domingo, 28 de abril de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 15



No hay dicha bajo el cielo / más dulce que mi hogar, dice una canción que yo oía

en una iglesia metodista de mi ciudad natal a la que concurría con amigos

estudiantes a oír las conferencias del... no sé cómo llamarlo: cura, pastor, reverendo,

sacerdote, pues no estaba muy familiarizado con los títulos de aquellas personas

que nos disertaban sobre tantos temas interesantes. El caso es que uno de esos

conferencistas era también mi profesor de inglés en la Secundaria donde cursé los

estudios anteriores a la carrera de Economía. El me enseñó los trucos para dominar

ese idioma universal sin cuyo conocimiento la vida se hace más difícil en cualquier

continente, pero nos enseñó a todos lo más importante: que lo más preciado de

todo ser humano es el hogar, y por ende, la familia. "Eso no tiene sustituto", nos

repetía siempre. ¿Qué habrá sido de él? Debe estar ya metido en las profundidades

de la muerte, sin el último consuelo de vernos graduados, encaminados, realizados,

como estoy seguro de que hubiera sido su deseo, porque nuestras vidas se

interrumpieron de zopetón con la toma del poder del nuevo César que tajó de un

tirón nuestras humildes esperanzas. Pero eso no viene al caso. Si el hogar y la familia

no tienen sustitutos, quienes carecen de ambas cosas no tienen ni siquiera un clavo

ardiendo al que agarrarse. ¿Qué les queda entonces? Joderse. Sólo eso. Y yo, que

deambulo no tan sólo sin hogar y sin familia, sino sin la esperanza ni siquiera humilde

de tenerlos algún día. Selene sería el clavo por arder, pero no hay manera. A veces

me río a carcajadas resumiendo esta vida mierdera que quizás yo mismo me he

forjado, pues como dice mi amigo Manuel, "cada cual se labra su propio destino".

Pero él no sabe, porque no lo ha vivido, cómo nos oprime el corazón ese momento

de meditación en soledad, cuando nos da por pensar en nuestra situación y en las

nulas posibilidades de mejora, cosa por demás inútil, porque que yo sepa,

rememorando lo negativo de una vida nadie ha resuelto ningún problema. Y

Manuel me lo reitera: "mira, querido amigo, sé que estás jodido, sé que estás

pasando por un mal momento, sé que no has encontrado en mi país lo que

esperabas encontrar, de acuerdo, pero óyeme bien: lo único que no debes hacer

es precisamente lo que estás haciendo: lamentar tu decisión, que ya es

irremediable. Por inútil, ¿comprendes? No haces sino empeorar tu situación, porque

cuando un hombre se empecina en lamentarse a sí mismo, no razona bien". ¿Y

acaso el Manu pretenderá que yo razone bien rodeado de la nada? Marcelo

refrenda mi postura (que no es de gallina) pero a la vez me anima a continuar

tirando a mierda esta vida que nos ha tocado y sobre todo, "lo mejor es deshacerse

de todo lo que no sea imprescindible, macho, andar como la babosa, con la casa a

cuestas, porque nosotros un día estamos aquí y otro allá, y mientras menos cosas

tengas para moverte pues mucho mejor, mi hermano". Es un tipo del montón, pero

genial en sus lanzadas sencilleces. Y tiene razón: comprar artículos, equipos, ropas y

otros menesteres para tenerlos en un espacio que nunca será tuyo y con los cuales

tienes que cargar cada vez que cambies de vivienda o de lugar de estancia, no es

un juego de barajas. Porque el hogar es fijo y los nuestros son mutantes, dice

Marcelo.

--Por favor, te ruego que cuando menciones algún personaje de tu novela, me aclares si

se trata de un ser de carne y hueso o de uno de esos que tú me sueltas que parecen

sacados de alguna película de Disney.

--Querida Selene, déjame aclararte que ya yo mismo no sé cuáles son los reales y

cuáles los ficticios, aunque déjame decirte que a veces los que invento me

parecen más humanos que los reales.

--La verdad, no eres más que un quejón, o quejica, como se dice aquí. Quien te oye

como te oigo yo diariamente pensará que estás al borde del acto final, porque tu

vida es como un drama trágico. Yo tuve un hogar con un marido y dos hijos y ya ves:

mi marido muerto, mis hijos estudiando en el extranjero, y yo metida en una

habitación de hostal donde a pesar de los huéspedes paso casi todo el día sola.

Pero no me da por atormentarme con la carencia de hogar, de familia, de otras

muchas cosas que también me faltan y que también quizás ya nunca pueda tener.

--Tal vez tú y yo somos, como dicen esos culebrones estúpidos, dos almas gemelas.

No lo quieres entender y cada día que pasa es un nuevo día que perdemos, y

acuérdate, después nos arrepentiremos de lo que no fue. ¿Me entiendes?

