No
tengo ningún embullo para los carnavales, pero qué carajo, me voy para la
Trocha,
bien temprano, con el sol todavía afuera, y sola, que ningún pegote se me
arrime,
porque lo mando a la mierda sin darle chance a reaccionar, me voy así
mismo,
ni siquiera estoy vestida con ropa apropiada para los carnavales, pero total,
a
mí qué carajo me importa, a mí no me importa nada ya... Metida en la Trocha
me
pongo a deambular de un lado a otro, como una barca que se va al garete,
como
lo que soy yo, sudando, tropezando con la gente, buscando no sé qué coño,
porque
no sé qué coño es lo que busco, ni siquiera sé qué hago yo aquí ni por qué
vine,
porque lo menos que tengo es ganas de divertirme ni cosa que se le parezca,
ah,
y que me molesta el gentío, me aturde la bulla, se me pega en la cara y en los
brazos
la espuma de la cerveza, pero sigo aquí, porque quizás sea esto lo que esté
buscando,
perderme entre el gentío, la bulla, el tropelaje, y no acordarme ni del
nomre
que tengo, pero para eso tengo que echarme en el gaznate unas cuantas
cervezas
y no traje dinero, a ver si me distraigo un poco, que mi vida se ha vuelto a
enredar
otra vez y no puedo convertirla de nuevo en un drama lacrimógeno, pero
en
fin, que a ver cómo me agencio de un par de frías sin un centavo encima, sin el
monedero
que no me acuerdo dónde lo dejé, y en él están las llaves, así que como
no
tengo llave tendré que pedirle a Aleida que me deje brincar por el muro, qué
show
en plena madrugada, no tengo parangón, verdad que como yo ni Calamity
Jane...
Camino y camino y el tiempo se me va en seco, tropiezo, me pisan, me rozan
y
me empujan y me todo, me tocan, me cepillan, me zarandean, coño, la conga, y
yo
tengo que hacer lo mismo para entrar en el juego y que el relajo sea con orden,
que
aquí todo el mundo toquetea a todo el mundo y nada, es carnaval, la gente se
besa,
se manosea, se emborracha, vomita en la calle, mea dondequiera, y al final a
dormir
la mona hasta mañana, que en carnavales todo vale... Quiero cerveza, bien
fría,
que me corte los labios, con trocitos de hielo flotando y el vaso perga
sudando,
pero
claro que no voy a pedírsela a ningún desconocido para que se crea que yo
soy
la putica de estreno, no señor, que estos cabroncetes no vayan a creerse que
estoy
buscando un ligue, no, tengo que pensar a ver qué se me ocurre, Tania, ¡ay!,
¿dónde
diablos tienes la cabeza?, ni dinero ni llaves ni nada, en el limbo, Aleida se
va
a convencer de que yo no tengo remedio, al siquiátrico de cabeza, de verdad,
la
jodedera en grande, como dice la canción, bueno, al carajo, que no vine aquí
para
ponerme a hacer análisis sicológicos de mi personalidad ni un carajo la vela,
porque
seguro que no soy la única muchacha que está aquí sola, aunque no veo a
ninguna,
no, los carnavales son de grupos, nadie viene aquí solo, a no ser esos tipos
que
vienen a ligar, pero nadie más, y muchachas como yo menos, ¿a qué?, ¿a
comer
mierda?, y ya ni los sapos ni los maqueros vienen solos, se juntan y forman las
cuadrillas
de sapos y de maqueros a ver qué pueden sacar, pero yo, a desencerrar
problemas,
a sacarlos al aire de la noche a ver si empluman y me dejan tranquila, y
a
cuidarme, y si quiero a ligar yo también, ¿por qué no?, porque lo más fácil de
los
carnavales
es empatarse con alguien, que eso sí siempre aparece, lo que pasa es
que
yo no estoy para eso ahora, y ni hablar de los tarros, no, ¡ay!, que aquí se
los
pegan
al más pinto, o a la más pinta, encuentros y desencuentros, ligues y fueras,
días
de aventuras cortas, de bicarbonato, de desbarajustes, ¿quién no tira su
canita
al aire en carnaval? Bueno, voy a salir del medio de esta masa que ya me
está
poniendo furiosa con tanta pegajera, esto no es para asmáticos, no, aquí
cualquiera
se cae en plena calle, voy a buscar un lugarcito menos denso, si lo hay,
y...
