domingo, 29 de noviembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 44

Aurelia me hacía muchos cuentos de las cosas de Bertica allá en el Internado, de

sus hijos cuando eran pequeños, de su vida, y cada vez que me hablaba de su vida

se lamentaba de no haber tenido una hija. Una vez me habló de su primer marido,

el padre de Tony. Me contó que el hombre se iba de parranda con sus amigotes y

se emborrachaba con bastante frecuencia, y cuando volvía a la casa borracho se

fajaba con ella y con Tony. Por eso tuve que divorciarme, me dijo. Y me dijo que

Tony se volvió violento porque el padre le daba palizas a mansalva cuando estaba

borracho. Pero Tony se le fue revirando y un día por poco lo mata con un cuchillo

que cogió de la cocina. Yo me interpuse y le grité Tony, ¿te has vuelto loco?, suelta

ese cuhcillo, y de milagro no ocurrió una desgracia. Cuando tú lo conociste fue que

Tony se tranquilizó un poquito. Pobre Aurelia. El caso es que no sé qué me dio que

una mañana amanecí con lo que tengo de mora en la sangre y ese mismo día

empecé a trabajar en la Vocacional, donde Juan me había gestionado un trabajo.

Pues me lancé para allá para ver cómo era la cosa y claro, yo no pensaba empezar

a trabajar ese día ni mucho menos, nada más fui a echar una ojeada. Yo creía que

allí me iban a hacer una entrevista, como me había dicho Juan, que tendría que

llenar unas planillas y todo eso, presentar una solicitud y demás, pasar por alguna 

prueba, pero me sorprendieron diciéndome que podía quedarme desde ese mismo

día, porque había necesidad de poner a alguien allí, y que el papeleo vendría

después. Total, papeles que los jefes no se iban a molestar en leer, me dijo unos días

después la Secretaria de la Administración del plantel cuando firmé el contrato de

trabajo. De todos modos, esto es por un mes, me dijo el Administrador, pero no

te preocupes, estoy seguro de que seguirás después como fija, ahora métele mano

a esto, que estamos cogidos. Y así fue cómo Tania, la muchacha que soñaba con la

nieve, comenzó su vida laboral. Increíble. Me pusieron de recepcionista, ocho horas

sentada en un buró, a la entrada, con una pizarrita y un teléfono que conectaba

con todas las dependencias de la escuela. Yo tenía que atender todas las llamadas

que se recibieran y a toda la gente que llegaba preguntando algo o buscando a

alguien. Me sentía extrañísima, a veces me trababa y no sabía bien qué tenía que

hacer pero varios profesores me ayudaron mucho y cada vez que me veían con el

agua al cuello venían en mi auxilio, gracias a eso. A mí aquello me gustaba. Se me

había metido entre ceja y ceja que yo podía trabajar, porque otras muchachas que

yo conocía trabajaban y ellas no eran mejores que yo. Por eso me quedé. Aquello

siempre estaba lleno de jóvenes, como me habían dicho Aleida y Juan, hasta los

profesores eran jóvenes, cuando todos estaban en grupo no se sabía quiénes eran

profesores y quiénes alumnos, a no ser por los uniformes. Era divertido. Yo no tenía

tiempo de aburrirme allí. Los primeros días todos me miraban, porque era la nueva.

Algunos me decían así, la nueva, pero enseguida se acostumbraron a decirme

Tania, les gustó mi nombre. Muchas veces, cuando yo estaba ocupada con alguna

llamada o anotando algo en la libreta de ocurrencias o hablando con alguna visita,

venía un profesor o un empleado del plantel, y hasta algún alumno, y me ponía un

papelito con algunas palabras bonitas encima del buró, o me traía un refresco, o

me regalaba un caramelo, o me decía cualquier cosa que me hacía reír. Pero lo

que más me gustó fue que una mañana se acercó un profesor con una flor en la

mano y me la puso delante, diciéndome esta redundancia es para ti. Ah. Me ericé.

Miré al profesor y lo grabé en la memoria para siempre. Esa manera que tenía de

sonreír me subyugó. Claro que yo tenía muchísimo trabajo, empezaba a las siete

de la mañana y terminaba a las cuatro, o un poco después, con una hora que me

daban para almorzar en el comedor de profesores y empleados, separado del de

los alumnos internos. A veces me tenía que quedar hasta las cinco o cinco y media

cuando había algún problema con mi relevo o cuando me decían que les echara

una mano en cualquier cosa. Siempre me decían estamos cogidos, Tania, ya tú

sabes, si no nos echas una mano estamos fritos. Yo lo hacía con gusto, porque allí

estaba entretenida y regresar a mi casa, a mi soledad, cada día me atraía menos.

