domingo, 2 de junio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 20

A la par que crecían mis gestiones iba conociendo las cosas malas del país. Las

buenas había que pagarlas. Casi todas.

--Aquí todo hay que pagarlo. ¿Qué esperabas?

--Lo único que espero es que no espero nada. Me niego a seguir conjugando ese

maldito verbo.

--¿Eso quiere decir que te vas a suicidar? Porque me has dicho que el ser humano

debe tener algo que lo impulse a seguir. ¿Has perdido la memoria?

--Puede ser. Es que con el almanaque se va perdiendo todo, hasta que se pierde la

vida, que es lo último, no la esperanza como dice el refrán. La esperanza es lo

penúltimo que se pierde.

--Tonterías. Tú tienes que tener algo que te impulse a vivir. Que no me lo digas es otra

cosa.

--Te lo digo si tú me dices qué es lo que te impulsa a ti a vivir. Porque si no tienes

nada te acompaño al híper a comprar la soga.

--No, querido, hasta ahora no se me ha ocurrido esa idea. Compra tú la soga y si

quieres cuélgate, pero por favor, no te cuelgues aquí en el hostal, que ya tengo

bastantes problemas sin un muertecito. ¡Ah! ¿Te ríes? Nada, que eres un jodedor

empedernido y como siempre te estás burlando de mí.

--No me digas eso que me pongo a llorar aquí mismo.

--Tú no tienes cara de ponerte a llorar por cualquier cosa.

Me preguntaba si aquí viviría mis últimos años, si no podría regresar nunca más a mi

patria, si me quedaba mucho o poco, si mejoraría, si podría publicar mis obras, si

volvería a ver a mis hijos y mis nietos (a uno de ellos no llegué a conocerlo), si algún

día sentiría otra vez la dicha bajo el cielo que era el hogar, si... pero no encontraba

respuesta a ninguna de mis inquietudes y me estaba cansando. Porque el cansancio

es una etapa dentro de la etapa irreversible de la senectud y comienza de

improviso, cuando el viejo todavía no se ha dado cabal cuenta de que se ha

convertido en un viejo con todas las de la ley.

--Dime una cosa: ¿para integrarse en esta sociedad hay que estar toda la vida

haciendo gestiones y buscando papeles? ¿O es tu caso específicamente?

--No es mi caso específicamente, aunque los asilados políticos tienen que gestionar

muchas más cosas. Los inmigrantes económicos, o sea, los que no vienen porque los

hayan echado de sus respectivos países, sino porque quieren mejorar de vida, como

se dice en la prensa, pues ésos sólo tienen que acceder a los permisos de residencia

y de trabajo y ya. En cambio, a mí me trajinan desde que llegué, pasando por la

larga etapa de solicitante, después de asilado, más tarde de nacionalizado y ahí

terminan las ayudas, porque si eres un ciudadano nacional, arréglatelas como los

demás ciudadanos nacionales, y al obtener el asilo pierdes automáticamente todas

las ayudas que recibías como solicitante.

--¿Así que tú no eres inmigrante, sino asilado político?

--No, ya no soy asilado político, ya obtuve la nacionalidad. Pero nunca fui un

inmigrante, aunque no tengo nada contra esa denominación, sólo es que no lo

fui porque fui un refugiado o algo de eso. Yo no vine, me mandaron de una patada

al aeropuerto, ¿comprendes? ¡Bah! Mejor no hablar de eso, el tema es aburrido y a

ti, no sé, pero a mí me produce un escozor mitad rabia mitad no sé qué carajo por

verme en esta situación que no tenía por qué habérseme dado. Tú misma lo dijiste: lo

peor que le puede pasar a un ser humano es tener que vivir fuera de su patria.

--Tienes razón, querido, mejor no hablar de eso, que no tiene remedio. No te pongas

tristón y vamos a comernos un helado. Anda, ven, acompáñame, ahora que aquí todo

está en calma.

