sábado, 18 de julio de 2015

ESA MUCHACHA TRISTE QUE SUEÑA CON LA NIEVE 25

Una tarde comenzó a llover de pronto y yo y Marina nos fuimos para el fondo de la

casa para ver cómo se empapaban las cosas que habían dejado los muchachos en

el patio a la intemperie: tennis, gorras, pulóveres, hasta un muñeco cabezón de

peluche de Anita que del tiro se hizo mierda. No tuvimos tiempo ni para recoger un

mantón de Manila que Marina había sacado para asistir a una misa por el alma de

su madre, y ni yo ni ella estábamos para mojarnos, porque el aguacero era de anjá.

El tiempo se está volviendo loco. A Marina la lluvia la pone melancólica, y cuando

se pone melancólica no hace más que hablar de su familia, del pasado, de la

desgracia de su madre en el mar. A mí  no me gusta oírla cuando se pone así, pero

no me queda más remedio, porque ella me oye a mí cuando yo le descargo sobre

mi situación y mis problemas y desde que vine aquella vez cuando ella regresó con

los muchachos me ha atendido tal como me dijo mi mamá. Enseguida nos hicimos

amigas, como yo y Mayra, y sus cinco hijos comenzaron a tratarme como si yo fuera

un miembro de la familia. Y ahora estoy allá todos los días, a no ser que Bertica esté

en la casa los fines de semana. El caso es que Marina no me ha defraudado, me

trata como a una hija, y ya tengo dos madres postizas, que a veces las postizas son

mejores que las madres verdaderas. Marina tiene la lengua suelta y no se calla lo

que piensa, por eso a mí me gusta oírla. A veces lo que suelta es una bomba.

Oyéndola siempre aprendo algo. Algo. Aquella tarde de la llluvia Marina coló café,

me alcanzó una taza humeante, y encendió un cigarro. Marina tomaba café

constantemente y se fumaba dos cajetillas al día. Nos sentamos en el quicio del

patio y comenzó a hablar, no sé si a mí o a la nada del espacio en donde clavó sus

ojos. Es terrible dormir sola noche tras noche. Es terrible acostarse en una cama fría,

después que se van los muchachos y me dejan sólamente un montón de silencio...

El aguacero caía con estrépito, lo calaba todo, sacudía el techo de zinc de la

terraza, las barandas, las persianas, pero Marina continuaba echando humo casi

sin pestañar. Esta casa se ha vuelto fría como la misma muerte, por eso me gusta

que vengan los muchachos, que alboroten bastante, que se diviertan todo lo que

les dé su gana, esa es la única manera que yo tengo de olvidarme de todo...

Yo tenía frío y me fui al cuarto de Charito a buscar un enguatado. Cuando regresé

junto a Marina noté que tenía los ojos aguados. Entonces me miró por primera vez.

Tú eres muy joven todavía, Tania, por eso no puedes comprender ciertas cosas,

pero mira, a una mujer de mi edad le hace mucha falta sentir el calor de un cuerpo

de hombre apretado a su cuerpo. Si no lo siente le parece que está muerta, y eso es

lo que me pasa a mí, que me parece que estoy muerta, muerta, desde la noche

fatal, cuando la muerte se nos apareció en el mar. ¡Oh, Dios! No debería pensar en

eso, no debería atormentarme más con eso, lo sé, lo sé que me hace daño, pero

es que no puedo evitarlo. Cuando no está Charito o no está Mayra o no estás tú,

esta casa me pone demasiado tensa, me parece que se infla como un globo, que

se va a reventar, qué sé yo, y entonces empiezo a registrarlo todo, me pierdo entre

los cuartos, saco todas las fotos de la familia, recorro los pasillos, voy al sótano, ya

sé que te estoy aburriendo con esta cantaleta, no lo niegues, pero basta ya, voy a

pensar en otra cosa, voy a pensar que estoy en una casa grande y muy hermosa,

que dentro de esa casa hay unas mesas muy bonitas con manteles bordados por

mí, con montones de golosinas, y que Anita está allí, que estamos todos juntos, y

que estamos saboreando los dulces, los caramelos, los bombones que tanto le

gustan a Anita, las tartas de manzana, los flanes de vainilla, y mira, Anita tiene la

cara embarrada de azúcar, de merengue, de miel, y está nevando, sí, nevando, oh,

Dios mío, ya sé que tú nunca la has visto, pero la nieve es maravillosa, yo sufro cada

vez que pienso que no voy a verla más, que no voy a sentirla caer sobre mi cabeza,

a tocarla, a jugar con ella, por eso nos lanzamos al mar aquel día, sí, por eso, no

podíamos seguir esperando, se complicaba la salida, y Esteban a punto de volverse

loco, diciéndome constantemente que no nos iban a dejar salir, no sé por qué se le

metió esa idea en la cabeza, no lo sé, ya no sé nada, sólo sé que Esteban se alteró

