Los
ánimos están caldeados: llegó el albañil ya cerca de las siete de la tarde y se
encontró
el mismo panorama, pero más cargadito, lo que lo hizo montar en cólera
morbis
y: recogió del patio dos jerseys viejos y sucios tirados sobre una escalera
plegable,
varios calcetines igualmente viejos y sucios tirados en el suelo, una toalla
ídem
de lienzo colgada en la soga de la tendedera del patio, varias cajitas de
cartón
estrujadas llenas de pedazos de papel arrugado y de trapos mojados, un par
de
tennis rotos abandonados en una esquina, con media docena de pinzas de
tender
la ropa dentro de uno de ellos, unas chanclas desteñidas con un agujero en la
punta
cada una, y algunas cosillas más que se me han olvidado, y... ¡PAAAF!, todo lo
echó
en una de las cajas y salió de un tirón llevándosela y dando un portazo y
"esta
mierda
a la basura", me dijo al descubrir mi presencia asombrada de su cólera
aquilina.
El vigilante no estaba presente, por lo que cuando regrese seguro habrá
candanga,
y esa no me la pierdo. Es mi entretenimiento preferido, porque dentro de
su
tragedia ambos son por igual cómicos, al menos para mí, porque ni el uno se
enmienda
ni el otro se va, y están así desde que tuve la suerte (?) de instalarme en
este
piso que pudiera brillar como la casa de los tres chanchitos, pero como está
repleto
de periódicos viejos regados por todos los rincones y demás pertenencias
del
ahora ausente, pues... en fin, que como dice Juan Ramón: esto es un vacilón...
--Podrías
filmar esas escenas entre tus coinquilinos y llevarlas a la tele, a lo mejor te
buscas
una fortunita, porque esas cosas las pagan muy bien en la pantalla chica.
--¿Tienes
alguna cámara de vídeo?
--Yo
no tengo ni... bueno, pues no, no tengo cámara de vídeo ni de nada, así que
búscate
una por ahí y manos a la filmación.
--Acompáñame
a uno de esos centros comerciales donde los cacos campean y
verás
cómo consigo esa cámara enseguida, sin riesgos, sin peligros, sin castigo.
--Tú
vas a terminar, como dice mi huésped italiano, in galera.
Para
calmar sus ímpetus el albañil me dijo, en la cocina, calentándose una olla de
algo
que olía riquísimo, que “un día voy a quemar todos esos periódicos y a la
mierda,
coño,
que esto parece una cochinera, una cabrona cochinera, y toda la mierda que
hay
aquí es de ese asqueroso”, pero apagó el gas y se llevó la olla a su cuarto
para
darse
el banquete vespertino. Porque supongo que lo que hay en la olla sea para él
un
banquete, a juzgar por la cara que pone cuando se la lleva. Yo nunca he visto
el
contenido, sólo conozco el olor.
--¿Y
para qué quieres que te acompañe si tú sabes ir solito a esos lugares?
--Pues...
verás, es que necesito un cómplice para la operación que tengo en mente.
--Tú
tienes tantas operaciones en mente que ya no sabes cuál de ellas es la que vas
a
acometer. Mejor sigue con tus libros y con tu ordenador, que con ellos al menos
no
te
buscarás problemas.
--Agenciándome
el vídeo o cualquier otra cosa tampoco, nenita. ¿O es que no sabes
que
aquí no se condena a nadie por robarse un vídeo o cualquier otra cosa? No, la
justicia
está de nuestra parte, mujer. Nos invita a delinquir. ¿O es que no lees los
periódicos?
¿No te enteraste de ese juez que dejó en libertad al tipo que lanzó a su
novia
por la ventana? Dijo el magistrado que el hombre no tenía intenciones de
matarla.
Hombre, claro que no, lo que pasó fue que la chica tenía calor y el tipo, tan
tierno
y cariñoso él, quiso que tomara el fresco aterrizando en plena calle desde su
ventana
en un cuarto piso... ¡ah!
--Creo
haber oído algo de eso en la radio. Pero a eso ya estamos acostumbrados, ya
te
lo he dicho. A eso y a cosas peores. No sé por qué te llaman la atención.
