domingo, 29 de septiembre de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 37

Manuel camina más rápido que yo, me va dejando atrás, y yo no me considero muy
lento que digamos. Muy nervioso, quien lo ve casi trotar se imagina que su casa se
está quemando o inundando. Es diputado del Congreso y me ha invitado a comer
donde comen los padres de la patria, como él los llama. Le pregunto por qué si aquí
todo el mundo es (aparentemente) antiyanqui ya casi todo lo dicen en inglés, que
es el idioma de los malos. "Hombre, que tampoco somos tan antiyanquis, pero eso
del idioma no tiene nada que ver, es el idioma universal, para bien o para mal, y
hay que adaptarse al tiempo, ¿vale?" ¿Y no te parece -le pregunto- que ese
antiyanquismo a ultranza es un poco estúpido? Y le digo que siempre he pensado
que hablar mal del que está por encima se parece a la envidia más que al odio. "No
me jodas. Qué envidia ni qué carajo vamos a tenerle a esa gente". Pero si te pones
a calibrar la situación de ambos países, éste tiene más cosas de que avergonzarse
que aquél, y aquí siempre le están viendo la paja en el ojo de los cabrones yanquis
pero no se ven el gajo que tienen en el propio. ¿Estás de acuerdo, Manu? "Contigo
no se puede estar de acuerdo, siempre exageras y las exageraciones no son
objetivas", me riposta. Claro que no, pero me gustaría conocer a alguien que no
crea que siempre tiene la razón. Como ese asunto de la botella que ya hemos
comentado, ¿me sigues? "Ya. Eres...¿cómo te dice esa rusa amiga tuya?"
--¿También le has hablado de mí a ese diputado que te sacó de tu país?
--De ti le he hablado a mis amigos íntimos, que son tan pocos como buenos, y
Manuel es uno de ellos. No te he contado lo que el pobre hombre pasó para
poder sacarme de allá. Ni lo que pasé yo para salir. ¡Ja ja! Eso sí es una novela, y
sin ficción, como la de Truman Capote.
Pues Manuel se empeñó en traerme aquí, prometiéndome más de lo que al final
pudo cumplir, como todos los políticos, pero en fin, que soy agradecido y vale.
Primero el papelelo y al final los dólares, que es lo que cuenta. Muchos dólares.
Hasta para estampar un cuño en un papel que le pidieron no sé dónde, tuvo
que aflojar los verdes, que en realidad no son verdes como generalmente se
acepta y se pregona. En definitivas se impuso lo que siempre se impone: money,
que según Marcelo con él se compra lo mismo a una puta que a un ministro. Pues
bien, allá me entrevistaron y acomódate, Felipe, que la avalancha hay que
recibirla con paciencia: ¿quién o quiénes lo han invitado?, ¿?por qué a usted?,
¿por qué a ese país?, ¿piensa visitar otros países?, ¿qué tiempo va a permanecer
allá?, ¿con qué personas e instituciones va a contactar allá?, ¿va usted solo?,
¿piensa presentar alguna obra a alguna editorial?, ¿ha tenido relaciones epistolares
con personas o instituciones de ese país?, ¿recibe algún tipo de material informativo
de allá?, ¿conoce escritores residentes en ese país?, ¿mantiene correspondencia con
ellos?, ¿ha enviado anteriormente material informativo o literario a personas o a
instituciones del país que va a visitar?, ¿alguna persona de aquí le ha pedido que lleve
algún tipo de material o escrito a alguna persona de allá?, ¿algún paquete?, ¿le han
entregado nombres, teléfonos, direcciones de allá para que haga contacto con
personas residentes en aquel país?, ¿qué conocimientos históricos, culturales, literarios,
o de otra índole tiene usted de ese país?, ¿de qué va a vivir mientras dure su estancia,
o le van a sufragar los gastos quienes le invitan?, ¿qué tipo de actividades va a
desarrollar en su visita y en qué lugares o instituciones?... y etc., porque mi paciencia, que
en aquella entrevista no pudo agotarse por imperativo de interés personal, ahora, para
enumerar las tantas y tales preguntas, se ha agotado ya.
--No puedo creerme que te hayan hecho pasar por ese interrogatorio. Nunca me habías
contado esa entrevista.