Los inmigrantes crecían como la hiedra y se reproducían como los curieles y dondequiera

que yo iba me los encontraba: organizaciones, instituciones, comedores, comisarías,

servicios sociales, ambulatorios, incluso cuando me convertí en ciudadano del país de

adopción seguí encontrándomelos, pues cada día aumentaba su número y en todas

partes ya había más que las posibilidades de atención de que el Estado disponía. Pero

lo curioso es que a pesar de que la mayoría no era mala gente, la gente del patio

comenzaba a rechazar la gran cantidad de inmigrantes que pululaban, achacándoles

incluso más barbaridades de las que cometían, aunque cuando los entrevistaban

decían todo lo contrario a lo que de verdad pensaban. La sinceridad era ya parte de un

pasado que no iba a volver. Si es que algún día lo hubo. Una noche en el hostal, cuando

Selene era La Rusa, salió a relucir por primera vez el tema de la inmigración.

--Pero usted es un inmigrante. No veo cómo pueden molestarlo sus compañeros de

andanza como usted los llamaría.

--Yo no los llamaría compañeros de andanza, que no lo son en realidad, a mí no me

molestan como a tanta gente que se queja de ellos, y sobre todo, yo no soy un

inmigrante, sino un exiliado, que no es lo mismo ni se escribe igual, señora.

--Pues para mí es lo mismo un inmigrante que un exiliado que un extranjero cualquiera.

Como ese filipino que usted encontró en la Cruz Roja.

--Tanto como encontrarlo no, pues si él estaba perdido yo no lo estaba buscando, y en

cuanto a su unificación de los de fuera, la respeto, pero no la comparto, porque sí

hay diferencias, y muchas, entre los extranjeros que vienen aquí. Ojalá yo fuera uno de

esos inmigrantes que salió de su país porque allí pasaba hambre o no tenía trabajo o

cualquier otra cosa, pero otra cosa muy distinta es tener que salir forzosamente por

pensar con la cabeza propia y no aceptar lo que orienta, manda, ordena y obliga un

gobierno despótico y totalitario. Me extraña que usted, que vivió bajo una dictadura

comunista, no sepa ahora distinguir entre la arena y la cal.

--Vamos, no se enfade, es que ya a mí ese tema... mire, yo tengo un hostal y de eso

vivo, y muchos extranjeros me ayudan a mantenerlo, aunque últimamente vienen

pocos. Pero de ellos muchos son inmigrantes pobres que por eso se hospedan aquí. O

sea, que a mí me da lo mismo que vengan por economía o por política. ¿Me entiende?

--La entiendo. Usted mira a través del cristal de su negocio, lo que es muy humano. Pero

de todos modos sería saludable que los distinguiera, porque no todos los que vienen

son de la misma catadura y los hay que cuidado, porque pueden ocasionarle problemas.

--Entonces he tenido suerte, porque a mí, los pocos que han venido no me han causado

ni uno solo. Y en cuanto a lo que piensa y dice la gente esa que entrevistan, no sé qué

decirle... la gente es hipócrita, querido huésped, todos tenemos algo de hipócritas y

todos tenemos derecho a guardarnos ciertas ideas para nosotros solos. ¿Por qué

pregonar a los cuatro vientos lo que pensamos de los inmigrantes, de los terroristas, del

gobierno? ¿Qué sacamos con eso?

--Quizás tenga razón. Si yo hubiera actuado según su criterio, quizás estaría en mi país

y quizás con un buen cargo en el gobierno, viviendo como Carmelina. Es verdad que

nadie es sincero del todo, pero por las cosas que he notado, en este asunto de la

inmigración creo que las autoridades deberían tomar ciertas medidas, porque tampoco

por congraciarse con las ONGs o con la oposición el gobierno tiene que admitir a

cincuenta millones de inmigrantes... en este país no caben todos los que quisieran

venir, supongo. Yo pienso que aquí les deberían abrir las puertas a quienes son

perseguidos en sus propios países por alguna razón. Pero en cuanto a quienes quieren

mejorar sus vidas... porque óigame, si esto sigue así... ¿se imagina cuántos millones de

seres humanos hay en el planeta que quisieran mejorar sus vidas? ¿Y dónde se van a

meter? ¿No sería mejor ayudarlos a que dedicaran sus esfuerzos a desarrollar sus países

y quedarse en ellos?

--Usted podría ser profesor, orador, académico... ¡oiga! Tiene madera.