muchísimo, se obsesionó con la salida, y los Izaguirre lo embullaron, santo Dios, y

aquello fue horrible, fue horrible... Marina se calla de repente y yo no sé qué decir ni

qué hacer. La lluvia sigue y yo no puedo quitarme el frío del cuerpo, hasta que me

mira y sigue hablando, ahora algo más calmada. Quién sabe si hubiéramos

esperado un poco más mi mamá estuviera viva. Sí. A lo mejor. O no, quién sabe si el

destino quería que pasáramos por esa prueba, si Dios quería que mi mamá se

ahogara en el mar aquella noche. ¡Ay, Jesús atormentado! Qué cosas se me

ocurren. Pero no me hagas caso, Tania, no, no me hagas caso, de verdad que no,

estoy disparatando, lo sé que estoy disparatando, no me hagas caso, ¿quieres más

café?... A Marina el café la calmaba. Eso me decía. El café y los cigarros. Intenté

que se olvidara de aquello. Y así pasaba el tiempo, y cada vez que yo tenía un

chance me llegaba a esta casa donde ahora estoy, a pesar de que Aurelia me

decía que no debía venir tanto a casa de esta gente, como les dice Aurelia, que no

me reuniera con estas personas que eran mal miradas y que el gobierno las tenía

fichadas. Ah. A Aurelia nunca le gustó mi metedera en esta casa. Es que allí va un

elemento que no está bien visto, Tania... Yo no le decía nada, pensaba que bien

visto por quién, eso no me lo decía Aurelia, y yo no veía nada anormal en la casa

de Marina, gente como la mayoría de los jóvenes que yo conocía y nada más. No

se puede juzgar a una persona por lo que la gente dice de ella, porque la gente

siempre habla y casi siempre habla mal de los demás. Marina y sus hijos nunca me

trataron mal ni me miraron por encima del hombro como hacían algunos vecinos

de la cuadra. Me brindaron su amistad, que tanta falta me hacía entonces, y sin

ningún interés, porque yo no tenía nada que darles, al contrario, era yo quien pedía

a gritos que me echaran una mano. Y ya ven que en los peores momentos de mi

vida Marina siempre me ha echado esa mano y eso nunca voy a olvidarlo, y que

me perdone Aurelia, pero no pienso dejar de visitar a esta familia con la que tan

bien me siento... ¡Ah! Ya todo ha pasado. No sé en realidad determinar qué sucesos

de mi vida han ocurrido antes o después, todo se me confunde, por eso yo creo que

el tiempo no existe. El tiempo es un elemento más de la imaginación y no tiene

orden ni desorden, las cosas ocurren, se viven, se recuerdan o se olvidan, y ya. Y a

veces pienso que las cosas que me han ocurrido me las he inventado yo... Pero ya.

Mejor es olvidarme del pasado, de toda esa madeja que me retuerce los recuerdos.

Si pasó o no pasó esto o aquello, ¿qué más da? ¿Quién tiene la razón? ¿Dónde está

la verdad? Cada cual piensa que tiene la verdad y que el otro es quien está

equivocado. Así es el ser humano. No conozco a nadie que confiese que es malo,

que no tiene la razón, que está equivocado. Aquí ya nadie sabe quién está

aparentando, aunque yo creo que todos están en eso, todos, yo misma estoy

aparentando como todos los demás, y como dice Marina, lo mejor es no hacerle

caso a nadie y juzgar uno mismo y hacer lo que quiera hacer sin pensar en lo que

van a pensar y decir los demás. La gente es como es y querer cambiar a las

personas es una estupidez, porque nadie va a cambiar. Como decía mi mamá:

el que nace cochino muere lechón y a viaje. El que es bueno para unos es malo

para otros y viceversa, así que punto y aparte. Que una no puede caerle bien a

todo el mundo, no puede quedar bien con todo el mundo. No. Hacer lo que a uno

le dé la gana y no andarse con tanto miramiento ni con tanto análisis ni con tanta

filosofía, que los filósofos lo único que han hecho es complicarle la vida a la gente

con sus teorías y hacerle la vida más difícil a quienes analizan lo que ellos dicen o

escriben, y ya está bueno, coño, que ahorita va y me convierto yo también en una

filósofa comemierda y me pongo a adoctrinar a la gente yo también, para que me

manden al recoño de mi madre y no siga jodiendo. Marina sabe lo que dice, que

por algo se ha metido mil libros en la cabeza, pero sobre todo, se ha metido la

calle, que es lo que más enseña. Tengo que aprender de ella, porque la vida no es

para pensarla ni para analizarla, sino para vivirla, y a veces a una se le va la vida

pensando, y no vive. Pues nada, Tania, olvídate de todo, muchacha, ciérrale la

llave a los malos recuerdos, que son casi todos los tuyos, olvídate y punto, que la

vida es muy corta y el dolor muy largo...

(continuará)

Augusto Lázaro

@augustodelatorr


www.facebook.com/augusto.delatorrecasas

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