--Te
noto nervioso, estás exaltado y sudado, ten cuidado, el infarto es la segunda
causa
de muerte en el país.
El
primer certificado médico que me pidieron cuando me asignaron al CAT me
obligó
a hacerme análisis de sangre, de orina, de heces, tomas de presión,
radiografías,
electros, peso, medida, examen odontológico, auscultación pulmonar,
archivo
con la hoja clínica o como se llame ese mamotreto, y en fin, que aquello al
menos
SI era un certificado que hacía constar que yo no padecía ninguna
enfermedad
contagiosa que me impidiera convivir con otras personas. Escobita
nueva
barre bien.
--Estoy
nervioso, exaltado y sudado, ¿qué tú te crees, que mi vida es tan plácida
como
un colchón acuático?
El
último, o sea, el que tuve que presentar en el club comedor San José, consistió
en
lo siguiente: buenas tardes, doctor, buenas tardes, usted... deje ver... usted
no
suele
venir nunca o es la primera vez que viene, sí, doctor, nunca vengo porque no
me
siento nada, hombre, eso es estupendo, mejor nos vemos en la calle, sí, es lo
mejor,
¿y a qué ha venido hoy?, pues verá, doctor, es que voy a ingresar en uno de
esos
comedores sociales y me han pedido, entre otros papeles, un certificado
médico
donde conste que yo no tengo... ah, sí, ya, espere un momento, por favor...
y
el médico abre una gaveta, saca un papel impreso, consulta su reloj y un
almanaque
de pared, firma el papel, le pone un cuño y me lo entrega, aquí
tiene,
amigo, y lo felicito por su salud, pero doctor, ¿y no tengo que hacerme...?,
no,
hombre, si se ve que usted está más sano que las manzanas Golden, y salí de
la
consulta con mi certificado médico a los cuatro minutos de entrar.
--¿Cómo
sabes que un colchón acuático es tan plácido?
Cuestión,
que esto es mejor que Bachiche, compa, como dice Marcelo, que aquí
lo
mismo te limpian el estómago aunque lo tuyo sea de la oreja izquierda, que te
declaran
fiambre sin tomarte el pulso.
--No
obstante todo eso que me cuentas creo que deberías dedicar más tiempo al
ocio,
no puedes pasarte todo el tiempo leyendo y escribiendo metido en tu cuarto.
Aunque
digas y repitas que tu oficio es la soledad.
--¡Ay,
querida mía! ¿Así que debo dedicar más tiempo al ocio? ¿A qué tipo de ocio?
Porque
el ocio cultural hay que pagarlo, el ocio científico hay que pagarlo, el ocio
Ilustrativo
hay que pagarlo. Y para ir a sentarme en el banco del parque a ver a la
señora
que le tira pan a las palomas, prefiero quedarme en mi cuarto con mis libros y
con
mi literatura. Ah, y cuando sienta deseos de ocio, siempre que sea gratis, tú
me
acompañas.
--Lamento
no poder acompañarte siempre, podría demostrarte que para el ocio
saludable
no hay que gastar dinero.
Selene
se había acercado a mis requerimientos, pues salía conmigo a merendar, a
comer
de vez en cuando, al cine, al teatro, y una vez me llevó a un pueblecito
cerca
de la Sierra donde el frío ponía tieso hasta el pan con tocino que llevamos.
Claro,
eso cuando podía escaparse del hostal, que era de San Juan a Pascuas. Por
eso
yo tenía que verla en su propio elemento, donde era interrumpida por algún
huésped
tan inoportuno como pesado, y nuestra relación se resistía a traspasar la
etapa
amistosa aunque íntima a la que ya nos estábamos acostumbrando. Pero en
mi
soledad me ponía a pensar y a valorar las dos opciones que siempre aparecían
en
estos trances: ¿sería mejor Selene como amante que como amiga? ¿Lo
descubriría
alguna vez? ¿Habría renunciado definitivamente al amor, al placer, al
sexo,
a la compañía de un hombre? Porque a pesar de pasar de la media rueda y
yo
de las seis décadas, ambos nos conservábamos de buen ver.
--¿Sabes?
Si me preguntaran cuál es el placer que más me gusta disfrutar, no
vacilaría
en contestar que leer, por encima del sexo. ¿Qué te parece? A que no
esperabas
esta confesión, chulita.
--De
acuerdo con nuestras conversaciones... sí, me la esperaba. A pesar de tu
insistencia
en lo erótico, porque tú eres medio viciosillo, me parece.
--Te
parece mal, querida, soy un hombre sin vicios, o apenas con un par de ellos,
los
que
me salen gratis: leer y escribir. Hace muchos años tomaba café como un
obseso,
y fumaba, porque no hay... o en mi caso no había placer mayor que
tomarse
una taza de café y encender un pitillo... ¡ah! Quien no lo ha experimentado
en
carne propia no puede valorar lo que se siente. Y hace muchos años tenía
también
otros vicios o placeres, porque casi siempre los vicios son placenteros. Si no,
nadie
los tuviera.
--¿Las
drogas también son placenteras?
--Estamos
hablando de vicios... ¿cómo llamarlos? Vamos, de vicios digamos
civilizados,
o menos dañinos, no sé...
--Civilizados
son todos los vicios, pues los vicios nacieron con el hombre, querido.
