Tengo
a Mayra aquí en mi casa. En mi cuarto. En mi cama. No hace más que
quejarse
del dolor que siente, por muchos calmantes que le dé. Duermo en un catre
viejo
que me prestó Aleida, con los nervios de punta otra vez. Y esta semana no he
podido
traer a Bertica, porque con Mayra aquí como está ni hablar. Tremenda la
tareíta
que me ha caído: cuidar a Mayra, que no se deja cuidar. Ya estoy cansada
de
decírselo, que tiene que ir al médico, pero Mayra es más terca que una mula
vieja,
trabajo me costó que viniera, ¿dónde coño te vas a meter, criatura?, si tú no
tienes
ni dónde caerte muerta, anda ya, vamos para mi casa, y me tuve que poner
dura
con ella, que si no. Ah. Para mí que Mayra es baracutey, nunca habla de su
familia,
y todo el mundo tiene una familia. Ella no nació de una mona, aunque cara
de
mona sí tiene la muy. Está flaca y desgarbada, la pobre, si la dejan sola en la
calle
se cae y no hay quien la levante. Claro, tomadera, fumadera, con extranjeros
todas
las noches, no digo yo. Yo se lo decía, te vas a enfermar, pero ella me tapaba
la
boca diciéndome: el aura diciéndole puerco al perro. Y tenía razón, porque yo
me
abandonaba también, suerte que recapacité y adiós. Eso de volar el turno del
almuerzo
pasó a los recuerdos, se lo dije al Económico, no puedo seguir trabajando
sin
comer, Salvador, lo siento mucho, pero si sigo así me dan la baja pronto, y él
se
echó
a reír, pero me dijo que tenía razón. Y bien, el caso es que Mayra está aquí,
está
jodida, y yo no sé qué carajo voy a hacer con ella, de corre corre, el trabajo,
la
escuela,
la casa, la niña, los mandados, la cocina, los estudios, y ahora Mayra. Pero
los
amigos se miden en los malos momentos, claro. Y esta cabrona está pasando por
su
peor momento, con sus quejas, sus dolores, su inapetencia, y pasan los días y
mi
vida
se complica más, yo que vamos al médico y ella que no voy a ningún médico,
yo
que sí y ella que no, ah. Pero mañana mismo voy a llevarla al cuerpo de
guardia,
a
la fuerza si hace falta y al carajo la vela, que aquí no se va a quedar toda la
vida
hasta
que largue el piojo. Además, yo la veo muy desmejorada. Y cataplún, cargo
con
ella una mañana que amanece gritando del dolor y la cosa resulta que es peor
de
lo que yo pensaba, esta joven está enferma de cuidado, hay que ingresarla, me
dice
el médico. ¿Y qué es lo que tiene, doctor? Pero los médicos no dan muchas
explicaciones.
Le digo a Mayra que debe quedarse allí ingresada, pero la muy burra
me
dice que ella no se va a quedar en ningún hospital de porquería para que le
llenen
los brazos y las nalgas de pinchazos, que ya se le pasará, que seguro que eso
es
algo que me ha caído mal, no te preocupes, ya me pondré bien, pero Mayra,
¿serás
tan estúpida que no te das cuenta de que estás de ingreso? Y otra vez para
la
casa, sin hacerle caso al médico. Y a partir de ese día tengo que faltar a la
escuela,
porque por las noches Mayra se pone peor, se queja del dolor gritando y
no
hay Dios que la calme, y si esto sigue así voy a tener que faltar al trabajo y
entonces
sí que la mula va a tumbar a Genaro, porque faltar al trabajo es algo
serio
y además perdería dinero, dígame usted. Mayra enferma y yo sin plata, no,
no
puede ser, de ninguna manera, tengo que hacer algo. Mayra no quiere comer,
cada
día está más flaca, ya casi no puede mantenerse en pie, voy a llamar a
Aleida
a ver qué me aconseja. Sí... Y una mañana sucede lo que yo temía: Mayra
amanece
dando gritos estentóreos, pero llamo a Aleida al amanecer, corre,
Aleida,
ayúdame, que esta muchacha se me va a morir aquí, fíjate cómo está,
vamos,
apúrate, y Aleida viene corriendo de verdad en bata de casa, y le digo
vístete
y acompáñame, ayúdame a cargar con esta cabezaloca para el hospital,
y
al fin sacamos a Mayra cuando regresa Aleida ya vestida y a la fuerza con ella,
al
cuerpo de guardia, Mayra todavía insistiendo en que no quiere ir a pesar de la
descarga
que le echa Aleida, está bueno ya de tanta majadería, chica, te quieres
morir
o qué carajo te pasa, cállate la boca y vamos, que ya tú estás muy crecidita
para
que te pongas con esa blandenguería, y Mayra se desgañita dando gritos,
entonces
llega una ambulancia que Aleida había llamado y nos vamos en ella para
el
hospital. Cuando la examinan en urgencias le dan el ingreso enseguida y por fin
yo
y Aleida podemos respirar tranquilas y nos sentamos a descansar en el pasillo.
Qué
muchacha más terca, óyeme, menos mal que salimos de eso, yo oigo sus gritos
a
cada rato y me pongo, ya tú sabes, me imagino cómo estarás tú... Y a partir de
ese
día, cada vez que tenía un rato libre me llegaba al hospital a saber algo de
Mayra,
porque no me dejaban entrar a donde estaba. Mayra tenía algo raro, me
dijo
el médico, pero había que hacerle muchas pruebas y muchos análisis a ver qué
salía.