Allí a mí me era difícil concebir que existiera el dolor, el sufrimiento, la tristeza, la

angustia, con tantos jóvenes riéndose y alborotando todo el día. Me pasaba toda

la jornada haciendo cosas, siempre tenía algo que hacer. Las llamadas telefónicas

las anotaba en una agenda, a los que iban a preguntar por alguien o por algo les

llenaba un pase y les indicaba a dónde debían dirigirse, y además los recados de

los profesores o de los empleados y los papeles de los alumnos, en fin, y por la tarde

le entregaba todo eso a la muchacha que me relevaba, que siempre se aparecía

después de la hora. Cuando regresaba a mi casa estaba muerta de cansancio por

el nuevo tren de vida que llevaba, entonces me daba un baño largo y preparaba

algo de comer, me lo comía, me ponía a ver algo en la tele del cuarto y enseguida

me acostaba, y enseguida que me acostaba me quedaba rendida, hasta el día

siguiente. Los primeros días me levantaba muy temprano, a las seis de la mañana,

pero me gustaba levantarme a esa hora y volar, asearme, vestirme, tomarme un

vaso de leche, caminar hasta la parada, ver cómo comenzaba un nuevo día en

la ciudad, todo eso. Por las tardes hacía las compras cuando llegaba algo, solicité

el plan jaba a la FMC y más o menos fui escapando, aunque bastante trabajo que

me costó adaptarme a esa vida, y tuve que vérmelas con Mayra, con Miguelito,

con otros muchachos de la casa de Marina, que me relajeaban cantidad, vaya,

si tenemos una compañera proletaria, me decían, y una noche se aparecieron en

mi casa unos cuantos para que yo les hablara de mi trabajo, pero tuve que echarlos

rápido, convenciéndoles de que tenía que madrugar y no podía trasnochar con

ellos haciéndoles cuentos y tomando ron. Tuve que ponerme fuerte, porque si no,

nos daban las seis allí en la jodedera y de ahí para la Vocacional y eso no podía ser.

Vengan el sábado, les dije, para que se acabaran de largar. Y a la cama directo.

Pero, cosa rara, en cuanto me tiré en la cama, sin quitarme la ropa, se me quitó el

sueño de un tirón y comencé a pensar, a preocuparme como antes, a ver cómo me

verían ahora mis amigos si apenas me quedaba tiempo para dedicarles un minuto.

Eso fue como un relámpago. Porque enseguida me volvió el sueño y me rendí. Ya

apenas me quedaban cuatro horitas para descansar...

(continuará)

Augusto Lázaro


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domingo, 22 de noviembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 43

Estaba en un pasillo largo, estrecho, oscuro, caminaba y caminaba y aparecía otro

pasillo, seguía caminando, buscando una puerta o una salida, pero al final no había

puerta ni salida, sólo otro pasillo y otro más y otro, era como un laberinto repleto de

pasadizos donde no encontraba ninguna salida y yo estaba condenada a caminar

y caminar sin poder salir de allí, y de pronto comenzó a nevar, la nieve caía con

fuerza y lo convertía todo en blanco, y yo corría y corría, tratando de escaparme,

pero no lograba huir, la nieve me perseguía por aquel laberinto, primero verde y

ahora blanco, hasta que no pude correr más y caí extenuada al suelo y mi cuerpo

comenzó a hundirse en la nieve. Pero de pronto oí una voz que me llamaba, Tania,

Tania, una voz que no era la de mi mamá ni la de Aurelia ni la de nadie conocido,

Tania, Tania, hasta que desperté sobresaltada. Pero enseguida me volví a dormir

y no recuerdo más. Me volví a despertar con la voz, ahora real, de Aurelia, que me

llamaba desde la puerta, Tania, Tania. Aurelia nunca toca. Todos los días me hace

lo mismo, se para frente a la puerta de la calle y me llama, entonces enseguida me

levanto y le abro, porque casi siempre que me llama todavía estoy dormida o en la

cama, pensando. Y mientras voy al baño a asearme, Aurelia va hasta la cocina y

pone orden. A mí me gusta quedarme un ratico en la cama, remoloneando,

oyendo el radio, y si hace frío, con la colcha encima, más, aunque aquí casi nunca

