Por
fin terminó la Conferencia, ahora a sentarme en mi silla plegable a sacar las
conclusiones
y a ver qué me dejó de positivo. Ah, y a repetir las palabras de Liliana:
participar
es lo importante.
Ella con su perseverancia, fíjate, una ponencia, no una
de
esas quitancias que abundan en estos eventos, y ante mi primera negativa su
disposición
a ayudarme, a darme un mínimo técnico sobre la metodología para
confeccionar
una ponencia, porque yo en esas lides estaba a la altura del Pre con
sus
monótonos seminarios martianos. Pobre Martí, cómo lo cogen para el trajín. Pues
aquí
tengo los papeles que casi no me caben en el portafolios. Y ni hablar de doña
Metodología:
sólamente para hacer las cosas como se señala en las cartas
circulares
se necesita otro mínimo técnico: entrega de los resúmenes
mecanografiados
a dos espacios en hojas de 8.5 x 11, original y dos copias, 15
cuartillas
como máximo, sin erratas (aquí apretaron, porque leer un escrito sin erratas
es
como una libra de arroz sin un granito prieto), y con máquina de escribir tipo
standard,
cómo no, si en cualquier tienda están ahí a montones y sin libreta de
racionamiento,
ja ja ja, nada más ir una allí y a escoger, ah, y baratas, sí señor.
Bueno,
sigo: con margen derecho e izquierdo de tal cantidad de milímetros y
caracteres
por renglón, con este dato y este otro y... ¡perfecto! ¿No será una
broma?
Porque óiganme... pues sí, acabo de estrenarme en una Conferencia
Lingüístico-literaria
con bombos, platillos, gangarrias y otros instrumentos de
percusión
no tan comunes... Me cayeron en el Departamento: sí, chica, vamos, que
yo
sé que tú puedes hacer un buen trabajo y etc., Lidia, Liliana, Ernesto, Adita,
hasta
el
bedel del Departamento me dio un empujoncito, parece que lo habían
entrenado,
porque claro, participar es lo importante. Verdad que la sonrisa de
Liliana
tumba lomas, hasta yo que soy mujer me siento electrizada, es capaz de
convencer
a Mazzantini. Tres meses hablando de la dichosa Conferencia, todo el
mundo
haciendo algo para presentarlo y yo no podía quedar fuera del potaje. Y en
un
evento donde participan extranjeros de cierto renombre, personalidades que
tienen
experiencia y están en la última, y yo de primeriza, pero nada, no me jodas,
vieja,
Adita con sus palabrotas, vamos, embúllate, Ernesto con sus palmaditas en
el
hombro, el muy zorro, dime qué necesitas, que yo te lo busco en los archivos,
Lidia
con
sus carreritas, y así todos, con tal de que yo presentara la dichosa ponencia.
Lidia
me sugirió que la hiciera sobre el boom latinoamericano, dígame usted, y en
tres
meses a enredarse Marnia con miles de folios que se referían a ese movimiento,
y
Carpentier, y Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo, Fuentes, Sábato, Arreola, el copón
bendito.
Claro, me decían, no vas a ser la única del Departamento que no presente
una
ponencia. De algo me serviría, pensé cuando renuncié a lo demás para hacer
de
mi vida un aparato de lectura y estudio durante casi tres meses, soportando las
descargas
de don Mario y de doña Aimée, pero mejor no acordarme de eso. Y qué
difícil
resulta hacer algo bien hecho. Al menos la Conferencia me enseñó que aquí
la
mayoría de lo que se hace es mierda: no hay rigor, no hay seriedad, no hay
dedicación,
todo por los pelos, lo manido, lo establecido, lo pan comido. Pero al fin
pasé
la prueba, sana y salva, con unas libritas de menos y para alegría de Mario y
alborozo
de Aimée, que me habían pronosticado un queme padre. Mi ponencia
me
quedó flamante, según el mismo Mario que la leyó dos veces, corrigiéndole
algunas
cosillas. La terminé de madrugada, sólo unos días antes del comienzo del
gran
maratón intelectual. Los ojos colorados, la garganta reseca, dolores en casi
todo
el cuerpo y punto. La entregué en el Departamento. El único que estaba era
Ernesto
y con él la comenté por arribita, le leí algunos párrafos, otros los leyó él,
revisamos,
hojeamos, etc., y al final me dijo que había cosas que no les gustarían a
los
miembros del tribunal y a algunos del Departamento, "pero métele mano y no
te
preocupes
por eso, que aquí cuela el más pinto". El primer choque lo recibí cuando
se
me informó que debía entregar un resumen de la ponencia a otro profesor, que
sería
el encargado de revisar, analizar y exponer su opinión al respecto en una
próxima
reunión con todos los participantes por el Departamento. ¡Ja!
--¿Un
oponente? -le pregunté a la vicedecana, descubriendo el baño de María.
--No
exactamente -me respondió, mirándome con benevolencia-, todos los trabajos
que
se van a presentar van a ser revisados por compañeros con mayor
experiencia,
no sólo el tuyo. Todos, ¿te das cuenta?
La
vice sonrió y se fue y no me quedó más remedio que tranquilizarme poco a poco.
Pero
recibí el segundo choque cuando me plantearon que la ponencia se discutiría,
lo
que yo ya sabía, pero que de esa discusión dependería si se presentaba al
evento
o
no, algo así como una sesión científica, me dijo Adita, y con todos los
miembros del
Departamento.
Críticas, observaciones, sugerencias, y el visto bueno final del
colectivo.
¿Y por qué, si eso es un trabajo personal?, le pregunté, en la mesa del
comedor
esperando el plato único. Adita me miró y se sonrió, ¡ay, mija, tú no sabes
nada!
Por fin llegó el día de la esperada reunión donde se analizarían los trabajos.
Todos
los profesores habían presentado algo, por lo menos el Departamento estaría
totalmente
representado, y por tal motivo unos tendrían que revisar los trabajos de
otros,
formándose una baraúnda en el intercambio de ponencias que daba gusto
verla.
Pero en esa reunión se leyeron sólo los resúmenes. Cuando me tocó, oí
opiniones
que me sorprendieron. Incluso Elvira planteó que mi ponencia debía
leerse
toda, pero por suerte nadie secundó esa idea estrafalaria. Me señalaron
varias cosas que debía suprimir, otras que debía
arreglar, algunas inexactitudes de
segundo
orden, cuestiones de la metodología, estilo demasiado directo, etc., y al
final,
como ya estaba aprendiendo, acepté todas las opiniones y no cambié mucho,
los
ilustres miembros del tribunal que no estaban allí no notarían los arreglos.