hay algo... me parece que... sí, oigo
una voz que yo conozco, pero no veo a
nadie
conocido cerca, una voz ronca, sí, la oigo clarita, pero ¿de dónde sale? no
veo
nada, hay demasiada gente, nada más que intentar caminar unos pasos y ya
me
apretujan, esto es un descoque, la gente viene aquí a sudar y a perder peso, no
sé
qué carajo hacemos los flacos en este gerbeteo, yo cuando logre salir de aquí
voy
a pesar diez libras menos, ah... otra vez la voz... ¿dónde está el dueño de esa
voz?
Es que me llega hasta la misma médula, ¿de dónde la conozco?, ¿dónde la
he
oído?, Dios mío, ¿dónde? Ah... ya me acuerdo... esa voz es... ahora todos los
ruidos
la han apagado, sólo veo rostros y bocas abiertas, dientes al aire, cabezas
con
gorritos, manos con vasos perga con cerveza, luces, cuerpos que se estrujan
unos
a otros, que bailan al compás de las
orquestas más cercanas, casi no se
puede
distinguir a nadie, a nadie, a... la voz, ahora cerca, muy cerca, coño, si está
aquí
mismo, doy vueltas y más vueltas, me voy a marear, letreros, serpentinas,
disfraces,
pitusas, tennis, vasijas con hielo, cerveza, mucha cerveza, ese es el plato
fuerte
de los carnavales, sin ellas esto no sirve, y a veces se acaban después de la
medionoche,
porque la gente se las echa al pico como si fuera agua, y a las dos
de
la madrugada no hay quien se dispare ese olorcito a revientacaballos o también
a
sietepotencias, el sudor ligado con los orines, ah, y las carrozas y las
comparsas no
pasan
por aquí, hay que ir a verlas a la Alameda, pero ¿quién llega hasta allá?, y en
ese
desfile de mamarrachos pasa una cada media hora y si no estás con alguien
para
entretenerte entre una y otra te cae el desespero... esa voz otra vez, pero
coño,
si la tengo aquí mismo, ya sé de dónde, aquí mismo, casi rozándome, ¡ay!,
¿estaré
soñando? pero qué tonta soy, claro que me acuerdo, esa voz es de...
vamos,
Tania, búscalo, rápido, antes de que salga de tu vida otra vez, busca al
dueño
de esa voz inolvidable que ha aparecido por milagro, es tuya, no la dejes
escapar,
no te quedes ahí parada como una simplona... cerré los ojos y los apreté
muy
fuerte, sacudiendo la cabeza, cuando los abrí, el dueño de la voz era un
hombre
que estaba de espaldas junto a mí, con una camisa muy guarapeteada y
una
pachanguita en la cabeza y en la mano un vaso grande, conversando con
otros
hombres en el corazón del carnaval. La primera noche de carnaval. Pero no
pude
contenerme y toqué al hombre por un brazo. Se volvió, se me quedó mirando
con
curiosidad y me paralicé. Aquel hombre tenía toda la cara agujereada, como si
le
hubieran clavado cien punzones, pero se reía, y su sonrisa era muy dulce.