hace frío, pero a esa hora, cuando uno se despierta, es que la cama está rica de

verdad. Pero Aurelia no me da tregua, muchacha, ¿se te pegó la sábana? Le conté

mi sueño. Ay, si usted no me llama me dan las catorce en la cama. Aurelia trae algo

cada vez que viene. Hoy me ha traído un poco de manteca en un pomo bocón y

unas papas en un cartucho viejo, yo sé que a ti te encantan las papitas fritas, así

que aquí tienes para que te des gusto. A mí me da pena recibir tantas cosas y no

poder corresponderle, pero ella insiste tanto que tengo que quedármelas, no seas

boba, niña, si estas cosas me las trae Rafael del monte, no vayas a pensar que yo

las saco de mi cuota. Nos vamos para el fondo. Cuelo un poco de café y Aurelia

empieza a hablarme, como siempre, sentada en una silla, en el comedor. Por fin

¿vas a recoger la niña mañana? Sí, no se preocupe, Aurelia, yo la recojo y la traigo

para acá, para pasarme este fin de semana con ella, el domingo por la noche se

la llevo. Aurelia habló con un profesor amigo suyo sobre mi posible matrícula en la

Escuela de Comercio, el profesor le dijo que sí, que cómo una muchacha tan joven

iba a estar metida en su casa, sin estudiar, que eso no podía ser. Aurelia insiste y me

saca de mi abstracción, porque yo siempre estoy en las nubes, soñando despierta.

Cuando Aurelia toca el asunto de la escuela, pobre de mí. Qué pituita. Mira, Tania,

tú vas a pensar que yo quiero ocupar el lugar de tu mamá, pero no es eso, si yo me

preocupo por ti es... es porque tú sabes que te he cogido cariño, no porque seas la

madre de mi nieta, no, no es por eso, es... es porque te he cogido cariño de verdad,

y... yo lo sé, Aurelia, si le agradezco muchísimo todo lo que hace por mí. Ah, no, no

tienes que agradecerme nada. Se queda pensativa mientras yo recojo las tazas y

la cafetera. Me siento junto a ella. Todavía es temprano. Aurelia tiene la cara que

parece que le han dado una mala noticia. Me dice que ella hubiera querido tener

una hija, así como yo, pero ya ves, dos varones, y por desgracia el mayor en la

cárcel... no, espérate, no me digas nada, no te voy a hablar de él, despreocúpate,

yo siempre te he dado la razón en los problemas que has tenido con Tony, tú lo

sabes bien, pero eso no viene al caso, lo que pasa es que no he tenido suerte con

mi hijo mayor, tú sabes que yo siempre he luchado por que mis hijos se encaminen

lo mejor posible, y ya tú ves que Arturito es un modelo en su escuela, pero bueno,

eso no viene al caso, pues como te decía, siempre quise tener una hija hembra...

Hace una pausa y se queda como esperando que yo le diga algo, pero no abro mi

boca y ella continúa y me dice que a ella le encantan las niñas, que desde que era

chiquitica llegó a tener una buena colección de muñecas de todos los tamaños y

de todos los colores, era el único juguete que yo le pedía a los reyes. Me dice que

a todas las muñecas las tenía limpiecitas y con vestiditos lavados y planchados, sí

señor, y había que verlas, Tania, yo misma les hacía los vestiditos, y me dice que ella

las peinaba y se volvía loca cada vez que le dejaban una nueva, después, cuando

fui creciendo, comencé a sustituir las muñecas por las hijas de mis hermanas, hasta

que me casé y ya tú sabes. Aurelia me cuenta que cuando se quedó embarazada

se arrebató, pensando que iba a tener su propia hija de verdad, de carne y hueso,

que iba a poder tocarla, cargarla, olerla, besarla, dormirla, bañarla, ponerle talco,

y vestirla cuando fuera creciendo, y pegársela a la cara para así sentir su piel tan

suavecita, y quedarse un rato mirándola, pero nació varón, y ya tú sabes, después

quedé en estado otra vez y volví a tener varón, y por poco me muero en el parto,

por eso no he parido más y me he quedado con el deseo de tener la hembrita. Se

pone muy seria, me mira y me dice, sollozando, por eso no tienes que preocuparte

por lo que hago por ti, porque... así me entretengo y... vaya, que hazte cargo que

son cosas que yo hago por mi hija, porque... porque tú vienes siendo como una hija

para mí... sí, como una hija, como la hija que no pude tener...

