domingo, 23 de junio de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 23


La prensa, la radio, la televisión, variaciones sobre el mismo tema y ni siquiera del

 

gran Paganini. Cualquiera se cansa, a no ser que sea un mequetrefe que disfrute

 

con las cuatro constantes de la vida en esta sociedad: 1) el fútbol, 2) la política, 3) el

 

famoseo indecente, y 4) la publicidad. Del fútbol no se escapa nadie (inocente de

 

mí que pensé que podía hacerlo). De la política tampoco, pues dondequiera que

 

mire y que oiga ahí está, ubicua, con la misma cantaleta. Lo del famoseo pasa ya

 

de tontería y se convierte en una lamentable perdedera de tiempo. Y la publicidad,

 

mejor ni acordarse, te la encuentras hasta en los servicios de las terminales de

 

autobuses. Sí, cualquiera se cansa, y yo estoy cansadísimo, física, mental, emocional

 

y espiritualmente. Física, porque a ocho años de distancia en este puñetero paraíso

 

todavía tengo que dedicar una parte importante de mi tiempo a gestionar mi

 

continuidad en la dulce sobrevivencia del exilio de los pobres y los desconocidos.

 

Mental, porque el ametrallamiento con las mismas caras y los mismos gestos en

 

periódicos, emisoras y canales de tv desarticula la más degustada estabilidad.

 

Emocional, porque como Selene no se decide y mi bolsillo permanece impávido ni

 

pensar siquiera en un encuentro agradable que alivie en algo mi carencia de cariño

 

femenino. Y espiritual, porque la satisfacción de ver alguna de mis obras en imprenta

 

ya ha pasado a un recuerdo resignado (uno más) en el capítulo de la nostalgia, a

 

pesar de que Cortázar dijo un día que "todo lo que se escribe hoy y que vale la

 

pena leer etá orientado hacia la nostalgia" (más o menos sic). El caso, es, Xoximín,

 

que aquí estoy porque llegué y aunque vine ni vi ni vencí, y lo demás es la Balada

 

del café triste de Carson McCullers, si es que esa novelita es de esa autora, que ya

 

estoy que casi no me queda nada que perder. Manuel insiste en darme ánimos,

 

parece que le gusta la palabrita, porque en cada encuentro que tenemos me la

 

suelta: "hombre, que no es para tanto, por lo menos tienes un subsidio, algo es algo,

 

ánimo". Pero sigo cansado y con el peso de que llevo ocho años intentando ser útil y

 

la burocracia por un lado y los tres nadies por el otro, es como para salir corriendo.

 

--Tú y yo nos parecemos hasta en la manera de hablar. Perdimos el lenguaje de

 

nuestros países de origen y tampoco hablamos como los habitantes del país de

 

adopción. O sea, que no se sabe con qué acento ni con qué vocabulario

 

nos hacemos entender, si es que nos hacemos entender, cosa no muy fácil en estos

 

tiempos que galopan.

 

--Precisamente esa circunstancia es lo que hace a nuestra fraseología interesante,

 

cuando alguien que no nos conoce nos escucha no sabe de dónde diablos somos.

 

--Por eso cuando escribo me doy cuenta de que el lenguaje que utilizo se

 

entremezcla, lo que puede ser bueno o malo según el lector que me lea, si es que

 

alguno me lee, que ya me estoy temiendo que aparte de ti, de Ana, de Leila,

 

Ningunita Soledad Unaida.

 

--Pues mira, yo creo que si pones esos nombres que inventas en tus obras, al menos

 

los que te lean, que siempre habrá idiotas para todo, disfrutarán con esas

 

ocurrencias, y no dudes de que a alguna parturienta que tenga tu libro en la

 

cabecera se le ocurra ponerle alguno de esos nombres al que acaba de traer al

 

mundo.

 

--¡Eureka!, como dijo... no me acuerdo si fue Arquímedes o Jacinto el loco... ya

 

ahorita no me voy a acordar de quién soy ni de dónde estoy ni de qué carajo hago

 

aquí... pero recórcholis, me acuerdo del refrán que me soltó mi ex allá en el

 

aeropuerto, en la despedida. Porque no sé si sabes que yo me llevo mejor con mis

 

mujeres después de los divorcios que cuando hemos estado conviviendo bajo el

 

mismo techo...

 

--No, no me lo habías dicho, pero ya van tres veces que me citas ese refrán de tu ex

 

y no me acabas de decir en qué consiste su virtud.

 

--¿La del refrán o la de mi ex?

 

--Por cierto, ¿cuál de tus ex te despidió en el aeropuerto? ¿O se pusieron de acuerdo

 

todas para ir en conjunto a darte el último adiós?

 

--No, mi querer, fue la última, sólo la última, la que más cerca me tenía a la hora de

 

subirme al avión y emprender mi nuevo derrotero y que me quiten lo bailao, como

 

dice Juan Pringao.

 

--No te vuelvas cutre, hortera, vulgar, que esas cualidades no van con tu

 

personalidad.

 

--Tienes razón, querida mía, perdóname, es que uno se contagia con la tele y con el

 

aire que se respira mayoritariamente. Eso no puede evitarse. Por eso me cuestiono y

 

no acabo de encontrar la respuesta a mi pregunta perpetua, permanente, vitalicia y

 

eterna.

 

--Mira, déjate de buscarle las cuatro patas al gato que sólo tiene cinco si contamos

 

con el rabo y óyeme una cosa: si no me dices ahora ese refrán que te dijo tu ex,

 

estás castigado.