--No soy tan burra. Y quizás en eso tengas razón, pues yo confieso que me he

arrepentido de no haber hecho muchas cosas, pero ante lo irremediable, mejor el

olvido.

--¿Olvido y camino, como dice la canción de Moncho?

--No conozco esa canción ni sé quién es ese Moncho, así que paso.

--No importa, yo tampoco la conozco, así que ídem. Pero al grano, paloma: a la

altura de nuestros almanaques no creo que tengamos que pensar mucho las cosas,

no vaya a ser cosa que cuando te dé por dar el paso te encuentres reposando

permanentemente.

Cuando yo le hablo en esos términos a la que para mí fue La Rusa, que en realidad

es ucraniana, y que ya desde hace tiempo es y será Selene, me olvido de que

pertenezco a las categorías condenadas a 1) transgredir las leyes, 2) resignarse a

esperar el carrito en plena calle, y 3) caer en la indigencia más escuálida y procaz,

a la que también pertenecen 3 categorías: 1) los de a Metro, 2) los de a pie, y 3) los

de a calle, porque aunque de momento se esté pasando el frío lo mejor posible

entre cuatro paredes con un techo encima, no puede asegurarse que ese bienestar

entre comillas será tan eterno como nuestras propias vidas.

--Suponte que tú y yo formamos un hogar. ¿Eso nos garantiza que, como dice ese

bocadillo cursi de obras aún más cursis: viviremos felices y comeremos perdices?

Vamos, hombre.

--El que no se arriesga no cruza la mar, dice el refrán 1234.

--Y el que se arriesga puede que la cruce, pero también puede que se ahogue en el

intento.

--Bueno, niña mía, entonces, ¿quedamos para ir al teatro mañana?

--Qué rápido pasas de un asunto a otro. Sobre todo cuando te conviene.

--Está bien, pero contéstame. Aprovecha, que ayer cobré el subsidio, por lo tanto te

invito.

--Déjate de pavadas, hombre, que yo, aunque esté en la tea brava, gano más que

tú, Y no voy a pensar que tú me estás chuleando. ¡Qué jodido eres, coño!

Y así pasan las glorias de este mundo y del otro, que es el de los muertos de

Halloween, que ésos sí tienen un hogar de donde nunca los podrán echar, aunque

a veces venga algún pariente casi siempre lejano con la peregrina idea de mover

los nichos o los cuerpos o lo que quede del extinto, para vaciar espacio en el

descanso eterno. Los animales tienen mejor suerte: tienen su hogar (ellos mismos lo

hacen) y en su reino no hay desahucios ni ventas del inmueble ni cierres por

mudanzas propietarias a otros municipios, provincias o países, ni inquilinos

impresentables que te aconsejan levantar el vuelo cuando menos lo deseas (en mis

mudanzas, en todas, siempre he perdido algo, siempre se me ha roto algo, por eso

las odio y no quisiera moverme de mi sitio nunca), etc. Claro que los animales

también están sujetos a imprevistos como incendios, huracanes, terremotos, pero

esos imprevistos no son regla ni ellos tienen la culpa. O sea, nené, que en todos los

géneros hay que arriesgarse a ver si al fin puede cruzarse el mar, que no siempre

está sereno como dice Serafín el cerrajero. En fin, que tendrás que acostumbrarte a

cambiar de vivienda casi como de vaquero y a sentarte en un sillón (en caso de

que tengas uno, que tampoco será fácil), a entregarte a los recuerdos agradables,

a dejar que tu imaginación te traslade a aquellos años en que fuiste feliz porque

tenías un hogar y una familia que a pesar de las desavenencias lógicas del caso te

hacían sentir ese calor que como decía mi profesor de inglés, es insustituible...

porque para sentir nuevo calor tendrás que ir a la cocina, encender una hornilla, y

colocar tus manos cerca de la llama... ¡Ay, muchacho! ¿El otro calor, el del hogar, el

insustituible? Mejor olvídalo.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 21 de abril de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 14


Primero fue el Hostal Odessa de la mano de Leila que me esperó en el aeropuerto

por encargo del amigo que logró sacarme del país después de un sinfín de

gestiones y un celemín de dólares. Allí conocí a La Rusa, o sea, Selene, o sea, mi

gran amiga del alma y del cuerpo... bueno, todavía no del cuerpo, pero insisto a ver

en qué para esta envolvencia. Del hostal pasé al CAT (Centro de acogida temporal)

a donde me enviaron por haber sido admitida a trámite mi solicitud de asilo y en

espera de la resolución que tardaría seis meses, aunque estuve en ese sitio nueve.

