domingo, 26 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 26

A mí me gustaba bailar con Guillermo cuando había alguna fiestecita en la casa de

Marina y me invitaban. Guillermo es muy serio, muy callado, muy tranquilo. En el

fondo es como un niño, y eso a mí me gustó siempre. Guillermo no se aprovechaba

para apretarme como hacían otros jóvenes cuando bailaban conmigo, frescos que

eran. Por eso yo no me perdía ninguna de esas fiestecitas que decía Marina que

eran para olvidarse de lo jodido que está el cabrón mundo este. Charito me enseñó

a bailar, porque yo no tenía ni idea de cómo moverme. Y a Mayra no le gustaba el

baile en serio. Miguelito me advirtió una vez de lo que podía suceder en esa casa, y

yo lo cogí mansito y lo obligué a que me aclarara. Déjate de tanta jodentina

conmigo y desembucha, Miguelito. Pues mira, si un extraño pasa por allí de día

pensará que es una casa vacía, pero si pasa de noche pues... Pues ¿qué? Acaba

de decírmelo de una vez. Pues... si pasa de noche, seguro que piensa que aquella

es una casa... ¡alegre! Se rió a carcajadas. Qué cabrón, tanta hambre como le

había matado Marina. Pues así es la gente de mal agradecida. Pero con esas

referencias yo me pasaba los días allí con los muchachos mayores y con los demás

jóvenes que visitaban la casa. Allí conocí infinidad de jóvenes de todos los tipos,

aquello parecía un preuniversitario. Pero con Guillermo todo era distinto. Yo y

Guillermo habíamos jugado de niños las pocas veces que mis padres me llevaron a

esa casa, y con Charito, jugando los tres al escondido, o con otros muchachos que

estuvieran allí. Pero el accidente de la lancha había dejado a Guillermo un poco

sansy: se pasaba el día entero metido en su casa, él que según Marina no la

calentaba. Igual que Charito. Y no quería hablar con nadie. A mí me parecía que

Guillermo era un animalito que habían separado de su madre y lo habían metido allí

en aquel lugar tan grande y tan vacío, y que el animalito en ese medio extraño se

moría de angustia. Por eso yo me equivoqué con él. No sé qué me pasa, Taniucha,

pero cuando tú vienes a mí me parece que la alegría entra en esta casa, me dijo

una mañana. Mira que decirme que yo era la alegría. Cuando estábamos solos

preparábamos algo de comer, que él siempre tenía hambre, y nos poníamos a

oír música... te tuve una noche de verano, / yo estaba muy solo, tú soñabas. /Yo

nunca te quise confesar nada de mí, / tú nunca quisiste hablar de ti... ¿Te gusta Nino

Bravo? Bueno... sí, tiene buena voz, aunque es un poco gritón. Lástima que se haya

muerto, ¿eh? Sí, lástima. Creo que murió hace poco. Sí, hace poco, en un

accidente. Siempre son los buenos los que se mueren. Y me miraba como si

estuviera mirando una pucha de flores. Yo pensando vamos, muchachito lindo,

entusiásmate, que tú ni te imaginas lo que me pasa por la chola, anda, no dejes de

hablarme, sonríete, que me gusta mucho tu sonrisa... Pero nada. A mí me gusta la

música americana. ¿Y a ti? A mí también. No toda, claro. Claro, no toda, pero esa

música tiene mucho ritmo. En mi casa hay mucha música americana. Y española,

pero creo que aquí hay mucho más. Vamos a registrar a ver. Y empezamos a poner

discos... around the world / I've  searched for you / I travelled on / when hope was

gone / to keep a rendezvous... pero qué difícil es sacarte las palabras de la boca,

angelito mío, aunque yo te las voy a sacar, tú verás, me gustas, me gustas mucho,

muchachito lindo, y tú ni te lo imaginas, ni te imaginas lo que estoy pensando

ahora... Tengo muchos de Nat King Cole. Mira. Bueno, déjame ver a ver.

Guillermo es el mejor de los hijos de Marina, no se parece en nada a Rudy ni mucho

menos a Tony, a pesar de que también es sagitario. A mí los sagitarios me persiguen,

me sonsacan, me dan calambrinas en las piernas cada vez que conozco a uno de

ellos, pero tú no, mi niño lindo, tú te vas a enamorar de mí de lo que no hay remedio

y ya verás, que me tratas con tanto cariño que de ahí a lo otro sólo hay un paso, lo

que pasa es que te da pena, te da vergüenza, muñequito mío, pero yo te la voy a

quitar, y Guillermo ajeno a estos pensamientos míos que cada vez se volvían más

eróticos, pobrecito ángel, y entonces se acercó al tocadiscos y empezó a colocar

discos encima de la tapa para que yo escogiera, y nos quedamos oyendo música

americana, él sentado en un rincón de la sala y yo tratando de aproximármele lo

más que podía, disimulando, buscando alguna excusa, porque el jovencito se sentía

