sábado, 8 de agosto de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 28

Charito no se parece a Mayra, pero también es un poco loca. Cuando coinciden en

la casa de Marina parecen dos coleras del mercadito cuando llegan las papas. Y yo

no me quedo atrás, paso más tiempo en la casa de Marina que en mi propia casa...

Una tarde me topé con Charito en la rotonda de Ferreiro, maldito lugar. A veces me

cuesta trabajo decir que voy para mi casa. Ese fue su saludo. Caminamos calladas

hasta su casa. Cuando llegamos Charito le dio un tirón a la puerta de la calle que

me recordó al toro furioso. Tengo la tarde cabrona, Tania, perdóname, tú no tienes

la culpa. Nos fuimos hasta el comedor. Charito sacó una botella de ron de una

jabita que llevaba colgada al hombro y la puso en la mesa. Nada, un encarguito de

mi querida madre para la reunioncita de esta noche, ya tú sabes. Se quitó las

sandalias y las tiró en un rincón. Me encanta andar descalza, me siento más ligera.

Entramos en su cuarto. Se paró frente al armario y se quedó mirando su interior como

si hubiera visto un alacrán. Tú ves, ya dentro de poco voy a tener que guardar toda

mi ropa en una caja de cartón. El comején estaba haciendo zafra en el mueble.

Charito revolvió su ropa, levantó unas cajas de zapatos vacías, cambió de lugar

varios pomos de colonia, abrió y cerró un par de gavetas, y me dijo ni un solo

cigarro, coño, qué desgracia. Entonces oímos la voz de Marina que salía de su

cuarto. ¿Eres tú, Chari? Charito se quedó callada y me hizo señas de que la imitara.

Oímos otra vez la voz de Marina. Desde esta mañana en la calle y estas son las

horas en que tú te apareces. Y tras otra señal de silencio volvimos a oírla. ¿Me trajiste

el encargo? Marina estaba en su cuarto durmiendo, supuse que el tirón de la puerta

la había despertado, pero no habló más. Como si ella no se pasara el día en la

calle. La tiene cogida conmigo. Ya estoy obstinada, Tania, te lo juro. Caminamos en

puntillas hasta el corredor del frente de la casa, aunque ella no tenía que hacerlo,

ya que estaba descalza, y al verla así casi me sale una risa estruendosa que hubiera

despertado a un oso en pleno invierno. Nos acomodamos en un par de balances en

el portal. Charito siguió con su cara de nostalgia y de rabia. Guillermo salió de no sé

dónde, abrochándose la camisa. ¿Y qué, Taniucha? Charito lo miró sin decirle ni pío,

su cara era un poema trágico. Guillermo le dio unos golpecitos en la cabeza y

sonrió. Son los hermanos que mejor se llevan en la familia y siempre están

 jugueteando el uno con el otro, haciéndose cosquillas, jugándose bromas. Mis

hermanos nunca jugaron así conmigo, eran unos puercos. Charito dijo que un día de

éstos ella se largaba para casa del carajo, y no me van a ver más la cara en este

caserón de mierda, ya lo verán. Guillermo le pasó una mano por el pelo rojizo y

tupido que siempre tenía alborotado como Marina, porque yo creo que ninguna de

las dos se peinaba nunca. Antes de irse, Guillermo encendió un pito, le dio una

chupada y se lo pasó a Charito. Lo vimos caminar hasta la esquina, después

desapareció. Charito tiene unos ojos azules muy bonitos, yo nunca he visto unos ojos

más bonitos que los de Charito, pero siempre se le ven tristones. Nos quedamos un

rato sin hablar, mirando lo que quedaba de los jardines que antes estuvieron

repletos de flores, la calle donde ya oscurecía, los árboles que rodeaban la casa.

Charito lanzó el cigarro al jardín, hizo una mueca, y nos pusimos a conversar. Pues sí,

estoy obstinada, es que siempre es lo mismo, si me quedo aquí me aburro, si salgo a

la calle no soporto el polvo, la suciedad, el ruido, la chusmería de la gente, la peste

a grajo en las guaguas, los gamberros metiéndose conmigo, el calor... qué va. No sé

qué coño me pasa, pero si esto sigue así y si no podemos largarnos de una puñetera

vez, me parece que me voy a reventar el mejor día. Se quedó callada meciéndose

en el balance. Pero ya basta de desgracias, cuéntame cómo te va sola allá en tu

casa, con la niña y todo eso. Bueno, tú sabes que Bertica está en el Internado con

su abuela, y yo casi siempre estoy sola, Aurelia me da sus vueltecitas todos los días y

siempre me lleva algo, y gracias a eso, porque la verdad que yo no me ocupo ni de

comprar las cosas que nos tocan para comer. Ya poco me falta para tener que vivir

del aire, como los camaleones. Vaya... lo siento... ¿Y qué sabes de tus padres?

Pues... mi mamá me manda una postal de vez en cuando. Ja. Parece que le ha

caído artritis en las manos o en las ganas. Y mi padre ni se acuerda de que tiene una

hija aquí en Cuba. El toro furioso. Me acuerdo de los cuentos que tú me hiciste el

otro día. Yo creo que haría una buena pareja con mi madre, los dos se parecen.

