Hoy hace exactamente nueve años. Casi
nada. Leila me condujo por casualidad a
aquel hostal Odessa donde encontraría a La
Rusa. ¡Quién lo iba a imaginar! Cuando
ya yo estaba convencido de que el amor era
una mierda y de que enamorarse no
es más que una trontería de adolescentes.
--Vamos a celebrarlo. Vamos a cenar a un
restarán de lujo, que una vez al año no
hace daño, mujer.
--Al cuerpo no, pero al bolsillo sí. Y el
tuyo no creo yo que esté en condiciones de
invitar a nadie a una cena de lujo.
--Pero tú no eres nadie, querida, y te
mereces mucho más que una cena de lujo.
--Gracias. Y está bien, acepto, pero con
la condición de que paguemos a la mitad
y aun así vas a salir perdiendo.
--¿Contigo? Contigo siempre voy a salir
ganando.
--No se te quita lo de cortejador. Como en
los primeros días, ¿te acuerdas? ¿Quién
me iba a decir que aquel señor tan serio y
circunspecto, tan nervioso, se iba a
convertir en...
--Pues me convertí, ya lo ves. Al fin te
has rendido a la evidencia.
--Es que todavía lo pienso y me sigue
pareciendo que nosotros estamos demasiado
viejos para esas tonterías.
--Pues para que no sigas pensándolo,
toma... un regalito de aniversario.
--¿Un libro? Muchas gracias, pero caramba,
yo no tengo nada para ti, porque... es
que no me pasaba por la mente que hoy
fuera una fecha tan importante para ti.
Bueno, para los dos. Perdóname.
--No tengo nada que perdonarte y sí mucho
que agradecerte. Sin ti, este exilio de
mierda hubiera sido insoportable. ¿No has
leído esa novela?
--El amor en los tiempos del cólera... no
lo creerás, pero hace tiempo que estoy por
leerla. He leído críticas muy favorables
sobre ella.
--Pues cuando la leas te convencerás de
que para el amor no hay edades...
Primera vez que entro a un lugar tan
lujoso. Estamos locos, pero sin la locura este
cochino mundo sería más asqueroso que una
letrina desbordada. Selene no sabe
qué hacer ni qué decir ni qué pedir. El
menú está en chino: de los platos en oferta
sólo conozco tres o cuatro y me parece que
ella está ídem de lienzo.
--Sé lo que es un entrecot, lo que no
sabía es que podía costar tanto.
--¿Cuánto tienes en total?
--Despreocúpate, tengo una reservita que
venía ahorrando para los imprevistos.
--No debíamos haber entrado aquí, querido.
Hubiéramos podido ir a otro lugar más
barato. Lo importante no es el sitio, ¿no?
--Despreocúpate, mujer, ya te dije que una
vez al año no hace daño. Vamos, a ver qué
vas a pedir. El entrecot es muy bueno, la
langosta me encanta, no la como desde que
pisé el aeropuerto hace nueve años, así
que no sé qué pedir. Los demás platos
tendrían
que traducírmelos, aunque por despeje
puedo adivinar algunos. Y las bebidas...
--Yo conozco varios. Mira: esta ensalada
de estación a l’orange no parece tan cara.
--Déjate de pedanterías gastronómicas y
pide algo sustancioso. No tienen arroz blanco
ni amarillo, que es lo que más me gusta.
--Sí lo tienen, mira aquí... pero si
hubiéramos ido a un chino lo hubiéramos pasado tan
bien o mejor y nos hubiéramos ahorrado una
pasta de anjá.
--O a una pizzería, claro. Pero coño, como
decía mi primo Mario Luis: si mañana me
muero, que me muera lleno de cosas
sabrosas, y por tercera vez te digo que una vez al
año no hace daño, así que calla, pide y
come.
--Y paga, te olvidaste de decir, o mejor,
paguemos, que es lo justo.
--Paguemos, querida, como buenos... iba a
decir hermanitos, pero tú y yo de hermanitos
no tenemos ni las intenciones, ¿eh?
--No empieces con tus indirectas
suspicaces inoportunas y etc.
No hace frío ni calor, lo que me hace
recordar las palabras de Marcelo de que no existen
primavera ni otoño, y Selene y yo
caminamos por las calles a esta hora tranquilas
pensando que la vida puede quitarnos
muchas cosas pero no la ilusión de soñar que
todavía no está todo perdido aunque mañana
amanezcamos otra vez metidos en la
mierda.
--Sí señor: lo mejor es tirar la vida a lo
que es. Ni tú ni yo ni millones más como nosotros han
podido realizar sus sueños y sin embargo
siguen vivos esperando no se sabe qué, pero
vivos y disfrutando mientras puedan de los
placeres que pueden disfrutar. Tú me dijiste
algo así, ¿no?
--Pues claro. Tú con tus problemas y yo
con los míos y la humanidad con los suyos y nada,
que por mucho que nos martiricemos con
ellos no vamos a poder quitárnoslos de encima.
--Claro que no, pero jode mucho que
nosotros estemos tan mal y que haya tantos que
estén disfrutando de las maravillas de la
vida y del mundo.
--Nos tocó perder, querido. Quién sabe si
hay otra vida y en ésa nos toca ganar. Siempre
he pensado que los creyentes viven mucho
mejor, son más felices, y se consuelan de
forma más sostenida, porque tienen fe en
que cuando les llegue la hora fatal comenzarán
de nuevo y tal vez mucho mejor.
--Pero yo no soy creyente, monona, y no
creo que tú lo seas tampoco.
