sábado, 3 de junio de 2017

PLAZA VACANTE


--La Secretaria está reunida.

Fue como si le dieran una bofetada: las mismas palabras que siempre repetían, la

justificación omnipotente, la mágica excusa. Con qué facilidad se quitaban de

encima a un ser humano, independientemente del problema que fuera a tratar. Y

eso en todas partes y a todos los niveles. Tenía los minutos contados, pero decidió

que su problema no podía prolongarse más. Tenía que esperar. "Esperar se ha

convertido en la acción cotidiana más normal: esperar para ver a un funcionario,

esperar un ómnibus en una parada, esperar para comprar las viandas racionadas

en el mercadito, esperar en la cola del cine". Y el que espera desespera, pensó en

ese momento en el que le soltaron a manera de saludo: la Secretaria está reunida.

La muchacha le sonrió y le dijo siéntese, compañera, indicándole una butaca

pullman color rojo, una butaca como para permanecer en ella un largo rato,

cómoda, esperando. Pensó también que debía haber comprado una revista en

el estanquillo. No tenía nada con qué entretenerse y la espera podía ser larga.

La muchacha concentraba su atención en unos fails que tenía sobre el buró y

apenas notaba su presencia. "Para ella sólo soy alguien que viene a pedir algo

o a plantear algún problema, porque es verdad que nadie viene a agradecer o

a felicitar. El hombre se siente más tocado por sus penas que por sus alegrías".

Pero ella tenía que ocuparse de sus propias penas: no podía aliviar ni mucho

menos evitar las penas de la humanidad. Por eso había acudido y por eso había

decidido esperar una vez más, a pesar de la cita concedida después de mucha

insistencia telefónica. Una voz desde dentro llamó a la muchacha. A los pocos

minutos ésta regresó.

--Compañera, ya puede pasar.

"¿Dónde se meterían los demás?", se preguntó al entrar en el despacho y no ver a

ninguno de los presuntos reunidos. El despacho estaba limpio y ordenado aunque

con los mismos aditamentos de todos los despachos que ella conocía: fotos de

dirigentes, cortinas tupidas, aire acondicionado, una mesita con un VEF 206 y por

supuesto papeles, fails y los consabidos teléfonos. "¿Por qué la gente hablará tanto

por teléfono?". Miró hacia los aparaticos, uno rojo y otro negro. "Una conversación

impersonal, como si uno estuviera hablando con una grabadora", meditó.

--Siéntese, compañera.

Las mismas palabras de la recepcionista. Se preguntó por qué la gente se habría

vuelto tan monótona. Se sentó en otra butaca también pullman y también color

rojo. Observó en silencio. Esperó. La Secretaria dejó sus documentos y le clavó los

ojos como si la descubriera en ese momento. Entonces ella le explicó que era la

compañera que optaba por una plaza de profesora de literatura, que había leído

la convocatoria en el periódico, se había presentado, y su clase comprobatoria

resultó bien acogida por los miembros del Departamento que la presenciaron, y

que después habían pasado días y semanas y no le habían informado nada.

--Y eso me preocupa, pues el curso está a punto de comenzar y...

Se quedó callada. Recordó las veces que había ido a la Facultad a averiguar,

donde sólo le habían dicho que esperara, que ese trámite siempre se demoraba,

que allí todo siempre se demoraba. Ese silencio había generado en ella una

ansiedad que se fue convirtiendo en angustia en los últimos días, hasta que pidió

la cita y hoy por fin llegó hasta aquí, al más alto nivel, a la mata, como le había

sugerido Mario comentando su preocupación. Pero eso no lo dijo. "¿Qué puede

importarle a ella mi ansiedad, mi angustia?". ¿Qué podía importarle? Ella, la

Secretaria del Partido, tenía muchas otras cosas en que ocupar su tiempo.

--Conozco su caso, compañera -la Secretaria sonrió y se acomodó en su silla

giratoria-. No hay ningún problema. Lo que sucede es que revisando su expediente

notamos algo que nos llamó la atención.

--¿Algo?

Siempre había algo, como siempre había un pero, pero en esta ocasión ella estaba

segura de que no le faltaba ningún dato, ningún documento, ni un solo detalle. "No

me explico. Si ha habido algo, sea lo que sea, ¿por qué no me lo han notificado?

¿Por qué me hacen esperar y esperar y me tienen así, preocupada, sin saber a qué

atenerme?". ¡Algo! Había algo, pero ¿qué podía ser? Recorrió uno por uno todos los

detalles, los documentos, los papeles solicitados. No encontró nada que pudiera

faltar, que pudiera estar mal. ¿Qué había hecho entonces que se le pudiera

señalar? Ella no aspiraba a presidenta de la república, no: era una simple plaza de

profesora de literatura en la Universidad. ¿Por qué tanto misterio?

--Sí, compañera. Mire -la Secretaria buscó en una gaveta del buró, extrajo un fail y

sacó un memorando que leyó para sí, moviendo la cabeza-: esto, precisamente

Cuadros nos remitió su expediente, aqui está todo -y le mostró el memorando muy

rápidamente para que ella lo viera sin poder leerlo-: lo que nos llamó la atención

fue que no encontramos en ningún lugar su integración a la defensa de la patria.

