Quiero
que Marina vaya a ver mi casa con los cambios que le he hecho a ver que
piensa
y si me da algunas ideas, porque dice Charito que su casa era una pintura de
linda
que estaba y ahora se queja de que es una ruina, no, Tania, ya mi casa no es
mi
casa, desde el accidente mi mamá no se ocupa de nada de la casa y bueno, ni
yo
ni mis hermanos tampoco, y ni hablar de los que vienen a joder por las noches,
que
lo que hacen es ensuciar, romper, quitar, y hasta llevarse cosas, que se creen
que
yo no me doy cuenta, pero al carajo, ya eso no me importa, que se hunda el
barco,
y como según mi madre ya pronto nos vamos, pues a viaje. Lo que no
entiendo
es por qué se quejan tanto si eso no les importa, y Charito me dice ¿tú
crees
que les vamos a dejar a estos hijos de puta una mansión llena de cosas de
valor?,
y se va a recostar, me dice. Marina se siente melancólica hoy y cuando se
siente
melancólica no hace otra cosa que hablar de su vida, de su familia, del
pasado.
Es que el pasado es nuestro futuro, Tania, por eso yo lo añoro tanto, ¿me
comprendes?
Marina me trae hasta la escalerilla del patio de tierra para descargar
conmigo
y aquí estamos las dos como dos magdalenas esperando el perdón. Es
inútil,
Tania, es inútil todo, tú no puedes comprenderlo, pero si yo sigo viva es por
el
pasado,
porque este presente es tan asqueroso que no vale la pena ni siquiera
pensar
que vivimos en él. El patio de tierra es enorme, tiene muchos árboles, muchas
plantas
de todo tipo, macetas con cactos, un estanque sin agua y una pajarera sin
pájaros,
pero sobre todo mucha hierba, en eso se parece al patio de mi casa. Los
únicos
animales que se ven son unos cuantos pares de palomas que revolotean en
los
muros o sobre el techo de zinc o entre los árboles. Dice Marina que los pollos
se
los
comieron todos, que los patos se los regalaron a los abuelos de Anita, ya tú
sabes,
Tania, a ella le encanta ver los paticos recién nacidos nadando en el
estanque,
su abuelo enseguida le hizo uno bien grande en su casa, y Anita se pasa
las
horas mirando cómo nadan enseguida que salen de los huevos sin que la pata
los
enseñe, y dice Marina que los periquitos los vendieron todos, ya yo no tengo
paciencia
para ocuparme de los animales, ya casi no me ocupo de mí misma, y mis
hijos,
tú sabes que no se ocupan de nada, les importa un comino lo que pase, para
ellos
sólo existe el momento, o sea, el presente asqueroso. Le pregunto por las
palomas.
Ah, sí, las palomas... quedan unas cuantas. Las palomas son de Guillermo.
Marina
se pasa horas enteras mirando la mata de limones, el estanque seco, la
pajarera
vacía, dice Charito que eso es la menopausia, cuando mi mamá se cansa
de
flotar en las nubes se mete en su cuarto y se mira en el espejo, se pasa la
mota
por
la cara, se da un par de peinazos y a coger calle, sin cambiarse de ropa. Dice
que
Marina no se da cuenta de que le está cayendo el almanaque encima. Ah,
pero
hoy yo no voy a permitir que el gorrión la neutralice, no señor. Hoy voy a
embullarla
para que salga conmigo por ahí a coger aire, a ver si se le quita la
sonsera,
porque coño, ni yo misma. Está bien, Tania, ganaste, te voy a complacer,
voy
a dar una vuelta contigo y mira, me voy a poner este vestido azul que no me
pongo
desde hace muchos años, está llamativo, ¿verdad?, ¿tú crees que es muy
atrevido
para mi edad? Ay, Marina, pero qué edad, si usted parece mi hermana
mayor.
Se ríe. El vestido le queda pintado, a pesar de que habrá aumentado sus
libritas,
supongo. Marina quiere echar unas postales al correo y unas cartas, yo creo
que
por eso se ha decidido a salir, con la cara que tenía cuando yo llegué. Ahora
a
pie hasta el correo de Aguilera, las guaguas me ponen muy nerviosa, Tania, y
como
siempre van repletas de gente vulgar y maloliente, y pasan cada dos horas,
con
esa gente sucia pegándote el grajo, mejor caminar. Bueno, Marina, quizás no
tengan
la culpa, como no hay jabón ni desodorante, pues aguantar la peste a
chivo
viejo, qué remedio. A mí tampoco me convencen las guaguas, es verdad que
pasan
llenas de gente, de polvo y de churre, ni me acuerdo cuándo fue la última
vez
que me subí a un tareco de esos, pero en fin. Y caminamos. ¿Sabes cómo se
dice
guagua en alemán? Marina me soprende llegando a la rotonda. No, ¿cómo?