--Bueno,
bueno, bueno. Tú ganas. El caso es que... ¿de qué carajos estábamos
hablando?
--Del
ocio.
¡Ah!
El ocio. Selene todavía se empeña en que yo me dé al esparcimiento, que
según
ella es gratis. Lo que ella no sabe ni siente como yo es que después de ocho
años
de tantas gestiones ininterrumpidas, por uno u otro motivo, con la Cruz Roja,
la
CEAR,
el ACNUR, la Operación Rescate, Amnistía Internacional, Asti, Fedora,
Comrade,
Caribú, Cáritas, y las parroquias, los comedores, las Juntas de Gobierno,
los
roperos, Asistencia Social, Servicios Sociales, Tarjeta Sanitaria, Abono de
Transportes,
solicitudes de subsidios, búsqueda de vivienda, mudanzas y traslados
con
la ayuda inestimable de mi amiga Ana (y de su coche), documentos en
instituciones,
organismos y organizaciones, fotocopias, muchas fotocopias, etc., y eso
sin
contar el tiempo y el esfuerzo y el gasto dedicados a gestiones literarias y
laborales,
todas infructuosas, a cualquiera le quedan deseos de disfrutar del ocio
gratis,
o del ocio saludable como ella lo llama... con estos truenos a cualquiera lo
que
le quedan son deseos de mandarse él mismo al recoño de su puta madre que
lo
parió sin pedirle permiso ni al Papa... Nada, Wenceslao, que a conjugar los
verbos
fundamentales
del exilio: pensar, recordar y caminar... y sobre todo, esperar.
--Alégrate
de caminar y de subir y bajar escaleras, así matas dos pájaros de un tiro:
desarrollas
músculos y evitas el infarto.
--Y
el infarto mental, ¿cómo lo evito? Porque óyeme, mis datos y mis fichas están
en
todos
los ordenadores de todos los lugares donde he estado gestionando algo. Y yo,
de
tontuelo que soy, me figuraba que sólo en mi país controlaban a la gente tan
minuciosamente.
--La
burocracia lo controla todo, querido, y la burocracia es universal. La libertad
no
existe,
o sólo existe para quienes la pueden ejercer, como los políticos, los famosos,
los
periodistas, la gente importante y poderosa. Nosotros, los de a pie, como tú
nos
llamas,
¿dónde vamos a dejar salir nuestras ideas, nuestros pensamientos, nuestros
puntos
de vista? Y la privacidad, la intimidad, nada de eso existe en nuestro súper
desarrollado
mundo.
--¡Bravo!
Ya puedes postularte.
--No
jeringues. Tú hubieras podido sacarle dividendos a la política y no lo hiciste,
ahora
tienes que aguantarte y vivir, como dijo... caramba, siempre se me olvida
el
nombre... bueno, el que dijo que vivimos en el mejor de los mundos posible.
--¿Ves
lo que te digo? Te gusta lo cómico, ya va siendo hora de que te desprendas
de
esa sombra trágica de tu personalidad.
--No
es que yo sea cómica o trágica, es que la vida es así: a veces hay que reírse,
las
más
de las veces habría que llorar, aunque la gente prefiera reír y escapar de la
tragedia,
cosa muy humana, claro.
--Hombre,
si todo el mundo se pusiera a llorar no haría falta la lluvia. Y todo el mundo
tiene
motivos para llorar, aunque como tú dices, prefiera mostrar los dientes a hacer
muecas
y pucheros.
Los
huéspedes fijos de Selene me saludan y de vez en cuando cruzan conmigo algo
más,
pero como también son solitarios se ensimisman y no es fácil encontrarlos en el
pasillo
o en la recepción. Don Anselmo es monotemático: sólo habla de fútbol, lo
demás
lo ignora, creo que todavía no sabe que ya hay naves terrestres en
Marte.
Doña Isolina, al contrario de todos, es habladora y gritona, y odia el fútbol a
muerte,
pero cuando no está en su cuarto trajinando (es bastante limpia por lo que
me
cuenta la hostalera) está en la calle, de compras o de chisme, a ver qué
encuentra
para entretener su curiosidad de programa basura. El ilustre Don Emeterio
Santovenia
está muy viejo el pobre, ya matungo como quien dice, ya medio del
lado
de allá, aunque insiste en no morirse todavía, pero tampoco sale mucho de su
habitáculo
y apenas se deja notar. Esta mañana ha ingresado una pareja de
tórtolos
que no hacían más que toquetearse, besarse y susurrar cursilerías
corintelladescas
el uno al otro con sus bocas mostrando sus magníficas dentaduras
todo
el tiempo. Los vi de chiripa, pues llegué en el momento preciso en que se
registraban.
Bueno, creo que mis visitas a la rubia son una especie de ocio y de alivio
para
mi soledad literaria y humana. Es que dice Selene que yo ya renuncié a la
compañía
de la raza bípeda.
--Pues
oye otra confesión, cariño: me gustaría ser un mono. Pero no estar en el
zoológico,
sirviéndole de ídem a los muchachos impertinentes, no: en plena selva,
donde
no existe la maldad. Allí sí podría disfrutar del ocio permanente, libre y
gratis.
--Claro
que sí, pero te falta decirme que quisieras que yo fuera la mona que paliara
tu
sempiterna soledad... ¿me equivoco?
--Tú
nunca te equivocas, monísima.
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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