domingo, 8 de septiembre de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 34

La vida sigue igual, como dice esa canción que ya nadie recuerda. Pero la historia
no se repite como yo quisiera para poder cambiar todo lo que pensé, dije, hice, y
quizás si todo lo que vi, oí, olí, toqué, gusté. Y para que no me olvide de que la vida
sigue igual aquí están mis dos fueradeseries coinquilinos repitiendo mecánicamente
todas sus acciones en el piso: el albañil quita las puertas interiores, las ventanas que
dan a la calle, la puerta de cristal que da al patio, y hasta la ventana del baño que
también de al patio, y todo para que el vigilante no pueda cerrar nada por la
noche antes de acostarse ni por la mañana a la hora que le da por dejar el sabroso
calorcito de su cama y de su manta y salir al exterior a cerrar todo lo que ve que
el otro (el otro es naturalmente el albañil) ha dejado abierto mientras éste está
fuera en su trabajo. Entonces al vigilante no le queda otro remedio que repetir esas
acciones al revés, o sea: recolocar las puertas interiores, las ventanas que dan a la
calle, la puerta de cristal que da al patio, y hasta la ventana del baño que también
da al patio, acciones que el albañil realiza con maestría y rapidez y que al vigilante
le cuestan un gran esfuerzo y un poco de sudor, aunque fuera del edificio está que
pela, porque es un poco torpe y se pone nervioso mientras maldice la hora en que
a su madre se le ocurrió traerlo a este puñetero y cabrón mundo. "Y aquí dentro",
dice el vigilante rezongando como el anciano de La canción del oro, y así pasan
las horas en este paraíso alquilado. Yo me miro en ese ejemplo y me veo repitiendo
todo lo que hago todos los días y en los últimos meses al punto de cronometrarlo
con exactitud de minutos, acciones, lugares. Nada, Caruca, que me he vuelto no
sólo el animal de costumbres que siempre he sustentado ser, sino el perro que por
no darse con la misma piedra deja la piedra en el mismo lugar los trescientos
sesenta y cinco días del año, y por tonto se golpea con ella una y otra vez.
--Pues vaya con tus personajes. Al menos tienes tela para tu novela.
--Tengo tela pero me falta el hilo.
Leila también es mi gran amiga. Tengo tres amigas, la demás gente que conozco
son sólo eso: conocidos, porque los amigos no pululan como los comentarios sobre
el fútbol. Leila me llama por teléfono para interesarse por mí. Me invita a su casa a
comer y conversar. Me regala cosas que ella sabe que yo necesito, o mejor dicho,
me regalaba, porque un día le dije basta ya, aunque no le dije lo humillante que
resultaba para mí recibir siempre sus regalos y no darle nada nunca. Se puso furiosa,
pero al fin comprendió mi situación y con una de sus sonrisas cariñosas me llevó a
comer a un restaurán, "supongo que eso no me lo vas a rechazar, ¿eh?", y nos
pasamos ese día todo el tiempo juntos.
--Pero de vez en cuando tus compañeros de piso deben hablar de otra cosa, ¿no?
--Pues no, no hablan de otra cosa ni de vez en cuando ni nunca. Son los dos
monotemáticos de profesión. El uno rajando del otro y cada uno diciendo que es
el otro el que está loco, el que es un cochino, el que esto, el que lo otro, y el casero
y yo ya los hemos dejado a su libre albedrío, porque parece que son felices así
como son. Vamos, que con esos bueyes tenemos que arar... y en el mar, que es lo
peor.
--Insisto en que me gustaría conocerlos. Creo que exageras su compoertamiento.
No creo que haya dos personas que se pasen la vida hablando la una de la otra. No
puede ser.
--Se me ocurre una idea.
--Debe ser genial, como todas tus ideas.
