuando se habían ido los extraños. Mucho trabajo le

costó a mi padre ponerme al corriente, ¿y por qué yo y la niña tenemos que

quedarnos si ustedes se van, si mis hermanos se van con ustedes?, les pregunté tras

conocer la terrible verdad. El padre de la niña se negó a dar su consentimiento

cuando le llevamos los papeles a la cárcel, y después de soltarme esa respuesta mi

padre desapareció de mi vista. Entonces me enteré por mi mamá que Tony estaba

preso, que había robado en los ferrocarriles donde él trabajaba, y que de ninguna

manera accedió a autorizar la salida del país de la niña, y sin esa autorización las

autoridades no la dejaban salir, y claro, ni pensar que yo me iría del país sin mi hija.

No quería entender, pero iba entendiendo poco a poco. No quería imaginarme lo

que nos esperaba a mí y a Bertica, solas en la casa mientras que mis padres y mis

hermanos se iban para los Estados Unidos. El terror fue tan intenso que ni siquiera me

dio por llorar, me desmayé y mi mamá tuvo que pegarme algo en la nariz según me

dijo cuando me recobré. Entonces volvió mi padre y entre los dos me marearon con

sus lequeleques: te dejaremos bastante dinero, mi amorcito, tú verás que no te va a

faltar nada... y Aurelia va a venir todos los días a ayudarte, ya hablamos con ella...

y no vas a tener ningún problema... Aleida se va a encargar de darte vueltas y de

atenderte diariamente... y Marina, y las tías, y tus primas también te ayudarán... tú

verás que no vas a tener ningún problema... después ya veremos cómo resolvermos

el asunto de la niña para que tú y ella puedan reunirse con nosotros... no te

preocupes, eso será cuestión de meses, tal vez de semanas... pero ahora nosotros

tenemos que irnos, tenemos que aprovechar la salida, no vaya a ser cosa que esta

gente no nos dé otra oportunidad... pórtate bien, mi vidita, pórtate muy bien, y

cuídate, y cuida mucho a Bertica, nosotros tenemos que irnos ahora, compréndelo,

hija, tenemos que irnos, no podemos dejar la salida para más adelante, ya lo

tenemos todo preparado, y todas las gestiones terminadas, hasta tenemos los

pasajes, pero no te preocupes, no te va a faltar nada y todo se va a resolver muy

pronto, ya verás... Mis padres habla que te habla y yo aturdida, sin oír apenas las

recomendaciones que me hacían. Bertica era un bebito todavía, un bebito que

dependía de mí para todo, y yo, ¿de quién dependería a partir de ese momento?

Pensar que mis padres nunca se enteraron de que toda esa gente que tanto me

recomendaron no puso un pie en mi casa, a no ser las odiadas tías y las primas que

vinieron un día a registrarlo todo y a llevarse todo lo que quisieron llevarse, las muy

desgraciadas. ¡Ah! De eso hace ya cinco años y me acuerdo de todos los detalles,

como si todo aquello estuviera ocurriendo ahora mismo. La tarde del dichoso

telegrama, lo que sucedió en los días anteriores que yo no había captado, el entra y

sale de la gente en la casa, los papeles, las maletas, los baúles, el teléfono, la lucha

que me daba Bertica, la pobre Aurelia, que no tenía descanso con las cosas de la

niña, mis ataques de asma, el corre corre, las visitas a desconocidos, Marina y

Esteban, las tías repintadas, la cuadra alborotada, mi mamá quejándose de sus

achaques, mi padre llenando los rincones de la casa de colillas, mis hermanos

callados y serios como si estuvieran castigados, y yo que no sabía nada, que no

supe nada hasta última hora, hasta el mismo momento en que llegó el maldito

telegrama, porque a partir de ese momento ya todo fue distinto...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



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sábado, 7 de marzo de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 9

La niña, la preciosa niña, desde que salió de mi vientre comenzó a crear poblemas:

que se llame Ana, dice mi padre, porque así se llamaba su madre, no, que se llame

Rosario, dice mi mamá, aunque no delante de mi padre, porque así se llamaba su

mamá, mis abuelas, las dos muertas, que ya yo no me acuerdo de ninguna. Pero

Tony con su cuchareta: no no no, ni Ana ni Rosario, mi hija se llamará Berta, como su

abuela, y no voy a discutir más este asunto, porque aunque tú y yo ahora estemos

divorciados, es mi hija, coño,  y va a seguir siendo mi hija hasta que yo me muera.

Tony enredando la pita, para no perder la costumbre. Se lo digo a mis padres y ellos

se afincan cada vez más en lo suyo, que Ana, que Rosario, que ya ese joven nada

tiene que ver contigo, dice mi mamá, que a la mierda el muerto de hambre ese,

dice mi padre, y en definitivas si Tony no da su autorización no le van a acepar a la

niña ninguno de esos nombres, según está estipulado, me dice un abogado que

conocí en el Pre. Pero a mí, que soy la madre, la que la llevó dentro nueve meses,

no me dicen nada, no me pregunta nadie, mi opinión no vale un quilo, soy un cero

a la izquierda, un parche pegado, un trapo de cocina, en éste y en todos los asuntos

de mi casa y mi familia, y hasta de mi propia hija. ¡Aaay! Estoy aburrida y cansada

