Aleida me llamó y me dijo que Juan me había hecho
la gestión para el trabajo en
la Vocacional, pero perdóname, Aleida, dile a Juan
que se lo agradezco muchísimo
pero que eso tengo que pensarlo, en estos días
estoy muy aturdida y no me siento
con ánimos para tomar una decisión tan importante,
y menos así, de zopetón, no
vaya a ser cosa que después me arrepienta y no
puedo seguir metiendo la pata
toda mi vida, ¿me comprendes?, pero dale las
gracias a Juan y gracias también a ti,
Aleida, eres una buena amiga de verdad. Y revisé la
lista de las cosas que había
vendido y las que me quedaban, porque dejaría sólo
lo imprescindible, que si por fin
salía del país otros listones se quedarían con todo
lo que había en la casa y no. A
Aurelia y a Aleida no les hace falta nada de lo que
yo tengo, y a otra gente ñiringa.
A ver si así puedo tirar un par de meses más y se
resuelve mi problema, porque ya no
me falta ni un poquito para quedarme con la libreta
de la comida y las llaves de la
casa y nada más. No puedo pasarme la vida en esta
incertidumbre, que si me voy,
que si me quedo, que si Tony, que si la niña, que
si los papeles, que si la autorización,
y cualquier día Tony sale de la cárcel y usted verá
que va a volver a empezar con su
jodienda y no se sabe en qué va a parar esto.
Tendré que decidirme. Aleida con su
pituita, muchacha, vete con Juan para la
Vocacional, y si te llega la salida te vas y
se acabó, pero mientras estás entretenida y ganando
tu dinerito, no seas boba. Pero
el tiempo pasa y todo sigue igual: me despierto por
las mañanas sin saber para qué
voy a levantarme y me quedo en la cama un largo
rato, mirando al techo y oyendo
las mismas noticias y las mismas canciones en el
radio. Voy a llamar a Miguelito para
que me conecte con sus contactos y vender lo que me
queda, después lo tocaré
con algo. Pobre Miguelito, siempre responde cuando
le paso un SOS, y ni siquiera
puedo darle ánimos, que él también está a la
espera, a ver si le llega el telegrama
de una puñetera vez y vuela. Todo el mundo quiere
volar de aquí, yo creo que si
dieran puerta libre se quedaba Cubita la bella sin
gente, qué barbaridad. Miguelito
es un alma de Dios y miren cómo está, y lo que la
gente dice de él. Bueno, de mí
dicen también cosas tremendas y yo no soy ningún
alma de Dios, mi época de
buena ya pasó a la historia, con la bondad sólo he
podido consegur llanto y dolor,
engaño y sufrimiento, mentiras y estafas, bofetones
y olvido. Ser bueno y ser bobo es
la misma cosa, por algo los que progresan y suben
son los malos, porque no hay
ningún peje gordo tan guanajo como lo he sido yo,
que me he quitado las cosas
para dárselas a otros. Mierda. ¿Qué conseguí con
eso? Que los amigos se olviden de
mí y las vecinas rajen de mí hasta por los codos.
Las cosas que me dicen: orgullosa,
excéntrica, engreída, apática, qué se cree la
blanquita esa, que es mejor que nadie
y que yo no trabajo ni estudio ni coopero con
ninguna tarea revolucionaria, la muy
puta, dicen, porque hasta eso, como si mi casa
fuera un bayú y me hubieran visto
hacer aquí orgías o bailes de perchero y cosas de
esas. Ah, pero a mí que me lo
toquen y al carajo. ¿Por qué coges tanta lucha con
la gente si dices que la gente
no te importa?, me dice Aleida. Y tiene razón. Pero
siempre digo que hasta aquí,
que hasta hoy, que a la mierda el qué dirán, y
siempre vuelvo a caer en lo mismo.
Aleida, creo que yo no tengo remedio, le digo, y
ella hace una mueca y me suelta
que yo lo que estoy es falta de marido. Qué manera
de revolverme el meollo. Las
apariencias, la envidia, la maledicencia. Yo que
nunca me entrometo en nada que
no tenga que ver conmigo y tengo la cabrona suerte
de que la gente se entromete
en mi vida. Una vez hicieron una fiesta de quince y
no me invitaron, Aleida me dijo
que quedó muy bonita, y esa fiesta me hizo
acordarme de mis quince, que a mí no
me los celebraron y me pasé el día llorando en mi
cuarto. No pude celebrar mis
quince años, no pude irme con mis padres para el
Norte, no puedo acariciar a mi
hija como yo quisiera, no me ha sucedido nada que
valga la pena recordar, y a
veces me entra un pánico terrible que me sobrecoge,
cuando pienso que mi vida
nunca va a cambiar y que siempre voy a ser esa
muchacha triste que sueña con la
nieve, como dice Aleida. Ah. Estoy nerviosa, no
hago más que tomar café y café y
café, que la cuota no me alcanza y tengo que
pedirle a Aurelia todas las semanas,
que ella no toma tanto y el marido le trae del monte.
