sábado, 8 de noviembre de 2014

EL AULA SUCIA 48

El primero de noviembre de 1992 Marnia presentó sus descargos ante la Secretaría

de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas, respondiendo a una diligencia

decanal que había recibido un día antes en la que se le informaba que se estaba

procediendo a enjuiciarla por sus continuadas ausencias al trabajo, ignorando en

la misma toda referencia a sus solicitudes de licencia sin sueldo que desde el mes

de agosto ella venía presentando. Nunca le habían comunicado que esas

licencias carecíeran de valor y mucho menos que no habían sido aceptadas. En su

carta de descargos, dirigida a la Decana, Marnia exponía, entre otras cosas que

               desde mi primera solicitud de licencia sin sueldo, en ningún momento se

               me aclaró ni especificó que éstas llevaban una manera

               institucionalizada de fundamentación, de ahí que siempre elaboré en las

               mismas una forma similar de solicitud, por lo que pensé que fueron

               recibidas y al parecer aceptadas por la dirección departamental...

Agregaba que desconocía las varias vías por las que, según su diligencia, la

Universidad había tratado de localizarla, pues en su casa siempre estaba ella o

cuando menos su esposo o su hija, y allí nunca había ido nadie oficialmente a

ninguna gestión de ese tipo,

               y me pregunto que si la dirección departamental entendía necesario y

               urgente comunicarse conmigo, así como dejar constancia de los

               esfuerzos que había hecho a tal efecto, ¿por qué en ningún momento se

               me hizo llegar un documento oficial por una vía testimoniante que se

               llama certificado de correos a mi dirección particular?

Y por último, informaba su desconocimiento del referido enjuiciamiento si es que se

estaba realizando sin su presencia, y de si quienes lo hacían habían llegado a

alguna conclusión, enumerando una vez más su proceso médico y hospitalario, por

todos conocido, pero que algunos, aparentemente, pretendían ignorar en la

Universidad.

--¿Y entonces?

Liliana se le quedó mirando. Marnia se había encontrado con ella a la salida de la

Secretaría y le contó los pormenores de su gestión. Hacía tiempo que no se veían y

decidieron caminar un poco y conversar para -según Liliana- descargar el vapor

que Marnia contenía sin desahogare.

--No sé. Ya no sé nada. Esta es la primera vez que se me comunica algo referente a

mi ausencia del trabajo, y mira qué tiempo hace que estoy sin trabajar.

--Vamos a mi casa. Necesitas refrescarte.

Se dirigieron a la parada del ómnibus. Por suerte pasó un Lada vacío al que hicieron

una seña, y el hombre que lo conducía las recogió y las llevó hasta Ferreiro.

--Por lo menos con el transporte hoy no estamos tan mal.

La casa de Liliana estaba en las afueras de Santiago. Era una casa grande, con un

jardín enorme a la entrada, y con un perro no menos enorme que enseguida que las

vio comenzó a ladrar estrepitosamente.

--Si no fuera por Guardían ya me hubieran robado hasta a mí misma.

Entraron. Liliana se puso cómoda y le brindó un té que tenía en un termo, todavía

caliente.

--Lo hago todos los días. Siempre estoy tomando té, a falta de otra cosa que me

calme...o me estimule.

--Dime una cosa, Liliana, ¿cómo tú, viviendo sola y trabajando tan lejos, te las

arreglas para las compras y para las tareas de la casa?

--Yo misma no lo sé. A veces una vecina me recoge los mandados, a veces yo

cuando regreso por la tarde, o los días que no voy a la Universidad. Pero eso sí: aquí

en la casa... -echó una ojeada a las cosas regadas y tiradas en cualquier lugar-,

aquí me las arreglo sola... -y mirando la cara de Marnia, suspiró y se dirigió hacia el

fondo- pero por lo menos está limpia, ¿no? Anda, siéntate y acomódate.

Liliana regresó con una botella de ron en la que sólo quedaban unos dedos. Vertió

el té en las tazas y echó una pizca de ron en la suya, pues Marnia rechazó su

porción, diciéndole que se lo echara todo.

--¿Y tu hija?

--Mi hija bien. Sigue en La Habana. Ya está a punto de graduarse.

--¡Ay! Cuando yo pueda decir lo mismo de la mía...

--Te vas a arrepentir, porque entonces te vas a creer que ya eres una vieja y cada

vez que te mires al espejo encontrarás alguna nueva arruga, o una línea más de las

patas de gallina -y se echó a reír. Las dos se rieron a carcajadas. Liliana, aunque ya

mayorcita, se conservaba tanto que tenía un cuerpo casi perfecto. Marnia la miró

un instante sin decir una palabra. Sí: Liliana era una belleza, sin lugar a dudas.