de todo, de esta puñetera casa, de mis padres que sólo piensan en lo suyo y ni se

acuerdan de que yo existo y tengo voz y voto, del sanaco de Tony que sigue  

enredando la pita, de todo, de todo, de todo. Hasta de mi hija ya me estoy

cansando por anticipado, porque si fuera sólo el nombre, pero lo que me va a caer

encima ya me lo imagino. El bautizo, por ejemplo, que esa es otra historia. Mis padres

con que la niña tiene que bautizarse como Dios manda, Tony con que de eso nada,

que él no va con eso de los curas y la iglesia, y yo, que ya me da lo mismo la chicha

que el jugo de piña, porque lo que me pide el cuerpo, tan estropeado como me lo

dejó la dichosa niña, es no buscarme más problemas con nadie ni por nada, que le

pongan como les salga y al carajo. Es mi hija, la voy a alimentar, a criar, a querer lo

mismo si se llama Ana que Rosario que Berta que Sisebuta. Ya estoy obstinada. El

asma también con su jodienda, debilitándome cada vez que se le antoja, los

problemas de la casa y ahora la niña, que es el problema mayor, y no sé cómo

rayos voy a salir de todo este berenjenal. Con mi mamá ya no puedo contar y no

tengo a nadie más con quien contar. Yo no cargo a la niña demasiado, porque se

acostumbra y después no hay quien le aguante las perretas si no la cogen siempre.

La cuna está preciosa, al menos en eso se la comió mi padre. Y la niña no da

mucha guerra por ahora, por las noches se despierta algunas veces cuando está

mojadita, pero enseguida se rinde otra vez. Ya aprendí a cambiarle el pañal, a

secarla y a dormirla. A veces me cuesta, pero al fin lo logro. Soy su madre y este

muerto tengo que cargarlo yo, porque para eso la traje al mundo sin contar con

ella. Pero mi vida ha cambiado por completo, ahora es un tumulto, un movimiento

constante, un quehacer que no da tregua, el llanto de la niña, la toma de leche en

biberones, mis tetas no dan ni para una curielita, los pañales, la vigilancia, no vaya a

ser que se desenganche un alfiler de la cuna y se lo clave en un ojo o en la cara, el

corre corre cuando grita y nadie sabe por qué grita, y a todas horas a moverse, a

lavar los pañales, hervir los biberones, jugar con ella cuando está despierta, dormirla

cuando se pone majadera, hacerle gracias, muecas, gestos, para que se ría y se

entretenga, cantarle nanas para que se tranquilice, enseñársela a los mirones que

vienen a verla como si fuera un fenómeno de circo y a brindarles crema de vie o el

aliñao ese que hace mi mamá, que dice que es lo que se brinda cuando nace un

niño y los parientes, amigos o vecinos vienen a ver y después a chismear con sus

amigotes de ocasión. Y yo de celadora de parientes, amigos y vecinos, por si acaso.

Y esa señora de Vista Alegre que parece tan amiga de mis padres, que hacía un

siglo que no ponía sus pies aquí, que no me acuerdo ni de cómo se llama, que viene

con alguno de sus hijos siempre, porque parece que tiene un montón, siempre trae a

uno distinto. Pues sí señor, esta es mi nueva vida desde que nació la niña: la niña al

despertarme, la niña por la mañana, por el mediodía, por la tarde, por la noche, por

la madrugada, la niña que ahora ocupa el centro de mis pensamientos y de mis

acciones como lo ocupó el truhán de Tony cuando lo conocí. Y a hervir los pañales,

los biberones, la ropa, el agua, todo eso, y a veces no alcanza la luz brillante para

encender el fogón y hervir lo que toque. Menos mal que mis padres trajeron un

montón de cosas de esas tiendas especiales y hasta un gorrito para el frío, como si

estuviéramos en la Siberia. En fin, que estoy obstinada... ¡Obstinada! ¡Estoy obstinada!

Una mañana se aparece en la casa nada menos que la madre de Tony, que yo ni

me acordaba de ella. Me asombro cuando entra y mi mamá la recibe con mucha

amabilidad, casi con cariño, pase, pase, Aurelia, la estaba esperando, venga, y

Aurelia pasa, saluda a mi mamá, me mira y me saluda de lejos, y enseguida abre

un bolso que trae y ante mis asombrados ojos saca un sinfín de marugas, pelotas

de goma, ositos de peluche, campanitas de metal en colores, muñequitos y cuantas

cosas más que yo no me acordaba ni mis padres parece que tampoco que sirven

para entretener a los bebitos. Qué barbaridad. Entonces mi mamá le dice venga,

Aurelia, venga a ver qué criaturita tan linda es su nietecita, y yo me pongo a

elucubrar y me pregunto por qué entonces Tony dice que la niña se va a llamar

como su abuela si su abuela no se llama Berta, y se me enreda otra vez el meollo y

me empieza a doler la cabeza con el nombre, la niña, los biberones, los pañales,

Aurelia, los juguetes, Tony, yo con una hija, casi no lo creo, yo casada, divorciada,

parida, no, no, no lo creo, no puede ser, a los catorce años, a los quince, una

chiquilla culicagada que todavía no sabe ni limpiarse el culo, esto no puede

estarme sucediendo en realidad, no señor, no puede, no, esto no es más que

una pesadilla, esto tiene que ser una horrible pesadilla...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr



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