Después
las
ponencias se entregaron a la comisión organizadora que se encargaría de
hacérselas
llegar a cada tribunal. Mira, Lidia, yo me pregunto por qué no dejar que
cada
cual escriba lo que le venga en ganas, sin tantos remandingos. Lidia seria. No
te
atormentes demasiado, tú verás que no vas a tener ningún problema, te prometo
estar
allí cuando tú leas tu ponencia, y suspiró mirando la distancia, mira, esos son
métodos
que nadie ha echado abajo, yo también suspiré mirándole la cara, sí, ya
sé,
no hay remedio, son métodos establecidos, y el humo del cigarro irritándome la
nariz,
¿por qué no dejas el vicio de una puñetera vez?, se ríe, ¿para qué?, si siempre
encuentro
alguien que me resuelve cuando no tengo, ¿y tienes alguna vez? Nos
despedimos
y a esperar, a leer algunos libros que hace meses esperan por mí, y lo que
sea
sonará... A medida que se acercaba la inauguración el alboroto se hacía
desesperante
en toda la Universidad, y como yo no sabía nada, me di a la tarea de
investigar
por cuenta propia la tardanza en la entrega de la documentación, pero
Ernesto,
cuando descubrió mi inútil e inocente gestión, me llamó y me dijo que no
insistiera
más, ya te la entregarán, estás nerviosa, tómate un clorodiazepóxido con
aguazúcar
y todas esas cosas. Pero recibí el tercer choque el mismo día de la
inauguración:
esa noche nos entregaron los sobres manila con todos los resúmenes,
la
acreditación y una muy abundante información detallada de las actividades con
horas,
días, locales, nombres y apellidos, ¡ajá!, procedencia de los ponentes, etc.,
todo
muy planificado, organizado, calculado, como para que pudiéramos
respirar
profundamente y sentirnos seguros de que la Conferencia sería todo un
éxito.
Me extrañó que sólo se entregaran los resúmenes, pero Adita se condolió de
mí
y me dijo niña, ¿te imaginas la cantidad de hojas que harían falta para
reproducir
todas
las ponencias completas? y aunque no me lo dijo, sé que estaba pensando
qué
monga es esta niña, a estas alturas, claro, yo no había pensado en eso, pero
había
pensado leerme todas las ponencias en mi casa para participar en las que
me
interesaran. Mira, selecciona los títulos y confórmate con ilusionarte, me dijo
Adita,
pero
coño, ¿por qué entregan estos mamotretos a esta hora si mañana comienzan
los
debates?, le pregunto, pero Ernesto, que se acerca al dúo, le dice oye ésta,
cree
que
va a haber debates, y se ríen y me miran como si yo fuera alguna sietemesina
de
cesárea urgente. El Rectorado parece un enjambre alborotado. Cerca del
teatro
donde se va a hacer la apertura busco a Liliana, pero no la veo por ninguna
parte.
Al fin la descubro, como siempre, moviendo la singüeso y riéndose en un
grupo.
Me le acerco. Tiene un gusto exquisito para lucir agradable. Dime en qué
página
está tu resumen, le digo a manera de saludo, te prometo que si sólo puedo
leerme
uno, ese será el tuyo. El pelo le roza los hombros. Me la imagino en una
aventura
con Ernesto y casi no lo creo. Claro, él casado y ella subalterna inmediata,
él
atado con cadena y bola y ella desesperándose con atavismos inútiles. ¿Cuándo
se
arrancará la humanidad tamañas trabas? Nos llaman, parece que el acto de
apertura
va a comenzar. Cargo mi carpeta, mi sobre, mis documentos, mis libros, y
me
siento entre Liliana y el doctor Matta, algo desmejorado y serio como de
costumbre.
La Decana pronuncia las palabras de la Introducción, informa acerca
del
programa, que como todos los programas que se respetan ha sufrido cambios,
sobre
las comisiones, los tribunales, la organización general del evento. Liliana me
mira
de reojo y me susurra ¿ya te desayunaste?, pero no capto su intención. Un
profesor
invitado nos regala una disertación sobre José María Heredia. Antes de
comenzar
aclara que no trae la conferencia escrita, pues no le habían informado
que
tendría que leerla esta noche. Matta se ríe en silencio. El viejo se ve muy
cansado,
¿cómo se habrá dejado meter en esto?, a veces no se le entiende lo que
dice,
improvisar es un don de elegidos y éste está claro que no es uno de ellos.
También
hace un ruidito con la garganta que no se sabe si es catarro, manía, o
mensaje
secreto a algún oyente, si es que hay alguno. Cuando termina este doble
suplicio
de orador y oyentes, que yo creo que nadie ha oído ni hostias, salimos con
prisa
y la bella me grita que me apure, que nos quedamos sin asientos, ahora hay
que
disfrutar de un refrigerio que te garantizo, vieja, que no tiene desperdicio, y
me
toma
por un brazo, me hala, corremos hasta el ómnibus más cercano y nos subimos,
pero
así y todo tengo que ir de pie, ella logra que un caballero le ceda su asiento,
sólo
con sonreír. Y así fue la apertura de la Conferencia. Comimos y bebimos,
conversamos
y planeamos lo que haríamos a partir del día siguiente cuando
comenzaran
las sesiones de los supuestos debates. Pero de nada me valió planificar
con
cuidado matemático, con ayuda de Mario en la casa, mi tiempo de
participación
en aquellas discusiones que más me interesaban. Cada comisión
comenzaba
a una hora distinta a la señalada en el programa y nunca terminaba
coincidiendo
con el comienzo de otra interesante. Además, el orden de los trabajos
se
alteró por motivos que nunca conocí, las aulas cambiaron y en fin, me perdí
algunas
discusiones, aunque como tales no pasaron de ilusiones, porque ¿quién va a
opinar
algo serio en un aula donde hay veinte o más personas con deseos de decir
cualquier
cosa, si para todos sólo hay cinco minutos? ¡Ah! Mi horizonte cultural e
informativo,
que yo siempre he considerado deficiente, tendría que seguir sujeto a
libros
y a materiales al alcance de profanos. ¿No será que somos demasiado
ambiciosos?,
le pregunto a María, que está localizando la comisión # 4, que dice
que
alguien le dijo que había cambiado de lugar. Qué enredillo. ¿Ambiciosos en
qué
sentido? Ah, María quiere discutir, allá va eso. Pues yo creo que son
demasiados
trabajos,
muchas comisiones, y nada más tenemos dos días, ¿no te parece que en
ese
tiempo y con la carga que tenemos aquí no se puede hacer un buen debate?
Puede
ser, María se encoge de hombros, como cualquier hijo de vecino, se
desentiende,
y me equivoqué, no quiere discutir, lo que quiere es irse a algún lugar
donde
pueda sentarse a leer el periódico de ayer que tiene en las manos, porque
aquí
no tenemos tiempo ni para estar al día en las noticias, y después mirar a todas
partes
y decirme pero como aquí te exigen que presentes un trabajo, ¿se lo exigen
a
todos?, ay, mijita, a todos, no tienes escape, y lo peor es que no siempre tú
tienes
deseos
de hacer un trabajo de ese tipo, figúrate. María se excusa y sigue su camino.