romántico... love is a many splendored thing... / is the April rose / that only grows / in

the early spring... ¡Guillermo! ¿Qué te pasa? Despierta, que parece que estás a mil

millas de aquí. Abres los ojos y reaccionas. Me miras como si acabaras de salir de un

sueño largo. Ah, no, nada, no me pasa nada, es que estoy distraído. No sé lo que

me pasa que últimamente siempre estoy distraído. Perdona, vamos a seguir con los

discos. Te miro y me dan ganas de sentarme junto a ti en este rincón, de acariciarte,

de besarte, porque yo sé lo que te pasa, querido, es que no te decides, es que eres

muy tímido, pero yo te quitaré esa timidez, seguro que te la quitaré. Cuéntame algo

de tu vida, anda, que nosotros apenas nos conocemos de verdad a pesar de que

nos vemos casi todos los días. ¿Algo de mi vida? Ah, si de mi vida no hay nada que

contar. Te sorprendes, bobito, pero es que yo quiero que me hables, que te sientas

aquí y no fuera del mundo como siempre estás, que te espabiles y te des cuenta de

que yo  estoy aquí y quiero que me mires, me hables, me... Qué cosas se te ocurren.

No, es que de verdad, casi no sabemos nada el uno del otro. No sé cómo no se da

cuenta, porque a la legua se nota que estoy loquita por él, por ese cuerpo perfecto

que tiene de tanto hacer ejercicios, pero más que por eso, por su forma de ser y

porque tiene buenos sentimientos, que ya me he dado cuenta de eso, pero eso

tendrá que adinvinarlo, porque no se lo voy a decir, bastante hago con intentar

insinuárselo, aunque él parece que no se da cuenta el muy tontico. ¿Tienes

hambre? Mira lo que se le ocurre decirme, que si tengo hambre, qué romántico.

No, no tengo hambre. No, porque si tienes... yo calenté unos frijoles que dejó mamá

y me los comí con media barrita de mantequilla, pan y el fondo de una lata de

leche condensada... ¿de verdad que no tienes hambre? Qué pena, todo se enfría

con el tema de la comida, es un cubo de hielo que me echa el animalito, pero

qué le voy a hacer, hoy está imposible. Sigue la música y seguimos en silencio

oyéndola, muy pegaditos, pero nada de nada, hasta que se me ocurre hacer el

último esfuerzo: Te sientes muy solo, Guillermo, ¿verdad? ¿Eh? ¿Yo? ¿Que si me

siento solo dices? Ha puesto una cara que ojalá no se lo hubiera dicho.

Te lo pregunto porque siempre estás así, como tristón, no sales ni nada, por eso.

Ah, es que no me dan deseos de salir. Bueno, vamos a bailar, anda. ¿A bailar? ¿

Ahora? ¿Aquí? ¿Qué bicho te ha picado? Ningún bicho me ha picado, es que

tengo deseos de bailar contigo. Pero si yo no sé bailar. Tú sí sabes bailar, chico,

déjate de excusas, que yo me siento muy bien contigo cuando bailo contigo así,

suavecito, y me aprietas, y... ¿Yooo? Pero no hubo manera de que se levantara. Así

sucedía siempre. Unos días después organizaron una fiestecita y me invitaron, como

siempre hacían, diciéndome que no podía faltar y todo eso. Nada más que había

cinco parejas de jóvenes y Marina que enseguida se cansó y se fue a dormir.

Enseguida que empezó la música me adueñé de Guillermo. Esa noche estaba algo

más espabilado. Bailamos largo rato, tomamos varios jaiboles, y nos fuimos para el

patio de tierra. Nos apretamos un poquito y nos dimos unos cuantos besos al son de

la bebida, pero de ahí no pasó. Mira, Taniucha, vamos a dejar esto así, de verdad.

Eso fue lo único que me dijo cuando le pedí que nos metiéramos en el sótano, ya de

madrugada, porque yo veía que las parejitas que querían manosearse se metían en

el sótano y se pasaban horas allí. Guanaja que soy siempre, porque lo que yo no

sabía era que Guillermo no estaba enamorado de mí, y como no pude soportar esa

situación me fui para mi casa a pesar de la hora, a pesar de que Charito insistió en

que me quedara a dormir por lo tarde que era. Otro de los hijos de Marina salió

conmigo para acompañarme, pero le dije que no era necesario, que yo me sabía

cuidar y todas esas boberías. Cuando llegué a mi casa había dos vecinas en la

guardia del comité, que me miraron con cara de perro bulldog. Pero yo, para

joderlas, las miré de arriba a abajo e hice un gesto despreciativo, y me metí en la

casa de un tirón. Me imagino lo que pensarían, pero me importó una mierda. Y

tan pronto entré en mi casa y tiré la puerta con rabia, me puse a llorar como una

niña a la que le han arrebatado su juguete favorito...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

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sábado, 18 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 25

Una tarde comenzó a llover de pronto y yo y Marina nos fuimos para el fondo de la

casa para ver cómo se empapaban las cosas que habían dejado los muchachos en

el patio a la intemperie: tennis, gorras, pulóveres, hasta un muñeco cabezón de

peluche de Anita que del tiro se hizo mierda. No tuvimos tiempo ni para recoger un

mantón de Manila que Marina había sacado para asistir a una misa por el alma de

su madre, y ni yo ni ella estábamos para mojarnos, porque el aguacero era de anjá.

