Soñé con mi mamá: yo estaba en el patio de
tierra con mi primo Mario Luis. Comíamos
mangos de un saco que nos había traído un
hermano de m i mamá del campo. En el
patio había muchas matas: limones,
chirimoyas, guanábanas, aguacates, chayotes, y
teníamos crías de gallinas, guineos,
patos, palomas, y una pajarera con periquitos que mi
mamá cuidaba con esmero. Mi papá construyó
un pequeño estanque para que los
paticos, que solían nacer a los cuarenta
días de echarse la pata sobre sus huevos,
disfrutaran del agua, a la que acudían tan
pronto salían de cada huevo sin que su madre
les hubiera indicado cómo flotar y nadar
en el estanque. A los paticos les cortábamos las
plumas disparejas de sus colas y los
dejábamos a su libre albedrío sin control añadido.
Todos eran amarillos como los pollitos que
con mucha frecuencia poblaban el patio.
Cuando mi primo y yo llegamos al mango
número siete, salió mi mamá y nos dio un grito:
¡basta ya, carajo!, que van a coger un
dolor de barriga de marca mayor. Mario Luis y yo
nos reventábamos, pero no de indigestión
manguera, sino de la risa, pues estábamos
acostumbrados a hartarnos de frutas de esa
forma exagerada según mi mamá, sobre
todo de mangos, que era nuestra fruta
preferida. Mi mamá, no obstante, recogió el saco
con lo que quedaba, y lo llevó para dentro
de la casa, rezongando. De pronto comenzó
a lloviznar, pero rápidamente las goticas
se convirtieron en un torrente que chocaba con
fuerza contra el techo de la pajarera y
contra el zinc del baño que estaba pegado al
patio de cemento. Mi primo y yo entramos
corriendo y entonces mi mamá se puso a
contemplar la lluvia a través de la puerta
del patio de tierra. Nos sentamos y ella preparó
un chocolate que a pesar de la llenura
aparente por los mangos comidos, Mario Luis y yo
nos disparamos con placer. Mi mamá comenzó
a hacernos cuentos de cuando vivía en el
campo, en las vegas de tabaco, con sus
padres y hermanos, y de cómo había conocido
a mi padre. "A él le gustaba mucho el
chocolate, ahora no puede tomarlo porque le
afecta el hígado dicen los médicos".
Y así pasábampos la tarde, entretenidos, jugando a
las barajas o al dominó o a algún juego de
mesa inventado por nosotros mismos mientras
la lluvia azotaba las matas en el patio y
el techo de zinc del baño que era la última
habitación colindante con el patio de
tierra y en cuyo techo estaba el palomar
asimismo castigado por el aguacero.
--A veces me parece que no son sueños,
sino que todas esas escenas familiares las he
pensado en los momentos en que me quedo
como en éstaxis recordando mis días felices
de niño pobre sin problemas que no pensaba
en nada triste o desagradable.
--Los niños nunca piensan cosas tristes o
desagradables como los mayores, aunque tienen
sus tristezas, pero esas tristezas son
propias de la inocencia y no hacen daño.
--Pues ojalá pudiera regresar a mi niñez.
Cambiaría todo lo demás por volver a ser niño.
--¿Hasta la literatura?
--¡Hasta la literatura! Ser niño compensa
con creces todo lo demás que se pueda tener o
disfrutar. Y en mi caso, ese todo lo demás
es bien poco.
--A mí también me gustaría ser niña, pero
no en mi país, porque a mí me tocó la niñez en
la época negra de la difunta, rodeada del
horror por todas partes.
En la concreta, Basilio, tienes que
joderte: no puedes recobrar el pasado positivo que has
perdido ni puedes mejorar el presente
negativo que te aturde, así que “como quiera que
te pongas tienes que llorar”. Un sueño,
una pesadilla, un recuerdo, quizás un recuerdo,
porque en estos últrimos años yo vivo
recordando y ese es mi alimento de todos los días,
desde que abro los ojos en la cama y
recuerdo cómo los abría junto a mi esposa, con el
calorcito de su cuerpo acariciándome y la
perspectiva de vivir un nuevo día con ella, con
los niños, conversando con amigos sobre
las cosas que nos interesaban en mi círculo,
caminando por mi ciudad en mangas de
camisa, pues nunca hacía frío, y tecleando en
una vieja Remington en el apartamento
donde todos los vecinos me conocían y
jaraneaban conmigo por el ruidito que
hacía la máquina. Pero uno tiene que escoger: no
se puede tener todo y para tener algo hay
que renunciar a otro algo, a veces para tener
poco hay que renunciar a mucho, cuando uno
tiene que dejar su patria para subirse al
carro de lo desconocido. Ese es el caso de
tantos como yo. Algunos, muy pocos, han
alcanzado la fama y la fortuna. Los más
hemos sobrevivido deseando cosas que quizás
nunca vamos a tener ni alcanzar, y la vida
se nos va deseando y no alcanzando, y lo
peor: que vemos cómo se nos va la vida que
nos ha tocado sin poder hacer nada por
evitarlo ni por detener el tiempo que
mientras peor estemos más rápido nos parece que
transcurre y entonces cada día nos da por
pensar en lo rápido que nos estamos
acercando al fin.
--Bueno, pero el fin le llega a todo el
mundo. En eso la Naturaleza es justa, porque nadie
se escapa de la muerte.
--La Naturaleza no es justa, querida.
Nadie se escapa de la muerte, pero hay quienes se
mueren a los ochenta años y hay quienes no
llegan a los cuarenta. Incluso hay quienes se
mueren niños, criaturas que ni siquiera
han conocido la dulzura de la adolescencia.
--Hombre, en eso tienes razón, pero...
--Y además, hay quienes viven mucho y
bien, y hay otros que viven poco y mal.
¿Podemos decir que la Naturaleza es justa?
Pues no señor, ni justa ni sabia como dicen
muchos.
--Bueno, bueno, ya basta. ¿Por qué no
vamos a la FNAC a ver libros y discos? Verlos,
hojearlos y oírlos es gratis.
--Pero verlos, hojearlos y oírlos, y
desear comprarlos para disfrutarlos más, y no poder
hacerlo, es como un dolor de muelas en
plena madrugada.
--Bonita imagen. Estás como para dejarte
el paso y coger la otra acera.
--Con esa me has superado, nenúfar. Pero
bien, si quieres vamos a la calle, que aquí
encerrados no vamos a componer ningún
desaguisado de la Naturaleza. Y de todos
modos, tenemos que seguir montados en el
burro, porque no hay caballos.
Y sigo montado en el burro, soñando...
soñando que vuelvo a ser el niño aquel que
jugaba a la quimbumbia con sus amiguitos
del barrio y oía la pelota por radio cuando no
había televisión para verla, además de
oírla, y leía muñequitos en colores los fines de
semana, y se sentaba con su primo a comer mangos
en el patio de su casa materna... de
la casa de mis padres, cuando por
casualidad o por suerte o por no sé qué cosa, conocí
eso que dicen los sicólogos que es la
felicidad...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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