domingo, 4 de octubre de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIIEVE 36

Quiero que Marina vaya a ver mi casa con los cambios que le he hecho a ver que

piensa y si me da algunas ideas, porque dice Charito que su casa era una pintura de

linda que estaba y ahora se queja de que es una ruina, no, Tania, ya mi casa no es

mi casa, desde el accidente mi mamá no se ocupa de nada de la casa y bueno, ni

yo ni mis hermanos tampoco, y ni hablar de los que vienen a joder por las noches,

que lo que hacen es ensuciar, romper, quitar, y hasta llevarse cosas, que se creen

que yo no me doy cuenta, pero al carajo, ya eso no me importa, que se hunda el

barco, y como según mi madre ya pronto nos vamos, pues a viaje. Lo que no

entiendo es por qué se quejan tanto si eso no les importa, y Charito me dice ¿tú

crees que les vamos a dejar a estos hijos de puta una mansión llena de cosas de

valor?, y se va a recostar, me dice. Marina se siente melancólica hoy y cuando se

siente melancólica no hace otra cosa que hablar de su vida, de su familia, del

pasado. Es que el pasado es nuestro futuro, Tania, por eso yo lo añoro tanto, ¿me

comprendes? Marina me trae hasta la escalerilla del patio de tierra para descargar

conmigo y aquí estamos las dos como dos magdalenas esperando el perdón. Es

inútil, Tania, es inútil todo, tú no puedes comprenderlo, pero si yo sigo viva es por el

pasado, porque este presente es tan asqueroso que no vale la pena ni siquiera

pensar que vivimos en él. El patio de tierra es enorme, tiene muchos árboles, muchas

plantas de todo tipo, macetas con cactos, un estanque sin agua y una pajarera sin

pájaros, pero sobre todo mucha hierba, en eso se parece al patio de mi casa. Los

únicos animales que se ven son unos cuantos pares de palomas que revolotean en

los muros o sobre el techo de zinc o entre los árboles. Dice Marina que los pollos se

los comieron todos, que los patos se los regalaron a los abuelos de Anita, ya tú

sabes, Tania, a ella le encanta ver los paticos recién nacidos nadando en el

estanque, su abuelo enseguida le hizo uno bien grande en su casa, y Anita se pasa

las horas mirando cómo nadan enseguida que salen de los huevos sin que la pata

los enseñe, y dice Marina que los periquitos los vendieron todos, ya yo no tengo

paciencia para ocuparme de los animales, ya casi no me ocupo de mí misma, y mis

hijos, tú sabes que no se ocupan de nada, les importa un comino lo que pase, para

ellos sólo existe el momento, o sea, el presente asqueroso. Le pregunto por las

palomas. Ah, sí, las palomas... quedan unas cuantas. Las palomas son de Guillermo.

Marina se pasa horas enteras mirando la mata de limones, el estanque seco, la

pajarera vacía, dice Charito que eso es la menopausia, cuando mi mamá se cansa

de flotar en las nubes se mete en su cuarto y se mira en el espejo, se pasa la mota

por la cara, se da un par de peinazos y a coger calle, sin cambiarse de ropa. Dice

que Marina no se da cuenta de que le está cayendo el almanaque encima. Ah,

pero hoy yo no voy a permitir que el gorrión la neutralice, no señor. Hoy voy a

embullarla para que salga conmigo por ahí a coger aire, a ver si se le quita la

sonsera, porque coño, ni yo misma. Está bien, Tania, ganaste, te voy a complacer,

voy a dar una vuelta contigo y mira, me voy a poner este vestido azul que no me

pongo desde hace muchos años, está llamativo, ¿verdad?, ¿tú crees que es muy

atrevido para mi edad? Ay, Marina, pero qué edad, si usted parece mi hermana

mayor. Se ríe. El vestido le queda pintado, a pesar de que habrá aumentado sus

libritas, supongo. Marina quiere echar unas postales al correo y unas cartas, yo creo

que por eso se ha decidido a salir, con la cara que tenía cuando yo llegué. Ahora

a pie hasta el correo de Aguilera, las guaguas me ponen muy nerviosa, Tania, y

como siempre van repletas de gente vulgar y maloliente, y pasan cada dos horas,

con esa gente sucia pegándote el grajo, mejor caminar. Bueno, Marina, quizás no

tengan la culpa, como no hay jabón ni desodorante, pues aguantar la peste a

chivo viejo, qué remedio. A mí tampoco me convencen las guaguas, es verdad que

pasan llenas de gente, de polvo y de churre, ni me acuerdo cuándo fue la última

vez que me subí a un tareco de esos, pero en fin. Y caminamos. ¿Sabes cómo se

dice guagua en alemán? Marina me soprende llegando a la rotonda. No, ¿cómo?