El tiempo se está volviendo loco. A Marina la lluvia la pone melancólica, y cuando

se pone melancólica no hace más que hablar de su familia, del pasado, de la

desgracia de su madre en el mar. A mí  no me gusta oírla cuando se pone así, pero

no me queda más remedio, porque ella me oye a mí cuando yo le descargo sobre

mi situación y mis problemas y desde que vine aquella vez cuando ella regresó con

los muchachos me ha atendido tal como me dijo mi mamá. Enseguida nos hicimos

amigas, como yo y Mayra, y sus cinco hijos comenzaron a tratarme como si yo fuera

un miembro de la familia. Y ahora estoy allá todos los días, a no ser que Bertica esté

en la casa los fines de semana. El caso es que Marina no me ha defraudado, me

trata como a una hija, y ya tengo dos madres postizas, que a veces las postizas son

mejores que las madres verdaderas. Marina tiene la lengua suelta y no se calla lo

que piensa, por eso a mí me gusta oírla. A veces lo que suelta es una bomba.

Oyéndola siempre aprendo algo. Algo. Aquella tarde de la llluvia Marina coló café,

me alcanzó una taza humeante, y encendió un cigarro. Marina tomaba café

constantemente y se fumaba dos cajetillas al día. Nos sentamos en el quicio del

patio y comenzó a hablar, no sé si a mí o a la nada del espacio en donde clavó sus

ojos. Es terrible dormir sola noche tras noche. Es terrible acostarse en una cama fría,

después que se van los muchachos y me dejan sólamente un montón de silencio...

El aguacero caía con estrépito, lo calaba todo, sacudía el techo de zinc de la

terraza, las barandas, las persianas, pero Marina continuaba echando humo casi

sin pestañar. Esta casa se ha vuelto fría como la misma muerte, por eso me gusta

que vengan los muchachos, que alboroten bastante, que se diviertan todo lo que

les dé su gana, esa es la única manera que yo tengo de olvidarme de todo...

Yo tenía frío y me fui al cuarto de Charito a buscar un enguatado. Cuando regresé

junto a Marina noté que tenía los ojos aguados. Entonces me miró por primera vez.

Tú eres muy joven todavía, Tania, por eso no puedes comprender ciertas cosas,

pero mira, a una mujer de mi edad le hace mucha falta sentir el calor de un cuerpo

de hombre apretado a su cuerpo. Si no lo siente le parece que está muerta, y eso es

lo que me pasa a mí, que me parece que estoy muerta, muerta, desde la noche

fatal, cuando la muerte se nos apareció en el mar. ¡Oh, Dios! No debería pensar en

eso, no debería atormentarme más con eso, lo sé, lo sé que me hace daño, pero

es que no puedo evitarlo. Cuando no está Charito o no está Mayra o no estás tú,

esta casa me pone demasiado tensa, me parece que se infla como un globo, que

se va a reventar, qué sé yo, y entonces empiezo a registrarlo todo, me pierdo entre

los cuartos, saco todas las fotos de la familia, recorro los pasillos, voy al sótano, ya

sé que te estoy aburriendo con esta cantaleta, no lo niegues, pero basta ya, voy a

pensar en otra cosa, voy a pensar que estoy en una casa grande y muy hermosa,

que dentro de esa casa hay unas mesas muy bonitas con manteles bordados por

mí, con montones de golosinas, y que Anita está allí, que estamos todos juntos, y

que estamos saboreando los dulces, los caramelos, los bombones que tanto le

gustan a Anita, las tartas de manzana, los flanes de vainilla, y mira, Anita tiene la

cara embarrada de azúcar, de merengue, de miel, y está nevando, sí, nevando, oh,

Dios mío, ya sé que tú nunca la has visto, pero la nieve es maravillosa, yo sufro cada

vez que pienso que no voy a verla más, que no voy a sentirla caer sobre mi cabeza,

a tocarla, a jugar con ella, por eso nos lanzamos al mar aquel día, sí, por eso, no

podíamos seguir esperando, se complicaba la salida, y Esteban a punto de volverse

loco, diciéndome constantemente que no nos iban a dejar salir, no sé por qué se le

metió esa idea en la cabeza, no lo sé, ya no sé nada, sólo sé que Esteban se alteró

muchísimo, se obsesionó con la salida, y los Izaguirre lo embullaron, santo Dios, y