--Más o menos. Mira, este domingo van a hacer en el barrio una operación limpieza
y todos los vecinos tenemos que cooperar, sacando los cachivaches a la calle para
que un camión se los lleve. Podrías hacerme la visita y como todos van a estar en lo
mismo los conocerás en calma, sin ningún peligro de alteración del orden. ¿Qué te
parece?
--De aquí al domingo hay tiempo, querido. Déjame pensarlo. A ver cómo está el
hostal de aquí a allá, que ya ves que en estos días tengo bastantes huéspedes.
El albañil metió en el salón todas las cajas que tenía en su habitación y en el
patio, llenas según dice de artículos y equipos que utiliza para su trabajo. Y
dijo "como este cabrón no saca sus cosas, yo pongo las mías y se acabó, y que
venga Eusebio a poner papelitos". El vigilante llegó y no dijo nada, porque a él
le importa una mierda que el salón esté así o asá, mientras mantenga sus periódicos
y todo lo demás dispersados por todos los espacios vacíos que ya no están vacíos,
porque en el salón y en casi toda la casona no cabe ni la esperanza de mejoría de
los que la habitan. Ni de fútbol hablan estos dos especímenes de la raza bípeda.
Aunque Selene no lo crea.
--No digo yo del fútbol, ni del último atentado terrorista que está en boca de todos.
--Ya lo dijo Santo Tomás y lo repito. Estás literaturizando a tus dos coinquilinos.
--Que son así como te los describo, coño, ya lo comprobarás. Es que no hablan ni de la
guerra de Iraq, que está de moda, ni del Oriente Medio, que siempre está de moda, ni
de los americanos, que de esos habla hasta la pitonisa Lola, ni de lo cara que está la
puñetera vida, ni de las cuatro plagas que dicen los retrancas que tiene esta ciudad,
ni de...
--¿Las cuatro plagas? ¿Otro invento literario tuyo?
--No, monada, eso me lo han dicho o lo he oído en los comedores o en los roperos o en
las Juntas de distritos a donde he acudido en busca de papeles y documentos.
--¿Y cuáles son esas cuatro plagas que tiene esta ciudad? Según tus informantes.
--Graciosita la niña, caramba. Pues mira: Marcelo fue quien me soltó la información, “en
esta villa no te escapas de las cuatro plagas, macho: cuando no es el frío es el calor y
cuando no es el viento es la lluvia, pero siempre hay alguna que te está jorobando”...
El caso es que el casero insiste en la inspección y en los avisos que le deja al vigilante
cada vez que nos hace el honor en compañía del cuñado empinante del codo y
chimenea humana permanente y perpetua, que un día casi enciende la cocina porque
dejó un cabito encima de un clóset de madera y se olvidó, entretenido como estaba
oyendo la disertación del casero y mientras arreglaba la tubería del fregadero. Hoy el
casero colocó un papel grande advirtiéndonos de la subida del alquiler para el próximo
año. Cuando lo comenté con los dos contertulios el resultado fue que el albañil se pasó
el anuncio por los testículos y el vigilante por los huevos, así que el único aludido es el
Menda. No se enteran, Diógenes, ni el uno ni el otro, y yo que soy un memo siempre estoy
al día en todo y a la hora de la paella me tengo que convertir en la ventanilla de
información del Ayuntamiento.
--¿Sabes una cosa? Si tus compañeros de piso no hablan de fútbol no es que sean idiotas
sino todo lo contrario, porque oye lo que dice doña Isolina: no todos los fanáticos del
fútbol son idiotas, pero a todos los idiotas les encanta el fútbol.
--Que te oigan ciertos huéspedes que yo conozco...
--En realidad doña Isolina con su lengua suelta se queda algo corta, pues fíjate que aquí
los idiotas no son privativos del fútbol: la televisión y las revistas tontas los aglutinan por
igual, y que me perdonen los inteligentes amantes del fútbol, pero es la realidad. No hay
un solo idiota que deteste ese deporte.
--Pero sí los hay que no leen las revistas tontas, porque hay muchos que yo creo que ni eso
saben hacer.