Pues se dice subanempujenestrujenbajen, ¿lo copiaste? Ay, Marina. Con ese vestido

la gente la mira, sobre todo los jóvenes. Un joven oficial del ejército se mete con

ella, pero Marina le sonríe, parece que le ha hecho gracia lo que le dijo el militar, no

se vuelve para mirarlo más, pero sigue sonriendo, parece que no estoy muy vieja

todavía, ¿eh, Tania? Ay, Marina, y dale con la vejez, déjese de eso. Bajamos

Aguilera, yo y Marina mirándolo todo y ella lamentándose de las vidrieras vacías,

mira eso, nada más que fotos de políticos y letreros de propaganda, mira ese mismo,

la verdad que aburren, coño, como si eso se pudiera comer, y me señala un enorme

letrero en la puerta de una tienda grande, primero dejar de ser que dejar de ser

revolucionarios, ¡puaf!, Marina se aprieta la barriga como si fuera a vomitar, vamos,

Marina, que no es para tanto, sí, tienes razón, es mejor no mirar y seguir nuestro

camino como si estuviéramos en una playa desierta donde no existiera nada que

tuviera que ver con la política, qué macana. En el correo nos encontramos con un

señor canoso y bien vestido que saluda a Marina, parece muy fino, sí, ese tipo de

gente que ya uno no se encuentra en ningún sitio. ¿Cómo le va, Marina?, hace

tiempo que no la veía. Hace tiempo, sí, caramba, don Alberto, usted está perdido,

ya no va por la casa, y como yo apenas salgo... pues me va bien, don Alberto, en lo

que cabe, claro, porque ¿quién va a estar bien en este pais?, pero tenemos salud,

que es lo fundamental, y a usted, ¿cómo le va? Me va bien también, Marina,

muchas gracias, ¿qué me cuenta de Esteban? Ay, don Alberto, nada todavía, la

cosa sigue igual... pero mire, esta es Tania, una buena amiga de la familia, de toda

confianza... oh, caramba, qué distraída estoy. Mucho gusto. Encantada. El viejo no

hace más que mirarme y carraspear, o desconfía o tiene amigdalitis. Habla muy

bajito, muy pausado, parece decente y educado. Pero está como asustado por

algo, porque mira a todas partes como si estuviera esperando algo desagradable.

Ojalá no sea por mí. Recibí carta de mi hija, Marina. Ah, qué bien, ¿y qué cuenta?

Pues están bien ella y su esposo, ya están trabajando, en un supermercado, claro,

no es lo que querían, pero tienen un trabajo y un sueldo, que la vida allá es carísima.

Vaya, pues me alegro mucho, nosotros estamos esperando a ver qué nos dicen,

porque a esta gente le gusta tenerlo a uno de zozobra en zozobra, esperando, sin

saber nada y perdiendo el tiempo, sin poder hacer nada, porque mientras Esteban

esté preso no podemos hacer nada, él quiere que me vaya yo sola, pero yo sola no

me voy, yo me voy con toda mi familia o no me voy, porque dígame usted, ¿qué

existe en la vida más importante que la familia?, se lo dije y se lo discutí bastante, yo

sin ti no me voy, no insistas. El viejo sigue mirando a todas partes, como si estuviera

esperando que llegara alguien y le diera un manotazo. Yo se lo digo a Tania, que

tenga mucho cuidado, que tenga los ojos bien abiertos, porque ahora no se sabe a

quién se tiene al lado. Eso es verdad, Marina, desgraciadamente hay que vivir así,

los unos desconfiando de los otros, es muy lamentable que hayamos llegado a

esta situación. Es que yo creo que esta gente tiene espías en todos los rincones, don

Alberto, por eso uno no se puede descuidar. El viejo se va al fin y seguimos en el

correo. Marina compra sellos. Ahora la gente no escribe como antes, como no hay

sobres ni papel ni goma de pegar, pero sobre todo, hija, no hay deseos de escribir,

para qué vas a escribirle a alguien si todo lo que puedes contarle es una desgracia.

