El
alumno, decididamente, se merecía un 2. Marnia pensaba que él mismo lo sabía.
Sin
embargo, insistía con una perseverancia que rebasaba los límites de cualquier
paciencia.
"Es la tercera vez que tengo que calificarlo. ¿Será que todo el mundo
tiene
que graduarse con un título universitario? Porque hasta en Suiza hay gente que
limpia
las calles y cultiva la tierra". Pero Salomón quería graduarse, a toda
costa, y
por
encima de todos los pronósticos. Marnia se lo había dicho:
--Mira,
Salomón, ya no puedo ayudarte más de lo que te he ayudado, créeme que
lo
siento de verdad.
El
alumno no dijo nada y bajó la cabeza. Marnia sintió pena por él: era un buen
muchacho
sin dudas, pero decididamente merecía un 2. Cuando el alumno se
convenció
de que ella no iba a hacer nada más se dio a la tarea de pedir, reclamar
y
rogar a los jefes del colectivo y del Departamento. Ambos lo comentaron con
Marnia.
Primero se atrevió con Liliana, después presentó una solicitud por escrito
dirigida
a Ernesto, y por último acudió nada menos que a la Decana, solicitándole
un
despacho. "De verdad que este Salomón los tiene grandes, a pesar de que no
levanta
más de metro y medio", pensó Marnia cuando Liliana le habló del caso.
--Nosotros
tenemos la culpa -dijo en un aparte con Liliana y Violeta-: no hemos
sabido
mantener la distancia alumno-profesor, los consentimos, los mimamos
demasiado,
sobre todo a este tipo de alumnos.
--Es
verdad -dijo Liliana-, hay profesores que hasta lloran cuando un caso así se
les
presenta.
--No
hemos sido capaces de enseñarles a los educandos a aceptar un suspenso
cuando
se lo merecen -añadió Marnia-. Díganme qué alumno ha recibido un 2 en
un
trabajo de diploma. Aquí todos se gradúan. Después, en la calle, cargan con el
2
en
todas partes. Porque si algo no perdona, eso es la calle.
Violeta
no quiso quedarse callada:
--Bueno,
esa es la herencia del promocionismo. Así que ahora...
Liliana
apoyó a Marnia cuando se entrevistó con Salomón.
--Es
que ya te hemos dado varias oportunidades -le dijo, aunque después le confesó
a
Marnia que estuvo a punto de ceder ante las súplicas del muchacho. "Casi
se me
arrodilla",
le contó Liliana.
Pero
la jefa inmediata de Marnia no era fácil de convencer. Tampoco Ernesto, que
utilizó
la misma vía que el alumno y le envió una respuesta por escrito, rechazando
la
posibilidad de un nuevo examen.
--Sí,
compañeros, ustedes tienen razón: Salomón es un muchacho bueno, serio, muy
educado,
muy decente, todo lo que ustedes quieran -dijo Ernesto en una reunión de
análisis
de varios casos similares-, pero yo creo que no le hacemos un favor a su
país
dándole un título que no se ha ganado.
Cuando
el asunto llegó a la Decana ya Salomón había agotado todos los recursos.
Incluso
había planteado que él necesitaba ese aprobado para poder ir a su país en
las
vacaciones. Cuántas cosas más conversaría y con quiénes no lo supo Marnia, el
asunto
ya caía pesado y ella estaba renuente a mencionarlo. Una mañana se lo dijo:
"por
favor, Salomón, no vuelvas a mencionarme ese dichoso dos". La Decana
estaba,
como siempre, atiborrada de trabajo, de reuniones, de papeles, y demoró
en
concederle el despacho a Salomón. Ya había concluido el plazo de los últimos
exámenes
y Marnia estaba algo aliviada de su carga por esos trajines. Al menos no
tenía
tantas reuniones. "Si algún día algún economista matemático se interesara
por
sacar
el cálculo de lo que hemos perdido o dejado de hacer por estar de reunión
en
reunión, no van a faltar los suicidios". A veces ella, que era una
profesora de filas
-no
pertenecía al Partido ni ocupaba ningún cargo en la sección sindical ni en la
Administración-
tenía hasta tres reuniones el mismo día. "La verdad que es preferible
ir
a la agricultura, por lo menos allí no me duele la cabeza". Una mañana
Marnia se
encontró
un memorando en su mesa de trabajo: necesito que venga a mi
despacho
en cuanto llegue.
Lo firmaba Milagros, la Decana. Como siempre que la
citaban
para algo sin informarle nada, se generó en todo su cuerpo ese estado de
ansiedad
que no había podido superar. Pero se sentó en su sitio con la nota en las
manos
y la releyó. La Decana. Y urgente. ¿Qué habría hecho? Su memoria repasó
la
agenda, buscando alguna clase no impartida, un informe no entregado a
tiempo,
la ausencia a alguna reunión importante. Pero no, no había caído en
ningún
incumplimiento. Colocó la nota en su carpeta y se dispuso a enfrentar ese
encuentro
no planificado. La Decana se encontraba sola en su despacho y la hizo
pasar
enseguida.
--¿Cómo
le va? -le preguntó a manera de saludo.