Fue mi mejor época en este país, pues tenía la ilusión y la ilusión siempre embellece

la existencia humana, por muy fea que sea o esté. Allí conviví con otros cinco

solicitantes que se convirtieron en amigos hasta que dejé el lugar y ellos salieron de

mi vida, pues no he vuelto a saber de ninguno (ni siquiera sé si están vivos o muertos,

si siguen en este país o se han ido, si les concedieron el asilo o los mandaron a la

mierda, pero esa historia no puedo reseñarla ni siquiera resumirla porque no la sé). Mi

tercera cobija fue un estudio que alquilé cuando salí del CAT con un dinero que me

entregaron por haber obtenido el asilo, para que fuera tirando a ver si encontraba

el milagro que me librara del temor a convertirme en un mendigo callejero. Pero el

estudio fue un error: me salía demasiado caro y el dinero mermaba sin posibilidades

de que me entrara una sola peseta. A los tres meses me fui del estudio y alquilé mi

primer piso compartido. ¡Bendito sea el dulce de leche! Esto de los pisos compartidos

tiene tela y a la vez no tiene desperdicio. Ya verán. O mejor dicho, ya leerán. Pues

ese primer piso compartido, situado en la calle Virgen del Coro (¿qué virgen, de qué

coro?) tenía como inquilinos a la dueña, a una cubanita de buen ver que casi no

paraba en su cuarto, y a un nativo al que casi no vi porque hacía acto de presencia

a altas horas de la noche (nunca me enteré si era noctámbulo, sereno o

trasnochado) y se iba a tempranas horas de la madrugada, y si volvía cuando yo no

estaba no lo sé, pues no soy amigo de estar averiguando cosas que no me interesan

ni me importan. Allí descubrí la inconveniencia de vivir en el mismo lugar con la

persona a la que tienes que pagar el alquiler, pues a la larga se convierte en un

obstáculo cuando no en una vigilante de tus movimientos y de tu espacio, ya que

tiene la llave de cada habitación por su derecho y ni se te ocurra preguntarle por

qué tiene que tenerla. Al poco tiempo decidí alzar el vuelo y alquilar otro piso,

también compartido, por supuesto, pues con lo que tenía gracias que podía no

quedarme en la calle incrementando el número de personas llamadas "sin hogar",

aunque vivir en un piso compartido no era vivir en un hogar, pero al menos si llovía

no te mojabas y si hacía mucho frío te calentabas dentro. Mi quinta vivienda (el

hostal que pagaba mi amigo, el CAT, el estudio y Virgen del Coro, ya iban 4) estaba

en la calle Movinda, justo al lado de la Plaza de Ciudad Lineal, un buen sitio con

buena comunicación: tenía otros tres ciudadanos, dos nativos y un rumano

fumador empedernido que no se sentía cuando estaba allí. De los nativos, uno era

un borrachín nocturno y por el día buenísima persona, amable y servicial, que me

ayudó con la mudanza, pero cuando estaba jai... en fin, y el otro un mariconsón de

quita y pon, metido en su cuarto y gestionando como un mímico, que no se metía

con nadie que no se metiera con él, como era mi caso. De aquel sitio salí disparado

cuando una noche se reunieron unas cuantas locas con el susodicho y alborotaron

tanto que el rumano tuvo que tocarles la puerta porque no lo dejaban dormir y se

armó la gorda, aunque entre los contertulios no había nadie que pesara más de 70

kilogramos. Carené después en otro lugar encantador, en la calle Zúmel, junto al

Metro Simancas, y donde compartí con dos personajes deliciosos: Juan y Jesús (a

este último lo llamaba, cariñosamente, El Manganzón, porque se echaba en la

cama de un tirón 14 horas repartidas entre la noche oscura y la siesta encerrada y

jugaba al agüita y el gel un par de veces cada 7 días). El viejo que cobraba vivía

justo al lado, en el mismo edificio, y entraba en mi cuarto cada vez que le salía de

sus huevos, con el pretexto de que limpiaba, cambiaba la ropa de cama, y

trajinaba con sus botellas de vino que tenía guardadas dentro (algo parecido a

Lesotho dentro de la Unión Sudafricana o algo así) porque me imagino que no

quería que su esposa se enterara de cómo empinaba el codo cuando ella no lo

veía, pues otra razón no encontré, y el hombre por esa entradera que tenía no

dejaba de fisgonear y no me dejaba ni rascarme la verija en paz. O sea, Ruperta,

que como era de esperar -y esperé más de la cuenta- espanté la mula con el

número 6 en mi haber habitacional. Volví a comprar periódicos donde aparecían las

ofertas de pisos compartidos en alquiler y a llamar por teléfono a mis posibles

caseros (o caseras) para cuadrar la visita a ver si me convenía lo que había vacío y

el precio y el lugar y todo lo demás menos los coinquilinos, que a esos raramente

podía verlos cuando iba a acordar la mudanza para mi nuevo hogar. Encontré algo

en Yecla (así se llama la dichosa calle), cerca de donde estaba en Zúmel, donde

conviví con otro rumano también fumador, pero trabajador esforzado que apenas

paraba en el piso, y con un jovenzuelo del patio medio loco y guarro entero que

dejaba los cacharros de cocina donde terminaba de usarlos y de fregar cuando se

acordaba que tenía algo sucio porque se lo recordábamos educadamente. Mi

octava y penúltima residencia en la tierra de todos y de nadie fue en García

Noblejas en una casa de familia (debí tener la inteligencia más abajo del final de la