La Rusa insistía en que escribiera mis puntos de vista y en que los enviara a algún diario,

cosa que comencé a hacer en aquellos días de recién llegado y de inocente, porque

aún me quedaba mucho de inocente, y ya se sabe que la inocencia es tan bonita como

tonta. En mis primeros pasos encontré a Marcelo en el primer comedor que me

asignaron, que era uno para refugiados solamente, en la calle Canarias. Allí conocí

también a algunos inmigrantes que habían solicitado el asilo político como yo. Entre

ellos había no sólo diferencias, sino discrepancias, y en algunas ocasiones se armaban

bandas en barrios de la capital según conversaciones que solía escuchar. “Claro, mi

hermano, aquí hay mucha gente que viene a joder y a armar líos, porque quiere vivir

de panza, sin disparar un chícharo, a costa del Estado, y el Estado es un bobalicón que

los mantiene y hasta les concede privilegios que a los propios de aquí no les da y eso,

macho, no puede caerle bien a estos tíos”, me decía Marcelo. A La Rusa tampoco le

caían muy bien algunos, sobre todo los de Europa de Este, quizás porque ella era de allá.

--Precisamente esta mañana leí en el periódico un artículo de un periodista que comenta

el asunto de la inmigración. Dice este periodista que la mayoría de los actos delictivos que

se cometen los cometen los inmigrantes.

--Bueno, yo creo que ese periodista está un poco pasado de rosca. ¿Usted qué cree?

--Ya le he dicho que yo recibo aquí a todo el que venga, y que he tenido suerte, pero

hay cosas que hay que reconocer. Mire, algunos periodistas comparan los delitos que

cometen los habitantes del país con los que cometen los inmigrantes, y vamos, hombre,

que se creen que somos estúpidos, porque dicen que los del país cometen muchos más.

Pero el país tiene cuarenta millones y los inmigrantes no llegan a dos.

--O sea, que tendría que sacar el porcentaje comparativo a ver qué sector comete más

delitos.

--Eso mismo. Usted me entiende. Pero en fin, que estamos tocando un tema que no tiene

solución. En todo el Primer Mundo hay cada día más inmigrantes y cada día habrá más y

con el tiempo habrá muchos países del tercer mundo que desaparecerán.

--¿Quiere decir que se quedarán sin población?

--Más o menos. Todos se mudarán a nuestros países y aquí estaremos como latas de

sardinas. Aunque no creo que eso usted y yo lo veamos.

Los inmigrantes continúan llegando por aire, mar y tierra. Y las encuestas señalan a los

inmigrantes como la tercera, cuarta o quinta preocupación de los habitantes del país.

Siempre después del desempleo, del terrorismo y de la seguridad ciudadana (¡qué

nombrecito!). La prensa, la radio y la televisión hacen su agosto con estos temillas que

siempre están en el orden del día. Y no se acaban: sigue el desempleo, sigue el terrorismo,

sigue la inseguridad ciudadana, siguen los inmigrantes, y sigue la jodienda con otros

tantos problemas importantes que parece que los políticos quieren olvidar, como el

maltrato a las mujeres (que se mantiene sobre todo con la complicidad de los jueces que

no castigan a los maltratadores) y dentro de este maremágnum de asuntos sin resolver yo

también sigo pero no jodiendo sino jodiéndome porque mi situación continúa sin variación

a más y mejor como tantas voces amigas quieren vaticinarme: “yo creo que este año tu

situación va a mejorar” (Ascensión, mi asistenta social), “pero claro que vas a mejorar,

todo el mundo si se lo propone mejora su vida” (Ana, mi mejor amiga, ingenua como una

amapola), “pues yo me pasé seis años comiéndome un cable, hasta que encontré este

trabajo, y ahora me siento mucho más desahogada, así que no te desesperes” (Leila, mi

mejor compatriota, alumbrada por la suerte y sus esfuerzos), “ya tendrás trabajo y ganarás

un sueldo, y tendrás amor y una familia, ánimo, hombre” (Manuel, el optimista a ultranza).

--Bueno, pensándolo bien, tú y yo formamos parte de esa mitad de la población que está

arriba. ¿Te imaginas cuántos millones de negros, de indios, de suramericanos, de asiáticos,

no tienen ni una cama donde acostarse a dormir y a soñar que un día serán ricos?

Pues a dormir la siesta, Victoriano, que se me cierran los ojos después de la enorme paella

que me tocó en el comedor de ancianos (esto no es un eufemismo) San José, a donde

voy a almorzar vía dos metros y un tren de cercanías, ¡ah, Catana! Y gracias, que

conozco a unos cuantos que con un bocadillo a las dos de la tarde se despiden hasta el

día siguiente.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


(continuará)




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