aquello fue horrible, fue horrible... Marina se calla de repente y yo no sé qué decir ni

qué hacer. La lluvia sigue y yo no puedo quitarme el frío del cuerpo, hasta que me

mira y sigue hablando, ahora algo más calmada. Quién sabe si hubiéramos

esperado un poco más mi mamá estuviera viva. Sí. A lo mejor. O no, quién sabe si el

destino quería que pasáramos por esa prueba, si Dios quería que mi mamá se

ahogara en el mar aquella noche. ¡Ay, Jesús atormentado! Qué cosas se me

ocurren. Pero no me hagas caso, Tania, no, no me hagas caso, de verdad que no,

estoy disparatando, lo sé que estoy disparatando, no me hagas caso, ¿quieres más

café?... A Marina el café la calmaba. Eso me decía. El café y los cigarros. Intenté

que se olvidara de aquello. Y así pasaba el tiempo, y cada vez que yo tenía un

chance me llegaba a esta casa donde ahora estoy, a pesar de que Aurelia me

decía que no debía venir tanto a casa de esta gente, como les dice Aurelia, que no

me reuniera con estas personas que eran mal miradas y que el gobierno las tenía

fichadas. Ah. A Aurelia nunca le gustó mi metedera en esta casa. Es que allí va un

elemento que no está bien visto, Tania... Yo no le decía nada, pensaba que bien

visto por quién, eso no me lo decía Aurelia, y yo no veía nada anormal en la casa

de Marina, gente como la mayoría de los jóvenes que yo conocía y nada más. No

se puede juzgar a una persona por lo que la gente dice de ella, porque la gente

siempre habla y casi siempre habla mal de los demás. Marina y sus hijos nunca me

trataron mal ni me miraron por encima del hombro como hacían algunos vecinos

de la cuadra. Me brindaron su amistad, que tanta falta me hacía entonces, y sin

ningún interés, porque yo no tenía nada que darles, al contrario, era yo quien pedía

a gritos que me echaran una mano. Y ya ven que en los peores momentos de mi

vida Marina siempre me ha echado esa mano y eso nunca voy a olvidarlo, y que

me perdone Aurelia, pero no pienso dejar de visitar a esta familia con la que tan

bien me siento... ¡Ah! Ya todo ha pasado. No sé en realidad determinar qué sucesos

de mi vida han ocurrido antes o después, todo se me confunde, por eso yo creo que

el tiempo no existe. El tiempo es un elemento más de la imaginación y no tiene

orden ni desorden, las cosas ocurren, se viven, se recuerdan o se olvidan, y ya. Y a

veces pienso que las cosas que me han ocurrido me las he inventado yo... Pero ya.

Mejor es olvidarme del pasado, de toda esa madeja que me retuerce los recuerdos.

Si pasó o no pasó esto o aquello, ¿qué más da? ¿Quién tiene la razón? ¿Dónde está

la verdad? Cada cual piensa que tiene la verdad y que el otro es quien está

equivocado. Así es el ser humano. No conozco a nadie que confiese que es malo,

que no tiene la razón, que está equivocado. Aquí ya nadie sabe quién está

aparentando, aunque yo creo que todos están en eso, todos, yo misma estoy

aparentando como todos los demás, y como dice Marina, lo mejor es no hacerle

caso a nadie y juzgar uno mismo y hacer lo que quiera hacer sin pensar en lo que

van a pensar y decir los demás. La gente es como es y querer cambiar a las

personas es una estupidez, porque nadie va a cambiar. Como decía mi mamá:

el que nace cochino muere lechón y a viaje. El que es bueno para unos es malo

para otros y viceversa, así que punto y aparte. Que una no puede caerle bien a

todo el mundo, no puede quedar bien con todo el mundo. No. Hacer lo que a uno

le dé la gana y no andarse con tanto miramiento ni con tanto análisis ni con tanta

filosofía, que los filósofos lo único que han hecho es complicarle la vida a la gente

con sus teorías y hacerle la vida más difícil a quienes analizan lo que ellos dicen o

escriben, y ya está bueno, coño, que ahorita va y me convierto yo también en una

filósofa comemierda y me pongo a adoctrinar a la gente yo también, para que me

manden al recoño de mi madre y no siga jodiendo. Marina sabe lo que dice, que

por algo se ha metido mil libros en la cabeza, pero sobre todo, se ha metido la

calle, que es lo que más enseña. Tengo que aprender de ella, porque la vida no es

para pensarla ni para analizarla, sino para vivirla, y a veces a una se le va la vida

pensando, y no vive. Pues nada, Tania, olvídate de todo, muchacha, ciérrale la

llave a los malos recuerdos, que son casi todos los tuyos, olvídate y punto, que la

vida es muy corta y el dolor muy largo...