He
descubierto que todos los presidentes de los tribunales son forasteros, como si
aquí
no tuviéramos gente capacitada. Nosotros mismos nos menospreciamos, por
eso
es que nos menosprecian. También me da la impresión de que muchos de los
que
forman parte de los tribunales no se han leído los trabajos. Bueno, ¿en qué
tiempo?
Esto se parece un poco a los concursos literarios. Bueno, puede que este
evento
se tome como recaudador de dólares o como una especie de intercambio
entre
distintas universidades, del país y de fuera, y entre personalidades invitadas
y
nosotros,
que para eso sí resulta apropiada esta Conferencia. Como casi todos los
eventos
de este tipo, claro, que lo más atractivo que tienen son estos encuentros,
este
conversar, este compartir y pasar el tiempo con viejos y nuevos amigos, y
hablar
en
los pasillos de lo que uno realmente quiere hablar. En fin... Después del
almuerzo
me
encontré con Lidia, la Conferencia la tenía sirica, no paraba, y siempre con el
cigarro
en la boca o en la mano. Picado, seguro. Le cuento mis impresiones: ¿tú no
te
has fijado que casi todos los trabajos tienen el mismo tono? En eso llega Adita
y
se
incorpora. Yo sigo: los de aquí, me refiero a los nuestros, no a los
extranjeros. Mira,
si
examinamos los trabajos con detenimiento, todos parecen escritos por la misma
persona.
Adita me dice que exagero, Lidia sonríe. Veo a Violeta y al doctor Matta
conversando
en una pasarela del teatro. Nos saludamos y yo insisto: ¿que exagero?
¿Tú
te has fijado en eso?, le pregunto a Adita. Ya yo estoy acostumbrada, me dice.
¿
A
que los trabajos sean casi todos iguales? No, a tus exageraciones, y como Adita
también
es una fumadora empedernida, se ponen de acuerdo para llenarme los
pulmones
de humo. Qué terquedad, algo que ustedes saben que les hace daño y
siguen
envenenándose, y les gusta, que es lo más bonito. Se ríen. Si no fuera por los
vicios,
tararea Adita entre dientes. ¿Así que exagero? Claro, lo que pasa es que esa
costumbre,
por no llamarla de un modo más exacto, de revisar y controlar y
supervisar
todo lo que se hace... sí, muchacha, dice Lidia, tú tienes razón, a ésta lo
que
le pasa es que no puede hablar mucho, ya tú sabes, la coge el Partido y... vete
al
carajo, Lidia, dice Adita, y echa el humo al aire, deleitándose, por eso cuando
un
trabajo
llega a la comisión ya está unificado, ahora nos reímos las tres, los cubanos
siempre
nos reímos de cualquier bobería, no toleramos la solemnidad, hasta en los
velorios
enseñamos las cajetillas en lugar de lágrimas, ah, sí, pero también tenemos
nuestras
virtudes como cualquier pueblo. Lidia se retira. Adita y yo seguimos
recorriendo
las áreas de la Conferencia, en un mostrador improvisado hay una
exposición
de cuadernos y folletos y libros a la venta, esto tendría que ponerse el día
del
cobro para poder abastecernos, porque ahora... La anulación de toda iniciativa,
el
acomodamiento, lo más fácil, que es lo que ya está estipulado, lo que no trae
problemas,
y seguimos hojeando folletos, yo estoy cansada de plantear eso en el
Partido,
pero no me hacen caso. Por fin salimos de nuestras modestas compras, me
despido
de Adita y me dispongo a una nueva sesión a ver si alguien puede
pronunciar
más de cuatro palabras en los cinco minutos que dan para opinar
cada
vez que se lee algún trabajo... Pedí la palabra en una comisión en el segundo
día
de las discusiones entrecomilladas, porque en realidad, como decía Ernesto,
casi
no
se discutió, pero la presidenta anunció que la ponencia no sería discutida
porque
su
lectura había sobrepasado el límite de tiempo establecido, que eran quince
minutos,
y en esa comisión quedaban todavía varios trabajos por leer, y si no se
apuraban
no les alcanzaría el tiempo para leerlos todos aun sin que se procediera a
discutirlos,
y etc. ¿Y ahora qué carajo me hago con mis opiniones? ¿Me las trago?
Liliana
me mira y se encoge de hombros. Tendré que exponerle a mi jefa opiniones
que
quizás serían una mierda pero que son mis opiniones, qué caramba. Bueno, si es
que
mi jefa me acompaña, porque yo no espero la próxima ponencia. ¿Ves lo que
te
digo, Liliana? No lo veo ni lo oigo, porque no me lo has dicho, me dice y
suelta
una
de sus carcajadas. Como siempre, de buen humor. Pues que no sólo tenemos
cinco
ridículos minutos para discutir, sino que a veces ni siquiera podemos disponer
de
ellos, y me asombro, porque ella es la que me dice vámonos antes de que
empiece
la próxima, y me toma por un brazo, nos paramos y salimos al exterior del
aula-sauna,
¡ah!, aire puro, movimiento, rumores. Eso. Me interesa la charla que va a
dar
ahora ese profesor francés, me dice la bella, acompáñame, no te vas a
arrepentir,
y así te calmas, porque te veo agitadísima, además, el profe está
buenísimo,
ya lo verás. Atravesamos la calle central, entramos en otro edificio, Liliana
consulta
su agenda, llegamos al aula indicada pero está vacía, y por casualidad
nos
encontramos con el Jefe del Departamento de Lingüística, quien nos informa
que
la charla del francés ha sido suspendida para mañana al mediodía. ¡No!, casi
grito.
Entonces, vamos a la cafetería a ver qué están tirando, me invita Liliana. En
la
cafetería
le pregunto ¿aquí no vendían antes unos bocaditos de macho? Sí,
vendían,
pretérito imperfecto, pero tengo entendido que la empresa los sacó
porque
no estaban autorizados, y se ríe, la muy cabrona goza con toda esta mierda,
pero
qué felices seríamos todos si todo fuera risas, chistes y alegría, y sobre
todo, si no
hubiera
que autorizar nada y la vida fuera tan libre como los pájaros, ¿y por qué?, le
pregunto,
pero ella dice ah, no, mira, llama al 113 que ahí quién sabe si te informan.
