domingo, 26 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 26

A mí me gustaba bailar con Guillermo cuando había alguna fiestecita en la casa de

Marina y me invitaban. Guillermo es muy serio, muy callado, muy tranquilo. En el

fondo es como un niño, y eso a mí me gustó siempre. Guillermo no se aprovechaba

para apretarme como hacían otros jóvenes cuando bailaban conmigo, frescos que

eran. Por eso yo no me perdía ninguna de esas fiestecitas que decía Marina que

eran para olvidarse de lo jodido que está el cabrón mundo este. Charito me enseñó

a bailar, porque yo no tenía ni idea de cómo moverme. Y a Mayra no le gustaba el

baile en serio. Miguelito me advirtió una vez de lo que podía suceder en esa casa, y

yo lo cogí mansito y lo obligué a que me aclarara. Déjate de tanta jodentina

conmigo y desembucha, Miguelito. Pues mira, si un extraño pasa por allí de día

pensará que es una casa vacía, pero si pasa de noche pues... Pues ¿qué? Acaba

de decírmelo de una vez. Pues... si pasa de noche, seguro que piensa que aquella

es una casa... ¡alegre! Se rió a carcajadas. Qué cabrón, tanta hambre como le

había matado Marina. Pues así es la gente de mal agradecida. Pero con esas

referencias yo me pasaba los días allí con los muchachos mayores y con los demás

jóvenes que visitaban la casa. Allí conocí infinidad de jóvenes de todos los tipos,

aquello parecía un preuniversitario. Pero con Guillermo todo era distinto. Yo y

Guillermo habíamos jugado de niños las pocas veces que mis padres me llevaron a

esa casa, y con Charito, jugando los tres al escondido, o con otros muchachos que

estuvieran allí. Pero el accidente de la lancha había dejado a Guillermo un poco

sansy: se pasaba el día entero metido en su casa, él que según Marina no la

calentaba. Igual que Charito. Y no quería hablar con nadie. A mí me parecía que

Guillermo era un animalito que habían separado de su madre y lo habían metido allí

en aquel lugar tan grande y tan vacío, y que el animalito en ese medio extraño se

moría de angustia. Por eso yo me equivoqué con él. No sé qué me pasa, Taniucha,

pero cuando tú vienes a mí me parece que la alegría entra en esta casa, me dijo

una mañana. Mira que decirme que yo era la alegría. Cuando estábamos solos

preparábamos algo de comer, que él siempre tenía hambre, y nos poníamos a

oír música... te tuve una noche de verano, / yo estaba muy solo, tú soñabas. /Yo

nunca te quise confesar nada de mí, / tú nunca quisiste hablar de ti... ¿Te gusta Nino

Bravo? Bueno... sí, tiene buena voz, aunque es un poco gritón. Lástima que se haya

muerto, ¿eh? Sí, lástima. Creo que murió hace poco. Sí, hace poco, en un

accidente. Siempre son los buenos los que se mueren. Y me miraba como si

estuviera mirando una pucha de flores. Yo pensando vamos, muchachito lindo,

entusiásmate, que tú ni te imaginas lo que me pasa por la chola, anda, no dejes de

hablarme, sonríete, que me gusta mucho tu sonrisa... Pero nada. A mí me gusta la

música americana. ¿Y a ti? A mí también. No toda, claro. Claro, no toda, pero esa

música tiene mucho ritmo. En mi casa hay mucha música americana. Y española,

pero creo que aquí hay mucho más. Vamos a registrar a ver. Y empezamos a poner

discos... around the world / I've  searched for you / I travelled on / when hope was

gone / to keep a rendezvous... pero qué difícil es sacarte las palabras de la boca,

angelito mío, aunque yo te las voy a sacar, tú verás, me gustas, me gustas mucho,

muchachito lindo, y tú ni te lo imaginas, ni te imaginas lo que estoy pensando

ahora... Tengo muchos de Nat King Cole. Mira. Bueno, déjame ver a ver.

Guillermo es el mejor de los hijos de Marina, no se parece en nada a Rudy ni mucho

menos a Tony, a pesar de que también es sagitario. A mí los sagitarios me persiguen,

me sonsacan, me dan calambrinas en las piernas cada vez que conozco a uno de

ellos, pero tú no, mi niño lindo, tú te vas a enamorar de mí de lo que no hay remedio

y ya verás, que me tratas con tanto cariño que de ahí a lo otro sólo hay un paso, lo

que pasa es que te da pena, te da vergüenza, muñequito mío, pero yo te la voy a

quitar, y Guillermo ajeno a estos pensamientos míos que cada vez se volvían más

eróticos, pobrecito ángel, y entonces se acercó al tocadiscos y empezó a colocar

discos encima de la tapa para que yo escogiera, y nos quedamos oyendo música

americana, él sentado en un rincón de la sala y yo tratando de aproximármele lo

más que podía, disimulando, buscando alguna excusa, porque el jovencito se sentía