(continuará)

Augusto Lázaro

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domingo, 12 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 24

Aleida le oyó decir a una mujer en el mercado de Ferreiro que Marina y su gente ya

habían regresado a su casa. Una familia que intenta fugarse en una lancha siempre

es noticia y enseguida Radio Bemba la corre. Y Radio Bemba se burla del gobierno

que pretende ocultar muchas cosas. Yo llevo casi una semana encerrada en estas

cuatro paredes, y si sigo aquí sin hacer nada la mierda me va a tragar. Ni siquiera

me asomo a la ventana a ver pasar la gente y dentro de la casa me muevo como

un zombi, no sé lo que hago, si es que hago algo. Si no me he muerto es porque

Aleida me alcanza la comida por el muro. Ya ni enciendo el radio ni veo la tele ni

oigo discos. Nada. Mayra y Miguelito perdidos. Bertica con Aurelia, y Aurelia ya casi

no viene porque la última vez me encontró con el moño virado y le grité que me

dejara en paz, que no jodiera más, y que si quería se quedara con la niña, que se la

cogiera para ella. Mire, Aurelia, mejor déjeme sola, váyase, por favor, y déjeme

tranquila, no quiero ver a nadie ni saber nada de nadie, así que váyase de una vez.
 
Qué charranada. Aurelia ni chistó, decente como siempre y yo tratándola como a
 
un trapo de cocina. ¿Qué pensará de mí? Primero la bota Emilia y ahora yo. ¡Ah! Es

demasiado para ella. No hago más que cometer errores y los errores se pagan caro.

Cuando los nervios se me alteran pierdo los estribos y hay que salir corriendo. Tengo

que ir a verla y pedirle perdón, que yo la quiero, Aurelia, que estoy mal de los nervios

y que me perdone y todo eso, y seguro que me perdona, y vuelve, porque Aurelia

me conoce bien y sabe que eso que le dije fue de dientes para fuera. Mira, vamos a

hacer una cosa, mi vida, vamos a ver al médico a ver si te pone un plan o algo,

necesitas calmarte y superar estas crisis que te dan, atender a tu hija, a tu casa,

vamos, dime que vas a ir conmigo a ver al médico, y me convenceré de que es

verdad que Aurelia me quiere como si yo fuera su hija, su hija malcriada y grosera,

porque soportarme a mí no es fácil. Nadie está perdido cuando tiene a alguien que

lo quiera, que le sonría, que le hable con cariño. Pero tengo que hacer algo, y

pronto. Salir de este encierro, coger aire fresco, caminar, ver gente, algo. Y voy a

hacer algo ahora mismo... Marina y los muchachos ya están en su casa, pues qué

mejor que llegarme hasta allá. Recuerdo lo que me dijo mi mamá. Pues allá voy,

que su casa está cerca, al doblar de Ferreiro como quien dice. Una pitusa y un

pulóver viejo y rumbo a la casa de Marina. No sé nada de ellos, no sé cómo la

estarán pasando, pero en fin, allá voy, qué carajo. Yo no tengo confianza con ella

para aparecerme así de aquí estoy porque llegué, pero no puedo seguir encerrada

y no tengo otro lugar mejor, porque Aurelia está en su Internado y no conozco a

nadie más a quien acudir estando así como estoy. Yo necesito contarle a alguien

mis problemas, Mayra y Miguelito desaparecidos y Aleida cuando llega del trabajo

está más cansada que un buey en un arado a las seis de la tarde. Y Marina es una

persona que ha sufrido, y las personas que han sufrido son las que comprenden a

quienes también han sufrido o están sufriendo, como yo. Marina me hará bien. Me

ayudará, como me dijo mi mamá... Y en la calle pienso en Aurelia, ahora le ha

dado por decirme lo bueno que sería que yo estudiara en la Escuela de Comercio,

que un título me vendría bien, que cómo voy a vivir cuando se me termine el

dinero que mis padres me dejaron, ella como si yo fuera a quedarme para siempre

en esta mierda de país. Pues si se me termina el dinero, que ya queda poco, tendré

que inventar algo si no me han sacado de aquí, quizás hasta tendría que buscarme

un trabajo para no morirme de hambre, qué barbaridad. Dice Aleida que teniendo

todo el tiempo ocupado como ella no hay crisis que entre. Pero si me pongo a

estudiar como quiere Aurelia peor, porque entonces tendré que estar a diario con la

cabeza a todo tren, y creo que no estoy preparada para esa situación otra vez con

lo que tengo encima. Ja. Yo pensando en trabajar, dígame usted. Y en qué, porque

lo único que tengo es la Secundaria, que eso es mierda, ni siquiera terminé el Pre. Sí,

graduarme de algo, sería bonito, sí, tener un título, ya lo creo que sería bonito. Y la

verdad que a mí me gustaba estudiar, aprender cosas, conocer la vida y el mundo,

las ciencias, las artes, la historia, la geografía, todo eso. Y mírenme ahora cómo voy

por la vida, vacía como un saco roto, que casi no conozco ni la calle donde vivo...

pero madre mía, si ya estoy aquí. De pronto me veo frente a la verja de hierro del

frente de la casa de Marina. Caramba... La casa de Marina es muy original: aquí

todos los días amanece tarde, porque en esta casa nadie se levanta antes de las

diez, y las puertas y las ventanas del frente siempre están cerradas por el día, las

abren por la noche y las vuelven a cerrar de madrugada, cuando se van los jóvenes

que vienen a descargar a la casa de Marina como si esto fuera un club nocturno.