Decidimos
repetir el café no tan aguado en estos días y muy caliente, con algo
parecido
a una croqueta al plato sin adornos que podemos al fin disfrutar no sin
espera
y aguarda, y que nunca -lo hemos apostado- vamos a averiguar con qué
materia
prima está confeccionada. No dejo que Liliana pague, ella saca 1.60 y
compra
una caja de Populares. Dice mi mamá que en su tiempo las mujeres que
fumaban
tenían mala fama, la pobre, ahora estaría horrorizada, casi todas fuman y
en
cualquier lugar, a pesar de la campaña y la escasez. Nos sentamos en un banco
de
piedra (esto me huele a ranchera mexicana), ¿tú piensas lo mismo que yo?, le
pregunto,
mientras ella lanza bocanadas en cualquier dirección, ¿y cómo sé yo lo
que
tú piensas?, me pregunta a su vez, pues yo pienso que esto así no camina, en
mi
casa y en short y pantuflas, con un termo de café y un buen Wahson en la
tercera
velocidad, y con todos esos textos en mi mesa, claro que completos, pues...
aprovecharía
mucho mejor el tiempo, Liliana mueve la cabeza, pero no sé si está
negando
o afirmando, ¿ves?, le señalo la gente que pasa, la mayoría piensa como
yo:
o los trabajos no interesan o la forma en que se discuten no convence, o algo,
no
sé, pero algo anda mal, hay más gente fuera que dentro de las aulas, ¿no? No
tan
calvo, ella cruza las piernas y ahora los hombres que pasan miran más y
caminan
más lentos, cómo la viven, Dios mío, y no les da pena que los vean
mirándola,
¿te has fijado, Liliana?, sí, cariño, pero déjalos que sufran, no, me refiero a
otro
detalle adverso: mira, parece que en nuestra literatura no hay nada que
criticar,
nada que cuestionar, no señor, nuestra literatura está en su mejor momento,
cómo
no, o será que nosotros estamos despistados, no, muchacha, qué vamos a
estar,
lo que sucede es que aquí todo se vuelve academicismo, ahora mueve la
cabeza
negativamente, todo se vuelve conservadurismo, esquematismo, y me doy
cuenta
de que tengo que arrimarme más a la sombra de este algarrobo, pues a
pesar
de tener un carné rojo en la cartera está que corta, te has quedado en
éxtasis,
¿dónde estás?, me sacude, por algo yo digo que tú tienes el don de la
distancia,
o del distanciamiento, que no es lo mismo pero es igual, ¿no crees?, y me
enseña
unos subrayados que tiene en un folleto que parece que le interesa mucho,
perdóname,
Liliana, es que estaba pensando en los ismos, ¿en los ismos?, ¡ah!, pues
aquí
hay para escoger, no te creas que esos que te mencioné son los únicos, y sigue
con
sus observaciones, estoy hablando en serio, mira, ¿sabes lo que pienso?, pero
me
adelanto y le suelto sí, querida, piensas que la mayoría de estos trabajos
pecan
de
muchas penas y carecen de glorias, es que no se profundiza lo suficiente, no se
observa
un serio afán investigativo, hay poca valentía para plantear las cosas, ¡buf!,
cuidado
no vayamos a convertirnos en hipercríticos, como dice doña Elvira a cada
rato,
sí, está de moda eso de echarle con el rayo a cualquiera que se queje de
algo,
bueno, me dice, descruzando las piernas, allá los que pierden el tiempo con
esa
bobería de estar encontrando un problema ideológico en cada diez palabras
que
uno dice, sí, allá ellos, el que de verdad tiene trabajo y lo realiza y tiene
cosas
serias
que atender no tiene tiempo para estar vigilando a los demás, ese parasitismo
vigilacional
tendremos que lanzarlo por la borda algún día, tú verás, si no te mueres
intoxicada
de la fumadera, nos reímos, ah, no jodas, y sigue, lo malo de todo esto es
que
mientras ese día llegue, algunos nos siguen jodiendo con eso, sí, pero no creas
que
está muy lejano ese día señalado para ponernos para la cosa, en serio, de
verdad,
y no comer más mierda, que el otro día un español me decía que este era
un
pueblo de coprófagos. Liliana mete en su folleto unos papeles y el que tiene
subrayado
en la carpeta, me toca y me hace señas, nos paramos, como a
Esperanza,
me dice comenzando a caminar, que le dijeron que tenía serios
problemas
ideológicos porque le hizo una crítica al jefe de su departamento, y
como
él es del Partido, óyeme, le ronca, ah, no, pero eso es a Esperanza, porque a
mí
me vienen con eso y lo que voy a decirle al que me lo diga es que se vaya al
carajo,
de todas maneras ten cuidado, Elvira está girada para tu cartón y Gabriela
no
se queda atrás, mejor habla menos, que tú tienes la lengua un poco suelta,
¿eh?,
y
Liliana me deja con la boca abierta dándome información sobre sus propias jefas
en
el Partido, pero se lo agradezco, ya sé que me tienen el ojo echado, sobre todo
Elvira,
que cada vez que yo abro la boca se pone en tensión. Liliana y yo
caminamos
un rato por pasillos, corredores, áreas verdes, dice mi mamá que
esas
cosas hay que analizarlas cuando se está en óptimas condiciones, o sea,
acabada
de despertarse una, dice que en ese momento es cuando mejor se
razona,
ah, oye, también he observado un detalle muy curioso y es que apenas se
mencionan
los aspectos técnicos, formales y estéticos de las obras y de los autores
que
se estudian en las ponencias, Liliana mueve la cabeza y su pelo le roza la
cara,
o
de las mismas ponencias, me dice, porque los ponentes dan más importancia al
contenido,
entonces, le digo, acaso son contenidistas, y ella no, no lo creo, lo que
pasa
es que siempre se plantea la cosa así, lo más importante de una obra es su
contenido,
y eso se ha hecho una costumbre y se ha convertido en lo único
importante,
me sonrío y le toco la cabeza para ver si está muy caliente, y casi sin
darnos
cuenta nos detenemos frente a una exposición bibliográfica que presenta
todo
lo que se ha editado de las anteriores Conferencias: miramos, tocamos,
registramos,
¿y tu ponencia?, me pregunta de pronto, ¿toca esos aspectos?, y me
demoro
en contestarle porque yo también he caído en el contenidismo y no me
queda
más remedio que admitir que no, que no los toca, que es igual a las demás,
imagínate,
sobre el boom latinoamericano, o casi, porque El arpa y la sombra
puede
encasillarse ahí. ¿Vas ahora a alguna otra comisión? Y no sé qué decirle, no
tengo
ganas de meterme en ninguna otra aula calurosa a oír otra lectura y que al
final
te digan que sólo hay cinco minutos para discutirla, y a veces ni eso, no,
mejor
conclusiones
y a ver qué me dejó de positivo. Ah, y a repetir las palabras de Liliana:
participar
es lo importante.
