La
casa de Aurelia parece un caracol. Cuando estás allí dentro sientes el zumbido
que
hace el viento que llega desde la bahía y se mete en los cuartos y en la sala,
porque
la casa está en una lomita y de allí se puede ver el mar y las casitas que
están
allá abajo, en la Alameda, que parecen casitas de muñecas. La casa de
Aurelia
también es chiquita, pero está llena de cortinas que siempre mueve el viento,
y
desde la terracita del fondo se ve toda la ciudad, desde la bahía hasta
Pastorita.
En
esa casa todo está muy limpio, siempre corre el fresco, las ventanas siempre
están
abiertas y la casa siempre está llena de luz. En el balconcito del fondo hay un
par
de balances muy cómodos, te sientas allí y te olvidas del resto del mundo, y te
crees
que la ciudad no existe, que eso que ves abajo es un lienzo enorme o una foto
en
colores. Yo vi una vez un cuadro de un pintor santiaguero que no sé cómo se
llama,
le dicen Macambuzio, que se parece a esa vista que se ve desde allí. Si yo
estoy
allí, me parece que soy una muñeca metida en su casita de cartón. Cuánto
me
gustaría que mi casa fuera así. Pero yo casi nunca voy a visitar a Aurelia,
porque
no
hago más que entrar allí y ya me estoy acordando de su hijo mayor, que por
desgracia
fue mi marido y es el padre de Bertica, y enseguida se me calienta la
sangre.
Por eso nunca voy. Aurelia vive con su segundo esposo y con su hijo más
pequeño,
Arturo, que no se parece en nada a Tony. El esposo de Aurelia trabaja
como
camionero, trasladando cargas por las carreteras, siempre viajando. No ha
tenido
hijos con él. Cuando yo voy nos sentamos en el balconcito del fondo y allí se
nos
van las horas conversando... ¿No has encontrado nada todavía? Nada. Mire,
Aurelia,
a usted yo no puedo mentirle, lo que pasa es que realmente no he hecho
ninguna
gestión seria para encontrar trabajo, no sé qué es lo que me pasa que no
me
acabo de decidir. Aurelia se queda pensativa un momento. Le digo que quizás
algún
día pueda continuar mis estudios, que no se vaya a creer que a mí me gusta
quedarme
con la Secundaria y nada más, pero sigo pensando en un futuro incierto
como
si me quedara definitivamente en Cuba, que eso no lo sabe ni Santa Tecla.
Pero
Aurelia vuelve con su cantaleta de la escuela de comercio, que dice que son
cuatro
noches a la semana y que podría graduarme en tres años, y con un título te
será
mucho más fácil encontrar trabajo, Tania, seguro que sí. Ella no piensa en cómo
carajo
voy a vivir sin dinero, solamente estudiando, y no creo que esté pensando en
mantenerme,
porque eso tampoco se lo voy a aceptar. No me atrevo a hablarle
del
asunto de la firma de Tony para que Bertica pueda salir del país y mis padres
sacarnos
a las dos de una vez. Hay un barquito que se mueve allá donde se pierde
el
azul de la bahía. Lo miramos y Aurelia mueve la cabeza, como si la nostalgia de
algo
que yo no conozco la estuviera sacudiendo. ¿Y Bertica? Aurelia sonríe antes de
contestarme.
Ah, de lo más bien, hoy durmió toda la tarde de un tirón, hasta ahorita
mismo
casi, la dejé todavía amodorrada, ya se le quitó la tos. Pensar que Aurelia se
llevó
a Bertica para el Internado porque yo misma se lo pedí. Quizás pensó que la
niña
me estorbaba y por eso casi se la ha cogido para ella sola, y yo nada más los
domingos
y para eso. Y al Internado nunca voy. La única vez que fui me dio un
ataque
de llanto que la visita se convirtió en tragedia. Así fue como yo misma me
fui
alejando de mi hija. Yo misma. Por eso, cada vez que me pongo a pensar en esas
cosas
me dan deseos de matarme. Pero no tengo valor para eso. Ya no tengo valor
para
nada, nada más que para darle rienda suelta a mis ideas, porque es lo único
que
tengo, ideas. Ideas, recuerdos, pensamientos negativos, todo lo demás lo he
perdido.
Ahora me doy cuenta de que yo he vivido todos estos años dándole
vueltas
a un montón de ideas que nunca he materializado, y esas ideas son como
relámpagos
que cruzan por mi cerebro y pum, se apagan, y luego vienen otros, y
esos
otros también hacen pum, y se apagan, y luego vienen otros otra vez, y esos
otros
se apagan también otra vez. Como picotazos de unos pájaros que golpean
mi
cabeza sin cesar. Unos pájaros negros, como los cuervos, que me rodean y se
acercan
a mí con sus picos afilados, preparados para encajármelos con furia. Sí
señor.
Picotazos, pensamientos, ideas, recuerdos. Sobre todo recuerdos. Lástima que
en
mi vida haya tan pocas cosas agradables para recordar...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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