Cuando
se
me acercó vi sus ojos serenos, como un mar que no tuviera olas. Y vi sus dientes
blancos
y parejos, como los de Mayra. Y observé otra vez su cara, a pesar de las
marcas
se veía plácida, tranquila. Vencí mi neviosismo y mi estupefaccción, porque
el
hombre sólamente me miraba, y miraba a sus amigos como diciéndoles quién
es
esta loca, sin pronunciar palabra. Entonces le dije tú eres... tú eres el
hombfre que
estaba
en el hospital, ¿recuerdas? Me tomó por los hombros y me dijo, ah, sí, y tú
eres
aquella muchacha que... Nos abrazamos y nos apretamos como si fuéramos
dos
viejos amigos que hace tiempo no se ven... Tania, Tania, repetía mi nombre
cuando
se lo dije, no sé si con alegría o con nostalgia. Se despidió de sus amigos y
comenzamos
a desandar la Trocha con rumbo a la Alameda. Y esa primera noche
de
carnaval yo y ese hombre, el hombre vendado ya sin vendas, un recién
conocido
del que apenas sabía lo que él me había contado allá en el hospital, la
pasamos
juntos, recorriendo los puntos neurálgicos del carnaval, atracándonos de
cajitas
con chivo en fricasé con yuca y congrís, bebiendo cervezas a granel, vaso
tras
vaso, bailando, abrazados y apretujados entre las parejas que tropezaban las
unas
con las otras en la algarabía callejera y derramaban su sudor que se unía a
las
salpicas de cerveza y al orín escurrido desde las casetas donde todo el mundo
evacuaba
sus vejigas para volverlas a llenar enseguida, y a veces hasta sus
intestinos,
mientras yo y mi nuevo amigo nos alegrábamos de pasar la noche juntos,
de
divertirnos como dos seres normales, hasta que comenzó a amanecer cuando ya
sólo
quedaban los restos de la noche dejados en aceras, calles, casetas, quioscos,
portales,
en todos los lugares donde la gente se había divertido hasta la saciedad...
Comenzó
a hacerse claro en un banquito, en la Alameda, donde yo y él nos
recostamos,
agotados de tanto trajín durante casi doce horas, y donde él me contó
un
gran trozo de su vida y me dijo que estaba condenado desde aquel accidente,
pero
que tenía que seguir viviendo sin quejarse inútilmente, y que no se iba a
suicidar
por
eso. Me quedé como en éxtasis con su revelación. Sentí lástima, pero sólo por
un
momento,
porque el hombre minimizaba su tragedia, se reía de sí mismo y de su
situación,
y me hacía reír con una mezcla de alegría y tristeza. Coño, me dije, otra
vez
el destino jugándome sucio, amigos nada más como yo y Plácido, ¡ay!, pero por
razones
muy distintas... Le conté mi vida, mis problemas, mi situación, él estaba peor
y
sin embargo sonreía, bailaba, se divertía, contaba chistes, mientras yo me
había
pasado
casi toda mi vida sufriendo, llorando, lamentando mi suerte, maldiciendo mi
destino,
y todo inútilmente. Quién lo creería, tragedias en pleno carnaval. Y cuántas
más
habrían que no conoceríamos en esa fiesta grande que llamaba a todo el
mundo
sin discriminar a nadie y donde todo el mundo se mezclaba sin distinción
de
ningún tipo. Vamos, Tania, alegra esa cara, que la vida puede ser hermosa
todavía.
Sí, la vida puede y debe ser hermosa todavía, por eso, a partir del día
siguiente,
que ya era ese otro día, desde ese banco en la Alameda, mirando el mar
que
todavía no reflejaba en sus olas los primeros rayos del sol que salía, todo
sería
vivir,
disfrutar del carnaval, alegrarme, borrar de la memoria todo lo que no fuera
esta
especie de felicidad incompleta que ahora disfrutaba, y declararle la guerra a
la
amargura, al dolor, a la desesperanza. Caminamos un rato y nos despedimos en
una
esquina solitaria oyendo un traganíqueles cercano que no se resistía a
postergar
su
música hasta el anochecer de una nueva jornada del carnaval que ya daba un
respiro
de doce horas, la vida es corta, a la gente desaparecida de las calles
sucias
todavía
sin barrer ni regar, y hay que vivirla, y hasta luego, mi amigo querido,
nos
veremos
otra vez esta noche, en el mismo lugar donde te descubrí oyendo tu voz,
tu
inolvidable y entrañable voz, después no importa / si hay que morir... Y
a los pocos
días
comenzaron a llamarme la muchacha del ring...
(continuará)
Augusto
Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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