Ella con su perseverancia, fíjate, una ponencia, no una
de
esas quitancias que abundan en estos eventos, y ante mi primera negativa su
disposición
a ayudarme, a darme un mínimo técnico sobre la metodología para
confeccionar
una ponencia, porque yo en esas lides estaba a la altura del Pre con
sus
monótonos seminarios martianos. Pobre Martí, cómo lo cogen para el trajín. Pues
aquí
tengo los papeles que casi no me caben en el portafolios. Y ni hablar de doña
Metodología:
sólamente para hacer las cosas como se señala en las cartas
circulares
se necesita otro mínimo técnico: entrega de los resúmenes
mecanografiados
a dos espacios en hojas de 8.5 x 11, original y dos copias, 15
cuartillas
como máximo, sin erratas (aquí apretaron, porque leer un escrito sin erratas
es
como una libra de arroz sin un granito prieto), y con máquina de escribir tipo
standard,
cómo no, si en cualquier tienda están ahí a montones y sin libreta de
racionamiento,
ja ja ja, nada más ir una allí y a escoger, ah, y baratas, sí señor.
Bueno,
sigo: con margen derecho e izquierdo de tal cantidad de milímetros y
caracteres
por renglón, con este dato y este otro y... ¡perfecto! ¿No será una
broma?
Porque óiganme... pues sí, acabo de estrenarme en una Conferencia
Lingüístico-literaria
con bombos, platillos, gangarrias y otros instrumentos de
percusión
no tan comunes... Me cayeron en el Departamento: sí, chica, vamos, que
yo
sé que tú puedes hacer un buen trabajo y etc., Lidia, Liliana, Ernesto, Adita,
hasta
el
bedel del Departamento me dio un empujoncito, parece que lo habían
entrenado,
porque claro, participar es lo importante. Verdad que la sonrisa de
Liliana
tumba lomas, hasta yo que soy mujer me siento electrizada, es capaz de
convencer
a Mazzantini. Tres meses hablando de la dichosa Conferencia, todo el
mundo
haciendo algo para presentarlo y yo no podía quedar fuera del potaje. Y en
un
evento donde participan extranjeros de cierto renombre, personalidades que
tienen
experiencia y están en la última, y yo de primeriza, pero nada, no me jodas,
vieja,
Adita con sus palabrotas, vamos, embúllate, Ernesto con sus palmaditas en
el
hombro, el muy zorro, dime qué necesitas, que yo te lo busco en los archivos,
Lidia
con
sus carreritas, y así todos, con tal de que yo presentara la dichosa ponencia.
Lidia
me sugirió que la hiciera sobre el boom latinoamericano, dígame usted, y en
tres
meses a enredarse Marnia con miles de folios que se referían a ese movimiento,
y
Carpentier, y Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo, Fuentes, Sábato, Arreola, el copón
bendito.
Claro, me decían, no vas a ser la única del Departamento que no presente
una
ponencia. De algo me serviría, pensé cuando renuncié a lo demás para hacer
de
mi vida un aparato de lectura y estudio durante casi tres meses, soportando las
descargas
de don Mario y de doña Aimée, pero mejor no acordarme de eso. Y qué
difícil
resulta hacer algo bien hecho. Al menos la Conferencia me enseñó que aquí
la
mayoría de lo que se hace es mierda: no hay rigor, no hay seriedad, no hay
dedicación,
todo por los pelos, lo manido, lo establecido, lo pan comido. Pero al fin
pasé
la prueba, sana y salva, con unas libritas de menos y para alegría de Mario y
alborozo
de Aimée, que me habían pronosticado un queme padre. Mi ponencia
me
quedó flamante, según el mismo Mario que la leyó dos veces, corrigiéndole
algunas
cosillas. La terminé de madrugada, sólo unos días antes del comienzo del
gran
maratón intelectual. Los ojos colorados, la garganta reseca, dolores en casi
todo
el cuerpo y punto. La entregué en el Departamento. El único que estaba era
Ernesto
y con él la comenté por arribita, le leí algunos párrafos, otros los leyó él,
revisamos,
hojeamos, etc., y al final me dijo que había cosas que no les gustarían a
los
miembros del tribunal y a algunos del Departamento, "pero métele mano y no
te
preocupes
por eso, que aquí cuela el más pinto". El primer choque lo recibí cuando
se
me informó que debía entregar un resumen de la ponencia a otro profesor, que
sería
el encargado de revisar, analizar y exponer su opinión al respecto en una
próxima
reunión con todos los participantes por el Departamento. ¡Ja!
--¿Un
oponente? -le pregunté a la vicedecana, descubriendo el baño de María.
--No
exactamente -me respondió, mirándome con benevolencia-, todos los trabajos
que
se van a presentar van a ser revisados por compañeros con mayor
experiencia,
no sólo el tuyo. Todos, ¿te das cuenta?
La
vice sonrió y se fue y no me quedó más remedio que tranquilizarme poco a poco.
Pero
recibí el segundo choque cuando me plantearon que la ponencia se discutiría,
lo
que yo ya sabía, pero que de esa discusión dependería si se presentaba al
evento
o
no, algo así como una sesión científica, me dijo Adita, y con todos los
miembros del
Departamento.
Críticas, observaciones, sugerencias, y el visto bueno final del
colectivo.
¿Y por qué, si eso es un trabajo personal?, le pregunté, en la mesa del
comedor
esperando el plato único. Adita me miró y se sonrió, ¡ay, mija, tú no sabes
nada!
Por fin llegó el día de la esperada reunión donde se analizarían los trabajos.
Todos
los profesores habían presentado algo, por lo menos el Departamento estaría
totalmente
representado, y por tal motivo unos tendrían que revisar los trabajos de
otros,
formándose una baraúnda en el intercambio de ponencias que daba gusto
verla.
Pero en esa reunión se leyeron sólo los resúmenes. Cuando me tocó, oí
opiniones
que me sorprendieron. Incluso Elvira planteó que mi ponencia debía
leerse
toda, pero por suerte nadie secundó esa idea estrafalaria. Me señalaron
varias cosas que debía suprimir, otras que debía
arreglar, algunas inexactitudes de
segundo
orden, cuestiones de la metodología, estilo demasiado directo, etc., y al
final,
como ya estaba aprendiendo, acepté todas las opiniones y no cambié mucho,
los
ilustres miembros del tribunal que no estaban allí no notarían los arreglos.
