sábado, 3 de mayo de 2014

EL AULA SUCIA 21

--Profe, queremos invitarla a una fiestecita que tenemos por la tarde. La profesora

Liliana viene. ¿Puede venir?

--¿Y qué celebran?

--Nada, no celebramos nada, profe. Es un motivito... por gusto. ¿Puede venir?

--Bueno... déjenme ver la agenda...

Marnia había concluido una clase sobre la literatura existencialista, muy discutida

por la mayoría de sus alumnos, y conversaba con ellos en el aula. No encontró la

agenda y pensó que no debía negarse. Muy pocas veces participaba en las

actividades no docentes de sus alumnos y sin pensarlo más dijo que sí. Los alumnos

se miraron entre sí, sonrieron, y le dijeron que la esperaban a las cinco, que muchas

gracias, etc. Cuando quedó sola en el aula, recogiendo sus cosas, casi se arrepintió

del compromiso, calculando que si se quedaba en la Universidad y a partir de las

cinco comenzaba la fiesta, llegaría a su casa a las tantas, y sin avisar de antemano,

Mario le echaría una descarga, esta vez con toda su razón, sin contar con Aimée

que también enredaría un poco. Pero se decidió a llamar por teléfono a una vecina

que vivía al doblar del edificio para que le avisara a Mario que llegaría tarde, y

después ya se las arreglaría con él. En la fiestecita ella y Liliana la pasaron bien: los

becados con una grabadora a todo alto, con lo último, según ellos, de Roberto

Carlos, Ramazzotti, la Streissend, Nino Bravo y grabaciones viejas de Los Beatles, así

como otros grupos de música de habla inglesa, para amenizar.

--Pero muchachos, ¿ustedes no tienen nada de música cubana? -les preguntó.

--¡Ay,profe! Es que los grupos de aquí siempre están con el mismo sonsonete.

Cuando no disparan un teque político, y la verdad que aburren.

--Pues eso no puede ser. Ustedes desconocen a muchos músicos buenos que hay en

Cuba y tienen que conocer la verdadera música cubana, que es famosa en todo el

mundo.

Marnia pensó que los alumnos tenían esa visión de la música cubana porque por la

radio y la televisión se trasmitía lo peor de esa música llamada popular, ignorando

los grandes valores y el aporte que Cuba había hecho en este campo. Liliana la

miraba como diciéndole "deja eso para el aula, que ahora estamos divirtiéndonos,

so boba".

--¿Y quién hizo este ponche? Está delicioso.

--Ah, nosotros mismos, inventando.

--¿Y de dónde sacaron los bocaditos? Se están luciendo.

Pero los estudiantes le dieron de lado, "profe, no haga tantas preguntas, que nos va

a coger fuera de base". El motivo continuó y poco a poco, con la algarabía de los

muchachos que cantaban, bailaban, brindaban, a Marnia se le olvidó mirar su reloj.

Ella y Liliana bailaron algunas piezas con los alumnos, ya cayendo la noche, y

cuando ya todos estaban casi pasados de alcohol -el ponche estaba cargadito-,

Liliana fumando, algunos becados imitándola, varias parejitas apretándose

disimuladamente, y todos saboreando los restos del ponche, en aquel ambiente tan

distinto a la rutina universitaria, a Marnia se le ocurrió mirar la hora, y por poco lanza

un grito. "¡Misericordia!, las siete y media ya".

--¿Ves lo que te digo? -Liliana se sentó junto a ella con el último vaso de ponche en

las manos-. Es mejor vivir así como yo vivo, sin nadie que te esté esperando, y

poderte quedar dondequiera todo el tiempo que quieras... -y alzando la voz, a

todos los becados-: ¿ya lo oyen, muchachos? Aquí hasta que salga el sol -y la

carcajada retumbó en el saloncito de Becas donde se celebraba el motivito. Pero

Marnia comenzó a ponerse nerviosa y buscaba una excusa que no ofendiera a

quienes tan amablemente la habían invitado. Recogió sus cosas, se puso de pie, y

ante la protesta de los jóvenes se despidió, argumentando que tenía que preparar

baño y comida para su hija, y asegurándoles que la había pasado divinamente y

que les agradecía de todo corazón el buen rato que le habían hecho pasar. "Ahora

a ver lo que me espera. Ah, pero yo, silencio en la noche, ni chistar cuando Mario

empiece con su sermón y al final a darle la razón, así lo neutralizo". Tuvo que pedir

botella a un militar que pasó en una moto gigantesca, y llegó a su casa después de

las ocho, pero se encontró con que Aimée estaba jugando con su amiguita de los

altos en el parquecito del frente, y que Mario ya había comido y leía, recostado en

su butaca preferida, el último libro que le habían enviado desde España. Cuando

ella se acercó y lo besó, él se limitó a decirle buenas noches, ahí en el frío te dejé lo

tuyo, ¿qué tal la Universidad?, y continuó leyendo, quizás queriendo demostrarle que

estaba por encima de la rabia que debía sentir por haberla esperado hasta tan

tarde.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario