domingo, 25 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 38

La casa de Aurelia parece un caracol. Cuando estás allí dentro sientes el zumbido

que hace el viento que llega desde la bahía y se mete en los cuartos y en la sala,

porque la casa está en una lomita y de allí se puede ver el mar y las casitas que

están allá abajo, en la Alameda, que parecen casitas de muñecas. La casa de

Aurelia también es chiquita, pero está llena de cortinas que siempre mueve el viento,

y desde la terracita del fondo se ve toda la ciudad, desde la bahía hasta Pastorita.

En esa casa todo está muy limpio, siempre corre el fresco, las ventanas siempre

están abiertas y la casa siempre está llena de luz. En el balconcito del fondo hay un

par de balances muy cómodos, te sientas allí y te olvidas del resto del mundo, y te

crees que la ciudad no existe, que eso que ves abajo es un lienzo enorme o una foto

en colores. Yo vi una vez un cuadro de un pintor santiaguero que no sé cómo se

llama, le dicen Macambuzio, que se parece a esa vista que se ve desde allí. Si yo

estoy allí, me parece que soy una muñeca metida en su casita de cartón. Cuánto

me gustaría que mi casa fuera así. Pero yo casi nunca voy a visitar a Aurelia, porque

no hago más que entrar allí y ya me estoy acordando de su hijo mayor, que por

desgracia fue mi marido y es el padre de Bertica, y enseguida se me calienta la

sangre. Por eso nunca voy. Aurelia vive con su segundo esposo y con su hijo más

pequeño, Arturo, que no se parece en nada a Tony. El esposo de Aurelia trabaja

como camionero, trasladando cargas por las carreteras, siempre viajando. No ha

tenido hijos con él. Cuando yo voy nos sentamos en el balconcito del fondo y allí se

nos van las horas conversando... ¿No has encontrado nada todavía? Nada. Mire,

Aurelia, a usted yo no puedo mentirle, lo que pasa es que realmente no he hecho

ninguna gestión seria para encontrar trabajo, no sé qué es lo que me pasa que no

me acabo de decidir. Aurelia se queda pensativa un momento. Le digo que quizás

algún día pueda continuar mis estudios, que no se vaya a creer que a mí me gusta

quedarme con la Secundaria y nada más, pero sigo pensando en un futuro incierto

como si me quedara definitivamente en Cuba, que eso no lo sabe ni Santa Tecla.

Pero Aurelia vuelve con su cantaleta de la escuela de comercio, que dice que son

cuatro noches a la semana y que podría graduarme en tres años, y con un título te

será mucho más fácil encontrar trabajo, Tania, seguro que sí. Ella no piensa en cómo

carajo voy a vivir sin dinero, solamente estudiando, y no creo que esté pensando en

mantenerme, porque eso tampoco se lo voy a aceptar. No me atrevo a hablarle

del asunto de la firma de Tony para que Bertica pueda salir del país y mis padres

sacarnos a las dos de una vez. Hay un barquito que se mueve allá donde se pierde

el azul de la bahía. Lo miramos y Aurelia mueve la cabeza, como si la nostalgia de

algo que yo no conozco la estuviera sacudiendo. ¿Y Bertica? Aurelia sonríe antes de

contestarme. Ah, de lo más bien, hoy durmió toda la tarde de un tirón, hasta ahorita

mismo casi, la dejé todavía amodorrada, ya se le quitó la tos. Pensar que Aurelia se

llevó a Bertica para el Internado porque yo misma se lo pedí. Quizás pensó que la

niña me estorbaba y por eso casi se la ha cogido para ella sola, y yo nada más los

domingos y para eso. Y al Internado nunca voy. La única vez que fui me dio un

ataque de llanto que la visita se convirtió en tragedia. Así fue como yo misma me

fui alejando de mi hija. Yo misma. Por eso, cada vez que me pongo a pensar en esas

cosas me dan deseos de matarme. Pero no tengo valor para eso. Ya no tengo valor

para nada, nada más que para darle rienda suelta a mis ideas, porque es lo único

que tengo, ideas. Ideas, recuerdos, pensamientos negativos, todo lo demás lo he

perdido. Ahora me doy cuenta de que yo he vivido todos estos años dándole

vueltas a un montón de ideas que nunca he materializado, y esas ideas son como

relámpagos que cruzan por mi cerebro y pum, se apagan, y luego vienen otros, y

esos otros también hacen pum, y se apagan, y luego vienen otros otra vez, y esos

otros se apagan también otra vez. Como picotazos de unos pájaros que golpean

mi cabeza sin cesar. Unos pájaros negros, como los cuervos, que me rodean y se

acercan a mí con sus picos afilados, preparados para encajármelos con furia. Sí

señor. Picotazos, pensamientos, ideas, recuerdos. Sobre todo recuerdos. Lástima que

en mi vida haya tan pocas cosas agradables para recordar...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

No hay comentarios:

Publicar un comentario