--Profe,
queremos invitarla a una fiestecita que tenemos por la tarde. La profesora
Liliana
viene. ¿Puede venir?
--¿Y
qué celebran?
--Nada,
no celebramos nada, profe. Es un motivito... por gusto. ¿Puede venir?
--Bueno...
déjenme ver la agenda...
Marnia
había concluido una clase sobre la literatura existencialista, muy discutida
por
la mayoría de sus alumnos, y conversaba con ellos en el aula. No encontró la
agenda
y pensó que no debía negarse. Muy pocas veces participaba en las
actividades
no docentes de sus alumnos y sin pensarlo más dijo que sí. Los alumnos
se
miraron entre sí, sonrieron, y le dijeron que la esperaban a las cinco, que
muchas
gracias,
etc. Cuando quedó sola en el aula, recogiendo sus cosas, casi se arrepintió
del
compromiso, calculando que si se quedaba en la Universidad y a partir de las
cinco
comenzaba la fiesta, llegaría a su casa a las tantas, y sin avisar de antemano,
Mario
le echaría una descarga, esta vez con toda su razón, sin contar con Aimée
que
también enredaría un poco. Pero se decidió a llamar por teléfono a una vecina
que
vivía al doblar del edificio para que le avisara a Mario que llegaría tarde, y
después
ya se las arreglaría con él. En la fiestecita ella y Liliana la pasaron bien:
los
becados
con una grabadora a todo alto, con lo último, según ellos, de Roberto
Carlos,
Ramazzotti, la Streissend, Nino Bravo y grabaciones viejas de Los Beatles, así
como
otros grupos de música de habla inglesa, para amenizar.
--Pero
muchachos, ¿ustedes no tienen nada de música cubana? -les preguntó.
--¡Ay,profe!
Es que los grupos de aquí siempre están con el mismo sonsonete.
Cuando
no disparan un teque político, y la verdad que aburren.
--Pues
eso no puede ser. Ustedes desconocen a muchos músicos buenos que hay en
Cuba
y tienen que conocer la verdadera música cubana, que es famosa en todo el
mundo.
Marnia
pensó que los alumnos tenían esa visión de la música cubana porque por la
radio
y la televisión se trasmitía lo peor de esa música llamada popular, ignorando
los
grandes valores y el aporte que Cuba había hecho en este campo. Liliana la
miraba
como diciéndole "deja eso para el aula, que ahora estamos divirtiéndonos,
so
boba".
--¿Y
quién hizo este ponche? Está delicioso.
--Ah,
nosotros mismos, inventando.
--¿Y
de dónde sacaron los bocaditos? Se están luciendo.
Pero
los estudiantes le dieron de lado, "profe, no haga tantas preguntas, que
nos va
a
coger fuera de base". El motivo continuó y poco a poco, con la algarabía
de los
muchachos
que cantaban, bailaban, brindaban, a Marnia se le olvidó mirar su reloj.
Ella
y Liliana bailaron algunas piezas con los alumnos, ya cayendo la noche, y
cuando
ya todos estaban casi pasados de alcohol -el ponche estaba cargadito-,
Liliana
fumando, algunos becados imitándola, varias parejitas apretándose
disimuladamente,
y todos saboreando los restos del ponche, en aquel ambiente tan
distinto
a la rutina universitaria, a Marnia se le ocurrió mirar la hora, y por poco
lanza
un
grito. "¡Misericordia!, las siete y media ya".
--¿Ves
lo que te digo? -Liliana se sentó junto a ella con el último vaso de ponche en
las
manos-. Es mejor vivir así como yo vivo, sin nadie que te esté esperando, y
poderte
quedar dondequiera todo el tiempo que quieras... -y alzando la voz, a
todos
los becados-: ¿ya lo oyen, muchachos? Aquí hasta que salga el sol -y la
carcajada
retumbó en el saloncito de Becas donde se celebraba el motivito. Pero
Marnia
comenzó a ponerse nerviosa y buscaba una excusa que no ofendiera a
quienes
tan amablemente la habían invitado. Recogió sus cosas, se puso de pie, y
ante
la protesta de los jóvenes se despidió, argumentando que tenía que preparar
baño
y comida para su hija, y asegurándoles que la había pasado divinamente y
que
les agradecía de todo corazón el buen rato que le habían hecho pasar.
"Ahora
a
ver lo que me espera. Ah, pero yo, silencio en la noche, ni chistar cuando
Mario
empiece
con su sermón y al final a darle la razón, así lo neutralizo". Tuvo que
pedir
botella
a un militar que pasó en una moto gigantesca, y llegó a su casa después de
las
ocho, pero se encontró con que Aimée estaba jugando con su amiguita de los
altos
en el parquecito del frente, y que Mario ya había comido y leía, recostado en
su
butaca preferida, el último libro que le habían enviado desde España. Cuando
ella
se acercó y lo besó, él se limitó a decirle buenas noches, ahí en el frío te
dejé lo
tuyo,
¿qué tal la Universidad?, y continuó leyendo, quizás queriendo demostrarle que
estaba
por encima de la rabia que debía sentir por haberla esperado hasta tan
tarde.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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