--No,
si yo también me estoy acostumbrando, por eso te pido que me acompañes a lo
de
mangarnos el vídeo y después me dedicaré a grabar los enfrentamientos y las
acciones
del albañil y el vigilante, que son diarias, y por lo que observo, eternas, pues
no
parece que por ahora se muera alguno de los dos. Gozan de buena salud y creo
que
las peleas los alimentan. Cuando no se enfrentan porque uno de los dos está de
viaje
veo al otro algo tristón y el silencio se apodera del piso. Pero tanto el uno
como el
otro
persisten en insultarse mutuamente sin llegar hasta ahora a las manos. El
casero nos
da
sus vueltas esporádicas, siempre acompañado del cuñado que le sirve además de
ejecutor
de sus brillantes ideas, como la de programarnos un plan de limpieza que
acaba
de pegar en la pared de la cocina, sin reunirse con nosotros para ver si
estamos
de
acuerdo, por lo que le vaticino a dicho plan el destino de los periódicos que
tiene el
vigilante
esparcidos por todos los rincones.
--¿Sabes
una cosa? No te creo capaz de hurtar ese vídeo en ningún centro comercial.
Tú
presumes de que eres un duro y en realidad no eres capaz de matar una mosca.
--Bastantes
moscas he matado en mi vida, monadilla, y eso que no soy capaz... lo que
te
pasa es que temes convencerte por ti misma, por eso no te decides a
acompañarme.
--Te
acompañaría para ver si lo haces o no, pero tú me has pedido que sea tu
cómplice
y
hasta hoy todavía no me ha dado por meterme a ladrona de centros comerciales.
--¿Y
no te apetecería experimentar nuevas emociones?
--A
mi edad ya no existen las nuevas emociones, querido.
--Te
estás autocalificando de vieja, cosa que distas mucho de ser.
--Quizás
lo aprendí de tus lamentaciones... y ahora que hablo de eso, deberías ir al
muro
de
Jerusalén a desahogarte, así me dejarías tranquila con tus vicisitudes, que
tanto me
las
repites que casi me las sé de memoria.
--Y
pensar que en tus manos está resolver todos mis problemas.
--¡Anda
ya! Ni que yo fuera el genio de la lámpara de Aladino.
Por
la noche llegó el vigilante y se encontró con la ausencia de la mayoría de sus
preciadas
pertenencias. Dio tres golpes fuertes en la puerta del albañil y cuando éste
la
abrió con cara de perro bulldog achuchado, el vigi le espetó que por qué la
tenía
cogida
con él o algo así y ahí mismo el alba le gritó una sola palabra: “¡CERDO!”, y
le
cerró
la puerta en las narices. El vigilante, que a pesar de su insistencia ya está
muy
acostumbrado
a estas acciones intempestivas de su gran compañero de piso, lanza
palabrotas
e improperios al aire que le escucha en calma y sin protestas, y se mete en
su
cuarto rezongando bajito, “repugnante, eso es lo que eres, ya me tienes hasta
las
narices,
picha, que todo te molesta, estás loco, eres repugnante”, y etc. Yo sigo en lo
mío,
y así las tres puertas habitacionales se mantienen cerradas, cada cual en su
juego
como
Antón Pirulero y otra vez parece que no hay nadie en el dichoso piso, mientras
los
vecinos se estarán divirtiendo o recondenando con las alteraciones del orden
producidas
diariamente en el encanto de lugar donde a ratos sobrevivo según el
color
del cristal.
--¿Quieres
apostar?
--¿A
qué?
--A
que me birlo el vídeo y salgo ileso.
--¿Y
qué podemos apostar? Porque lo que es dinero no pienso arriesgarlo.
--Ah,
pues... podemos apostarnos una cena por todo lo alto... y con baile y demás.
--¿Y
qué debo entender por eso de demás?
--Bueno,
Selene, ya sabes... lo demás... ¿no?
--Mejor
te contesto mañana, porque ahora lo que me dan son ganas de mandarte al
carajo
y seguro que eso no te va a gustar.
--Tú
te lo pierdes, platinada.
--Ya
me he perdido muchas cosas mejores, así que no me voy a resentir por eso.
--Eres
deliciosa, por eso me gustas tanto.
--Y
tú eres... ¡hasta mañana, hombre! Vete a dormir, que te hace mucha falta.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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