espalda cuando alquilé ese cuarto) que parecía una pensión de mala muerte, con

un niño chiquito que cagaba y dejaba su firma flotando en la taza (todo un

espectáculo) y allí permanecí 28 días solamente, por razones obvias, que fueron mis

peores 28 días por razones expuestas. Y al fin y al cabo heme aquí donde estoy hoy

y ahora, acompañado por mis dos inquilinos reseñados, personajes sin dudas fuera

de serie y con los cuales me quedaré hasta que mi asistenta social me consiga un

piso tutelado. Porque no me mudo ni una sola vez más. Chirrín chirrán. Como la

hiedra, amiguitos, de aquí no me saca ni el coronel Buendía con sus escopetas

mohosas y su gallo escuálido. Ni una más, a no ser que Selene me indique el

camino hacia la paz, la tranquilidad, la quietud, la agradable sensación de sentirme a

plenitud como Paco Rabal que pronunció una frase histórica en la película Pajarico,

sentado en un sillón en la arena de una playa: "¡qué bien se está cuando se está

bien!"...

--Así que son nueve en total los lugares en que he tenido el placer de vivir en estos

años, o sea, que me he mudado ocho veces, querida. Creo que no te di la cifra

exacta.

--¿Qué diablos importa eso? Lo que importa es tu decisión de no seguir mudándote.

No lo hubieras hecho tantas veces si desde la primera vez hubieras escogido bien el

sitio donde ibas a vivir.

--Como si eso fuera fácil. Mujer, que no te enteras de que la calle está de apaga y

métete donde aparezca un espacio.

--Quizás. Pero ya que has decidido quedarte donde estás, ¿soportarás a esas

personas tan interesantes que conviven contigo?

--Pues sí, creo que sí. Ya las soporto, como ellas a mí, supongo. Y según el contrato

que me entregó el casero puedo estar allí durante cinco años. Aunque confío en

que mi asistenta social me resuelva mucho antes el piso tutelado.

--¿Y ya has averiguado cómo son esos pisos tutelados? No vaya a ser cosa que...

--Mira, criatura, tengo dos opciones: una, el piso tutelado, sea como sea, porque

además, pagaría mucho menos que en el compartido, y la otra, que es a la que

aspiro de verdad, establecerme contigo en un lugar que al menos se parezca a un

hogar

--De verdad que eres persistente, machacoso, insistente, majadero y unas cuantas

cosas más. Suerte que yo no te hago caso.

--Y ese es tu principal error, monada, no hacerme caso. Porque mis proposiciones no

son de ninguna manera como las de Robert Redford a la muy honrada Demi Moore.

¿La viste?

--La vi. Pero ni tú eres Robert Redford ni yo soy Demi Moore, querido mío.

Esta mañana el vigilante se levantó temprano. Hay que creer en los milagros. Antes

de las ocho ya estaba dando paseítos por el piso, aprovechando que el albañil se

había ido ya. Estuvo un largo rato empaquetando libros y revistas y se largó dando

un portazo, quizás a darle una vuelta a la familia, que debe tener. Por lo tanto, el

piso era todo mío, hasta que regresara el albañil por la tarde o el vigilante con

nuevos paquetes de libros como de costumbre. El piso se mantuvo en paz el santo

día mientras yo me vine hasta el hostal como todos los días a incrementar mis

intentos con Selene.

--¿Ni el albañil ni el vigilante son de la capital? No sé por qué será que a todo el

mundo le gusta vivir en esta urbe. Yo viviría mejor en un pueblito de los alrededores,

más tranquilos y mucho más baratos, pero en esos lugares este hostal no tendría

sentido.

--Pues yo tengo la solución: te vienes conmigo a uno de esos pueblos y plantamos

allí una de esas tiendas que vende de todo y ya verás cómo nos vamos a forrar.

--A forrar de ilusiones, querido, vanas como las avellanas.

--Oye, mira que tú eres reacia. ¿Cuándo te vas a rendir a la evidencia?

--No acostumbro a rendirme tan fácil... ¡oh! Tú me haces decir cada cosas que...

--¡Tocada! Se te escapó, ¿verdad? Claro, tan fácil, por supuesto. Si eso es lo que más

me gusta de ti, querida mía, que tú no eres nada fácil. Tú...

--Ya está bien, hombre. Mejor háblame del albañil, o del vigilante, es más

entretenido que oír tantas tonterías.

--Nunca digas de esta agua no beberé... agrega al menos mientras no tenga sed.

--Contigo no se puede, tú... bueno, ya. ¿Has visto lo que me dejaron los graciosos en

la puerta del hostal?

