sábado, 26 de abril de 2014

EL AULA SUCIA 20

El alumno, decididamente, se merecía un 2. Marnia pensaba que él mismo lo sabía.

Sin embargo, insistía con una perseverancia que rebasaba los límites de cualquier

paciencia. "Es la tercera vez que tengo que calificarlo. ¿Será que todo el mundo

tiene que graduarse con un título universitario? Porque hasta en Suiza hay gente que

limpia las calles y cultiva la tierra". Pero Salomón quería graduarse, a toda costa, y

por encima de todos los pronósticos. Marnia se lo había dicho:

--Mira, Salomón, ya no puedo ayudarte más de lo que te he ayudado, créeme que

lo siento de verdad.

El alumno no dijo nada y bajó la cabeza. Marnia sintió pena por él: era un buen

muchacho sin dudas, pero decididamente merecía un 2. Cuando el alumno se

convenció de que ella no iba a hacer nada más se dio a la tarea de pedir, reclamar

y rogar a los jefes del colectivo y del Departamento. Ambos lo comentaron con

Marnia. Primero se atrevió con Liliana, después presentó una solicitud por escrito

dirigida a Ernesto, y por último acudió nada menos que a la Decana, solicitándole

un despacho. "De verdad que este Salomón los tiene grandes, a pesar de que no

levanta más de metro y medio", pensó Marnia cuando Liliana le habló del caso.

--Nosotros tenemos la culpa -dijo en un aparte con Liliana y Violeta-: no hemos

sabido mantener la distancia alumno-profesor, los consentimos, los mimamos

demasiado, sobre todo a este tipo de alumnos.

--Es verdad -dijo Liliana-, hay profesores que hasta lloran cuando un caso así se les

presenta.

--No hemos sido capaces de enseñarles a los educandos a aceptar un suspenso

cuando se lo merecen -añadió Marnia-. Díganme qué alumno ha recibido un 2 en

un trabajo de diploma. Aquí todos se gradúan. Después, en la calle, cargan con el 2

en todas partes. Porque si algo no perdona, eso es la calle.

Violeta no quiso quedarse callada:

--Bueno, esa es la herencia del promocionismo. Así que ahora...

Liliana apoyó a Marnia cuando se entrevistó con Salomón.

--Es que ya te hemos dado varias oportunidades -le dijo, aunque después le confesó

a Marnia que estuvo a punto de ceder ante las súplicas del muchacho. "Casi se me

arrodilla", le contó Liliana.

Pero la jefa inmediata de Marnia no era fácil de convencer. Tampoco Ernesto, que

utilizó la misma vía que el alumno y le envió una respuesta por escrito, rechazando

la posibilidad de un nuevo examen.

--Sí, compañeros, ustedes tienen razón: Salomón es un muchacho bueno, serio, muy

educado, muy decente, todo lo que ustedes quieran -dijo Ernesto en una reunión de

análisis de varios casos similares-, pero yo creo que no le hacemos un favor a su

país dándole un título que no se ha ganado.

Cuando el asunto llegó a la Decana ya Salomón había agotado todos los recursos.

Incluso había planteado que él necesitaba ese aprobado para poder ir a su país en

las vacaciones. Cuántas cosas más conversaría y con quiénes no lo supo Marnia, el

asunto ya caía pesado y ella estaba renuente a mencionarlo. Una mañana se lo dijo:

"por favor, Salomón, no vuelvas a mencionarme ese dichoso dos". La Decana

estaba, como siempre, atiborrada de trabajo, de reuniones, de papeles, y demoró

en concederle el despacho a Salomón. Ya había concluido el plazo de los últimos

exámenes y Marnia estaba algo aliviada de su carga por esos trajines. Al menos no

tenía tantas reuniones. "Si algún día algún economista matemático se interesara por

sacar el cálculo de lo que hemos perdido o dejado de hacer por estar de reunión

en reunión, no van a faltar los suicidios". A veces ella, que era una profesora de filas

-no pertenecía al Partido ni ocupaba ningún cargo en la sección sindical ni en la

Administración- tenía hasta tres reuniones el mismo día. "La verdad que es preferible

ir a la agricultura, por lo menos allí no me duele la cabeza". Una mañana Marnia se

encontró un memorando en su mesa de trabajo: necesito que venga a mi

despacho en cuanto llegue. Lo firmaba Milagros, la Decana. Como siempre que la

citaban para algo sin informarle nada, se generó en todo su cuerpo ese estado de

ansiedad que no había podido superar. Pero se sentó en su sitio con la nota en las

manos y la releyó. La Decana. Y urgente. ¿Qué habría hecho? Su memoria repasó

la agenda, buscando alguna clase no impartida, un informe no entregado a

tiempo, la ausencia a alguna reunión importante. Pero no, no había caído en

ningún incumplimiento. Colocó la nota en su carpeta y se dispuso a enfrentar ese

encuentro no planificado. La Decana se encontraba sola en su despacho y la hizo

pasar enseguida.

--¿Cómo le va? -le preguntó a manera de saludo.