Antes él estaba metido aquí de cabeza, cuando yo era chiquita. Mi mamá decía

que tu padre era todo un hombre, y lo decía hasta delante de mi papá... ¿Te

imaginas? Tu padre y mi mamá casados... ja ja ja. Bueno, ¿y de tu salida qué?

¿De mi salida? Pues no sé ni hostias, ninguno de los dos parece que se ocupa del

asunto, a pesar de todas las promesas que me hicieron cuando se iban, que me 

dijeron que me sacarían de aquí enseguida y mira cuánto ha pasado ya. Dicen que

el cabrón de Tony sigue sin dar la autorización para que Bertica pueda irse, pero no

sé qué carajo pasa que pasa el tiempo y yo aquí comiendo mierda. ¿Y qué piensas

hacer? ¿Que qué pienso hacer? Buena pregunta. Pues mira, aunque te rías, a lo

mejor me busco una pinchita por ahí para ganarme unos pesitos, porque cuando se

me acabe el dinero que me dejaron mis queridos padres... ¿Un trabajo tú? No me

jodas. ¿No me jodas? Claro. ¿Y quién nos va a mantener a mí y a Bertica? ¿Dios?

¡Ah! Ya estás igual que el Guille. Tú sabes que él está ahora en esa onda de buscar

una pincha y ponerse a trabajar. Hombre, parece que ustedes quieren integrarse,

como dicen los ñángaras. Charito se echó a reír por primera vez aquella tarde. Me

dijo que yo estaba algo así como tostada. Sí, chica, estás de ingreso en el

psiquiátrico, si sigues así dentro de poco te veré en un desfile cantando La

Internacional... Mira, muchachita, olvídate de la pincha, que si te metes en una

oficina o en una de esas empresas fabulosas que no producen nada, o en cualquier

otro lugar donde te acepten por tu linda carita, te vas a desgraciar: diez y doce

horas diarias en la pega, además del trabajo voluntario entre comillas, guardias por

las noches, asambleas sindicales, una concentración cada quince días, y como

todo el mundo que hace que trabaja, pero que le joden su tiempo, sí sí sí con la

boca y no no no con la acción, pero te joden porque tienes que pasarte las  tres

cuartas partes de tu día en función del tabajo. Me dejas pasmada, Charito. ¿Dónde

tú has aprendido todo eso si tú nunca has pisado una oficina ni un centro de

trabajo? Pues con mi madre, con la gente que viene aquí, con la calle. La calle

enseña mucho, aunque si te descuidas te envuelve como un remolino. Hay mucha

mafia, sí, y mucha hijeputá, mucho salpafuera en la cabrona calle, así que ten

cuidado, que todavía tú no estás muy curada que digamos. Nos acomodamos en

los balances destartalados, mucho más cómodos que cuando estaban nuevos de

paquete, y seguimos esperando, porque en este país todo el mundo se pasa la vida

en estado de espera permanente. Le dije a Charito que pensaba vender algunas

cosas para alargar mi decisión de trabajar y ver si mis padres acababan de resolver

mi situación para salir, y que Miguelito me iba a ayudar en esa gestión, porque

conocía mucha gente dedicada al giro de comprar y vender y esas cosas. Charito

me dijo que no sabía cómo yo podía aguantar a ese tipo, así llamó a Miguelito.

Pero si es un alma de Dios... Será un alma de Dios, pero es maricón. Se le sale la

mariconería dondequiera que esté. No hablé más del asunto. Por la calle pasaron

unos niños de uniforme, cantando y riéndose. algunos nos dijeron adiós con las

manos. Una maestra que iba con ellos también nos saludó. Mira eso. Ahí va el futuro.

Tienen más política que pelos en las cabezas, y ni siquiera saben por qué están

contentos. Vamos, Charito, que son niños, y los niños siempre están alegres.

Nos quedamos mirando los niños hasta que se perdieron por la misma esquina por

donde dobló Guillermo. ¿Sabes? Me gusta ese color azul de sus pañoletas. Ese color

me sienta bien. Se lamentó de tener muy poca ropa como a ella le gustaba. Yo

pensé en los niños, después de todo eran felices, ignoraban el horror, sólo conocían

la inocencia y repetían todo lo que les dijeran sin saber lo que decían, y eso era

para ellos la felicidad. Sólo los idiotas son felices, me dijo Charito. Estaba llorando. Ya

por la calle no se veía un alma. Un anochecer silencioso, como todos los

anocheceres en esa casa, en ese barrio. Algunas luces comenzaron a encenderse.

En ese momento deseé que pasaran los niños otra vez, que alborotaran mucho, que

llenaran la calle con sus gritos, porque no podía soportar aquellos ojos de Charito

derramando lágrimas sin un solo quejido. Pero los niños no volvieron. El viento

arrastraba las hojas de los árboles y las regaba por la acerca, por los jardines ahora

huérfanos de flores, por el corredor de la casa de Marina...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr

www.facebook.com/augusto.delatorrecasas



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