Pues
se dice subanempujenestrujenbajen, ¿lo copiaste? Ay, Marina. Con ese vestido
la
gente la mira, sobre todo los jóvenes. Un joven oficial del ejército se mete
con
ella,
pero Marina le sonríe, parece que le ha hecho gracia lo que le dijo el militar,
no
se
vuelve para mirarlo más, pero sigue sonriendo, parece que no estoy muy vieja
todavía,
¿eh, Tania? Ay, Marina, y dale con la vejez, déjese de eso. Bajamos
Aguilera,
yo y Marina mirándolo todo y ella lamentándose de las vidrieras vacías,
mira
eso, nada más que fotos de políticos y letreros de propaganda, mira ese mismo,
la
verdad que aburren, coño, como si eso se pudiera comer, y me señala un enorme
letrero
en la puerta de una tienda grande, primero dejar de ser que dejar de ser
revolucionarios,
¡puaf!,
Marina se aprieta la barriga como si fuera a vomitar, vamos,
Marina,
que no es para tanto, sí, tienes razón, es mejor no mirar y seguir nuestro
camino
como si estuviéramos en una playa desierta donde no existiera nada que
tuviera
que ver con la política, qué macana. En el correo nos encontramos con un
señor
canoso y bien vestido que saluda a Marina, parece muy fino, sí, ese tipo de
gente
que ya uno no se encuentra en ningún sitio. ¿Cómo le va, Marina?, hace
tiempo
que no la veía. Hace tiempo, sí, caramba, don Alberto, usted está perdido,
ya
no va por la casa, y como yo apenas salgo... pues me va bien, don Alberto, en
lo
que
cabe, claro, porque ¿quién va a estar bien en este pais?, pero tenemos salud,
que
es lo fundamental, y a usted, ¿cómo le va? Me va bien también, Marina,
muchas
gracias, ¿qué me cuenta de Esteban? Ay, don Alberto, nada todavía, la
cosa
sigue igual... pero mire, esta es Tania, una buena amiga de la familia, de toda
confianza...
oh, caramba, qué distraída estoy. Mucho gusto. Encantada. El viejo no
hace
más que mirarme y carraspear, o desconfía o tiene amigdalitis. Habla muy
bajito,
muy pausado, parece decente y educado. Pero está como asustado por
algo,
porque mira a todas partes como si estuviera esperando algo desagradable.
Ojalá
no sea por mí. Recibí carta de mi hija, Marina. Ah, qué bien, ¿y qué cuenta?
Pues
están bien ella y su esposo, ya están trabajando, en un supermercado, claro,
no
es lo que querían, pero tienen un trabajo y un sueldo, que la vida allá es
carísima.
Vaya,
pues me alegro mucho, nosotros estamos esperando a ver qué nos dicen,
porque
a esta gente le gusta tenerlo a uno de zozobra en zozobra, esperando, sin
saber
nada y perdiendo el tiempo, sin poder hacer nada, porque mientras Esteban
esté
preso no podemos hacer nada, él quiere que me vaya yo sola, pero yo sola no
me
voy, yo me voy con toda mi familia o no me voy, porque dígame usted, ¿qué
existe
en la vida más importante que la familia?, se lo dije y se lo discutí bastante,
yo
sin
ti no me voy, no insistas. El viejo sigue mirando a todas partes, como si
estuviera
esperando
que llegara alguien y le diera un manotazo. Yo se lo digo a Tania, que
tenga
mucho cuidado, que tenga los ojos bien abiertos, porque ahora no se sabe a
quién
se tiene al lado. Eso es verdad, Marina, desgraciadamente hay que vivir así,
los
unos desconfiando de los otros, es muy lamentable que hayamos llegado a
esta
situación. Es que yo creo que esta gente tiene espías en todos los rincones,
don
Alberto,
por eso uno no se puede descuidar. El viejo se va al fin y seguimos en el
correo.
Marina compra sellos. Ahora la gente no escribe como antes, como no hay
sobres
ni papel ni goma de pegar, pero sobre todo, hija, no hay deseos de escribir,
para
qué vas a escribirle a alguien si todo lo que puedes contarle es una desgracia.