La
sorprendió con eso, porque en realidad Marnia no estaba muy segura de poder
responder
con certeza si le iba bien o mal o regular. ¿Cómo le iba realmente en la
Universidad?
No había pensado en eso, metida en esa baraúnda de tareas, clases y
reuniones,
sin contar el tiempo que debía dedicar a la preparación de conferencias,
seminarios
y exámenes, fuera del edificio. No
obstante, le dijo a la Decana que más
o
menos bien. Milagros sonrió.
--Me
alegro de que le vaya bien -le dijo.
Marnia
pensó entonces que ese bien era válido sólo para ella, porque habría que
preguntarle
a sus compañeros del Departamento y sobre todo a sus alumnos.
¿Cómo
la verían sus alumnos? ¿Qué pensarían de ella? Porque consentidos y
mimados
y todo eso, los alumnos tenían criterios muy firmes y entablar un debate
con
ellos no era fácil. "Sí, sería bueno preguntarles, o que otros les
preguntaran, a ver
qué
responden. Es interesante saber cómo lo ven a uno los demás, porque uno
mismo
siempre se ve bien, a veces demasiado bien, y uno es en realidad como lo
ven
los demás. Ah, si fuera así de fácil, todos seríamos un non plus ultra de lo
bueno. Y
todos
no somos tan buenos". La voz de la Decana la hizo reaccionar.
--Bien.
Yo quería conversar con usted sobre ese alumno suyo que desaprobó su
asignatura,
ese alumno extranjero...
Entonces
Marnia se acordó de Salomón. "Ese cabrón todavía dando guerra". Pensó
en
sus protestas, con el tono de humildad que acostumbraba utilizar, en sus
pedidos,
en
sus solicitudes, en su perseverancia. Y por supuesto, dedujo que al fin se
había
entrevistado
con la Decana.
--Según
me han informado, no hay dudas de que ese alumno se merece el dos que
usted
le ha dado -Milagros se quitó los espejuelos y la miró, muy seria-. En eso no
hay
problemas.
Ya Liliana y Ernesto me dijeron que ustedes han tratado de ayudarlo.
--Los
tres hemos tratado. Y varias veces.
--Sí,
claro. Lamentablemente, parece que ese alumno no asimila esa asignatura. O
será
que tiene dificultades con el idioma, tan distinto al que ellos hablan en su
país.
La
Decana se refirió al comportamiento intachable de Salomón, lo que ya resultaba
aburrido
para Marnia. Pero como ocurría muchas veces, la inteligencia no tenía que
estar
relacionada con la buena actitud, igual que la belleza en las mujeres, tantas
veces
alejada de sus méritos mentales. La vida era absurda, pero era la vida, lo
demás
era querer fabricar sueños irrealizables, aunque hermosos, y Marnia estaba ya
bastante
escarmentada en su batalla para arreglar el mundo. "No, pretender ese
cambio
está más allá de la posibilidad humana". Tras un silencio embarazoso, la
Decana
le planteó que había oído que Salomón quería irse a su país en el verano y
que
ya había logrado vencer otras asignaturas con las que tenía similares
problemas.
Por lo tanto, para lograr su deseo tenía que aprobar la que Marnia
impartía,
pues eso estaba establecido por el gobierno de su país.
--Es
la única que le falta -le dijo Milagros lastimosamente.
Marnia
pensó si ella sería demasiado exigente, si sería una cuadrada como
abundaban
en la Universidad, si sería uno de esos profesores que no es capaz de
transigir,
de comprender, de perdonar, pero se acordó de Liliana y de Ernesto, que
pensaban
como ella. Entonces se preguntó qué habían hecho los profesores que
ayudaron
a Salomón a aprobar sus respectivas asignaturas.
--Nosotros
-la Decana no aclaró quiénes eran nosotros-... hemos analizado el caso
de
ese alumno, ya desde el punto de vista político, y...
Marnia
no necesitaba escuchar más. Le dio por pensar en un puente construido por
un
ingeniero al que se hubiera concedido el título como un favor: esos casos
abundaban
en la Universidad. Sobre el puente corría una rastra cargada de piezas y
equipos,
una rastra larga y ancha y alta, pesada, abarrotada, con catorce ruedas
que
pulverizaban hasta las piedras que encontraban a su paso. Y de pronto,
cuando
la rastra se hallaba en la mitad del puente, éste se derrumbaba
estrepitosamente...
--¡Profesora!
¿Usted me está escuchando?
Marnia
volvió a la realidad del despacho y le pidió a la Decana que disculpara su
distracción.
--Se
ve un poco cansada. La verdad que este trabajo nuestro no es coser y cantar.
La
Decana se volvió a colocar sus espejuelos y ordenó un poco los papeles que
tenía
sobre el buró.
--Pues
le decía -continuó- que nosotros habíamos decidido consultar con usted para
que
por favor considerara la posibilidad... -hizo una pausa, moviendo la cabeza-
claro
que una última posibilidad, de ayudar a este muchacho a ver si puede al fin
sacar
su asignatura.
--Comprendo
-dijo Marnia.
Y
ahora tenía a Salomón frente a ella, esperando su reacción ante la hoja con el
último
examen que el alumno acababa de entregarle.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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