(continuará)

Augusto Lázaro


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sábado, 14 de noviembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 41

Ese parque de Ferreiro es fatal para mí, lo dice mi horóscopo, no dice que sea el

parque de Ferreiro así con nombre propio, pero dice que existen lugares que son

desfavorables para cada persona, según su signo zodiacal, y uno de esos lugares

para mí es ese maldito parque. Allí me hice novia de Tony, allí toqué una picha

por primera vez, la manoseé, la sentí bien parada y bien dura, la miré con temor,

la vi lanzar el chorro cuando le hice la primera paja a Tony. Allí Tony me enseñó los

primeros secretos del placer, por lo que debería estar agradecida del dichoso

parque, pero miren lo que me costó la jaranita. El placer duró tan poco que no me

dejó ningún recuerdo firme, porque después todo se convirtió en pesadilla, y la

pesadilla terminó con un legrado. Por eso cuando tengo que pasar por allí doy la

vuelta a la rotonda y me escabullo por el costado de la farmacia hasta la entrada

de Vista Alegre. Los fósforos. Y ni hablar del encuentro con Rudy. Por eso tengo que

saber cuáles son los otros sitios desfavorables para eludirlos y no cruzar jamás por

ellos. Tengo que desprenderme de este rosario de calamidades que me ha caído

encima, tengo que vivir pendiente de todas esas cosas, no puedo pasarme la vida

fallando. Y sobre todo andar al hilo con la gente que conozco, porque hay gente

que ñequea y de eso nada. Aquí tengo la lista de toda la gente que conozco, la

gente con la que más me relaciono, y voy a saber a qué atenerme con cada cual.

No me fue fácil hacerla, cada vez que le pregunto a alguien cuál es su signo, o qué

día y qué mes nació, si no se me queda mirando con cara de esta está como una

cabra, se echa a reír, me da de lado o hasta se pone changa y me manda a freír

espárragos. Ah, pero como la mayoría cree, como yo, la mayoría me dice lo que le

pregunto. Y hay quienes me lo dicen por lo claro, pero ¿tú crees en eso, muchacha,

o tú eras boba cuando chiquita? Es que la gente se ha vuelto descreída, o aparenta

serlo, que aquí el que más y el que menos cree en algo, lo que pasa es que lo

disimulan para no tener problemas con el gobierno. Todo lo resuelven riéndose y

disimulando. El disimulo es la coraza que protege a los cubanos. Yo creo que la

gente se ha vuelto idiota, porque no hace más que reírse, con los problemas,

dificultades y tragedias que tiene cada familia. Y hasta en los velorios tú oyes a los

dolientes aguantando la risa, haciendo cuentos de relajo, sentados al lado del

difunto. Ya no se respeta ni a los muertos. Madre mía. Pues sí, eso de los signos es un

dolor de cabeza, pero no me queda más remedio. Atenta de con quién hablo, de

lo que hablo, de a quién trato, de cómo lo trato, quién puede ser amigo o enemigo,

todo según el signo zodiacal que tenga. Y esto es el fenómeno vigueta, estarme

acordando de tantas cosas al mismo tiempo, de tantas generalidades y caracteres

en cada persona conocida, yo que siempre he tratado a todo el mundo igual. Y ahí

está el error, no se puede tratar a todo el mundo de la misma forma, porque todo el

mundo no es igual. Tengo que andar a cuatro ojos con la gente que conozco. Sí.

Tengo que cuidar mis pasos, porque Dios dice cuídate, que yo te cuidaré, como

diciendo ponte para la cosa y no esperes por mí. Qué gracia. Pues ya yo no espero

por él para nada. Al carajo... Esta lista me ha alborotado el coco. Bertica, Aurelia,

Marina, Aleida, Juan, Charito, Guillermo, los otros hijos de Marina, Mayra, Miguelito,

el carnicero que es un poco resbaloso, hasta los tres mosqueteros, Tony, Rudy y

René, aquí nadie se escapa, por si acaso. En fin, que la lista aumentará según me

vaya yo acordando de gente con la que trato, aunque sea de pascuas a San Juan.