--Bueno, no soy tan descreída como tú,
pero tampoco soy una beata como esa amiga
tuya... esa que pide limosnas...
--Nereida. Dice que los primeros sábados
de cada mes va al Escorial a conversar un rato
con la virgen María. Un día le dije, de
broma, que Jardiel Poncela, a quien por supuesto
no conoce, había escrito un libro titulado
Pero es
que hubo alguna vez once mil vírgenes?
Y por poco me entra a carterazos.
--Hombre, te burlaste de sus creencias y
eso no lo perdona ningún fiel.
--Yo no, se burló Jardiel Poncela que
escribió esa obrita tan cómica. ¿La conoces?
--No soy muy lectora, lo sabes, y menos de
esos libros humorísticos, pero conozco al autor
y sé que se las trae y que no cree ni en
el Lazareto.
La madrugada se presta para sentarnos en
un banco a contemplar las estrellas rutilantes y
creernos que somos dos adolescentes que no
tienen nada mejor que hacer que mirarse a
los ojos y decir tonterías cada uno en los
oídos del otro pero mañana o sea ya dentro de
un rato Selene tiene que enfrentarse a su
mundo real de trabajo y servicios.
--¿Nunca has tenido el pelo más corto?
--¿A lo garzón? Pues no. No me gusta ni
muy corto ni muy largo. ¿A ti cómo te gusta?
--¡Ah! Yo soy un compendio de
contradicciones. Te cuento: mi ideal de la belleza
femenina física es una mujer de piel
morena y pelo largo, negro y lacio. Sin embargo, casi
todas las mujeres que han pasado por mi
vida han sido castañas o rubiancas, porque en
mi país las rubias auténticas no existen.
El amor es como la suerte: loco.
--Y entoces ¿qué rayos te gusta de mí?
--De ti me gustan muchas cosas. Por
ejemplo, que eres delgada, que no eres vulgar
como la mayoría que ahora abunda en el
tapete, que... oye, ¿y por qué tantas
preguntas, si hace algún tiempo me dijiste
que te gustaba descubrir esas cosas sin tener
que preguntarlas directamente?
--Tienes razón. Además, yo sé lo que te
gusta de mí, porque estás como una cabra y
para gustarte una mujer más vieja que la
pirámide de Keops hay que estar como una
cabra.
--Bueno, si tuvieras treinta años menos
quizás me gustarías más, pero...
--Te voy a dar una sola bofetada. ¡Una
sola! Pero te vas a acordar de ella mientras
vivas.
--Vamos, mujer, que era una broma. Así,
así, sonríe. No, pero hablando en serio, a mi edad
una mujer como tú es la recomendada.
Hacemos pareja, tonta. ¿Todavía no acabas de
darte cuenta y de aceptarlo? Porque si
todavía no te has dado cuenta es que estás en el
limbo y llegando al peciolo.
--Lo mejor que tú tienes es lo gracioso
que eres. A veces me haces reír.
Llegamos al hostal. Primera vez que llego
a esta hora. Cuando viví aquí como huésped
nunca me aparecí después de las once, y
eso cuando asistía como público a algún acto
cultural o literario. Como público y como
tonto. Lo de público lo superé, lo de tonto creo
que morirá conmigo.
--Si algún huésped me ve llegar a esta
hora, y contigo, va a pensar que...
--Que piense lo que le salga de salva sea
la parte, querida, basta ya de prejuicios.
--No son prejuicios, acuérdate de que yo
vivo de este negocio y como dijo ese gran
pensador: la mujer del César no sólo tiene
que ser decente, sino parecerlo.
--Pero tú no eres la mujer del César. Y lo
decente no hay quien lo ponga en duda. Yo
quisiera que en lugar del César, fueras mi
mujer, que sería mejor para ambos.
--Pero tampoco soy tu mujer y ese es el
problema. Si nosotros fuéramos un matrimonio no
habría problemas, pero como no lo somos...
--No lo somos porque tú no quieres, porque
yo estoy dispuesto a firmar cuantos papeles
me pongan delante. Total, ya he firmado
más de cien desde que llegué a este país.
--Hombre, ¿así que total? Qué importancia
le das a firmar los papeles del matrimonio...
número cinco, ¿eh? Cómo eres, querido. ¿Y
así pretendes convertirme en la quinta? ¿Y
cuánto duraría yo como tu quinta esposa?
--La vida entera. De eso estoy seguro.
Además, ya yo no puedo continuar saltando de
rama en rama, como Tarzán, así que estás
garantizada. Permanencia segura y absoluta.
Indefinida, infinita, total y eterna. ¿Qué
más quieres?
--Mejor vamos a... oye, ¿y dónde piensas
dormir esta noche? Porque no te veo dispuesto
a marcharte.
--A esta hora no hay transporte.
--Hay búhos.
--No me gustan los búhos. Mejor quedarme
aquí contigo y así completamos el asedio.
--Así completas tú el asedio, que eres tú
quien asedia, no yo...
En la calle Valverde el silencio es total.
Dentro del hostal el silencio es casi total. Sólo se
oyen murmullos mientras todos los
huéspedes disfrutan de un sueño placentero. Pensar
en un mañana imprevisible no tiene
sentido. Mejor dejar que el tiempo transcurra y nos
envuelva con los escasísimos momentos que
podemos disfrutar en paz, porque la paz
es un don de la casualidad que no puede
despreciarse cuando se aparece. Y a veces
sólo se aparece una vez en la vida.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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