Se
me ha hecho tarde aquí y Marina no quiere que me vaya, ¿cómo te vas a ir a
esta
hora, muchacha?, a ver si te dan un revolcón por ahí y te desgracian, que la
calle
está de huye que te cogen. Aquí cuando se acuestan apagan todas las luces,
¿para
qué vamos a dejar algo encendido si cuando uno está durmiendo no ve
nada?
Y no se oye ni una sola voz, porque nos dormimos de cañón y no nos
despierta
ni una bomba. Esta casa no es como mi casa. Mi casa se comunica con
las
dos casas que tiene a los lados, las
paredes son comunes y todo se oye, pero
ésta
está separada de todas las demás y sus paredes no tienen nada que ver con
las
paredes de las otras casas que le quedan pegadas, por eso no oímos ningún
ruido
que hagan los vecinos, y así es mejor, porque así es como si no hubieran
vecinos
alrededor. En mi casa, además de que se oye todo, por el muro de la casa
de
Aleida se oye hasta cuando alguien se tira un viento, tú no tienes una gota de
intimidad,
yo no sé cómo hicieron esas viviendas de esa forma, sin ninguna
independencia.
Tal vez por eso mismo me cuesta tanto conciliar el sueño aquí,
porque
aquí no se oye nada, y la calle tiene muy poco tránsito, no es como la calle
donde
yo vivo, que por allí pasa lo mismo una bicicleta que una rastra de diez y seis
ruedas...
Y ahora aquí todos están durmiendo, menos yo. ¡Ah! Faltaba más. La
insomne.
Sí, y la comemierda. No sé cuándo se me va a quitar tanta bobería. Pensar
y
pensar y pensar, en eso se me van las horas, por eso me desvelo. Para qué me
habré
quedado. Total, nadie me iba a comer en la calle. Dice Charito que cuando
a
su madre le da por coger calle, trasnocha más que una lechuza y se olvida de la
casa.
Voy a quedarme tranquila, sin moverme, voy a relajarme, a cerrar los ojos, a
no
pensar en nada, voy a descansar, a descansar, a descansar... pero siento algo,
sí,
algo
así como un tintineo en el techo de zinc de la terraza, como una cajita de
música...
voy a levantarme a ver qué es lo que suena así, voy a mirar en el patio
a
ver, es como si estuviera lloviendo, pero no, no está lloviendo, no es agua lo
que
siento,
ahora apenas lo noto, pero sí, ahora puedo verlo, es... es nieve, es nieve,
sí,
no me engañan mis ojos, es nieve lo que cae, está nevando, por eso siento tanto
frío,
¡ay, que me tullo!... menos mal que por ahí viene mi mamá con un abrigo, sí,
seguro
que mi mamá me sintió levantarme, corre, mami, para que veas qué bonita
cae
la nieve, ven, vamos a abrir las persianas, vamos a acercarnos, ven, es como
tú
me decías, dame acá el abrigo, que me congelo, mi mamá se ríe, se le pone la
cara
como antes, hace mucho tiempo que yo no la veía tan contenta, debe ser por
la
nieve, porque al fin yo puedo conocerla, qué linda y qué blanca, la nieve,
¡ay!,
voy
a tocarla a ver si está tan fría y tan suave, mami, ven, vamos a tocar la
nieve,
vamos,
¡huuuyyyyy!, sí, qué fría está, por fin, gracias a Dios que puedo ver la nieve,
es
maravillosa,
voy a salir al patiecito de cemento, ¿no vienes conmigo, mami?, anda,
vamos
a jugar con la nieve, a amontonarla como tú me decías, para hacer bolitas,
y
un muñeco, pero ¿dónde está mi mamá?, no la veo, ay, este abrigo me queda
muy
grande, y pesa mucho, y no veo a mi mamá por ningún lado, sólo veo la nieve,
hay
nieve por todas partes, la nieve lo está tapando todo, cómo crece, Dios mío, la
nieve
entra en la cocina, está llenando la cocina, se me aproxima, me va a cubrir a
mí
también, me va a ahogar, ¿dónde está mi mamá?, me está envolviendo toda,
me
hielo, corre, mami, que la nieve me ahoga, ven a sacarme de aquí, la nieve, la
nieve,
la... ¿Durmió bien la jovencita? Me despertó Marina y me senté en la cama
de
un tirón, sudando en frío. ¿Qué te pasa? Ni que hubieras visto un muerto.