Y eso de que los cánceres y los sagitarios hacen buena pareja me está pareciendo

una guanajada, como quizás lo sean todas las combinaciones de esas revistas, la

verdad que cada día dudo más y no sé a qué atenerme en las creencias, aunque

sé que en algo hay que creer. Qué enredillo. Me falta Alberto, el viejo ese amigo de

Marina. Y mis padres y mis hermanos, aunque no vuelva a verlos nunca. Mejor no

pensar en eso. No. Dice aquí que hay cuatro tipos de signos, de tierra, de agua, de

fuego y de aire, los cuatro elementos, y cada grupo tiene sus características. Bueno,

dice Marina y dice Aleida que el papel lo aguanta todo. El papel responde al que lo

escribe, sea quien sea, boba, si tú escribes que el mundo se va a acabar la semana

que viene, los ingenuos y los tontos se lo creen y se preparan o no, aunque ya hayan

pasado por esas predicciones montones de veces, porque la gente no escarmienta.

Marina con su filosofía callejera. Pero entonces, ¿qué creer? Marina me sale con

una de las suyas: en la mierda, es en lo único que puedes creer con confianza, pues

sientes su peste inevitable, y se ríe a carcajadas. ¡Qué mujer! Ya me estoy hartando

de estas revistas amarillentas, sucias, desgarradas, demasiadas cosas: días, semanas,

meses, años, números, colores, piedras preciosas, materiales, emociones, ideas,

pensamientos, lugares, sexos, gestos, animales, signos zodiacales, alimentos, todo,

psicología, todo todo, planetas, sí, cómo no, ya lo creo, pero muchacha, coge un

montón de periódicos y de revistas y busca los horóscopos en cada número, verás

que cada periódico y cada revista dice una cosa distinta, ¿no te das cuenta?, ¿en

cuál vas a creer?, y se ríe, sí, se ríe conmigo, quizás piensa que soy monga de marca

mayor. Y yo me estoy volviendo descreída también, cada día creo menos, en la

gente, en Dios, en las revistas, en la astrología, en los santos, en los curas, en los

políticos que bueno, en esos nunca he creído una mierda, y que me perdone el

Altísimo si mi fe hacia él ha menguado tanto, pero... en fin, que dice Miguelito que

esas cosas han cambiado y que me va a traer una revista moderna con todo eso

actualizado. El que no cambia se estanca, dice, tienes que actualizarte, si no,

despídete del cijú platanero, mi amiga. Aquí no publican nada de eso, de dónde

habrá sacado Miguelito esa revista. Siempre con su manía de dejar las cosas a la

mitad. Cuestión, que hay que creer en algo, pero ¿en qué? Esa es la cosa. En Dios,

en Alá, en Buda, en un babalao, en la gallina prieta que ponen en la puerta de los

que quieren joder los santeros o los espiritistas, en el bembé de Chencha la gambá,

en un muñeco de trapo, ¿qué sería del mundo si nadie creyera en nada? Sin fe no

se puede vivir, ¿en qué te vas a refugiar cuando tengas un problema serio? Por eso

la hija de ese dictador soviético dijo en el aeropuerto de Nueva York que no se

puede vivir sin llevar a Dios en el corazón. Salió en una revista vieja de las que tiene

Marina en su casa, que no habla nada de los signos ni de nada de eso. Bueno, que

Marina dice que antes ella era muy creyente, y que ahora... y se calla, porque yo

creo que en el fondo ella sigue creyendo. Pues eso, seguiré con la lista a ver qué es

lo que pasa, que dice Mayra que lo que pasa es lo que no se traba. Del carajo...

(continuará)

Augusto Lázaro

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domingo, 8 de noviembre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 40


Los hombres no padecen como las mujeres. ¿Cómo coño van a comprender lo que

sufre una mujer? Una mujer que tiene que ponerse un algodón en la tota cuando

tiene la regla, y cambiárselo cada cinco o seis horas, y echarlo en el latón de basura

envuelto en un papel, empapado de su propia sangre maloliente, escondiéndose

para que nadie la vea, como si estuviera cometiendo un delito. Una mujer que

siente un dolor del demonio cuando un hombre se le encarama encima por primera

vez y la desgarra, buscando un placer egoísta. Una mujer que soporta nueve meses

de malestar casi constante, con mareos, vómitos, várices, durante los primeros, y

cansancio e hinchazón en los últimos, con repugnancia de las cosas que siempre le

gustaron, porque una criatura se le forma dentro, se mueve, la golpea, le roba la

sangre y a veces hasta la vida. Una mujer que tiene que acostarse en un camastro

donde se acuestan miles de otras mujeres, y resignarse a que la toquen, la registren,

la raspen sin una pizca de consideración, cuando tiene que hacerse un legrado.