me he vuelto una condenada
viciosa, café, cigarros, y darle taller al meollo
que no descansa ni durmiendo. Esa
pensadera me cae encima como un aguacero sin previo
aviso de Meteorología y
cuando me pongo pintiparada me digo se acabó,
sonrisas, paseos, cantos, pero a
los tres días reincido en la misma candanga. Y de
tanto café, tanto cigarro y tanta
pensadera, me dan unos dolores de cabeza que me
parten y tengo que tomarme
dos aspirinas con un vaso de leche aguada y sin
azúcar, pero las aspirinas me
revuelven el estómago y me quitan el apetito, me
dan deseos de vomitar, nada, de
madre el caso. Por qué no podré ser como cualquier
muchacha de esas que se ven
por ahí, que aunque no tengan ni dónde caerse se
ríen y se sienten en la gloria con
amigos y novios y bailes y fiestas. O será que yo
las imagino así y aparentan vivir en
el mejor de los mundos posibles. Pero no, no, esas
caras no pueden ser máscaras,
aunque aquí no se sabe si es que es de noche o dejó
de ser día, que para el caso es
lo mismo, aunque no se escriba igual. Bueno, ¿y a
mí qué coño me importan las
muchachas ni los jóvenes ni la humanidad? Algunas
muchachas del Pre, cuando me
las encuentro por ahí, me dicen que van a venir a
sacarme de aquí, vamos, Tania,
que ya dentro de poco te vas a parecer a Drácula,
vamos, a coger aire y sol, que te
hace falta tostarte un poquito. Ah, están igualitas
que Aleida. Yo les sigo la corriente,
y lo que me da es por acostarme a oír música o a
leer alguna novelita que me trae
Aurelia, hasta que por fin me duermo, y cuando me
duermo sueño, y mis sueños,
cuando no son con la nieve son con la debacle, y el
radio encendido toda la
madrugada amenizando el sueño de los vecinos, que
suerte que parece que lo
tienen pesado, porque ninguno protesta. Quizás
podría vender esta casa. Sí, y
comprarme otra más chiquita, en otra ciudad donde
nadie me conozca, si esto se
puede hacer, que no lo sé. Pero cada nuevo paso que
dé tengo que pensarlo muy
detenidamente. No es mala idea, no. Irme de esta
casa que tanto me atormenta.
Y que se enteren cuando ya esté instalada en la
otra casa. En definitivas, no puedo
empantanarme esperando la salida que no acaba de
llegar, porque va y Tony no le
da el permiso a Bertica y entonces hasta que cumpla
diez y ocho años que pueda
decidir por ella sola, y cuidado, que hasta se vuelve comunista y no quiere irse de
aquí y Tania se jodió. No no no. Una casita como la
de Aurelia, eso. Limpia, fresca,
ordenadita toda, con muchas cortinas y muchos
adornos. Y flores, muchas flores. Y
afiches en las paredes y bombillos en colores. Un
palomar. Siempre con música, y
siempre llena de jóvenes, de risas, de alegría, en
un lugar donde nadie me haya
visto jamás, donde yo pueda rehacer mi vida alejada
de la envidia y del odio, de la
maledicencia. Y después pensar en el trabajo, en el
estudio, en cualquier cosa que
pueda ocupar todo mi tiempo para ni siquiera poder
pensar en nada. Sí, ya sé que
son sueños, ilusiones, pero de eso tengo que vivir
mientras mi futuro penda del pico
del aura, porque otros lo decidirán y no yo misma.
Demasiado joven parí, maldita
sea la hora en que quedé embarazada. Con una vida
por delante y a criar una hija.
Porque la pobre Bertica no tiene la culpa, mi amor,
pero lo único que ha hecho es
complicarme la vida. Pero fue culpa mía y ahora
tengo que aguantar como una
mula y afrontar la situación, y gracias a Aurelia,
que si no yo no sé qué hubiera sido
de mí. Tony no me puso una navaja en el pescuezo
para que le abriera las piernas,
eso tengo que aceptarlo. Fui yo quien quiso
abrírselas, porque tenía deseos de que
me la metiera, sí, como me dijo la tía Emilia. Lo
confieso, coño, me picaba la tota,
me picaba, por eso se la di al cabrón de Tony, y
ahora miren lo enrollada que está
mi existencia por esa estupidez, que no puedo coger
un respiro porque cuando no
es Bertica es la casa o es el asma o el dinero o el
insomnio, pero siempre es algo que
no me deja descansar en paz ni un par de horas
seguidas. Mira, muchacha, con lo
que te den
por esta casa te compras un buen bulto de tela y entre los dos nos
ponemos a hacer artículos de vestir pequeños,
trapitos de esos que la gente
compra, porque en las tiendas no hay ni polvo, me
dijo Miguelito, y nos buscamos la
plata sin movernos de la casa, porque si no te vas
de aquí tienes que buscarte la
vida como sea, como se la busca todo el mundo. Ay,
se me parte esta maldita
cabeza de tanto darle cuerda al tema. Pero quizás
esa sea la solución. Vender la
casa, dice Miguelito que eso se hace
clandestinamente, de espaldas al gobierno,
alquilar una pequeña, nada de comprar, por si acaso
vuelo, y las telas y a viaje.
Cualquier cosa que vendas va a encontrar
compradores, porque aquí no hay nada
más que anuncios y propaganda política en las
tiendas, así que no lo pienses más y
arriba... Pero no sé. Ya ni siquiera sé si quiero
irme de Cuba o si quiero quedarme, o
irme de esta casa, de este barrio, de esta ciudad.
Mi mamá ya casi no me escribe.
Mi padre ni hablar. Y así se me va el tiempo...
Bertica creciendo y pidiendo más
cosas, yo cumpliendo años, pensando y pensando, y
de aquello nada. Yo creo que
esa es la mecánica de mi vida: pensar y esperar,
esperar y recordar, recordar y
pensar, y otra vez esperar. Y quién sabe si esperar
toda la vida, sin llegar a saber
nunca qué es lo que estoy esperando...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
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