La sorprendió con eso, porque en realidad Marnia no estaba muy segura de poder

responder con certeza si le iba bien o mal o regular. ¿Cómo le iba realmente en la

Universidad? No había pensado en eso, metida en esa baraúnda de tareas, clases y

reuniones, sin contar el tiempo que debía dedicar a la preparación de conferencias,

seminarios y exámenes,  fuera del edificio. No obstante, le dijo a la Decana que más

o menos bien. Milagros sonrió.

--Me alegro de que le vaya bien -le dijo.

Marnia pensó entonces que ese bien era válido sólo para ella, porque habría que

preguntarle a sus compañeros del Departamento y sobre todo a sus alumnos.

¿Cómo la verían sus alumnos? ¿Qué pensarían de ella? Porque consentidos y

mimados y todo eso, los alumnos tenían criterios muy firmes y entablar un debate

con ellos no era fácil. "Sí, sería bueno preguntarles, o que otros les preguntaran, a ver

qué responden. Es interesante saber cómo lo ven a uno los demás, porque uno

mismo siempre se ve bien, a veces demasiado bien, y uno es en realidad como lo

ven los demás. Ah, si fuera así de fácil, todos seríamos un non plus ultra de lo bueno. Y

todos no somos tan buenos". La voz de la Decana la hizo reaccionar.

--Bien. Yo quería conversar con usted sobre ese alumno suyo que desaprobó su

asignatura, ese alumno extranjero...

Entonces Marnia se acordó de Salomón. "Ese cabrón todavía dando guerra". Pensó

en sus protestas, con el tono de humildad que acostumbraba utilizar, en sus pedidos,

en sus solicitudes, en su perseverancia. Y por supuesto, dedujo que al fin se había

entrevistado con la Decana.

--Según me han informado, no hay dudas de que ese alumno se merece el dos que

usted le ha dado -Milagros se quitó los espejuelos y la miró, muy seria-. En eso no hay

problemas. Ya Liliana y Ernesto me dijeron que ustedes han tratado de ayudarlo.

--Los tres hemos tratado. Y varias veces.

--Sí, claro. Lamentablemente, parece que ese alumno no asimila esa asignatura. O

será que tiene dificultades con el idioma, tan distinto al que ellos hablan en su país.

La Decana se refirió al comportamiento intachable de Salomón, lo que ya resultaba

aburrido para Marnia. Pero como ocurría muchas veces, la inteligencia no tenía que

estar relacionada con la buena actitud, igual que la belleza en las mujeres, tantas

veces alejada de sus méritos mentales. La vida era absurda, pero era la vida, lo

demás era querer fabricar sueños irrealizables, aunque hermosos, y Marnia estaba ya

bastante escarmentada en su batalla para arreglar el mundo. "No, pretender ese

cambio está más allá de la posibilidad humana". Tras un silencio embarazoso, la

Decana le planteó que había oído que Salomón quería irse a su país en el verano y

que ya había logrado vencer otras asignaturas con las que tenía similares

problemas. Por lo tanto, para lograr su deseo tenía que aprobar la que Marnia

impartía, pues eso estaba establecido por el gobierno de su país.

--Es la única que le falta -le dijo Milagros lastimosamente.

Marnia pensó si ella sería demasiado exigente, si sería una cuadrada como

abundaban en la Universidad, si sería uno de esos profesores que no es capaz de

transigir, de comprender, de perdonar, pero se acordó de Liliana y de Ernesto, que

pensaban como ella. Entonces se preguntó qué habían hecho los profesores que

ayudaron a Salomón a aprobar sus respectivas asignaturas.

--Nosotros -la Decana no aclaró quiénes eran nosotros-... hemos analizado el caso

de ese alumno, ya desde el punto de vista político, y...

Marnia no necesitaba escuchar más. Le dio por pensar en un puente  construido por

un ingeniero al que se hubiera concedido el título como un favor: esos casos

abundaban en la Universidad. Sobre el puente corría una rastra cargada de piezas y

equipos, una rastra larga y ancha y alta, pesada, abarrotada, con catorce ruedas

que pulverizaban hasta las piedras que encontraban a su paso. Y de pronto,

cuando la rastra se hallaba en la mitad del puente, éste se derrumbaba

estrepitosamente...

--¡Profesora! ¿Usted me está escuchando?

Marnia volvió a la realidad del despacho y le pidió a la Decana que disculpara su

distracción.

--Se ve un poco cansada. La verdad que este trabajo nuestro no es coser y cantar.

La Decana se volvió a colocar sus espejuelos y ordenó un poco los papeles que

tenía sobre el buró.

--Pues le decía -continuó- que nosotros habíamos decidido consultar con usted para

que por favor considerara la posibilidad... -hizo una pausa, moviendo la cabeza-

claro que una última posibilidad, de ayudar a este muchacho a ver si puede al fin

sacar su asignatura.

--Comprendo -dijo Marnia.

Y ahora tenía a Salomón frente a ella, esperando su reacción ante la hoja con el

último examen que el alumno acababa de entregarle.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)


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