--En fin, querido, que se acerca la hora del té, así que acompáñame.
--¿Te acuerdas, Selene? Qué trabajo me costó que me dejaras entrar en tu habitación.
--No hables de lo pasado que pasado está, y que por cierto no existe, como no existe el
futuro. Sólo existe este momento en que estamos viviendo, si es que podemos pensar que
en este momento estamos vivos, porque a veces creo que no.
Entra el casero con su cuñado y con el presidente de la comunidad de vecinos del
edificio. El casero últimamente siempre viene cuando no están los susodichos y cuando
estoy yo, aunque yo suelo estar veinte de las veinticuatro horas que tiene el santo día, por
eso a mí me encuentra cada vez que viene. Y últimamente viene demasiado. Porque el
ser humano se pasa o no llega, siempre en los extremos. Allá y aquí y quizás en todas
partes, ya que en las últimas décadas las diferencias entre un país y otro se van haciendo
cada vez menos notables. Ya casi no existe nada autóctono en ningún país. Todo el
mundo con la misma mierda a cuestas. En todas partes tú ves la misma moda, el mismo
estilo, las mismas vallas de publicidad, los mismos temas a tratar, la música, el deporte, las
costumbres, los noticiarios, el mismo perro y hasta con el mismo collar. Se acabó lo que se
daba, macho, como dice Marcelo: “aquí no te escapas de esos cuatro elementos, mi
hermano. Mira: en el invierno, que a veces dura nueve meses, te tulles con el frío que te
aprieta los huesos, en el verano, que aunque es corto es de anjá, cuando sube la tempe
no sabes qué hacer, y si no tienes por lo menos un ventilador, a sudar como un lechón
en ceba, primavera y otoño ni los sueñes, esos términos no pasan del calendario que
reparten gratis los carteros comerciales... y si le da por llover, vuélvete rana, que se te
moja hasta el culo, porque aquí cuando le da por llover llueve con ganas, y el viento
cuando se aparece de gracioso no te deja casi ni mover las piernas... no, si yo te lo
digo: esta ciudad es un vacilón, mi socio”. Y efectivamente, como decía Juan Clemente:
Marcelo da en el clavo: frío, calor, lluvia y viento, pero le faltan otras gracias que tenemos
que aguantar que mejor no las enumero porque ya he hablado mucho de ellas y está
bueno de teledesgracias, que yo dejé de ver los telediarios hace mucho tiempo.
--Yo creo que si le explotan un coche-bomba en la puerta a mis queridos coinquilinos no
se enteran y siguen en su candanga. Dale que dale y erre que erre, porque no paran.
--No respiran cuando están en su candanga, como dices tú.
--Y nunca dejan de estar en su candanga.
--Pues te veo contagiado, querido, porque eso, como todo, se contagia. Así que cuídate
y no te acerques demasiado cuando estén en sus disquisiciones filosóficas.
Por fin el casero acordó con nosotros el plan de limpieza que los tres aceptamos pero que
ninguno piensa ejecutar, y yo no voy a adjudicarme el título de sirviente del alba y del
vigi, por lo que el piso seguirá pidiendo una limpieza general continuada y no una cura
de reposo como tiene ahora cuando el casero coge escoba y el cuñado fregona y dan
el ejemplo a ver si los seguimos, pero no hay manera. Conclusión: el día temido en que
corra la sangre no va a llegar por el momento, perro que ladra no muerde y este par
hasta ahora sólo ha ejercitado el don de la palabra, así que a recostarme a leer el
periódico gratis y a imaginarme que estoy en la tierra del nunca jamás mientras la vida
sigue igual y yo peor, pues cada día que pasa soy un día más viejo y me acerco un poco
más a la pelona que está ahí en la esquina esperando un descuido para cantarme las
cuarenta maneras de decir adiós a esta vida placentera e incuicla como decía Juan
Malpica.

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

(continuará)

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