--Lo vi, pero no sólo en tu puerta, esos adefesios que los periódicos llaman pintadas

están en todas las fachadas de la cuadra, y de toda la ciudad. De la cuadra, quiero

decir, de la manzana, ¿vale?

--Te entiendo. Ya me sé todas esas palabras... Ya estoy cansada de borrar tantos

emplastos, pero es inútil, al día siguiente vuelven. Y nadie hace nada por evitar que

esto suceda. Aquí los gamberros hacen y deshacen y se ríen de las autoridades,

como los delincuentes. Y no creas que son sólo pintadas. Hacen cosas mucho

peores.

Los gamberros embadurnan paredes, puertas y ventanas, vuelcan los contenedores,

explosionan los depósitos de basura, tiran al suelo cabos de cigarros, chicles,

envoltorios, potes vacíos, revistas estrujadas, se emborrachan y escandalizan en la

vía pública, orinan a la entrada o salida de los metros, molestan a los viajeros con sus

gritos ensordecedores, derriban las señales de aviso de alerta, rayan cristales de los

medios de transporte, ponen sus patas encima de los asientos, fuman en zonas

prohibidas, alteran el orden y campean por sus cojones, y cuando la policía se

decide a detener a algunos, el juez de turno los pone en la calle a pocas horas o

cuanto más al día siguiente, nadie sabe por qué, o sí lo saben y se hacen los que no

lo saben... Pero la peor de todas sus tropelías... ¡por el caballo de Santiago!, es que

le caen bien a mucha gente que incluso les celebra sus "gracias" y los justifican

porque "es que son jóvenes y tienen que divertirse"... ja ja ja, hay que reírse, sí,

graciosos niñitos, caramba. Ya lo dijo Santo Tomás: si no lo veo no lo creo, Silverio (no

el torero, q. e. p. d., sino el vendedor de loterías de la calle Valverde, que goza de

buena salud y mejor vida), que lo mejor es abstenerse. O sea, que estamos jodidos y

si te encabronas por cualquier cosa peor para ti, que sólo eres un triste espectador

de la farándula gamberril, invencible y todopoderosa.

--Menos mal que así puedo consolarme pensando que el albañil y el vigilante son

angelitos comparados con estos fiñes tan simpáticos que pintan tu fachada.

--Es lo mejor que haces. No sufras calenturas ajenas, que una vez me dijiste que ni tú

ni yo, juntos o separados, podemos arreglar este mundo.

--Entonces, amada prenda mía, arreglémonos nosotros dos, que sería mucho más

sensato y provechoso para ambos...

--¿Oyes? Me llama Isolina, así que no puedo seguir escuchando tus requisitorias.

--Ya me está cayendo mal esa Isolina. Un día de éstos la voy a mandar lejos.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 14 de abril de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 13


No existe amor sin sexo (al menos eso creo) pero sexo sin amor... demasiado. Y lo

peor es que yo creo que dentro de poco tiempo sólo va a existir el sexo. Así que

óyeme, Pancracio, deja de soñar y pon los pies en tierra firme, que esa ninfa celestial

que sueñas a tus años no la vas a encontrar ni en los cuentos de Andersen. Y menos

mal que tú sueñas todavía, yo ya no canto ni como frutas verdes (las maduras están

cada día más caras). Ya ni me acuerdo de cuándo fue la última vez que besé a una

mujer, que abracé un cuerpo femenino, que hice el amor, como se dice mal, con

una amante apasionada, cariñosa y tierna al mismo tiempo. Cosa casi imposible

hoy, pero las tuve así y no pocas en mis tiempos buenos, o sea, cuando yo era yo,

como le dije a la señora aquella vez.

--¿Y ahora no eres tú? Entonces, ¿quién eres, cariño? ¿El gato con botas?

Las ninfas no existen, de acuerdo, y las féminas que reúnan esas tres virtudes

tampoco, pero lo mío no cae en esa categoría de sueños en extinción galopante,

no señor, digamos que ni siquiera con alguna putilla del patio que pide más de lo

que vale, y me temo que cuando me toque la cabrona suerte (si es que algún día

me toca) no me acuerde bien de cómo se hace la cosa. Y si eso sucede tendré que

acudir a mi amigo Marcelo para que me dé un mínimo técnico que me ayude a salir

del mal trance.

--¿Se puede vivir sin amor? Dime lo que piensas de verdad y no te hagas la chiva

loca ni la interesante.

--¿La interesante? ¡Qué cosas se te ocurren! Y la chiva loca. Vamos...

--¿Me vas a contestar la pregunta?

--¡Qué cosas, qué cosas se te ocurren! Pues claro que se puede vivir sin amor.

Mírame a mí.

--¿Y sin sexo?

--Hombre, ¿es que quieres confesarme? No conocía tus inclinaciones hacia el

sacerdocio. Y además, no das el tipo.

--No quiero que me confieses nada, sólo estoy tratando de encontrar respuestas que

no encuentro a pesar de dedicarle al tema más tiempo del que debiera.

