Una
tarde comenzó a llover de pronto y yo y Marina nos fuimos para el fondo de la
casa
para ver cómo se empapaban las cosas que habían dejado los muchachos en
el
patio a la intemperie: tennis, gorras, pulóveres, hasta un muñeco cabezón de
peluche
de Anita que del tiro se hizo mierda. No tuvimos tiempo ni para recoger un
mantón
de Manila que Marina había sacado para asistir a una misa por el alma de
su
madre, y ni yo ni ella estábamos para mojarnos, porque el aguacero era de anjá.
El
tiempo se está volviendo loco. A Marina la lluvia la pone melancólica, y cuando
se
pone melancólica no hace más que hablar de su familia, del pasado, de la
desgracia
de su madre en el mar. A mí no me gusta
oírla cuando se pone así, pero
no
me queda más remedio, porque ella me oye a mí cuando yo le descargo sobre
mi
situación y mis problemas y desde que vine aquella vez cuando ella regresó con
los
muchachos me ha atendido tal como me dijo mi mamá. Enseguida nos hicimos
amigas,
como yo y Mayra, y sus cinco hijos comenzaron a tratarme como si yo fuera
un
miembro de la familia. Y ahora estoy allá todos los días, a no ser que Bertica
esté
en
la casa los fines de semana. El caso es que Marina no me ha defraudado, me
trata
como a una hija, y ya tengo dos madres postizas, que a veces las postizas son
mejores
que las madres verdaderas. Marina tiene la lengua suelta y no se calla lo
que
piensa, por eso a mí me gusta oírla. A veces lo que suelta es una bomba.
Oyéndola
siempre aprendo algo. Algo. Aquella tarde de la llluvia Marina coló café,
me
alcanzó una taza humeante, y encendió un cigarro. Marina tomaba café
constantemente
y se fumaba dos cajetillas al día. Nos sentamos en el quicio del
patio
y comenzó a hablar, no sé si a mí o a la nada del espacio en donde clavó sus
ojos.
Es terrible dormir sola noche tras noche. Es terrible acostarse en una cama
fría,
después
que se van los muchachos y me dejan sólamente un montón de silencio...
El
aguacero caía con estrépito, lo calaba todo, sacudía el techo de zinc de la
terraza,
las barandas, las persianas, pero Marina continuaba echando humo casi
sin
pestañar. Esta casa se ha vuelto fría como la misma muerte, por eso me gusta
que
vengan los muchachos, que alboroten bastante, que se diviertan todo lo que
les
dé su gana, esa es la única manera que yo tengo de olvidarme de todo...
Yo
tenía frío y me fui al cuarto de Charito a buscar un enguatado. Cuando regresé
junto
a Marina noté que tenía los ojos aguados. Entonces me miró por primera vez.
Tú
eres muy joven todavía, Tania, por eso no puedes comprender ciertas cosas,
pero
mira, a una mujer de mi edad le hace mucha falta sentir el calor de un cuerpo
de
hombre apretado a su cuerpo. Si no lo siente le parece que está muerta, y eso
es
lo
que me pasa a mí, que me parece que estoy muerta, muerta, desde la noche
fatal,
cuando la muerte se nos apareció en el mar. ¡Oh, Dios! No debería pensar en
eso,
no debería atormentarme más con eso, lo sé, lo sé que me hace daño, pero
es
que no puedo evitarlo. Cuando no está Charito o no está Mayra o no estás tú,
esta
casa me pone demasiado tensa, me parece que se infla como un globo, que
se
va a reventar, qué sé yo, y entonces empiezo a registrarlo todo, me pierdo
entre
los
cuartos, saco todas las fotos de la familia, recorro los pasillos, voy al
sótano, ya
sé
que te estoy aburriendo con esta cantaleta, no lo niegues, pero basta ya, voy a
pensar
en otra cosa, voy a pensar que estoy en una casa grande y muy hermosa,
que
dentro de esa casa hay unas mesas muy bonitas con manteles bordados por
mí,
con montones de golosinas, y que Anita está allí, que estamos todos juntos, y
que
estamos saboreando los dulces, los caramelos, los bombones que tanto le
gustan
a Anita, las tartas de manzana, los flanes de vainilla, y mira, Anita tiene la
cara
embarrada de azúcar, de merengue, de miel, y está nevando, sí, nevando, oh,
Dios
mío, ya sé que tú nunca la has visto, pero la nieve es maravillosa, yo sufro
cada
vez
que pienso que no voy a verla más, que no voy a sentirla caer sobre mi cabeza,
a
tocarla, a jugar con ella, por eso nos lanzamos al mar aquel día, sí, por eso,
no
podíamos
seguir esperando, se complicaba la salida, y Esteban a punto de volverse
loco,
diciéndome constantemente que no nos iban a dejar salir, no sé por qué se le
metió
esa idea en la cabeza, no lo sé, ya no sé nada, sólo sé que Esteban se alteró
muchísimo,
se obsesionó con la salida, y los Izaguirre lo embullaron, santo Dios, y
aquello
fue horrible, fue horrible... Marina se calla de repente y yo no sé qué decir
ni
qué
hacer. La lluvia sigue y yo no puedo quitarme el frío del cuerpo, hasta que me
mira
y sigue hablando, ahora algo más calmada. Quién sabe si hubiéramos
esperado
un poco más mi mamá estuviera viva. Sí. A lo mejor. O no, quién sabe si el
destino
quería que pasáramos por esa prueba, si Dios quería que mi mamá se
ahogara
en el mar aquella noche. ¡Ay, Jesús atormentado! Qué cosas se me
ocurren.