Eso nos extrañó, y más en una persona joven como usted.

"¿Así que era eso?". Pensó en las múltiples gestiones que tuvo que hacer para al

fin trasladarse a la cabecera de la provincia con su hija cuando decidió casarse

con Mario, cómo tuvo que batallar por su baja en Cultura, donde trabajaba allá

en el municipio donde antes vivía. Pensó en los viajes, en las visitas a funcionarios

de distintas dependencias, en los papeles. "Un país de papel", le había dicho Mario

la primera vez que se acostó con él, pasando del epílogo erótico a la actual

situación del país, tema muy difícil de eludir incluso en momentos de placer como

aquellos que pasaba con él en su casa, antes de casarse. Pensó en el tiempo que

le había dedicado a las explicaciones, los informes, las solicitudes, los trámites para

poder trasladarse con todas sus cosas en regla a esta ciudad donde había decidido

establecerse. No era fácil: se necesitaba de dos virtudes que a ella no le sobraban:

paciencia y aguante. Y sobre todo se necesitaba de sangre de cangrejo para

poder soportar a ciertos funcionarios que malamente sabían dar respuestas

programadas a las preguntas de cualquier ciudadano. Pero pensó especialmente

en su preparación para la clase comprobatoria desde que ella y Mario habían

convenido en que se presentara por la oferta del periódico local. "Pero nada de

eso importa. Lo que importa realmente es mi integración a la defensa". Algo que se

decía tanto y tan solemnemente que perdía su fuerza en el abuso. Como tantas y

tantas consignas que se repetían hasta el aburrimiento. "¿Cómo pude olvidarme,

precisamente ahora cuando la provincia está con esa efervescencia de declararse

lista para la defensa?". Había fallado. Y eso la molestaba más.

--Por eso fue que el Partido decidió congelar su proceso, hasta que esto se aclarara.

¿Comprende?

Pero ella no podía comprender. A ella nadie le había informado de que su proceso

estuviera congelado, ni siquiera podía imaginarse semejante situación. "¡Qué

palabrita! Está de moda. Pero también pasará, como tantas que han quedado en la

historia sin ninguna trascendencia". Se acordó de sus tiempos de estudiante... ella se

había incorporado a las milicias desde que comenzó sus estudios superiores. Cómo

olvidarse de las caminatas, de las prácticas de tiro, de los fusiles que tuvo que armar

y desarmar y limpiar tantas veces, de las clases teóricas sobre la guerra moderna,

de los simulacros de combate con supuestos enemigos. Y se acordó muy bien de las

horas vividas entre viejas y nuevas amigas, entre compañeros de verdad con los

que había compartido sacrificios, chistes verdes y latas de conservas. No, aquellos

tiempos ella no podía olvidarlos. Quizás fueron los tiempos que más la marcaron,

que más gratos recuerdos le dejaron para siempre en la memoria. Y todo eso ella lo

había hecho por conciencia, voluntariamente, sin que nadie la embullara, la

presionara, la obligara. Eso era precisamente lo que tenía de hermoso tanto y tanto

sacrificio, sudor y vigilia. Y ahora esto otro que no podía comprender. Ella se había

alejado de las milicias, pero ella misma no sabía por qué. Quería creer que el tiempo

apenas le alcanzaba para tanto corre corre, para buscar un trabajo que la

acomodara a su nueva residencia en la ciudad, para atender a su hija, a su mamá

que padecía una enfermedad molesta desde hacía muchos años. Quizás por

eso no se había preocupado por tener un carné que indicara que ella pertenecía a

una unidad determinada. "Es curioso cómo los carnés se han convertido en una

tabla rasa de categoría en las definiciones: si los tienes no hay problemas, hagas lo

que hagas, si no los tienes enseguida empiezan las dudas, las sospechas, las

esperas..."

--No obstante -la voz de la Secretaria cortó tajantemente sus pesquisas-, teniendo en

cuenta sus buenas referencias, su expediente, todo eso, yo creo que su problema se

puede resolver fácilmente -la Secretaria escribió algo en un papel y se lo entregó.

sonriéndole-. Mire -agregó, poniéndose de pie-: vaya allí a Cuadros con este papel

y entrégueselo a la compañera Kelly, de mi parte. Ella le va a dar una planilla que

usted debe llevar al área de atención de su zona con su carné y su inscripción en la

unidad militar donde usted se incorpore. Allí la firman, le ponen un cuño y entonces

me la trae a mí directamente. ¿Comprende?

Marnia se puso de pie, tomó el papelito y lo guardó en su bolso.

--Comprendo -dijo.

Le dio las gracias a la Secretaria del Partido y salió del despacho, sonriéndole a la

recepcionista. Su cuerpo chocó con el calor de fuera. El cielo se había nublado

totalmente...



Augusto Lázaro

@lazarocasas38

(fragmento independiente de la novela EL AULA SUCIA publicada en El Cuiclo)