 

--¿Castigado? ¿Y cómo, cosa linda?

 

--Pues como más te duele... a no verme durante una semana.

 

--¡Ajá! Así que sabes que eso es lo que más me dolería. Ten cuidado, negra, que a

 

veces los castigos se vuelven contra quien los impone. De todos modos, como yo me

 

cuestiono a partir de ese refrán, si es que es un refrán, te lo voy a endosar: "vale más

 

fracasar intentando triunfar que no triunfar por temor a un fracaso". Puedo repetirte

 

el dialoguito que ejecutamos inmediatamente después: yo: échale, ese no lo había

 

oído, ¿de quién es?, ella: quizás sea de mi cosecha, no me menosprecies, yo: nunca

 

menosprecio a las mujeres, lo sabes muy bien, ella: sigue con esa técnica, quizás allá

 

en tu nueva patria caiga alguna, yo: eres mi mejor ex, ella: y tú serás mi último

 

recuerdo... ¿Qué te parece?

 

--Hombre, tu memoria está de academia, y luego dices que la estás perdiendo.

 

Digo, si fue así exactamente, aunque creo que lo has inventado ahora mismo.

 

--Fue así exactamente, como te lo estoy contando. Y lo que te decía, que me guío

 

por esas palabras de mi ex para saber si vale la pena fracasar intentando triunfar,

 

porque a estas alturas ya yo no estoy seguro de que mi decisión forzosa haya sido la

 

correcta. Mira, este exilio es un paraíso para algunos y un infierno para la mayoría, y

 

lo peor, no hay término medio, porque el término medio es casi un infierno también,

 

y yo, querida, estoy entre el medio y el fondo. Dice una información del diario

 

gratuito que a juzgar por lo que yo recibo estoy por debajo del nivel de pobreza. Y

 

estoy al borde del nivel de indigencia, porque fíjate en esto: lo que yo cobro por

 

subsidio es menos de la mitad de la media de pensiones mínimas para jubilados.

 

¿Qué te parece?

 

--Sin comentarios, querido. Voy a ver cómo están mis huéspedes, que al menos ellos

 

no me atolondran con sus quejas y sus lamentos.

 

--Anda, ve a ver a tus huéspedes, pero reconoce que yo he sido tu huésped

 

preferido en toda la historia del hostal Odessa.

 

--¡Qué engreído estás! ¡Y qué atrevido eres! ¿Cómo sabes lo que me ha ocurrido en

 

todos estos años en que tú no te habías aparecido en mi existencia?, tan tranquila

 

hasta que tú llegaste con aquella chica, que Cecilia me dijo que era muy mona y

 

que parecía tu hija y no tu mujer, porque ella se creyó que ustedes eran una

 

pareja que venía buscando un lugar para...

 

Si Leila se entera. El caso es que actualmente, librado ya de ciertas aprehensiones,

 

me ha dado por cuestionarme en todos los aspectos de mi vida, que por supuesto, si

 

la repitiera no haría nada exactamente igual, pero que lo hecho, hecho está y hay

 

que joderse y arrastrar las charranadas que uno ha cometido. Una vida inútil es algo

 

lamentable, sobre todo si esa inutilidad te la han impuesto y no la sientes por tu

 

propia culpa, como en mi caso, que a mí me impusieron el camino para que ahora

 

me sienta totalmente inútil y sin poder remediar esa inutilidad tras innumerables y

 

vanos intentos por ser útil y por serme útil a mí mismo, pues como dice Marcelo, si tú

 

no te ayudas, ¿cómo carajo vas a ayudar a los demás? Cuando estaba aquí recién

 

llegado no quería ni siquiera tomar leche, pensando que mis hijos no tenían leche en

 

mi país, hasta que me di cuenta de que con no tomarla no resolvía nada, pues no

 

podía enviársela a ellos, y empeoraba mi situación al no lograr mantenerme en buen

 

estado físico y mental para algún día poder ayudarlos. Pero ¡ah, Catana!, el canto

 

de las sirenas es mierda comparado con las maravillas que yo de tonto imaginaba

 

que me iba a encontrar en esta patria nueva, la tierra de las oportunidades, el país

 

de los sueños, la panacea, el non-plus-ultra, la salvación, el fin... y de aquello nada y

 

de lo otro ¿quién se acuerda?

 

--Ya te lo dije desde la primera vez que hablamos, querido: idealizar a alguien o a

 

algo es una muestra de inmadurez y además es una tontería. Pon los pies en la tierra

 

de una vez, que esta no es la tierra de Jauja.

 

Estoy solo, metido en mi cuarto, cansado de pensar, analizar, recordar, y sobre todo

 

de dudar, y hasta he llegado, en los momentos de mayor incertidumbre, a

 

preguntarme si hice bien o mal en venir a este país, donde paso y pasaré ignorado,

 

pobre, inédito, y totalmente inútil en el límite de la frustración: sin poder hacer nada

 

por esta sociedad y sin que esta sociedad haga nada por mí. Hace días no sé nada

 

de Ana ni de Leila. Hace meses que Radhis no me escribe. Hace un siglo que Manuel

 

no me llama. De mis hijos sé tan poco que casi no sé nada. Y para colmo, los

 

periódicos de esta mañana traen en sus primeras planas el último atentado de los

 

terroristas: muertos, heridos, destrucción, ruina, y lo que más duele: impunidad... Es

 

como para tomarse un pomo entero de Fenobarbital... ¿O no?

 

 

Augusto Lázaro


 

@augustodelatorr

 

(continuará)

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