Después
las
ponencias se entregaron a la comisión organizadora que se encargaría de
hacérselas
llegar a cada tribunal. Mira, Lidia, yo me pregunto por qué no dejar que
cada
cual escriba lo que le venga en ganas, sin tantos remandingos. Lidia seria. No
te
atormentes demasiado, tú verás que no vas a tener ningún problema, te prometo
estar
allí cuando tú leas tu ponencia, y suspiró mirando la distancia, mira, esos son
métodos
que nadie ha echado abajo, yo también suspiré mirándole la cara, sí, ya
sé,
no hay remedio, son métodos establecidos, y el humo del cigarro irritándome la
nariz,
¿por qué no dejas el vicio de una puñetera vez?, se ríe, ¿para qué?, si siempre
encuentro
alguien que me resuelve cuando no tengo, ¿y tienes alguna vez? Nos
despedimos
y a esperar, a leer algunos libros que hace meses esperan por mí, y lo que
sea
sonará... A medida que se acercaba la inauguración el alboroto se hacía
desesperante
en toda la Universidad, y como yo no sabía nada, me di a la tarea de
investigar
por cuenta propia la tardanza en la entrega de la documentación, pero
Ernesto,
cuando descubrió mi inútil e inocente gestión, me llamó y me dijo que no
insistiera
más, ya te la entregarán, estás nerviosa, tómate un clorodiazepóxido con
aguazúcar
y todas esas cosas. Pero recibí el tercer choque el mismo día de la
inauguración:
esa noche nos entregaron los sobres manila con todos los resúmenes,
la
acreditación y una muy abundante información detallada de las actividades con
horas,
días, locales, nombres y apellidos, ¡ajá!, procedencia de los ponentes, etc.,
todo
muy planificado, organizado, calculado, como para que pudiéramos
respirar
profundamente y sentirnos seguros de que la Conferencia sería todo un
éxito.
Me extrañó que sólo se entregaran los resúmenes, pero Adita se condolió de
mí
y me dijo niña, ¿te imaginas la cantidad de hojas que harían falta para
reproducir
todas
las ponencias completas? y aunque no me lo dijo, sé que estaba pensando
qué
monga es esta niña, a estas alturas, claro, yo no había pensado en eso, pero
había
pensado leerme todas las ponencias en mi casa para participar en las que
me
interesaran. Mira, selecciona los títulos y confórmate con ilusionarte, me dijo
Adita,
pero
coño, ¿por qué entregan estos mamotretos a esta hora si mañana comienzan
los
debates?, le pregunto, pero Ernesto, que se acerca al dúo, le dice oye ésta,
cree
que
va a haber debates, y se ríen y me miran como si yo fuera alguna sietemesina
de
cesárea urgente. El Rectorado parece un enjambre alborotado. Cerca del
teatro
donde se va a hacer la apertura busco a Liliana, pero no la veo por ninguna
parte.
Al fin la descubro, como siempre, moviendo la singüeso y riéndose en un
grupo.
Me le acerco. Tiene un gusto exquisito para lucir agradable. Dime en qué
página
está tu resumen, le digo a manera de saludo, te prometo que si sólo puedo
leerme
uno, ese será el tuyo. El pelo le roza los hombros. Me la imagino en una
aventura
con Ernesto y casi no lo creo. Claro, él casado y ella subalterna inmediata,
él
atado con cadena y bola y ella desesperándose con atavismos inútiles. ¿Cuándo
se
arrancará la humanidad tamañas trabas? Nos llaman, parece que el acto de
apertura
va a comenzar. Cargo mi carpeta, mi sobre, mis documentos, mis libros, y
me
siento entre Liliana y el doctor Matta, algo desmejorado y serio como de
costumbre.
La Decana pronuncia las palabras de la Introducción, informa acerca
del
programa, que como todos los programas que se respetan ha sufrido cambios,
sobre
las comisiones, los tribunales, la organización general del evento. Liliana me
mira
de reojo y me susurra ¿ya te desayunaste?, pero no capto su intención. Un
profesor
invitado nos regala una disertación sobre José María Heredia. Antes de
comenzar
aclara que no trae la conferencia escrita, pues no le habían informado
que
tendría que leerla esta noche. Matta se ríe en silencio. El viejo se ve muy
cansado,
¿cómo se habrá dejado meter en esto?, a veces no se le entiende lo que
dice,
improvisar es un don de elegidos y éste está claro que no es uno de ellos.
También
hace un ruidito con la garganta que no se sabe si es catarro, manía, o
mensaje
secreto a algún oyente, si es que hay alguno. Cuando termina este doble
suplicio
de orador y oyentes, que yo creo que nadie ha oído ni hostias, salimos con
prisa
y la bella me grita que me apure, que nos quedamos sin asientos, ahora hay
que
disfrutar de un refrigerio que te garantizo, vieja, que no tiene desperdicio, y
me
toma
por un brazo, me hala, corremos hasta el ómnibus más cercano y nos subimos,
pero
así y todo tengo que ir de pie, ella logra que un caballero le ceda su asiento,
sólo
con sonreír. Y así fue la apertura de la Conferencia. Comimos y bebimos,
conversamos
y planeamos lo que haríamos a partir del día siguiente cuando
comenzaran
las sesiones de los supuestos debates. Pero de nada me valió planificar
con
cuidado matemático, con ayuda de Mario en la casa, mi tiempo de
participación
en aquellas discusiones que más me interesaban. Cada comisión
comenzaba
a una hora distinta a la señalada en el programa y nunca terminaba
coincidiendo
con el comienzo de otra interesante. Además, el orden de los trabajos
se
alteró por motivos que nunca conocí, las aulas cambiaron y en fin, me perdí
algunas
discusiones, aunque como tales no pasaron de ilusiones, porque ¿quién va a
opinar
algo serio en un aula donde hay veinte o más personas con deseos de decir
cualquier
cosa, si para todos sólo hay cinco minutos? ¡Ah! Mi horizonte cultural e
informativo,
que yo siempre he considerado deficiente, tendría que seguir sujeto a
libros
y a materiales al alcance de profanos. ¿No será que somos demasiado
ambiciosos?,
le pregunto a María, que está localizando la comisión # 4, que dice
que
alguien le dijo que había cambiado de lugar. Qué enredillo. ¿Ambiciosos en
qué
sentido? Ah, María quiere discutir, allá va eso. Pues yo creo que son
demasiados
trabajos,
muchas comisiones, y nada más tenemos dos días, ¿no te parece que en
ese
tiempo y con la carga que tenemos aquí no se puede hacer un buen debate?
Puede
ser, María se encoge de hombros, como cualquier hijo de vecino, se
desentiende,
y me equivoqué, no quiere discutir, lo que quiere es irse a algún lugar
donde
pueda sentarse a leer el periódico de ayer que tiene en las manos, porque
aquí
no tenemos tiempo ni para estar al día en las noticias, y después mirar a todas
partes
y decirme pero como aquí te exigen que presentes un trabajo, ¿se lo exigen
a
todos?, ay, mijita, a todos, no tienes escape, y lo peor es que no siempre tú
tienes
deseos
de hacer un trabajo de ese tipo, figúrate. María se excusa y sigue su camino.
He
descubierto que todos los presidentes de los tribunales son forasteros, como si
aquí
no tuviéramos gente capacitada. Nosotros mismos nos menospreciamos, por
eso
es que nos menosprecian. También me da la impresión de que muchos de los
que
forman parte de los tribunales no se han leído los trabajos. Bueno, ¿en qué
tiempo?