Marina
echa varias cartas y postales en el buzón y salimos del correo. Alberto es un
viejo
amigo de la familia, excelente persona, a veces me lleva algunas cosas del
mercado
negro, o me llevaba, porque hace tiempo que no va por allá, sus hijos se
fueron
para el Norte hace unos meses, pero él no quiso irse, dice que a sus años ya
no
está para esas aventuras, no, Marina, el exilio es para los jóvenes, porque el
exilio
es
muy duro, y yo ya estoy viejo y cansado, me dijo, un día te voy a llevar a su
casa
para
que te quedes patitiesa de la mansión que se gasta, que tiene de todo lo que
puedes
imaginarte y mucho más, ¿y vive solo?... bueno, vive con una señora que lo
atiende
y se encarga de mantener la casa limpia y en buen estado, una señora
que
toda su vida trabajó en esa casa... ¿y su esposa? ah, murió hace muchos años,
de
cáncer, la pobre, sufrió lo indecible. Entonces, cuando ese señor se muera la
señora
que lo cuida heredará su casa? Pues creo que sí, si el gobierno no la
interviene,
claro. Me siento extraña caminando con Marina por el centro de la
ciudad
con tanta gente alrededor. Yo, a no ser con Mayra hasta el parque, nunca
bajo
hasta Enramadas ni a ningún otro lugar, y Mayra siempre está perdida, por lo
que
ya ni eso. Miguelito me lo dijo, el mejor día ésta se va, se tira al mar en una
llanta
y si no se la comen los tiburones a la semana manda una postal de Miami,
ja
ja ja. Qué tipo. Tanta gente pasándonos por el lado me pone neviosa.Y Marina
como
si fuera la emperatriz de Santiago. La gente me mira como si yo fuera una
mutante,
qué manera. Y los hombres me miran con deseos, ni que yo estuviera tan
buena.
Tendré tipo de puta. O de palito fácil, como dijo el maricón de Rudy. Esos
ojos
los siento clavados en la espalda, que se deslizan poco a poco hasta llegar a
donde
la espalda pierde su sagrado nombre, y esos tipos sacan la lengua y se la
pasan
por los labios relamiéndose por el cráneo que se hacen, imbéciles, y se tocan
la
picha, se la aprietan, recoño. Pero Marina como si tal cosa, parece que ella
está
acostumbrada,
voy a tener que aprender para desenvolverme mejor. El otro día un
muchachón
con cara de guanajo me dijo en la cola de la panadería que yo
estaba
cerrera. Idiota. Llegamos al parque de Ferreiro, el parque maldito. Marina
quiere
sentarse a descansar y a coger fresco, pero le digo que aquí no, que mejor
en
el parquecito de la entrada de Vista Alegre, así que me perdona, Marina, pero
de
este parque sólo tengo reuerdos horrorosos, aquí ni un minuto, no embromes,
Tania,
¿estás hablando en serio?, muy en serio, Marina, este parque sólo me ha
traído
desgracias, y se lo cuento todo de un tirón, aunque ella conocía algo de
oídas,
pero no creía que la cosa fuera para tanto, se ríe, pero para mí sí, accede
al
fin a llegarnos al parquecito, yo no puedo creer que tú creas en todas esas
boberías,
me dice, ya sentadas y con los zapatos sueltos en el suelo, qué boba eres,
niña,
claro, como que a ella no le ha pasado, por eso. En ese parque conocí a los
dos
amores que he tenido y los dos me salieron pintos y rabones, vamos, Tania, que
eso
te hubiera sucedido lo mismo si los hubieras conocido en la catedral o en la
oficina
del Partido, y se ríe, ja ja ja, de la ocurrencia, y menos mal, porque si le da
por
lo trágico pobre de mí, qué par de estafadores, me dice, yo sin caer, pero ya,
yo
creí que usted era católica, Marina, y lo soy, hija mía, a mi manera, pero lo
soy,
pero
Dios no está en la iglesia, está muy ocupado en otra parte, por algo dejó que
mi
madre se ahogara en el mar aquella noche, y cuando hablé con el padre del
asunto
¿sabes lo que me dijo?, hija, Dios quiso llamar a tu madre a su reino, allá
estará
mejor que en esta tierra llena de maldad, y entonces yo le dije padre, ¿y por
qué
usted no va para allá, a hacerle compañía?, allá estará mejor, Marina, no
puedo
creer que usted le haya dicho eso al cura, ¡ah!, tú tienes que aprender
mucho
todavía, Tania, mucho, estás partiendo el cascarón como quien dice... Yo y
Marina
teníamos los pies ardiendo, y con el calor que se mandaba ni hablar. Nos
pusimos
a rememorar todo lo que nos había sucedido desde que salimos. Aquel
lugar
era bueno para descansar, hacía fresco y estaba tranquilo y con muy poco
ruido,
sin ningún sanaco que viniera a interrumpirnos la tertulia. Tranquilo, sí. Para
descansar.
Y para mirar los estudiantes del Cuqui Bosch que pasaban por allí, nos
miraban,
comentaban entre ellos y se reían, se reían como guanajos, porque los
estudiantes
siempre se están riendo, parece que cualquier cosa les hace mucha
gracia.
Porque son unos guanajos...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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