Pero no me hagas caso, Tania, no, no me hagas caso, de verdad que no,
estoy
disparatando, lo sé que estoy disparatando, no me hagas caso, ¿quieres más
café?...
A Marina el café la calmaba. Eso me decía. El café y los cigarros. Intenté
que
se olvidara de aquello. Y así pasaba el tiempo, y cada vez que yo tenía un
chance
me llegaba a esta casa donde ahora estoy, a pesar de que Aurelia me
decía
que no debía venir tanto a casa de esta gente, como les dice Aurelia, que no
me
reuniera con estas personas que eran mal miradas y que el gobierno las tenía
fichadas.
Ah. A Aurelia nunca le gustó mi metedera en esta casa. Es que allí va un
elemento
que no está bien visto, Tania... Yo no le decía nada, pensaba que bien
visto
por quién, eso no me lo decía Aurelia, y yo no veía nada anormal en la casa
de
Marina, gente como la mayoría de los jóvenes que yo conocía y nada más. No
se
puede juzgar a una persona por lo que la gente dice de ella, porque la gente
siempre
habla y casi siempre habla mal de los demás. Marina y sus hijos nunca me
trataron
mal ni me miraron por encima del hombro como hacían algunos vecinos
de
la cuadra. Me brindaron su amistad, que tanta falta me hacía entonces, y sin
ningún
interés, porque yo no tenía nada que darles, al contrario, era yo quien pedía
a
gritos que me echaran una mano. Y ya ven que en los peores momentos de mi
vida
Marina siempre me ha echado esa mano y eso nunca voy a olvidarlo, y que
me
perdone Aurelia, pero no pienso dejar de visitar a esta familia con la que tan
bien
me siento... ¡Ah! Ya todo ha pasado. No sé en realidad determinar qué sucesos
de
mi vida han ocurrido antes o después, todo se me confunde, por eso yo creo que
el
tiempo no existe. El tiempo es un elemento más de la imaginación y no tiene
orden
ni desorden, las cosas ocurren, se viven, se recuerdan o se olvidan, y ya. Y a
veces
pienso que las cosas que me han ocurrido me las he inventado yo... Pero ya.
Mejor
es olvidarme del pasado, de toda esa madeja que me retuerce los recuerdos.
Si
pasó o no pasó esto o aquello, ¿qué más da? ¿Quién tiene la razón? ¿Dónde está
la
verdad? Cada cual piensa que tiene la verdad y que el otro es quien está
equivocado.
Así es el ser humano. No conozco a nadie que confiese que es malo,
que
no tiene la razón, que está equivocado. Aquí ya nadie sabe quién está
aparentando,
aunque yo creo que todos están en eso, todos, yo misma estoy
aparentando
como todos los demás, y como dice Marina, lo mejor es no hacerle
caso
a nadie y juzgar uno mismo y hacer lo que quiera hacer sin pensar en lo que
van
a pensar y decir los demás. La gente es como es y querer cambiar a las
personas
es una estupidez, porque nadie va a cambiar. Como decía mi mamá:
el
que nace cochino muere lechón y a viaje. El que es bueno para unos es malo
para
otros y viceversa, así que punto y aparte. Que una no puede caerle bien a
todo
el mundo, no puede quedar bien con todo el mundo. No. Hacer lo que a uno
le
dé la gana y no andarse con tanto miramiento ni con tanto análisis ni con tanta
filosofía,
que los filósofos lo único que han hecho es complicarle la vida a la gente
con
sus teorías y hacerle la vida más difícil a quienes analizan lo que ellos dicen
o
escriben,
y ya está bueno, coño, que ahorita va y me convierto yo también en una
filósofa
comemierda y me pongo a adoctrinar a la gente yo también, para que me
manden
al recoño de mi madre y no siga jodiendo. Marina sabe lo que dice, que
por
algo se ha metido mil libros en la cabeza, pero sobre todo, se ha metido la
calle,
que es lo que más enseña. Tengo que aprender de ella, porque la vida no es
para
pensarla ni para analizarla, sino para vivirla, y a veces a una se le va la
vida
pensando,
y no vive. Pues nada, Tania, olvídate de todo, muchacha, ciérrale la
llave
a los malos recuerdos, que son casi todos los tuyos, olvídate y punto, que la
vida
es muy corta y el dolor muy largo...
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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