Charito
no se parece a Mayra, pero también es un poco loca. Cuando coinciden en
la
casa de Marina parecen dos coleras del mercadito cuando llegan las papas. Y yo
no
me quedo atrás, paso más tiempo en la casa de Marina que en mi propia casa...
Una
tarde me topé con Charito en la rotonda de Ferreiro, maldito lugar. A veces me
cuesta
trabajo decir que voy para mi casa. Ese fue su saludo. Caminamos calladas
hasta
su casa. Cuando llegamos Charito le dio un tirón a la puerta de la calle que
me
recordó al toro furioso. Tengo la tarde cabrona, Tania, perdóname, tú no tienes
la
culpa. Nos fuimos hasta el comedor. Charito sacó una botella de ron de una
jabita
que llevaba colgada al hombro y la puso en la mesa. Nada, un encarguito de
mi
querida madre para la reunioncita de esta noche, ya tú sabes. Se quitó las
sandalias
y las tiró en un rincón. Me encanta andar descalza, me siento más ligera.
Entramos
en su cuarto. Se paró frente al armario y se quedó mirando su interior como
si
hubiera visto un alacrán. Tú ves, ya dentro de poco voy a tener que guardar
toda
mi
ropa en una caja de cartón. El comején estaba haciendo zafra en el mueble.
Charito
revolvió su ropa, levantó unas cajas de zapatos vacías, cambió de lugar
varios
pomos de colonia, abrió y cerró un par de gavetas, y me dijo ni un solo
cigarro,
coño, qué desgracia. Entonces oímos la voz de Marina que salía de su
cuarto.
¿Eres tú, Chari? Charito se quedó callada y me hizo señas de que la imitara.
Oímos
otra vez la voz de Marina. Desde esta mañana en la calle y estas son las
horas
en que tú te apareces. Y tras otra señal de silencio volvimos a oírla. ¿Me
trajiste
el
encargo? Marina estaba en su cuarto durmiendo, supuse que el tirón de la puerta
la
había despertado, pero no habló más. Como si ella no se pasara el día en la
calle.
La tiene cogida conmigo. Ya estoy obstinada, Tania, te lo juro. Caminamos en
puntillas
hasta el corredor del frente de la casa, aunque ella no tenía que hacerlo,
ya
que estaba descalza, y al verla así casi me sale una risa estruendosa que
hubiera
despertado
a un oso en pleno invierno. Nos acomodamos en un par de balances en
el
portal. Charito siguió con su cara de nostalgia y de rabia. Guillermo salió de
no sé
dónde,
abrochándose la camisa. ¿Y qué, Taniucha? Charito lo miró sin decirle ni pío,
su
cara era un poema trágico. Guillermo le dio unos golpecitos en la cabeza y
sonrió.
Son los hermanos que mejor se llevan en la familia y siempre están
jugueteando el uno con el otro, haciéndose
cosquillas, jugándose bromas. Mis
hermanos
nunca jugaron así conmigo, eran unos puercos. Charito dijo que un día de
éstos
ella se largaba para casa del carajo, y no me van a ver más la cara en este
caserón
de mierda, ya lo verán. Guillermo le pasó una mano por el pelo rojizo y
tupido
que siempre tenía alborotado como Marina, porque yo creo que ninguna de
las
dos se peinaba nunca. Antes de irse, Guillermo encendió un pito, le dio una
chupada
y se lo pasó a Charito. Lo vimos caminar hasta la esquina, después
desapareció.
Charito tiene unos ojos azules muy bonitos, yo nunca he visto unos ojos
más
bonitos que los de Charito, pero siempre se le ven tristones. Nos quedamos un
rato
sin hablar, mirando lo que quedaba de los jardines que antes estuvieron
repletos
de flores, la calle donde ya oscurecía, los árboles que rodeaban la casa.
Charito
lanzó el cigarro al jardín, hizo una mueca, y nos pusimos a conversar. Pues sí,
estoy
obstinada, es que siempre es lo mismo, si me quedo aquí me aburro, si salgo a
la
calle no soporto el polvo, la suciedad, el ruido, la chusmería de la gente, la
peste
a
grajo en las guaguas, los gamberros metiéndose conmigo, el calor... qué va. No
sé
qué
coño me pasa, pero si esto sigue así y si no podemos largarnos de una puñetera
vez,
me parece que me voy a reventar el mejor día. Se quedó callada meciéndose
en
el balance. Pero ya basta de desgracias, cuéntame cómo te va sola allá en tu
casa,
con la niña y todo eso. Bueno, tú sabes que Bertica está en el Internado con
su
abuela, y yo casi siempre estoy sola, Aurelia me da sus vueltecitas todos los
días y
siempre
me lleva algo, y gracias a eso, porque la verdad que yo no me ocupo ni de
comprar
las cosas que nos tocan para comer. Ya poco me falta para tener que vivir
del
aire, como los camaleones. Vaya... lo siento... ¿Y qué sabes de tus padres?
Pues...
mi mamá me manda una postal de vez en cuando. Ja. Parece que le ha
caído
artritis en las manos o en las ganas. Y mi padre ni se acuerda de que tiene una
hija
aquí en Cuba. El toro furioso. Me acuerdo de los cuentos que tú me hiciste el
otro
día. Yo creo que haría una buena pareja con mi madre, los dos se parecen.