--¿Para qué rememorar las páginas oscuras? Ah, pero tengo que decir que a pesar de las
preguntas me trataron con mucho respeto, cortesía y amabilidad. Nada de amenazas ni
de presiones psicológicas ni nada de eso. Para los intelectuales ellos tienen otra política. Y
al final no falta la invitación al café compulsado, la palmada en el hombro, los deseos de
éxito, y los inobviables consejos para el comportamiento en el extranjero, y ésos sí se los
dan al más pinto.
Cuando uno está comiendo en un lugar donde comen personas de tan alto calibre uno
se da cuenta de que todos los seres humanos son contradictoriamente iguales y distintos:
lo que nos diferencia no es la nariz respingona sino el cargo que ocupemos y que nos
hace sentirnos mejores o peores ante la sociedad. El Manu, al igual que la mayoría de las
personas que han nacido en este país, piensa que este país es la novena maravilla del
mundo, y que mejor que aquí no se vive en ningún otro lugar, como si hubieran estado
y vivido en todos los lugares de la Tierra. “Somos la octava potencia económica, pero eso
no es lo más importante, sino lo que representamos como seres humanos, lo que hacemos
y estamos dispuestos a hacer por los demás, y eso es muy difícil de encontrarlo hoy en día
en otras sociedades”, me dice y me señala a un personaje con bigote y barba que ocupa
un alto cargo en el gobierno y que en ese momento está comiendo lo mismo que él y yo,
y está sentado en una silla similar a la nuestra, y quizás sus ideas, pensamientos, gustos,
costumbres, sus puntos de vista, sean parecidos a los nuestros. Pero le digo al Manu que
eso que me dice quizás pudiera decírmelo un islandés o un surcoreano o un chileno, si le
preguntáramos al respecto, así que mira, Manu, déjate de chovinismos, quizás este país
sea una maravilla en muchos aspectos fundamentales de la vida, pero no te olvides de
citarme también lo negativo, que ustedes, los llamados padres de la patria, suelen obviar
en sus filípicas. Y es una lástima, porque lo que tú dices: aquí se podría vivir de puta
madre, si no hubiera tantos peros, y sobre todo, si no hubiera terrorismo.
--¿Así le hablaste? Tienes una lengua que si te la estiran te llega al ombligo.
--No tan larga, querida. Le dije la verdad, lo que pienso y siento. Entre él y yo siempre ha
existido esa sinceridad que hoy casi nadie ejerce. Por eso nuestra amistad es tan sólida.
Y le dije más: mira, a mí me preocupa este país porque aquí vivo, tengo su nacionalidad y
aquí voy a morir posiblemente sin regresar jamás al mío de origen ni volver a ver a mis
hijos ni a mis amigos ni a las palmas ni a las playas ni a los lugares donde un día fui feliz ni
a las mujeres que tanto amé y con las que fui feliz o desgraciado, porque ambas cosas
son válidas al recordar. Y no debía preocuparme, total, los que deberían preocuparse no
parece que se preocupen, ¿por qué tendría yo que erigirme en un Crisantemo Cristiano?
Pero como él insistía en oír lo que yo creo que debe saber...
--¿Y le soltaste todo lo que tienes dentro?
--Se lo solté, no todo, sólo lo imprescindible de comentar con él. Me guardé los detalles
que también molestan un montón, pero no teníamos tiempo de sobra.
--Me imagino la cara que pondría el señor diputado.
--No sé si hay que llamarle su excelencia o su ilustrísima o su señoría o como carajo se les
llame en el Congreso... creo que esto último. Pero sus señorías están demasiado ocupadas
insultándose los unos a los otros mientras el terrorismo, el desempleo, la inseguridad, el
maltrato a las mujeres, las hijeputadas de jueces y magistrados que amparan a muchos
delincuentes y criminales, va... óyeme, chulina, no me conviene enervarme, que como tú
me dijiste una vez, el infarto está acabando con la quinta y con los mangos.
--Ya veo que te estás superando. Me alegro de haber contribuido en algo. Sin embargo,
el problema mayor de este país a mi entender es que se está yugoslavizando... y eso sí es
harina de otro talego, querido.
Pues Manuel de ninguna manera considera que eso sea un problema. “¿Yugoslavizando?,
ja, estás en lista de espera para el psiquiátrico, amigo”, y sonríe, mirándome con lástima.