romántico... love is a many splendored thing... / is the April rose / that only grows / in

the early spring... ¡Guillermo! ¿Qué te pasa? Despierta, que parece que estás a mil

millas de aquí. Abres los ojos y reaccionas. Me miras como si acabaras de salir de un

sueño largo. Ah, no, nada, no me pasa nada, es que estoy distraído. No sé lo que

me pasa que últimamente siempre estoy distraído. Perdona, vamos a seguir con los

discos. Te miro y me dan ganas de sentarme junto a ti en este rincón, de acariciarte,

de besarte, porque yo sé lo que te pasa, querido, es que no te decides, es que eres

muy tímido, pero yo te quitaré esa timidez, seguro que te la quitaré. Cuéntame algo

de tu vida, anda, que nosotros apenas nos conocemos de verdad a pesar de que

nos vemos casi todos los días. ¿Algo de mi vida? Ah, si de mi vida no hay nada que

contar. Te sorprendes, bobito, pero es que yo quiero que me hables, que te sientas

aquí y no fuera del mundo como siempre estás, que te espabiles y te des cuenta de

que yo  estoy aquí y quiero que me mires, me hables, me... Qué cosas se te ocurren.

No, es que de verdad, casi no sabemos nada el uno del otro. No sé cómo no se da

cuenta, porque a la legua se nota que estoy loquita por él, por ese cuerpo perfecto

que tiene de tanto hacer ejercicios, pero más que por eso, por su forma de ser y

porque tiene buenos sentimientos, que ya me he dado cuenta de eso, pero eso

tendrá que adinvinarlo, porque no se lo voy a decir, bastante hago con intentar

insinuárselo, aunque él parece que no se da cuenta el muy tontico. ¿Tienes

hambre? Mira lo que se le ocurre decirme, que si tengo hambre, qué romántico.

No, no tengo hambre. No, porque si tienes... yo calenté unos frijoles que dejó mamá

y me los comí con media barrita de mantequilla, pan y el fondo de una lata de

leche condensada... ¿de verdad que no tienes hambre? Qué pena, todo se enfría

con el tema de la comida, es un cubo de hielo que me echa el animalito, pero

qué le voy a hacer, hoy está imposible. Sigue la música y seguimos en silencio

oyéndola, muy pegaditos, pero nada de nada, hasta que se me ocurre hacer el

último esfuerzo: Te sientes muy solo, Guillermo, ¿verdad? ¿Eh? ¿Yo? ¿Que si me

siento solo dices? Ha puesto una cara que ojalá no se lo hubiera dicho.

Te lo pregunto porque siempre estás así, como tristón, no sales ni nada, por eso.

Ah, es que no me dan deseos de salir. Bueno, vamos a bailar, anda. ¿A bailar? ¿

Ahora? ¿Aquí? ¿Qué bicho te ha picado? Ningún bicho me ha picado, es que

tengo deseos de bailar contigo. Pero si yo no sé bailar. Tú sí sabes bailar, chico,

déjate de excusas, que yo me siento muy bien contigo cuando bailo contigo así,

suavecito, y me aprietas, y... ¿Yooo? Pero no hubo manera de que se levantara. Así

sucedía siempre. Unos días después organizaron una fiestecita y me invitaron, como

siempre hacían, diciéndome que no podía faltar y todo eso. Nada más que había

cinco parejas de jóvenes y Marina que enseguida se cansó y se fue a dormir.

Enseguida que empezó la música me adueñé de Guillermo. Esa noche estaba algo

más espabilado. Bailamos largo rato, tomamos varios jaiboles, y nos fuimos para el

patio de tierra. Nos apretamos un poquito y nos dimos unos cuantos besos al son de

la bebida, pero de ahí no pasó. Mira, Taniucha, vamos a dejar esto así, de verdad.

Eso fue lo único que me dijo cuando le pedí que nos metiéramos en el sótano, ya de

madrugada, porque yo veía que las parejitas que querían manosearse se metían en

el sótano y se pasaban horas allí. Guanaja que soy siempre, porque lo que yo no

sabía era que Guillermo no estaba enamorado de mí, y como no pude soportar esa

situación me fui para mi casa a pesar de la hora, a pesar de que Charito insistió en

que me quedara a dormir por lo tarde que era. Otro de los hijos de Marina salió

conmigo para acompañarme, pero le dije que no era necesario, que yo me sabía

cuidar y todas esas boberías. Cuando llegué a mi casa había dos vecinas en la

guardia del comité, que me miraron con cara de perro bulldog. Pero yo, para

joderlas, las miré de arriba a abajo e hice un gesto despreciativo, y me metí en la

casa de un tirón. Me imagino lo que pensarían, pero me importó una mierda. Y

tan pronto entré en mi casa y tiré la puerta con rabia, me puse a llorar como una

niña a la que le han arrebatado su juguete favorito...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas


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