Antes
él estaba metido aquí de cabeza, cuando yo era chiquita. Mi mamá decía
que
tu padre era todo un hombre, y lo decía hasta delante de mi papá... ¿Te
imaginas?
Tu padre y mi mamá casados... ja ja ja. Bueno, ¿y de tu salida qué?
¿De
mi salida? Pues no sé ni hostias, ninguno de los dos parece que se ocupa del
asunto,
a pesar de todas las promesas que me hicieron cuando se iban, que me
dijeron
que me sacarían de aquí enseguida y mira cuánto ha pasado ya. Dicen que
el
cabrón de Tony sigue sin dar la autorización para que Bertica pueda irse, pero
no
sé
qué carajo pasa que pasa el tiempo y yo aquí comiendo mierda. ¿Y qué piensas
hacer?
¿Que qué pienso hacer? Buena pregunta. Pues mira, aunque te rías, a lo
mejor
me busco una pinchita por ahí para ganarme unos pesitos, porque cuando se
me
acabe el dinero que me dejaron mis queridos padres... ¿Un trabajo tú? No me
jodas.
¿No me jodas? Claro. ¿Y quién nos va a mantener a mí y a Bertica? ¿Dios?
¡Ah!
Ya estás igual que el Guille. Tú sabes que él está ahora en esa onda de buscar
una
pincha y ponerse a trabajar. Hombre, parece que ustedes quieren integrarse,
como
dicen los ñángaras. Charito se echó a reír por primera vez aquella tarde. Me
dijo
que yo estaba algo así como tostada. Sí, chica, estás de ingreso en el
psiquiátrico,
si sigues así dentro de poco te veré en un desfile cantando La
Internacional...
Mira, muchachita, olvídate de la pincha, que si te metes en una
oficina
o en una de esas empresas fabulosas que no producen nada, o en cualquier
otro
lugar donde te acepten por tu linda carita, te vas a desgraciar: diez y doce
horas
diarias en la pega, además del trabajo voluntario entre comillas, guardias por
las
noches, asambleas sindicales, una concentración cada quince días, y como
todo
el mundo que hace que trabaja, pero que le joden su tiempo, sí sí sí con la
boca
y no no no con la acción, pero te joden porque tienes que pasarte las tres
cuartas
partes de tu día en función del tabajo. Me dejas pasmada, Charito. ¿Dónde
tú
has aprendido todo eso si tú nunca has pisado una oficina ni un centro de
trabajo?
Pues con mi madre, con la gente que viene aquí, con la calle. La calle
enseña
mucho, aunque si te descuidas te envuelve como un remolino. Hay mucha
mafia,
sí, y mucha hijeputá, mucho salpafuera en la cabrona calle, así que ten
cuidado,
que todavía tú no estás muy curada que digamos. Nos acomodamos en
los
balances destartalados, mucho más cómodos que cuando estaban nuevos de
paquete,
y seguimos esperando, porque en este país todo el mundo se pasa la vida
en
estado de espera permanente. Le dije a Charito que pensaba vender algunas
cosas
para alargar mi decisión de trabajar y ver si mis padres acababan de resolver
mi
situación para salir, y que Miguelito me iba a ayudar en esa gestión, porque
conocía
mucha gente dedicada al giro de comprar y vender y esas cosas. Charito
me
dijo que no sabía cómo yo podía aguantar a ese tipo, así llamó a Miguelito.
Pero
si es un alma de Dios... Será un alma de Dios, pero es maricón. Se le sale la
mariconería
dondequiera que esté. No hablé más del asunto. Por la calle pasaron
unos
niños de uniforme, cantando y riéndose. algunos nos dijeron adiós con las
manos.
Una maestra que iba con ellos también nos saludó. Mira eso. Ahí va el futuro.
Tienen
más política que pelos en las cabezas, y ni siquiera saben por qué están
contentos.
Vamos, Charito, que son niños, y los niños siempre están alegres.
Nos
quedamos mirando los niños hasta que se perdieron por la misma esquina por
donde
dobló Guillermo. ¿Sabes? Me gusta ese color azul de sus pañoletas. Ese color
me
sienta bien. Se lamentó de tener muy poca ropa como a ella le gustaba. Yo
pensé
en los niños, después de todo eran felices, ignoraban el horror, sólo conocían
la
inocencia y repetían todo lo que les dijeran sin saber lo que decían, y eso era
para
ellos la felicidad. Sólo los idiotas son felices, me dijo Charito. Estaba
llorando. Ya
por
la calle no se veía un alma. Un anochecer silencioso, como todos los
anocheceres
en esa casa, en ese barrio. Algunas luces comenzaron a encenderse.
En
ese momento deseé que pasaran los niños otra vez, que alborotaran mucho, que
llenaran
la calle con sus gritos, porque no podía soportar aquellos ojos de Charito
derramando
lágrimas sin un solo quejido. Pero los niños no volvieron. El viento
arrastraba
las hojas de los árboles y las regaba por la acerca, por los jardines ahora
huérfanos
de flores, por el corredor de la casa de Marina...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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