Esto se parece un poco a los concursos literarios. Bueno, puede que este
evento
se tome como recaudador de dólares o como una especie de intercambio
entre
distintas universidades, del país y de fuera, y entre personalidades invitadas
y
nosotros,
que para eso sí resulta apropiada esta Conferencia. Como casi todos los
eventos
de este tipo, claro, que lo más atractivo que tienen son estos encuentros,
este
conversar, este compartir y pasar el tiempo con viejos y nuevos amigos, y
hablar
en
los pasillos de lo que uno realmente quiere hablar. En fin... Después del
almuerzo
me
encontré con Lidia, la Conferencia la tenía sirica, no paraba, y siempre con el
cigarro
en la boca o en la mano. Picado, seguro. Le cuento mis impresiones: ¿tú no
te
has fijado que casi todos los trabajos tienen el mismo tono? En eso llega Adita
y
se
incorpora. Yo sigo: los de aquí, me refiero a los nuestros, no a los
extranjeros. Mira,
si
examinamos los trabajos con detenimiento, todos parecen escritos por la misma
persona.
Adita me dice que exagero, Lidia sonríe. Veo a Violeta y al doctor Matta
conversando
en una pasarela del teatro. Nos saludamos y yo insisto: ¿que exagero?
¿Tú
te has fijado en eso?, le pregunto a Adita. Ya yo estoy acostumbrada, me dice.
¿
A
que los trabajos sean casi todos iguales? No, a tus exageraciones, y como Adita
también
es una fumadora empedernida, se ponen de acuerdo para llenarme los
pulmones
de humo. Qué terquedad, algo que ustedes saben que les hace daño y
siguen
envenenándose, y les gusta, que es lo más bonito. Se ríen. Si no fuera por los
vicios,
tararea Adita entre dientes. ¿Así que exagero? Claro, lo que pasa es que esa
costumbre,
por no llamarla de un modo más exacto, de revisar y controlar y
supervisar
todo lo que se hace... sí, muchacha, dice Lidia, tú tienes razón, a ésta lo
que
le pasa es que no puede hablar mucho, ya tú sabes, la coge el Partido y... vete
al
carajo, Lidia, dice Adita, y echa el humo al aire, deleitándose, por eso cuando
un
trabajo
llega a la comisión ya está unificado, ahora nos reímos las tres, los cubanos
siempre
nos reímos de cualquier bobería, no toleramos la solemnidad, hasta en los
velorios
enseñamos las cajetillas en lugar de lágrimas, ah, sí, pero también tenemos
nuestras
virtudes como cualquier pueblo. Lidia se retira. Adita y yo seguimos
recorriendo
las áreas de la Conferencia, en un mostrador improvisado hay una
exposición
de cuadernos y folletos y libros a la venta, esto tendría que ponerse el día
del
cobro para poder abastecernos, porque ahora... La anulación de toda iniciativa,
el
acomodamiento, lo más fácil, que es lo que ya está estipulado, lo que no trae
problemas,
y seguimos hojeando folletos, yo estoy cansada de plantear eso en el
Partido,
pero no me hacen caso. Por fin salimos de nuestras modestas compras, me
despido
de Adita y me dispongo a una nueva sesión a ver si alguien puede
pronunciar
más de cuatro palabras en los cinco minutos que dan para opinar
cada
vez que se lee algún trabajo... Pedí la palabra en una comisión en el segundo
día
de las discusiones entrecomilladas, porque en realidad, como decía Ernesto,
casi
no
se discutió, pero la presidenta anunció que la ponencia no sería discutida
porque
su
lectura había sobrepasado el límite de tiempo establecido, que eran quince
minutos,
y en esa comisión quedaban todavía varios trabajos por leer, y si no se
apuraban
no les alcanzaría el tiempo para leerlos todos aun sin que se procediera a
discutirlos,
y etc. ¿Y ahora qué carajo me hago con mis opiniones? ¿Me las trago?
Liliana
me mira y se encoge de hombros. Tendré que exponerle a mi jefa opiniones
que
quizás serían una mierda pero que son mis opiniones, qué caramba. Bueno, si es
que
mi jefa me acompaña, porque yo no espero la próxima ponencia. ¿Ves lo que
te
digo, Liliana? No lo veo ni lo oigo, porque no me lo has dicho, me dice y
suelta
una
de sus carcajadas. Como siempre, de buen humor. Pues que no sólo tenemos
cinco
ridículos minutos para discutir, sino que a veces ni siquiera podemos disponer
de
ellos, y me asombro, porque ella es la que me dice vámonos antes de que
empiece
la próxima, y me toma por un brazo, nos paramos y salimos al exterior del
aula-sauna,
¡ah!, aire puro, movimiento, rumores. Eso. Me interesa la charla que va a
dar
ahora ese profesor francés, me dice la bella, acompáñame, no te vas a
arrepentir,
y así te calmas, porque te veo agitadísima, además, el profe está
buenísimo,
ya lo verás. Atravesamos la calle central, entramos en otro edificio, Liliana
consulta
su agenda, llegamos al aula indicada pero está vacía, y por casualidad
nos
encontramos con el Jefe del Departamento de Lingüística, quien nos informa
que
la charla del francés ha sido suspendida para mañana al mediodía. ¡No!, casi
grito.
Entonces, vamos a la cafetería a ver qué están tirando, me invita Liliana. En
la
cafetería
le pregunto ¿aquí no vendían antes unos bocaditos de macho? Sí,
vendían,
pretérito imperfecto, pero tengo entendido que la empresa los sacó
porque
no estaban autorizados, y se ríe, la muy cabrona goza con toda esta mierda,
pero
qué felices seríamos todos si todo fuera risas, chistes y alegría, y sobre
todo, si no
hubiera
que autorizar nada y la vida fuera tan libre como los pájaros, ¿y por qué?, le
pregunto,
pero ella dice ah, no, mira, llama al 113 que ahí quién sabe si te informan.