Me gusta poner en aprietos a Selene. Sus ojos, tan azules como el añil, brillan

entonces como una estrella desprendida, y su boca se convierte en una especie de

puchero de niña malcriada que enternece. Pero Selene es capaz de escapársele al

mismísimo don Genaro Ulloa hasta en un callejón sin salida.

--¿Otro de tus personajes inventados? Porque ya me estoy creyendo que todos esos

tipos que me nombras salen de tu imaginación, incluyendo a ese Cuquito con su

papalote.

--Te equivocas, querida, Genaro Ulloa era, porque liquidó hace ya bastante tiempo,

pero era tan real y tan de carne y hueso como tú y el Menda. No vale la pena

remover sus restos, así que otro día.

--Está bien. Y para contestarte, preguntón, yo creo que se puede vivir sin todo lo que

no sea agua y pan, y pronto se producirán pastillas que eliminen ambos elementos.

--De acuerdo, pero entonces... ¿sería la vida sin amor y sin sexo digna de vivirse?

--La vida es digna o no, amigo mío, no por lo que se tenga o se desee, sino por

cómo se viva, por la personalidad y las características de cada persona. Y cada

persona tiene que disfrutar lo que pueda disfrutar y no perder el tiempo ni

angustiarse deseando cosas que no va a poder tener o disfrutar aunque viva cien

años. ¿Cuántos seres humanos hay que sufren porque desean tener más de lo que

tienen y no pueden tenerlo? Tú mismo me lo has dicho, que el hombre siempre está

deseando lo que no tiene, y cuando lo tiene enseguida comienza a desear otra

cosa, así que la vida, con amor o sin él, con sexo o sin él, será tan agradable o tan

desagradable como seamos capaces de hacérnosla.

--¡Bravo! No aplaudo porque molestaría a tus huéspedes, pero me has dejado

tururato, cosa linda. Te has vuelto toda una filósofa. Lo que yo digo y repito, tienes

aptitudes para el escenario.

--Tú también las tienes... pero para otras cosas.

Vivir sin extasiarse recordando unas horas junto a quien nos endulza cada momento

de su compañía, unas caricias leves como prólogo enriquecedor del encuentro,

unos besos quizás apurados y quizás bajo la lluvia o en la arena de una playa, sí, vivir

sin contar con la mitad compensatoria ante la desbandada de la sucia existencia, sí,

vivir así, sin lo fundamental para poder llamarnos seres humanos, lamentándonos

constantemente de carecer del más bello sentimiento ideado por el hombre, ¿eso

es vivir? Una vieja canción de mi país dice que "es el amor la mitad de la vida", lo

que significa que quien no tenga amor sólo podrá vivir a medias. Y si a la falta de

amor se une la carencia del placer erótico o sexual o como se les ocurra llamarlo a

los especialistas en definiciones gramaticales o sensoriales (no es ése mi caso), que

se traduce en insatisfacción sostenida (es ése mi caso) no queda más remedio que

reconocer que mandarse a la aventura del exilio, sobre todo cuando se cuentan

años por muchas décadas, solo y sin compañía, no pasa de una tontería con ribetes

de necedad, o...

--Y si eso no bastara, querida, añade un ajiaco de fealdad, vejez, calvicie,

soledad, aislamiento, pobreza, y... vamos, que hay que reírse: la risa es lo único que

te libra del suicidio en estas condiciones.

--Y te faltó añadir los achaques, las torpezas, el poquísimo respeto que sientes por ti

mismo y la escasísima autoestima que brilla por su ausencia en tu personalidad...

Pues sí, tienes razón: haces bien, haces muy bien en reírte de tus mismas tonterías, y

perdona mi franqueza que en este caso puede ser brutal, como la tuya... Anda ya,

hombre. Mejor ponte a leer las aventuras de Pinolín y Canelón y a mirar caer la lluvia

a través de la ventana. Porque tienes ventana, ¿no? Y la lluvia es gratis.

--Estás más clara que un litro de Lanjarón.

--Y tú no vayas a ponerte oscuro como una noche sin luna en una cueva.

--Por eso te quiero tanto, Selene, porque sin ti... no tendría ni lluvia ni ventana.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

domingo, 7 de abril de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 12


--Buenos días, ¿se siente mejor hoy?

--Buenos días. Pues sí, me siento mejor. No puedo estar a todas horas con los nervios

de punta, ¿no?

La Rusa pasaba la balleta. Me pareció que no le gustaba que la viera en esos

menesteres, pero como no quería o no podía colocar a nadie, tenía que morder el

cordobán.

--Me alegro. La vida se nos afea mucho más si tenemos los nervios de punta. ¿Dijo

algo la radio sobre el atentado?

--Lo de siempre. Tantos muertos, tantos heridos, tantas declaraciones de los políticos

diciendo lo mismo cada vez que hay un atentado. Apestan.