Lo comprendo: yo también lo miro con lástima, porque no quiere aceptar que así empezó
el país en que mientras Tito gobernó no se movía ni una hoja. “¿Eso quiere decir que tú
eres partidario de que aquí haya una dictadura?” Claro que no, querido Manu, ya te he
dicho que odio las dictaduras y con conocimiento de causa como tú bien conoces, pues
las he sufrido durante más de 40 años, que no es poco, ¿verdad? Pero esta democracia
no me convence, eso es todo. Es una democracia del libertinaje y de la falta de respeto
de la gente a las leyes, las autoridades, los demás. Aquí todo el mundo hace lo que le
sale de sus partes y se caga en lo que está prohibido y en lo que no debería hacerse por
consideración a los demás.
--¿Y cómo reaccionó?
--Echándome una soberana descarga que incluía el sonsonete de que por muy mal que
esté en la democracia libertina, que fue la expresión que puso en mis palabras, estoy mil
veces mejor que bajo una dictadura, y que le parecía mentira estar oyéndome decir
tamañas necedades.
--Bueno, en parte tenía razón, porque el hecho de que esta democracia tenga mil
defectos no quiere decir que la solución sea una dictadura. Yo la he padecido, al igual
que tú, más de... ¡oye! Ahora que caigo en esa apreciación: somos hermanos gemelos
en soportar regímenes totalitarios.
--¿Ves lo que te digo? Hemos nacido, amor de mis amores, el uno para el otro. Así que no
hay más que hablar.
Cuando salimos del Congreso de los Diputados (¿vendrá eso de diputados de alguna raíz
etimológica de puta?) el Manu retomó el temilla. Porque al Manu le gusta discutir y sabe
que conmigo puede hacerlo civilizadamente, no como lo hacen sus compañeros del
Congreso de los Dipuinsultos. “Cuando Yugoslavia estaba bajo la dictadura de Don Tito
manos duras todo estaba muy tranquilo y nadie pensaba en separarse, claro que no. Al
Igual que en tu país, que allí nadie abre la boca ni para quejarse de un dolor de muelas.
Pero no creo que tenga que decirte por qué, así que como dice el refrán, rectificar es de
sabios. Estás a tiempo”. Estoy a tiempo, sí, de ver en poco tiempo (por eso estoy a) cómo
se va desmembrando este país si no se ataja a tiempo el cáncer del nacionalismo de
café con leche y pan con mantequilla que ha pasado a ser el problema vital que tiene
esta sociedad, aunque en las encuestas la gente ni se acuerde de que eso existe. Se
acordarán cuando ya sea demasiado tarde.
--Cómo me gustaría verlos en una de esas discusiones tan interesantes.
--No te burles. La política tiene eso, que es a la vez asquerosa e interesante. Fíjate que en
todas las latitudes, además de cocer habas, como me dijiste aquella vez, se cuecen en la
olla de la dichosa política.
--Pues yo que no sé nada de política lo veo venir: la yugoslavización. Mira, por ahí tengo
un libro que analiza esa cuestión. Te lo voy a prestar.
--¿A qué problema te refieres? Porque hay tantos...
--No te me hagas el tonto. El problema del por qué Yugoslavia se desintegró. El autor se
ve que simpatizaba con Tito. Dice que a estos pueblos tan indisciplinados y tan poco
amigos de la ley y el orden hay que meterlos en cintura con mano de hierro.
--Me imagino lo que voy a encontrar en el libro, no tengo que leerlo.
--Pues deberías, así te enriqueces para tus discusiones con el diputado. Por cierto, ¿es de
izquierda?
--Claro. En este país todo el mundo es de izquierda, aunque vote por la derecha. Como si
ser de derecha fuera una vergüenza.
--Lo que sucede es que como hubo una dictadura de derecha tantos años, la gente optó
por ir en contra, lo mismo sucede en mi país pero al revés: setenta años con una
dictadura de izquierda y ahora nadie es comunista.