Eso lo sé porque Mayra me lo ha contado. Esa casa siempre está llena de jóvenes,

pero de día parece que no hay nadie. Es que Marina tiene miel para los jóvenes,

todos se le pegan como sanguijuelas, y cuando van allí se ponen a cantar, a tocar

la guitarra, a fumar, a hacer cuentos, a jugar a las barajas, a oír discos, a tomar...

Eso es lo malo, pienso, que todos se ponen a tomar y a veces se emborrachan, a mí

las borracheras no me gustan ni un poquito. Pero en fin, que estoy aquí y adelante...

Mayra y Miguelito son asiduos a esta casa, me dijo Mayra, y me hizo los cuentos, por

eso ya yo vengo con conocimiento de causa. A mí me entusiasma todo lo que me

ha contado Mayra, menos eso de la tomadera, pero ya veré. Dice Mayra que aquí

hasta el gato barcino de Marina empina la pata. Si tú los ves, los hijos chiquitos de

Marina se empinan las botellas y Marina no les dice nada, se ríe de esas cosas.

Para mí que Mayra exagera. Eso lo comprobaré a partir de hoy. Me decido a tocar

y qué carajo, mi padre decía que el mundo es de los livianos y en esta vida si tienes

que escoger mejor ser gavilán que ser paloma, porque yo siempre he sido eso, una

mansa paloma de la que todo el mundo se ríe y ya está bueno. Así que adelante...

Toco otra vez, más fuerte, y alguien desde adentro me grita ya vaaa...

(continuará)

Augusto Lázaro

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domingo, 5 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 23

Eso es lo único que andaba buscando: acostarse conmigo. Lo único. Yo no sé ni

cómo pudo engatusarme el muy pendejo. No me di cuenta a tiempo, no reaccioné

como debía, no paré al bicho cuando tenía que pararlo. Es que las mujeres, cuando

nos toca un tipo, nos derretimos. La que no lo confiesa es porque le da pena. Pero

no podemos sentir la más mínima caricia, porque flaqueamos, nos rendimos, coño,

nos mojamos enseguida y ahí mismo. Por eso cuando yo conocí a Rudy me olvidé

de todo lo que había pasado con Tony. Y se repitió la historia. Siempre lo mismo, no

le aguanto más a ningún cabrón de ésos, que se vayan todos al recoño de sus

putas madres, y no hemos acabado de decirlo cuando ya nos estamos dando la

lengua con algún cabroncito otra vez. Siempre lo mismo, pero siempre en contra

de nosotras, claro, porque ellos se quedan como si los huevos se fríen o se hierven.

Y así fue. Rudy tan amable, tan delicado, tan cariñoso, claro, como Tony, también

Tony empezó así... Nada, que no escarmiento, coño, no escarmiento. Por eso estoy

y estaré condenada de por vida, porque yo también cuando siento que un hombre

me toca me empapo. Mi mamá decía que las mujeres hemos nacido para sufrir. Lo

dice la Biblia, me decía. Por eso yo nunca leí la Biblia, porque mi mamá me decía

que el que lee la Biblia se llena de miedo. Miedo a Dios, miedo al castigo divino, a

cometer pecados, al destino, al infierno, a todo. Miedo por todas partes y ni gota

de esperanza para cuando llegue la pelona y nos lleve para el más allá a seguir

sufriendo como aquí en el más acá. Y mi miedo, ¿de dónde salió? ¿Quién me lo

inculcó? ¿Cómo lo cogí? No no no, un enredillo, es lo que se me forma en la chola

cada vez que me pongo a pensar. Como si yo fuera una filósofa. Y lo que soy es una

zoqueta. ¿Que los golpes enseñan? ¿Quién fue el imbécil que dijo eso? Porque a mí

no me han enseñado ni un carajo, que aunque sólo he tenido una decepción con

el Tony, fue tan grande que me dejó tururata. En fin, que me enamoré. Me enamoré

de Rudy sin remedio. Y me entró una contentura en todo el cuerpo que me sacó de

un tirón todo lo malo que tenía dentro. Al menos por un tiempo. Con Rudy pensé

que yo no había conocido el amor, que mis relaciones con Tony habían sido sólo

un embullo loco, un capricho de culicagados, como me decía mi padre. Pero los

padres no saben manejar a las hijas cuando éstas se enamoran como guanajas de

quien no debían. Se oponen, nada más, y con eso lo que logran es que las hijas se