Una mujer que siente un dolor descomunal cuando esa criatura que tiene dentro

se decide a salir a toda costa. Una mujer que después de traer a este mundo a esa

criatura que no sabe lo que le espera, ve complicada su vida para siempre. Una

mujer que tiene que dejarlo todo sin pensarlo dos veces por sus hijos cuando le es

necesario ese enorme sacrificio, porque ningún hombre, si acaso poquísimos, dejan

su trabajo, sus estudios, sus compromisos, su vida normal, por sus hijos. No. Nooooo.

Eso lo hacen las mujeres, sólo las mujeres. ¿Por qué no habré nacido hombre, coño?

No hubiera pasado por todo lo que he pasado. Ni siquiera estuviera aquí, en este

país de mierda, atormentándome día tras día con tantos problemas que parece

que paren como las curielas y crecen a mi alrededor sin remedio. A veces me dan

deseos de decirle todo esto a alguien, pero no a una mujer que lo conoce como yo,

no, a un hombre, a ver si puede comprender o al menos intentarlo, y entonces me

doy cuenta de que en mi vida no hay un solo hombre al que pueda acudir para

contarle y desahogarme, y quizás llorar en su hombro, sintiendo sus brazos que me

aprietan comprensivamente, dándome consuelo, y diciéndome: yo no soy así...

Hasta qué límite de desamparo puede llegar la soledad. Mi vida es un desastre sin

remedio y yo no hago el menor esfuerzo por salir de este atolladero, porque ya me

he acostumbrado a él. Sólo me ilusiono con la presencia de Mayra, de Miguelito, de

Aurelia y de Aleida algunas veces, que me alientan a que dé un paso al frente y no

me queje tanto, porque aburro con tantas quejas inútiles que no resuelven nada. Lo

comprendo. No te martirices más, me dice Aleida, Dios no abandona a nadie, no

seas tonta, vístete, sal y olvídate de tus problemas, que todos tenemos problemas,

tonta, ¡todos!, sin ninguna excepción, pero todos no andamos pregonándolos como

si fueran mercancías en venta... Bertica alborota, corre, grita, riega, ríe, canta, llora.

Con ella me entetengo y me olvido. Pero a esta casa le hace falta algo, no sé si

será un hombre como dice Marina que le falta a la suya, pero sé que es algo, algo

como la presencia de un niño, quizás eso es lo que le falta a mi casa, porque Bertica

vive aquí pedacitos de tiempo y una casa sin niños es como un palomar sin palomas

como me dijo Aurelia un día. Yo dejando que el tiempo pase, en espera de lo que

no acaba de llegar, envejeciendo lentamente. Y yo no quiero envejecer, no quiero

recordar. Pero recuerdo... En esta casa nací yo, crecí, jugué con mis juguetes,

estudié, añoré compartir con mis amiguitos de la escuela, fui feliz con mi mamá,

hasta que un día fatal terminó todo. Mientras fui una niña fui feliz, porque ignoraba

la realidad que me rodeaba y todo era un montón de espuma de color de rosa, la

inocencia da felicidad. Cuando terminó la inocencia terminó la felicidad. Luego el

embarazo, el falso matrimonio, el divorcio, el nacimiento de Bertica, el abandono de

los estudios, los ataques de asma, la salida de mis padres, la vieja paralítica, el

legrado que tuve que hacerme, y siempre la soledad machacándome por todas

partes. En esta casa donde no se oye ni el silencio. Recorro las habitaciones una por

una, trato de acordarme de dónde estaba el tocadiscos, dónde estaban las

cortinas, dónde todo lo demás que yo vendí o regalé, que boté. Qué había en el

cuarto de mis padres, qué tenían mis hermanos, cómo estaba adornada la sala,

cuándo se llevaron el televisor... ¿Estaré perdiendo la memoria? Voy a echarme un

buchito y a fumar. Dios mío, me he vuelto una condenada viciosa, no me quito el

dichoso pitillo de la boca, y pensar que hasta hace poco me daba asco. ¿Será

verdad lo que me dijo Mayra, que pronto me verá haciendo cosas que ahora me

dan asco? Bueno, fumar no es nada despreciable, no, ni inmoral ni asqueroso ni

denigrante. Mucha gente fuma. Y gente decente y honrada. ¡Ay! Ya me duele la

cabeza. Pero no pienso tomarme una sola aspirina. Aguantaré como una... coño,

me llaman. Sí, me llaman. Alguien grita mi nombre en la acera, pero no es la voz

de Aurelia. No conozco esa voz. Ah, no voy a abrir. No, no voy a abrir la puerta.

No voy a abrirla. ¿Para qué?...

(continuará)

Augusto Lázaro

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