Decidimos
repetir el café no tan aguado en estos días y muy caliente, con algo
parecido
a una croqueta al plato sin adornos que podemos al fin disfrutar no sin
espera
y aguarda, y que nunca -lo hemos apostado- vamos a averiguar con qué
materia
prima está confeccionada. No dejo que Liliana pague, ella saca 1.60 y
compra
una caja de Populares. Dice mi mamá que en su tiempo las mujeres que
fumaban
tenían mala fama, la pobre, ahora estaría horrorizada, casi todas fuman y
en
cualquier lugar, a pesar de la campaña y la escasez. Nos sentamos en un banco
de
piedra (esto me huele a ranchera mexicana), ¿tú piensas lo mismo que yo?, le
pregunto,
mientras ella lanza bocanadas en cualquier dirección, ¿y cómo sé yo lo
que
tú piensas?, me pregunta a su vez, pues yo pienso que esto así no camina, en
mi
casa y en short y pantuflas, con un termo de café y un buen Wahson en la
tercera
velocidad, y con todos esos textos en mi mesa, claro que completos, pues...
aprovecharía
mucho mejor el tiempo, Liliana mueve la cabeza, pero no sé si está
negando
o afirmando, ¿ves?, le señalo la gente que pasa, la mayoría piensa como
yo:
o los trabajos no interesan o la forma en que se discuten no convence, o algo,
no
sé, pero algo anda mal, hay más gente fuera que dentro de las aulas, ¿no? No
tan
calvo, ella cruza las piernas y ahora los hombres que pasan miran más y
caminan
más lentos, cómo la viven, Dios mío, y no les da pena que los vean
mirándola,
¿te has fijado, Liliana?, sí, cariño, pero déjalos que sufran, no, me refiero a
otro
detalle adverso: mira, parece que en nuestra literatura no hay nada que
criticar,
nada que cuestionar, no señor, nuestra literatura está en su mejor momento,
cómo
no, o será que nosotros estamos despistados, no, muchacha, qué vamos a
estar,
lo que sucede es que aquí todo se vuelve academicismo, ahora mueve la
cabeza
negativamente, todo se vuelve conservadurismo, esquematismo, y me doy
cuenta
de que tengo que arrimarme más a la sombra de este algarrobo, pues a
pesar
de tener un carné rojo en la cartera está que corta, te has quedado en
éxtasis,
¿dónde estás?, me sacude, por algo yo digo que tú tienes el don de la
distancia,
o del distanciamiento, que no es lo mismo pero es igual, ¿no crees?, y me
enseña
unos subrayados que tiene en un folleto que parece que le interesa mucho,
perdóname,
Liliana, es que estaba pensando en los ismos, ¿en los ismos?, ¡ah!, pues
aquí
hay para escoger, no te creas que esos que te mencioné son los únicos, y sigue
con
sus observaciones, estoy hablando en serio, mira, ¿sabes lo que pienso?, pero
me
adelanto y le suelto sí, querida, piensas que la mayoría de estos trabajos
pecan
de
muchas penas y carecen de glorias, es que no se profundiza lo suficiente, no se
observa
un serio afán investigativo, hay poca valentía para plantear las cosas, ¡buf!,
cuidado
no vayamos a convertirnos en hipercríticos, como dice doña Elvira a cada
rato,
sí, está de moda eso de echarle con el rayo a cualquiera que se queje de
algo,
bueno, me dice, descruzando las piernas, allá los que pierden el tiempo con
esa
bobería de estar encontrando un problema ideológico en cada diez palabras
que
uno dice, sí, allá ellos, el que de verdad tiene trabajo y lo realiza y tiene
cosas
serias
que atender no tiene tiempo para estar vigilando a los demás, ese parasitismo
vigilacional
tendremos que lanzarlo por la borda algún día, tú verás, si no te mueres
intoxicada
de la fumadera, nos reímos, ah, no jodas, y sigue, lo malo de todo esto es
que
mientras ese día llegue, algunos nos siguen jodiendo con eso, sí, pero no creas
que
está muy lejano ese día señalado para ponernos para la cosa, en serio, de
verdad,
y no comer más mierda, que el otro día un español me decía que este era
un
pueblo de coprófagos. Liliana mete en su folleto unos papeles y el que tiene
subrayado
en la carpeta, me toca y me hace señas, nos paramos, como a
Esperanza,
me dice comenzando a caminar, que le dijeron que tenía serios
problemas
ideológicos porque le hizo una crítica al jefe de su departamento, y
como
él es del Partido, óyeme, le ronca, ah, no, pero eso es a Esperanza, porque a
mí
me vienen con eso y lo que voy a decirle al que me lo diga es que se vaya al
carajo,
de todas maneras ten cuidado, Elvira está girada para tu cartón y Gabriela
no
se queda atrás, mejor habla menos, que tú tienes la lengua un poco suelta,
¿eh?,
y
Liliana me deja con la boca abierta dándome información sobre sus propias jefas
en
el Partido, pero se lo agradezco, ya sé que me tienen el ojo echado, sobre todo
Elvira,
que cada vez que yo abro la boca se pone en tensión. Liliana y yo
caminamos
un rato por pasillos, corredores, áreas verdes, dice mi mamá que
esas
cosas hay que analizarlas cuando se está en óptimas condiciones, o sea,
acabada
de despertarse una, dice que en ese momento es cuando mejor se
razona,
ah, oye, también he observado un detalle muy curioso y es que apenas se
mencionan
los aspectos técnicos, formales y estéticos de las obras y de los autores
que
se estudian en las ponencias, Liliana mueve la cabeza y su pelo le roza la
cara,
o
de las mismas ponencias, me dice, porque los ponentes dan más importancia al
contenido,
entonces, le digo, acaso son contenidistas, y ella no, no lo creo, lo que
pasa
es que siempre se plantea la cosa así, lo más importante de una obra es su
contenido,
y eso se ha hecho una costumbre y se ha convertido en lo único
importante,
me sonrío y le toco la cabeza para ver si está muy caliente, y casi sin
darnos
cuenta nos detenemos frente a una exposición bibliográfica que presenta
todo
lo que se ha editado de las anteriores Conferencias: miramos, tocamos,
registramos,
¿y tu ponencia?, me pregunta de pronto, ¿toca esos aspectos?, y me
demoro
en contestarle porque yo también he caído en el contenidismo y no me
queda
más remedio que admitir que no, que no los toca, que es igual a las demás,
imagínate,
sobre el boom latinoamericano, o casi, porque El arpa y la sombra
puede
encasillarse ahí. ¿Vas ahora a alguna otra comisión? Y no sé qué decirle, no
tengo
ganas de meterme en ninguna otra aula calurosa a oír otra lectura y que al
final
te digan que sólo hay cinco minutos para discutirla, y a veces ni eso, no,
mejor
no,
le digo y me resigno, me quedo aquí leyendo un rato, como María. Liliana
piensa
igual, también se sienta y registra su carpeta, ya es un poco tarde, tengo
deseos
de bañarme, de saber cómo anda la cosa por allá por mi casa con Mario y
con
la niña, huy, de olvidarme de esta baraúnda de papeles, y me doy cuenta de
que
estoy leyendo y revisando lo que tanto he criticado, pero al menos ni Liliana
ni
yo
queremos ya arreglar el mundo, y menos sentadas en estas butacas tan
cómodas,
pero ah, tal vez mañana encontremos algo que nos levante el ánimo,
que
nos ponga en onda, que nos zarandee de verdad, y al final podamos hablar no
cinco,
sino los minutos que nos dé la gana...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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