Nos separamos el Manu y el Menda en la boca del Metro quedando en encontrarnos otra
vez para seguir dándole al monigote hasta ver cuánto aguantamos. “Yo te llamo, pero no
creas que me vas a convencer con esas ideas tan descabelladas, así que despreocúpate
que aquí ni hay ya un Tito ni sucederá nada que se parezca a eso que me dices de la
antigua Yugoslavia. La situación no es la misma ni el país es el mismo, chaval”. Y punto. El
abrazo y las sonrisas y el optimismo suyo mezclado al pesimismo mío porque hay que
repetirlo: no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio. Y yo no vivo en un
palacio.
--Veo que aunque dices que no sabes nada de política estás enterada del meollo.
--Hombre, que una lee y oye y ve. No me tomes, a estas alturas de conocerme, como si yo
fuera una fan de los programas idiotas de la tele.
--Yo a ti sólo te tomo como... bueno, ya entiendes.
--Suprime las indirectas, que ya pasaron esos manejos entre nosotros.
--Aceptado. Te tomo como lo que eres: como una mujer con todas las de la ley.
Selene se sonríe, me da un pellizco y me sirve una taza del consabido té fuerte con mucha
azúcar pues ya domina casi todos mis gustos. Yo sigo dándole vueltas a la situación del
país donde vivo que ya es más o menos mi país. Y la situación aquí no está para sentarse
en la chaise-longue a fumar y esperar a la mujer que quiero como dice el tango. Si esto
sigue como va dentro de un tiempo que nadie puede determinar si será largo, medio o
corto, esto se convertirá en un conglomerado de pequeños países cada uno hablando
una lengua distinta con una bandera distinta y una economía distinta, y esto será como
una Babel en plena Europa del siglo XXI. Exactamente, sí, igual que en Yugoslavia. Al final
habrá que gritar sálvese el que pueda y se acabó lo que se daba, Gregoria. Ojalá que
no. Yo quisiera pensar que no, que estoy equivocado, que Selene está errada sin hache,
que el Manu está en lo cierto, pero... algo habrá que hacer para impedir esta cagástrofe
que nos amenaza desde hace varios lustros. Y que últimamente está cobrando fuerza en
las comunidades a las que les ha picado el culillo de la independencia. ¡Pobres! Como si
eso fuera soplar y hacer botellas...

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)

sábado, 21 de septiembre de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 36

Hoy hace exactamente nueve años. Casi nada. Leila me condujo por casualidad a
aquel hostal Odessa donde encontraría a La Rusa. ¡Quién lo iba a imaginar! Cuando
ya yo estaba convencido de que el amor era una mierda y de que enamorarse no
es más que una trontería de adolescentes.
--Vamos a celebrarlo. Vamos a cenar a un restarán de lujo, que una vez al año no
hace daño, mujer.
--Al cuerpo no, pero al bolsillo sí. Y el tuyo no creo yo que esté en condiciones de
invitar a nadie a una cena de lujo.
--Pero tú no eres nadie, querida, y te mereces mucho más que una cena de lujo.
--Gracias. Y está bien, acepto, pero con la condición de que paguemos a la mitad
y aun así vas a salir perdiendo.
--¿Contigo? Contigo siempre voy a salir ganando.
--No se te quita lo de cortejador. Como en los primeros días, ¿te acuerdas? ¿Quién
me iba a decir que aquel señor tan serio y circunspecto, tan nervioso, se iba a
convertir en...
--Pues me convertí, ya lo ves. Al fin te has rendido a la evidencia.
--Es que todavía lo pienso y me sigue pareciendo que nosotros estamos demasiado
viejos para esas tonterías.
--Pues para que no sigas pensándolo, toma... un regalito de aniversario.
--¿Un libro? Muchas gracias, pero caramba, yo no tengo nada para ti, porque... es
que no me pasaba por la mente que hoy fuera una fecha tan importante para ti.
Bueno, para los dos. Perdóname.
--No tengo nada que perdonarte y sí mucho que agradecerte. Sin ti, este exilio de
mierda hubiera sido insoportable. ¿No has leído esa novela?
--El amor en los tiempos del cólera... no lo creerás, pero hace tiempo que estoy por
leerla. He leído críticas muy favorables sobre ella.
--Pues cuando la leas te convencerás de que para el amor no hay edades...
Primera vez que entro a un lugar tan lujoso. Estamos locos, pero sin la locura este
cochino mundo sería más asqueroso que una letrina desbordada. Selene no sabe
qué hacer ni qué decir ni qué pedir. El menú está en chino: de los platos en oferta
sólo conozco tres o cuatro y me parece que ella está ídem de lienzo.