lancen a los brazos del tipo de turno. Un capricho de culicagados... Si me parece

estarlo oyendo. Un par de mocosos que ni siquiera sabían lo que había que hacer,

eso éramos yo y Tony. Y eso fuimos yo y Rudy. El mismo perro. Acostarse conmigo, sí,

no me di cuenta de que eso era lo único que perseguía Rudy. El caso es que me

enamoré otra vez, y de qué manera. Me dio por cantar en la casa y por pasarme el

día oyendo música, porque la música siempre ayuda a todo, y con la música yo me

hacía cráneos con Rudy, como una gata en celo. Se lo dije a Aleida, Aleida, estoy

enamorada, y se lo quería decir a todo el mundo, estoy enamorada, sí señor, estoy

enamorada, estoy enamorada, ¿lo oyen, señoras y señores? Tania está muy, muy

enamorada. Y qué rica se siente una cuando está enamorada, a una le parece que

hasta un perro muerto junto a una alcantarilla tiene algo bonito, y una se cree que

no existe la maldad, que no hay gente muriéndose de hambre, que este es el país

de las maravillas de Alicia, y que todas las personas que conoce son excelentes. Y

que en el mundo sólo hay flores, pefumes, arcoíris, que los niños juegan en los

parques, que los pájaros cantan en los árboles, que los peces nadan libres en el mar,

y todo lo que haces te sale bien, y sientes deseos de abrazar a todo el mundo, y es

como una sensación de felicidad tan grande que se te olvidan todos tus problemas.

¡Ah! Hasta un día... Todos son iguales, mija, lo que quieren es templársela a una y a

viaje, te la empujan y chirrín chirrán, por eso yo no me enamoro ni de Alain Delon, no

señor, yo no les hago caso, no les creo ni las verdades que me dicen. Mayra me lo

decía. Y me decía que lo que ella hace es sacarles el jugo, los exprimo, manita,

sobre todo a los extras, los exprimo hasta que sueltan el último gollejo, y después los

lanzo. Pero Rudy me durmió. Me empezó a dormir desde que nos encontramos

en la rotonda de Ferreiro y nos sentamos a conversar en el parque. Otra vez el

cabrón parque. Yo estaba cansadísima de darle a la pata como un perro sin dueño

y me tiré en el banco, y nada, muchas palabras bonitas, muchas frases cariñosas,

mucha disposición para ayudarme, y al final ñiringa. Por boba, por comemierda, por

monga. Caí por segunda vez, que no sería la última. Es que Rudy es tan gracioso, me

repetía yo misma para darme ánimos. Qué bonito habla, qué decente parece, qué

respetuoso, qué... Guanaja, eso es lo que eres, una guanaja, una vejiga, una

mocosa, no escarmientas, coño, no entras por el aro, no te espabilas como te dice

Mayra, estás de empuja y saca, te dejas bajear como un pollo por un majá, que se

le acerca calladito y le suelta el silbido fatal moviendo la lengua como te la mueve

el Rudy dentro de la oreja para dejarte totalmente nocáu. El pollo se queda así,

hipnotizado, esperando el lengüetazo que lo convierta en fiambre. Ja. Y así mismo

te quedaste tú cuando el donjuanito de Rudy te lanzó el silbido, te empapaste

todita, so guanaja.  Y ya ves lo que pasó. Un majá. Eso es lo que es el cabrón de

Rudy. Pero yo no le hice caso a Mayra. Niña, si ese anda como un verraco detrás del

culo de Charito, pero Charito no le hace ni puñetero caso, dice que ella no está

para alumnos de primaria. Y aparecí yo, de prima. Y Rudy me cogió para el trajín.

Pero lo peor, que me pasó lo que me tenía que pasar. Por segunda vez. Pues voy y

se lo digo, Rudy, creo que estoy embarazada. ¿Qué tú dices?. Pero cómo no iba a

estarlo si yo no sabía cómo tenía que cuidarme ni nada de eso. ¿Qué pretendes,

que yo me haga cargo del paquete ese? Mira que llamarle paquete a un hijo que

le hacen a una. Tiene gracia. Y tuvo gracia de verdad, porque la jaranita me costó

un legrado, el primer legrado que me hice, y el último, porque ya lo juré, recoño,

que después de Tony no le paro ni a Dios. Y de legrados cero, que para eso aprendí

muy bien cómo tengo que cuidarme para que ningún vaina venga y me infle de

gratis. Porque lo que pasé con eso fue peor que estar condenada en el infierno. La

cagástrofe... empezó el corre corre, porque yo no quería que nadie se enterara, y

tuve que pagarle a un joven que me llevó Mayra para que me hiciera la donación

de sangre, que sin eso no te hacen aquí ningún tipo de tabajo de cirugía en ningún

hospital. No, mi vida, eso es lo que está establecido, tienes que traer una donación

de  sangre a tu nombre si quieres salir de ese apuro, y ya lo sabes para la próxima

vez, así que cuídate, o a parir, que tener un hijo es algo bonito, sí, maravilloso...