La veía cansada. ¿Cuántos años cargaría sobre su esbelta espalda? Mujer

misteriosa, se aislaba de todo metida en su habitación al fondo del hostal.

--Veo que poco a poco usted se está resignando al sobresalto. Mejor así.

--Vamos, no se burle. La resignación es un consuelo de los impotentes, algo que

nadie puede quitarse de encima, porque nadie puede hacer otra cosa.

NI ella ni yo teníamos un ápice de poder para luchar contra la adversidad, por eso

tal vez nos sentíamos tan bien conversando y comentando. Y lamentándonos.

--Bueno, usted y yo no podemos hacer otra cosa, pero debe haber alguien capaz

de quitarnos de encima esta amenaza.

--Mire, mi amigo, aquí todo el mundo está a merced de esta gentuza. todo el

mundo. Los únicos que se salvan de sus atentados son los comunistas.

Se burló, aunque sanamente, de mi desconocimiento total del panorama del país.

Me dijo que a los comunistas los terroristas nunca les hacían el menor daño. No

quiso extenderse.

--Conversando con usted me estoy enterando de cosas que ni siquiera podía

imaginarme.

--Vamos, que yo no soy el archivo nacional.

Era algo mucho mejor que el archivo nacional. Por eso nuestras conversaciones se

hicieron tan imprescindibles en mi estancia en su hostal que a veces otros huéspedes

la llamaban a contar. Ella los atendía con dedicación, pero se los quitaba de

encima con una habilidad que me dejaba boquiabierto. Eso, cuando estaba

conversando conmigo.

--Con estos truenos lo mejor es dedicarse a oír música.

--Pues vaya ahorrando para que se compre una radiocasetera, porque en las

emisoras no va a escaparse de tres cosas: el fútbol, los anuncios y las noticias, y las

noticias casi todas políticas. Las emisoras públicas no pasan anuncios, pero en lo

demás es la misma cosa.

--Y a propósito: ¿no le parece que ya va siendo hora de tutearnos?

--Pues... la verdad, es que siempre trato de usted a mis huéspedes. A todos, ¿

comprende? Es una especie de... de ética comercial.

--No exagere, Selene, que usted tampoco conversa con sus huéspedes como lo

hace conmigo.

--Es cierto, sí. Sí, quizás podríamos tutearnos, ¿por qué no? Ya usted casi está a punto

de convencerme de que hay que cambiar la tradición. Oiga, que usted me está

alterando las costumbres... vaya con el hombre.

--Y vaya con la mujer, diría yo. Porque usted también ha alterado un poco mi

agenda. ¿Ha notado cómo cada día dedico más tiempo a estar aquí, oyéndola y

hablándole? No veo por qué no tutearnos, Selene. Comenzaré a hacerlo yo, por

caballerosidad, y se... y te verás obligada a reciprocarme el tuteo.

--¿Obligada? No me gustan las obligaciones. ¿No cree que es mejor que surjan así

como... digamos, espontáneamente?

--No me lo pongas tan difícil. Si me sigues tratando de usted me veré en la obligación

de retirar el tú y... y óyeme, ¿esto es un juego de palabras o una tontería? Mejor el tú

y ya está.

--Está bien, hombre, está bien. Has ganado. Desde ahora tú eres tú y no usted. No

creo que ese trato cambie nuestra relación, ¿eh?

--Ni nuestra amistad, que continuará como las aventuras televisivas, aunque yo me

haya ido del hostal.

--Y bien, amiguito, ahora que no estás aquí hospedado, cuéntame qué haces

cuando no estás aquí dándome la lata.

--Ah, pues dedicarme a hacer gestiones, a visitar todos los organismos del Estado, a

que me entrevisten, a llenar formularios, a rodar en el Metro y a veces en los

autobuses, y a esperar, querida mía, a esperar que me contesten, que me citen, que

me prometan, que ya me avisarán, etc. ¿Te parece una vida entretenida?

--Hombre, peor están los que no tienen nada que hacer. ¿Por qué no escribes

artículos y cartas y los mandas a los periódicos? Así tu situación se haría pública. Y así

yo podría leerte, porque a pesar de tus promesas nunca me has dado nada tuyo

para que lo lea.

--Ya te lo daré cuando pase mis cosas al limpio, porque como las traje mejor es no

intentar descifrarlas, que no ya leerlas. Y eso de escribir a los periódicos... ja ja ja. Se

ve que tú no estás en el ambiente. Mira, a mí nunca me darían oportunidad de

publicar ni hostias. Los que tienen el poder de aceptar y rechazar colaboraciones

aceptan a quienes tienen un nombre y rechazan a tipos desconocidos como yo. ¿

Te das cuenta? Es inútil. Al principio envié algunas notas, no creas, y no me contestó

ni el Tata Cuñengue. Así que no te desesperes.

--Contigo no, porque contigo la desesperación es totalmente infructuosa. Por cierto,

¿qué hay sobre tu asilo?