--Sé lo que es un entrecot, lo que no sabía es que podía costar tanto.
--¿Cuánto tienes en total?
--Despreocúpate, tengo una reservita que venía ahorrando para los imprevistos.
--No debíamos haber entrado aquí, querido. Hubiéramos podido ir a otro lugar más
barato. Lo importante no es el sitio, ¿no?
--Despreocúpate, mujer, ya te dije que una vez al año no hace daño. Vamos, a ver qué
vas a pedir. El entrecot es muy bueno, la langosta me encanta, no la como desde que
pisé el aeropuerto hace nueve años, así que no sé qué pedir. Los demás platos  tendrían
que traducírmelos, aunque por despeje puedo adivinar algunos. Y las bebidas...
--Yo conozco varios. Mira: esta ensalada de estación a l’orange no parece tan cara.
--Déjate de pedanterías gastronómicas y pide algo sustancioso. No tienen arroz blanco
ni amarillo, que es lo que más me gusta.
--Sí lo tienen, mira aquí... pero si hubiéramos ido a un chino lo hubiéramos pasado tan
bien o mejor y nos hubiéramos ahorrado una pasta de anjá.
--O a una pizzería, claro. Pero coño, como decía mi primo Mario Luis: si mañana me
muero, que me muera lleno de cosas sabrosas, y por tercera vez te digo que una vez al
año no hace daño, así que calla, pide y come.
--Y paga, te olvidaste de decir, o mejor, paguemos, que es lo justo.
--Paguemos, querida, como buenos... iba a decir hermanitos, pero tú y yo de hermanitos
no tenemos ni las intenciones, ¿eh?
--No empieces con tus indirectas suspicaces inoportunas y etc.
No hace frío ni calor, lo que me hace recordar las palabras de Marcelo de que no existen
primavera ni otoño, y Selene y yo caminamos por las calles a esta hora tranquilas
pensando que la vida puede quitarnos muchas cosas pero no la ilusión de soñar que
todavía no está todo perdido aunque mañana amanezcamos otra vez metidos en la
mierda.
--Sí señor: lo mejor es tirar la vida a lo que es. Ni tú ni yo ni millones más como nosotros han
podido realizar sus sueños y sin embargo siguen vivos esperando no se sabe qué, pero
vivos y disfrutando mientras puedan de los placeres que pueden disfrutar. Tú me dijiste
algo así, ¿no?
--Pues claro. Tú con tus problemas y yo con los míos y la humanidad con los suyos y nada,
que por mucho que nos martiricemos con ellos no vamos a poder quitárnoslos de encima.
--Claro que no, pero jode mucho que nosotros estemos tan mal y que haya tantos que
estén disfrutando de las maravillas de la vida y del mundo.
--Nos tocó perder, querido. Quién sabe si hay otra vida y en ésa nos toca ganar. Siempre
he pensado que los creyentes viven mucho mejor, son más felices, y se consuelan de
forma más sostenida, porque tienen fe en que cuando les llegue la hora fatal comenzarán
de nuevo y tal vez mucho mejor.
--Pero yo no soy creyente, monona, y no creo que tú lo seas tampoco.
--Bueno, no soy tan descreída como tú, pero tampoco soy una beata como esa amiga
tuya... esa que pide limosnas...
--Nereida. Dice que los primeros sábados de cada mes va al Escorial a conversar un rato
con la virgen María. Un día le dije, de broma, que Jardiel Poncela, a quien por supuesto
no conoce, había escrito un libro titulado Pero es que hubo alguna vez once mil vírgenes?
Y por poco me entra a carterazos.
--Hombre, te burlaste de sus creencias y eso no lo perdona ningún fiel.
--Yo no, se burló Jardiel Poncela que escribió esa obrita tan cómica. ¿La conoces?
--No soy muy lectora, lo sabes, y menos de esos libros humorísticos, pero conozco al autor
y sé que se las trae y que no cree ni en el Lazareto.
La madrugada se presta para sentarnos en un banco a contemplar las estrellas rutilantes y
creernos que somos dos adolescentes que no tienen nada mejor que hacer que mirarse a
los ojos y decir tonterías cada uno en los oídos del otro pero mañana o sea ya dentro de
un rato Selene tiene que enfrentarse a su mundo real de trabajo y servicios.