Así me dijo la enfermera en la recepción del hospital. Hija de puta. Y eso que en este

país la salud pública es gratuita, que si no tendría que hacerme el legrado yo misma.

Gracias a Mayra que me ayudó y me consiguió al muchacho ese. Niña, que Toño no

se lo va a decir a nadie, a ese nada más le interesa la plata, le das los treinta pesos y

olvídate. Pero el drama comenzó de verdad después que el Toño me entregó el

papel con el cuño y la firma y todo eso que exigen para cualquier cosa: pues ir al

hospital, entregar el papel, explicar mi problema, dar mis datos, inventar mil excusas

para no parir, soportar la descarga que me echa la doctora que se encarga del

julepe, tan joven y ya viene a hacerse una interrupción, le dice la muy cabrona a la

enfermera que me mira con cara de imbécil, cómo está nuestra juventud, qué

horror, coger el turno, enredarse con el papeleo, que no es un jamón, los análisis, el

temor a que no quisieran hacerme el legrado por tener la hemoglobina baja, pero

gracias a Dios no la tenía baja, la leche que me tomo diariamente debe ser, porque

la carne no se ve en mi fogón desde que yo era una niña que soñaba con la nieve,

y entonces seguir el curso normal en estos casos: las preguntas, los consejos, las

recomendaciones, las miradas curiosas, pero al final llegó lo realmente terrible... sí,

una sensación de soledad, de amargura, de decaimiento, de impotencia, de hastío

que sientes cuando llegas allí y te ponen una batona blanca que te queda

demasiado grande, te rasuran, te cortan sin decirte ni lo siento, te acuestan en una

mesita tan estrecha que casi no puedes moverte, oyes a otras mujeres quejándose,

mentándole la madre al tipo que las mandó allí a joderse, tiradas como perras en

espera de que te hagan lo que te van a hacer para sacarte el problema de

adentro... nos miran, nos tocan, nos viran, nos mueven, nos trajinan, nos zarandean,

y la gorra, los guantes, las batas, todo blanco y todo verde, y entonces te abren las

piernas como si estuvieran manipulando una palanca de metal, te meten las manos

allá dentro de tu intimidad, te acomodan, te empiezan a raspar, a raspar, a raspar,

Dios mío, y sientes deseos de decir malas palabras, y las dices, coño, cojones, pinga,

putas, maricones, y gritas, y te cagas en la maldita hora en que llegaste a este

mundo cochino, y te quieres morir, acordándote de toda la generación del cabrón

que te hizo esto, y lloras, gritas, protestas por la tosquedad de la comadrona, te

coges odio a ti misma, pero cómo yo he caído en esto, por qué no me supe cuidar,

cuándo voy a escarmentar, y le coges odio al médico, a las enfermeras, al hospital,

al que barre, a la mujer que tienes cerca, a la gente, a los hombres, por qué me

acosté con ese bicho, mal rayo lo parta, mamón, asqueroso, hijo de puta, y al final

maldices el placer que disfrutaste que por cierto no fue la gran cosa que esperabas,

hasta que sientes una especie de desfallecimiento, de sueño, de resignación, un

deseo muy grande de no levantarte jamás de ese camastro sucio incómodo, de no

hacer otra cosa que quedarte allí mirando las paredes con los ojos cerrados... y las

ventanas, el techo, no quiero verle la cara a ningún ser humano, ni a mi madre, a

nadie, que me doy cuenta de todo por mi asma y la anestesia, y todo me parece

humillante, y cuando llego a mi casa medio muerta me pongo a llorar y creo que

he estado llorando casi todo el día... por la noche no puedo dormir, pensando en

Bertica que está con Aurelia, siempre ajena a los momentos más trascendentales de

su madre, pensando en mis pocos amigos, y no quiero llamar a Aleida porque estoy

que doy lástima, pero sobre todo, pensando en el cabrón de Rudy, desaparecido

del mapa, que ni siquiera fue a darme una vuelta al hospital el muy... y todavía me

faltaba el golpe contundente: a los pocos días, cuando por fin logré calmarme y

reponerme un poco, lo primero que hice fue tratar de averiguar algo sobre el gran

canalla desaparecido, y lo único que pude averiguar fue que el muy desgraciado

estaba regando por el Pre que yo era un palito fácil. Nada menos que un palito fácil

el muy hijo de puta... Eso era todo lo que había dejado en Rudy. Un palito fácil. El

mundo me cayó encima con su fuerza aplastante, porque yo todavía, so monga,

guardaba cierta ilusión hacia Rudy. No podía evitarlo, no quería evitarlo. Y saber

que Rudy decìa eso de mí fue como si me cayeran a toletazos...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr



http://laenvolvencia.blogspot.com