Marina echa varias cartas y postales en el buzón y salimos del correo. Alberto es un

viejo amigo de la familia, excelente persona, a veces me lleva algunas cosas del

mercado negro, o me llevaba, porque hace tiempo que no va por allá, sus hijos se

fueron para el Norte hace unos meses, pero él no quiso irse, dice que a sus años ya

no está para esas aventuras, no, Marina, el exilio es para los jóvenes, porque el exilio

es muy duro, y yo ya estoy viejo y cansado, me dijo, un día te voy a llevar a su casa

para que te quedes patitiesa de la mansión que se gasta, que tiene de todo lo que

puedes imaginarte y mucho más, ¿y vive solo?... bueno, vive con una señora que lo

atiende y se encarga de mantener la casa limpia y en buen estado, una señora

que toda su vida trabajó en esa casa... ¿y su esposa? ah, murió hace muchos años,

de cáncer, la pobre, sufrió lo indecible. Entonces, cuando ese señor se muera la

señora que lo cuida heredará su casa? Pues creo que sí, si el gobierno no la

interviene, claro. Me siento extraña caminando con Marina por el centro de la

ciudad con tanta gente alrededor. Yo, a no ser con Mayra hasta el parque, nunca

bajo hasta Enramadas ni a ningún otro lugar, y Mayra siempre está perdida, por lo

que ya ni eso. Miguelito me lo dijo, el mejor día ésta se va, se tira al mar en una

llanta y si no se la comen los tiburones a la semana manda una postal de Miami,

ja ja ja. Qué tipo. Tanta gente pasándonos por el lado me pone neviosa.Y Marina

como si fuera la emperatriz de Santiago. La gente me mira como si yo fuera una

mutante, qué manera. Y los hombres me miran con deseos, ni que yo estuviera tan

buena. Tendré tipo de puta. O de palito fácil, como dijo el maricón de Rudy. Esos

ojos los siento clavados en la espalda, que se deslizan poco a poco hasta llegar a

donde la espalda pierde su sagrado nombre, y esos tipos sacan la lengua y se la

pasan por los labios relamiéndose por el cráneo que se hacen, imbéciles, y se tocan

la picha, se la aprietan, recoño. Pero Marina como si tal cosa, parece que ella está

acostumbrada, voy a tener que aprender para desenvolverme mejor. El otro día un

muchachón con cara de guanajo me dijo en la cola de la panadería que yo

estaba cerrera. Idiota. Llegamos al parque de Ferreiro, el parque maldito. Marina

quiere sentarse a descansar y a coger fresco, pero le digo que aquí no, que mejor 

en el parquecito de la entrada de Vista Alegre, así que me perdona, Marina, pero

de este parque sólo tengo reuerdos horrorosos, aquí ni un minuto, no embromes,

Tania, ¿estás hablando en serio?, muy en serio, Marina, este parque sólo me ha

traído desgracias, y se lo cuento todo de un tirón, aunque ella conocía algo de

oídas, pero no creía que la cosa fuera para tanto, se ríe, pero para mí sí, accede

al fin a llegarnos al parquecito, yo no puedo creer que tú creas en todas esas

boberías, me dice, ya sentadas y con los zapatos sueltos en el suelo, qué boba eres,

niña, claro, como que a ella no le ha pasado, por eso. En ese parque conocí a los

dos amores que he tenido y los dos me salieron pintos y rabones, vamos, Tania, que

eso te hubiera sucedido lo mismo si los hubieras conocido en la catedral o en la

oficina del Partido, y se ríe, ja ja ja, de la ocurrencia, y menos mal, porque si le da

por lo trágico pobre de mí, qué par de estafadores, me dice, yo sin caer, pero ya,

yo creí que usted era católica, Marina, y lo soy, hija mía, a mi manera, pero lo soy,

pero Dios no está en la iglesia, está muy ocupado en otra parte, por algo dejó que

mi madre se ahogara en el mar aquella noche, y cuando hablé con el padre del

asunto ¿sabes lo que me dijo?, hija, Dios quiso llamar a tu madre a su reino, allá

estará mejor que en esta tierra llena de maldad, y entonces yo le dije padre, ¿y por

qué usted no va para allá, a hacerle compañía?, allá estará mejor, Marina, no

puedo creer que usted le haya dicho eso al cura, ¡ah!, tú tienes que aprender

mucho todavía, Tania, mucho, estás partiendo el cascarón como quien dice... Yo y

Marina teníamos los pies ardiendo, y con el calor que se mandaba ni hablar. Nos

pusimos a rememorar todo lo que nos había sucedido desde que salimos. Aquel

lugar era bueno para descansar, hacía fresco y estaba tranquilo y con muy poco

ruido, sin ningún sanaco que viniera a interrumpirnos la tertulia. Tranquilo, sí. Para

descansar. Y para mirar los estudiantes del Cuqui Bosch que pasaban por allí, nos

miraban, comentaban entre ellos y se reían, se reían como guanajos, porque los

estudiantes siempre se están riendo, parece que cualquier cosa les hace mucha

gracia. Porque son unos guanajos...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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