--Nada todavía. Sigo en el centro de acogida como sabes, que realmente allí estoy

muy bien porque me lo dan todo sin tener que esforzarme para conseguir nada, y

bueno, como somos seis personas y es un apartamento, al menos me siento casi

como si estuviera en un hogar. Aquí, de no estar tú... no te ofendas, pero esto...

--Lo sé. No me ofendo nunca con la verdad. No creas que a mí me gusta vivir

metida en mi habitación y atendiendo a los huéspedes, lo que pasa es que...

--Lo que pasa es lo que no se traba, querida. La solución está en tus manos. ¿Por qué

eres tan reacia? Ríndete a la evidencia: como dice el lugar común, hemos nacido

el uno para el otro.

Después de pasar los interrogatorios (algo que yo creí eliminado al salir de mi país),

de tomarme fotos, de hacerme análisis, de ir aquí y allá, de recoger la tarjeta

amarilla de admitido a trámite y de algunos papelillos más, me enviaron a un piso en

una ciudad cercana a la capital, donde estuve conviviendo nueve meses con otras

cinco ilusionadas personas que también habían solicitado el asilo. Pero en todo ese

tiempo, hasta que al fin la bella suerte se acordó de tocar en mi puerta, mis visitas al

hostal se hicieron casi diarias. Y cuando no podía ir por alguna razón poderosa o

imprevista, La Rusa, o sea, Selene, según se atrevió a confesarme una mañana en

que me aparecí con una flor solitaria para ella, me echaba de menos. Estaba

preocupado, pensando cómo terminarían las novelas: la que estaba escribiendo y

la que ya empezábamos a protagonizar Selene y yo. Y una tarde en que me invitó a

tomar el té de las cinco, aunque pasaban de las seis, entré en su cuarto y me

quedé pasmado al ver lo ordenadas que tenía todas sus cosas, que no eran

demasiadas. Todavía arrastraba algún lastre: dejó la puerta abierta, por si acaso. ¿

Por si acaso qué? A veces salíamos del hostal y nos íbamos al McDonald de la

esquina a saborear la comida basura, tan rica y tan vilipendiada. Otras nos

metíamos en un cine, cuando ella lograba que una de sus huéspedes favoritas (por

la ayuda que le brindaba sin dejar de pagarle, supongo que menos) se quedara al

tanto. Y así el reloj se encargaba de llamarnos la atención de lo rápido que pasa el

tiempo y de lo viejos que nos estábamos poniendo.

--¿No te parece que nos demoramos demasiado tiempo para tutearnos y para salir

juntos por ahí? Hemos perdido mucho tiempo y me pregunto si será así para todo

entre nosotros.

--Es que dice un refrán que la prisa nunca es elegante.

--Y dice otro que la demora nunca es edificante.

--Déjate de pavadas y no inventes, que tú no pareces un desesperado de ninguna

manera en que se te mire.

--Quizás, pero tú estás mucho más llena de vida.

--¡Ah, sí, claro! Imposible, imprevisible, sorprendente, ya no sé cómo llamarte. Y oye

cómo me llaman... ¡Enseguida voy, don Anselmo! Ultimamente me entretengo

demasiado contigo y desatiendo mis tareas del hostal. Voy a tener que

administrarme mejor.

--Acuérdate: me prometiste que la próxima merienda iría por ti.

--Me acuerdo, pero al paso que vamos terminaremos en una cena por todo lo alto,

¿y quién la pagará?

--Ya veremos. Oye, ¿te estás preocupando por el dinero o son ideas que me hago?

--Es que lo tuyo es contagioso.

--¿Lo mío? Bueno, menos mal. Pensaba que te estabas volviendo... bueno, mejor así,

podemos echarlo a la suerte con una moneda. La cena, digo.

--No soy adicta a los juegos de azar.

--Yo tampoco, pero para que no caiga el gravamen sobre uno de los dos

solamente. En todo caso, ¿por qué no pagamos a la rusa?

--Eso de a la rusa es una expresión que no se ajusta a la realidad, así que olvídalo.

Fama que criamos y sin acostarnos a dormir. Pero hay muchísimos países donde

cada cual paga lo suyo, como Perogrullo.

--Graciosa la niña, caramba. Estás aprendiendo.

--No te pongas... como dicen en tu país: pesado. No te pongas pesado.

--Trataré, porque en mi país es preferible ser maricón a ser pesado.

--¡Qué boca más sucia, Dios mío! Estás peor que la televisión. Pero no voy a

ruborizarme, digas lo que digas.

--No creo que te ruborices por tan poca cosa. Anda, ve a ver qué quiere don

Anselmo antes de que arme un escándalo. Yo creo que está celoso. El pobre. Pero no

tiene chance.

--¡Pero qué engreído eres! Anda ya, hombre... contigo no se puede. Tú... ¡Anda ya!

Augusto Lázaro


(continuará)

@augustodelatorr