--¿Nunca has tenido el pelo más corto?
--¿A lo garzón? Pues no. No me gusta ni muy corto ni muy largo. ¿A ti cómo te gusta?
--¡Ah! Yo soy un compendio de contradicciones. Te cuento: mi ideal de la belleza
femenina física es una mujer de piel morena y pelo largo, negro y lacio. Sin embargo, casi
todas las mujeres que han pasado por mi vida han sido castañas o rubiancas, porque en
mi país las rubias auténticas no existen. El amor es como la suerte: loco.
--Y entoces ¿qué rayos te gusta de mí?
--De ti me gustan muchas cosas. Por ejemplo, que eres delgada, que no eres vulgar
como la mayoría que ahora abunda en el tapete, que... oye, ¿y por qué tantas
preguntas, si hace algún tiempo me dijiste que te gustaba descubrir esas cosas sin tener
que preguntarlas directamente?
--Tienes razón. Además, yo sé lo que te gusta de mí, porque estás como una cabra y
para gustarte una mujer más vieja que la pirámide de Keops hay que estar como una
cabra.
--Bueno, si tuvieras treinta años menos quizás me gustarías más, pero...
--Te voy a dar una sola bofetada. ¡Una sola! Pero te vas a acordar de ella mientras
vivas.
--Vamos, mujer, que era una broma. Así, así, sonríe. No, pero hablando en serio, a mi edad
una mujer como tú es la recomendada. Hacemos pareja, tonta. ¿Todavía no acabas de
darte cuenta y de aceptarlo? Porque si todavía no te has dado cuenta es que estás en el
limbo y llegando al peciolo.
--Lo mejor que tú tienes es lo gracioso que eres. A veces me haces reír.
Llegamos al hostal. Primera vez que llego a esta hora. Cuando viví aquí como huésped
nunca me aparecí después de las once, y eso cuando asistía como público a algún acto
cultural o literario. Como público y como tonto. Lo de público lo superé, lo de tonto creo
que morirá conmigo.
--Si algún huésped me ve llegar a esta hora, y contigo, va a pensar que...
--Que piense lo que le salga de salva sea la parte, querida, basta ya de prejuicios.
--No son prejuicios, acuérdate de que yo vivo de este negocio y como dijo ese gran
pensador: la mujer del César no sólo tiene que ser decente, sino parecerlo.
--Pero tú no eres la mujer del César. Y lo decente no hay quien lo ponga en duda. Yo
quisiera que en lugar del César, fueras mi mujer, que sería mejor para ambos.
--Pero tampoco soy tu mujer y ese es el problema. Si nosotros fuéramos un matrimonio no
habría problemas, pero como no lo somos...
--No lo somos porque tú no quieres, porque yo estoy dispuesto a firmar cuantos papeles
me pongan delante. Total, ya he firmado más de cien desde que llegué a este país.
--Hombre, ¿así que total? Qué importancia le das a firmar los papeles del matrimonio...
número cinco, ¿eh? Cómo eres, querido. ¿Y así pretendes convertirme en la quinta? ¿Y
cuánto duraría yo como tu quinta esposa?
--La vida entera. De eso estoy seguro. Además, ya yo no puedo continuar saltando de
rama en rama, como Tarzán, así que estás garantizada. Permanencia segura y absoluta.
Indefinida, infinita, total y eterna. ¿Qué más quieres?
--Mejor vamos a... oye, ¿y dónde piensas dormir esta noche? Porque no te veo dispuesto
a marcharte.
--A esta hora no hay transporte.
--Hay búhos.
--No me gustan los búhos. Mejor quedarme aquí contigo y así completamos el asedio.
--Así completas tú el asedio, que eres tú quien asedia, no yo...
En la calle Valverde el silencio es total. Dentro del hostal el silencio es casi total. Sólo se
oyen murmullos mientras todos los huéspedes disfrutan de un sueño placentero. Pensar
en un mañana imprevisible no tiene sentido. Mejor dejar que el tiempo transcurra y nos
envuelva con los escasísimos momentos que podemos disfrutar en paz, porque la paz
es un don de la casualidad que no puede despreciarse cuando se aparece. Y a veces
sólo se aparece una vez en la vida.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)