Mirándola, Marnia comprendió el embobecimiento de algunos en la Universidad.

Después del té conversaron sobre cosas intrascendentes, hasta que inevitablemente

cayeron en el asunto de Marnia.

--Lo que no me explico -Liliana encendió un cigarro y recostó la cabeza en la

butaca- es por qué no te avisaron de que tu ausencia se estaba analizando.

--Yo tampoco me lo explico, pero eso no me sorprende.

--No, a mí tampoco, no vayas a creer. Ya estoy acostumbrada a estas cosas. Eso no

se organiza jamás.

--¿Y tú crees que eso sea falta de organización?

--¿Lo tuyo?

--Sí, lo mío. ¿Es falta de organización?

--Tú estás pensando que detrás de todo esto hay mala fe.

--¿Qué otra cosa voy a pensar? No se le hace un proceso disciplinario a ningún

trabajador sin avisarle por falta de organización. ¿Verdad que no?

--Sí, tienes razón, pero...

--Pero tú eres militante del Partido, Liliana, y tienes que justificar de alguna forma

esos desmanes.

--Mira, no jeringues, que tú me conoces muy bien para pensar eso de mí. El que yo

tenga un carné rojo en la cartera no significa que me voy a poner de parte de

cualquier abuso. Eso te lo he demostrado, ¿no?

--Claro... perdona, es que este problema me tiene alterada de los nervios... lo que

quise decirte es que... de todos modos, tú no puedes mirar el asunto como yo misma.

Mirarlo así... de una forma totalmente imparcial...

--Quizás no totalmente, sí. El Partido nos presiona bastante, pero yo no soy de ésos

que repiten como el papagayo y dicen sí y alzan la mano sin analizar.

--Pero dime una cosa: tú, como miembro del núcleo del Departamento, debes

haber oído algo sobre mí. ¿Por qué no me dices lo que sabes?

Liliana se quedó mirándola. Admiraba a esa muchacha que en sus escasos años

como profesora se había desenvuelto tan bien, pero comprendía que a Marnia le

faltaba madurez.

--Mira, niña, no te preocupes demasiado por lo que se diga de ti. ¿De quién no se

habla en este país?

--De todo el mundo, sí, pero a mí no me interesa lo que se habla de todo el mundo,

sino lo que e habla de mí.

--¡Ay, muchacha! -Liliana movió la cabeza-. Me recuerdas una máxima de Lord

Henry, el personaje cínico de El retrato de Dorian Gray. ¿Lo leíste?

--Claro, me gusta mucho Wilde. ¿Cuál es la máxima?

--Pues... dice Lord Henry que "sólo hay una cosa en el mundo peor que el que

hablen de uno y es... que no hablen".

--Sí, ya me acuerdo. Mucha filosofía, pero no me has dicho nada de lo que te

pregunté.

--Pues no, no he oído nada del otro mundo. Cosas normales, lo que siempre se

comenta, lo que te he contado -se levantó, tomó el termo de té, y vertió el fondo

en su taza-. Y déjame decirte que siempre he oído, al menos mayoritariamente, muy

buenas opiniones sobre ti. ¿Quieres más? Puedo hacer más en un minuto.

--No, gracias -Marnia cruzaba y descruzaba las piernas casi constantemente. Liliana

se sentó otra vez-. Creo que es mejor no hablar más de este asunto. Me voy.

Marnia se levantó. Liliana la imitó, acompañándola hasta la puerta.

--¡Guardián! -tranquilizó al perrazo-. Bueno, sé que no puedes quedarte hoy, pero

planifica para que te pases un día aquí conmigo. Vienes desde por la mañana,

preparamos un almuerzo campestre, y conversamos bastante. Ahí tengo unos

cuantos discos, no muchos, pero hay algunos de la música que a ti te gusta.

Embúllate y me avisas. ¡Ah! Y no te atrevas a traer absolutamente nada de

comer, ¿eh?

--Está bien, yo te aviso. Vamos a esperar a ver qué dicen en el Decanato cuando

lean mis descargos.

Cuando Marnia llegó a la parada del ómnibus, cercana a la casa, Liliana entró,

se detuvo en el medio de la sala, cogió el termo del té y la botella de ron, ambos

vacíos, y pensó que tenía que ayudar a su compañera y amiga de algún modo.

"¿Pero cómo?", se preguntó, caminando hacia el fondo de la casa.

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

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