Un viernes por la tarde, al salir del trabajo, me llegué al hospital, y lo
mismo,
no
pude entrar a verla, está en la sala de infecciosos, y nada de decirme lo que
tenía.
Caminé por el pasillo y se me ocurrió mirar por la puerta de otra sala, y en la
puerta
vi un hombre sentado en una silla de ruedas que tanía la cabeza y la cara
vendadas.
Me llamó la atención y me acerqué, mirando aquel hombre que apenas
se
movía. Sólo se le veían la nariz y la boca. Lo estuve contemplando un rato, me
volví
y salí del hospital. Después, cada vez que iba al hospital para saber de Mayra
pasaba
por aquella sala, buscando al hombre vendado, y cuando lo descubría, me
le
quedaba mirando embelesada. Una noche se me ocurrió preguntarle a una de
las
enfermeras de la sala quién era ese hombre, qué le sucedió, por qué lo tenían
así
vendado
de esa forma. La enfermera se volvió, porque el hombre nos había oído
parece
y se acercó a nosotras, quizás pensando que yo era alguien que había ido a
visitarlo.
Entonces llamó a la enfermera y cruzó dos palabras con ella, muy bajito. La
enfermera
se volvió hacia mí y me dijo ven, muchacha, que él quiere conocerte. Y
desde
esa misma noche yo y el hombre vendado conversábamos un rato cada vez
que
yo pasaba por el hospital. ¿Así que eso fue un accidente? Yo nunca le dije
quién
era ni él tampoco me lo dijo, por eso tenía algo de misterioso y a mí me gustó
que
aquello fuera así. Sólo me contó el accidente, y así conversábamos como si
fuéramos
buenos y viejos amigos, ignorando nuestros propios nombres. Otra vez se
me
despertó ese don compasivo que tantos problemas me había traído, no sabía
por
qué tenía que interesarme por aquel hombre extraño que parecía una momia
y
al que nunca pude verle el rostro en aquel hospital de todos los demonios. Me
repetía
que no, que no lo vería más, que esa era la última vez, pero al día siguiente
de
cabeza al hospital, más por ver a aquel hombre que por enterarme del estado
de
Mayra, que por otra parte, para enterarme me bastaba con llamar por teléfono
desde
la casa de Aleida. El hombre vendado tenía la voz ronca, pero suave, muy
delicada,
y a mí me gustaba oírlo hablar, aunque no hablaba mucho, pero lo que
me
contaba era una historia extraña y a la vez fascinante. Su voz se me grabó, a
falta
de otro detalle de su físico que no podía ver. Era una voz que no podía
olvidarse
y eso era lo único que yo tenía de aquel hombre, su voz y su misterio, su
incógnita,
su enigma. Me hacía mil ideas de cómo sería su rostro, su cuerpo, sin
embargo,
fue él quien habló de mi voz, me gusta tu voz, me dijo, la encuentro
musical,
una voz como la tuya tiene que salir de una boca sensual, de una cara
bonita.
¿Sí? Pues mira, a lo mejor si me ves te desencantas. El hombre vendado
movió
la cabeza y me dijo que no, yo nunca me equivoco en mis corazonadas y
contigo
tengo una que no te voy a decir todavía. El accidente había ocurrido en
la
carretera turística y aunque él no me aclaró detalles me dio por pensar que ese
día
o esa noche él estaba borracho, de parranda, porque me contó que ellos
(no
me aclaró quiénes) regresaban de San Pedro del Mar a millón, todos pasados,
es
que me gusta la velocidad, ¿tú sabes?, es excitante. Esa noche salí para mi
casa
sin
acordarme de la pobre Mayra, alejándome de ese hombre que se había metido
en
mi vida sin siquiera proponérmelo, y sin saber en realidad quién diablos era ni
cómo
sería ni nada. Con la mano le dije adiós, como si él pudiera verme,
sonriéndole
con una mezcla de compasión, tristeza e interés, dándole gracias a
aquel
desconocido por haberme hecho pasar noches tan agradables, con un
sentimiento
extraño de solidaridad no acostumbrado en mí, y mientras caminaba
repetía
en susurros gracias, querido, volveré para verte y para que me veas cuando
te
quiten esos trapos horribles, porque los dos nos veremos algún día, cómo no,
nos
conoceremos,
y podremos unir nuestras desgracias para intentar entre los dos
convencernos
de que a pesar de todo la vida puede ser hermosa... Cuando los
exámenes
comenzaron me dediqué a estudiar todo el tiempo, tomando pastillas
para
no dormir y seguir hasta altas horas de la madrugada quemándome las
pestañas,
y por supuesto dejé de ir al hospital. Al terminar las pruebas, que saqué
con
bastantes buenas notas, me llegué una tarde al hospital a continuar mis
conversaciones
con el hombre vendado. Pero al llegar y no verlo le pregunté a la
enfermera.
No, ya se fue, le dieron el alta hace unos días, cómo preguntaba por
ti,
muchacha, me decía enfermera, ¿no ha venido hoy?, ¿por qué no viene?, ay,
yo
creo que me ha olvidado... Y cuando la enfermera se alejó de mí, sentí que algo
me
estaba apretando por dentro...
(continuará)
Augusto Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
No hay comentarios:
Publicar un comentario