Me
alcanzó una taza humeante de café. Eran más de las ocho en el reloj encima
de
la mesa de noche. El caserón se transformó y volvió a tomar su aspecto diurno
con
ventanas y puertas cerradas y dentro como si no hubiera nadie. Marina me
señaló
la taza como diciéndome que se me iba a enfriar. Pero la taza echaba humo
y
comencé a soplarla para poder tomarme el café. Fuerte y amargo, como le
gustaba
a tu padre. Sus ojos le brillaron cuando dijo eso, y de pronto me acordé de
las
mañanas en que mi padre me traía a esta casa y me dejaba en el jardín, pero mi
mente
estaba muy confundida y no quería confundirla más. Le conté mi sueño.
Marina
se sentó en el borde de la cama y comenzó a hablarme mientras se fumaba
un
cigarro y se tocaba el pelo, alborotándoselo más de lo que ya lo tenía. Esta
casa
siempre
está vacía. Siempre. A pesar de esos jóvenes que vienen por la noche,
siempre
está vacía. Anita sólo viene los fines de semana, desde el accidente vive
con
sus otros abuelos que la miman tanto que la van a convertir en un buñuelo
con
almíbar. Cuando Anita viene la casa se alborota, pero yo me la llevo para
el
zoológico o a hacer alguna visita o a tomar helados por ahí, porque si nos
quedamos
aquí enseguida empieza a preguntar por su abuelita y eso yo no lo
resisto,
no sé qué decirle y me pongo a llorar y eso es peor, porque ella entonces
también
se pone a llorar. Anita es mi niña, mi tesoro. Yo quería que fuera bailarina
pero
a ella parece que el baile no le gusta. Es extraño que a una niña no le guste
el
baile,
¿no te parece? En cambio, a Chari siempre le gustó bailar, pero nunca me
decidí
a matricularla en una escuela de ballet como ella quería, quizás porque
pensábamos
irnos y todo era un papeleo y el caso es que no hice ningún esfuerzo
por
complacerla, no hice ninguna gestión para que ella estudiara ballet, y creo
que
eso nunca me lo ha perdonado. Aunque en esas escuelas, como en todas, le
lavan
el cerebro a los alumnos, porque de eso no se escapa aquí ni el chino viejo de
la
tintorería que no puede ni con su sombra. Y ahora figúrate, ya Charito no
quiere ni
oír
hablar de bailes ni de nada, me dice que yo nunca la quise y que sólo quiero a
Anita...
Me tomé el café ya medio frío y me quedé en la cama, oyendo a Marina,
que
no se cansaba de hablar de su familia y de sus problemas. A esta casa le hace
falta
un hombre. Oh, sí, un hombre. Mi marido preso, mis hijos que no paran aquí,
Anita
con sus abuelos, como ya te dije, y yo aquí sola todo el tiempo. Parece que los
muchachos
no se dan cuenta de nada, pero el caso es que se van y me dejan
siempre
sola. No les importo nada. Sola, siempre sola... A partir de ese momento yo y
Marina
nos compenetramos tanto que cuando una de las dos tenía algo atorado
dentro
iba en busca de la otra para desahogarse, a pesar de la diferencia de edad.
Me
dio mucha pena verla así aquella mañana y le conté mis cosas, con la
esperanza
de que se diera cuenta de que todos teníamos problemas. Le hablé de
Bertica,
de mi situación, de la salida frustrada, y cuando terminé de desahogarme
Marina
sonrió, me pasó una mano por la cabeza y me dijo tienes razón, Tania, tienes
mucha
razón, todos tenemos problemas, sólo que hay problemas que son mayores
que
otros, y poniéndose de pie, encendió otro cigarro y terminó: y hay personas más
débiles
que otras para soportarlos...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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