Cuando
le concedieron la palabra, Marnia se puso de pie, y miró uno por uno a los
compañeros
del Departamento que se encontraban en la asamblea. Había estado
pensándolo
un buen rato, hasta que al fin se decidió: no podía quedarse con los
deseos
de exponer su opinión, aunque el hacerlo le acarreara problemas y estar en
la
mirilla de los dirigentes del Partido, que últimamente estrechaban el cerco en
el
que
ya la tenían encerrada. "Después de todo, ¿no dijo el Apóstol que el
hombre
que
no dice lo que piensa no es un hombre honrado?", había dicho en la última
reunión
de su Departamento ante las reprimendas de Elvira. Venciendo su
nerviosismo,
comenzó diciendo que habría que analizar el sistema nacional de la
enseñanza
a todos los niveles, porque ella pensaba que podía mejorarse bastante.
--Yo
veo que desde que el niño comienza el mismo pre-escolar lo atosigan de
palabras,
de frases, de consignas, sobre asuntos que el niño no puede comprender.
Hasta
le hablan de la guerra, de la sangre, de la violencia, de la muerte, y quizás
yo
esté equivocada, pero el mundo infantil es otra cosa, ¿por qué sacrificárselo a
ese
niño que ya tendrá tiempo suficiente para enterarse del horror?
Dijo
que cuando un estudiante llegaba a la Universidad traía un almacén de
materiales
y estudios políticos que lejos de ayudarle a integrarse en ese centro le
dificultaban
su total asimilación de los estudios superiores.
--Son
alumnos que apenas conocen las tablas aritméticas, la conjugación del
verbo
amar en el presente del indicativo, y si acaso algunas capitales de países
americanos,
aunque están al día en los asuntos políticos y almacenan en sus
cerebros
todas las directrices ideológicas que les han echado encima en la
enseñanza
secundaria.
Añadió
que si creían que exageraba hicieran la prueba que ella había hecho en su
Departamento
con otras compañeras, que aunque se mantuvo en secreto ahora
ella
iba a mostrarles con sus sorprendentes resultados, en los que se notaba el poco
nivel
de los educandos en materias necesarias para su graduación superior.
--Por
eso yo me pregunto qué es lo que pasa con nuestro sistema nacional de
enseñanza.
¿Es correcto? ¿Es aplicable? ¿Da resultados? Porque hablando en plata,
una
gran parte de la enseñanza en general consiste en materiales y manuales sobre
ideología
y sí, está bien, acepto lo que me van a decir, que eso es necesario, sí, pero
aquí
todo es necesario y pecar por exceso es tan negativo como lo contrario. Y por
cierto,
hay que decir que muchos de esos estudios de ciencias sociales y políticas
que
les impartimos a nuestros estudiantes ya hace rato que han sido desechados en
casi
todas las Universidades del planeta, y yo aprovecho para hacerle un llamado a
la
dirección del plantel a que se ponga al día en estas cuestiones tan importantes
y
necesarias.
Continuó
su intervención enumerando lo que ella entendía que funcionaba mal en
el
sistema nacional de enseñanza del país, como la intolerancia con las opiniones
de
los alumnos sobre aspectos candentes de la situación del país o de otros países
o
de
problemas que existían en la sociedad cubana actual, o la manía de acusar a
cualquiera
que opinara distinto al Partido de diversionismo ideológico, o el exceso
de
justificación ante lo mal hecho, o la tendencia a culpar siempre a los
estudiantes
y
nunca a los profesores, ni a la dirección del centro, o la casi nula inormación
que
llegaba
a los alumnos sobre la historia del país que no fuera la que se refería a la
Revolución
y a sus líderes, o...
--Y
en definitivas, compañeros, yo creo que un discurso por sí solo muy poco puede
hacer
para desarrollar nuestro país, para elevar nuestra calidad de vida, para
resolver
tantos y tantos problemas que tenemos, conocidos o no, y en fin, que es
muy
bonito eso de la actitud revolucionaria, sí, pero si el que la tiene no conoce
ni
las
capitales de los países de América Latina, no creo que pueda servir de gran
ayuda
para la construcción del socialismo, porque yo me pregunto si la mejor
actitud
revolucionaria no es en nuestro caso ser un buen profesor y trasmitir a los
alumnos
los conocimientos que les servirán en el futuro para echar adelante esos
grandes
planes de desarrollo que tenemos y que no se pueden echar adelante
sólamente
con buenas intenciones y con discursos políticos...
Y
para terminar, Marnia, que estaba sudando y muy nerviosa, hizo una síntesis de
los
errores que se cometían en la Universidad, siendo el más grave haber despedido
a
los mejores profesores que tenía el centro por el simple hecho de que pensaban
con
sus propias cabezas y no se dejaban encasillar en el esquema impuesto por el
Partido
ante el cual nadie puede discrepar ni mucho menos opinar públicamente
en
contra.
--Y
lo más importante, compañeros: estamos graduando a cientos de estudiantes
que
no se merecen el título universitario y los lanzamos a la calle a hacer
barbaridades
y a poner el nombre de nuestro trabajo por el suelo. Porque aquí,
como
han manifestado muchos de los futuros graduados, cualquiera se gradúa,
tenga
o no méritos, capacidad y conocimientos que avalen esa graduación...
Antes
de sentarse, Marnia miró a su alrededor: silencio absoluto. Pensó que no había
dicho
todo lo que tenía que decir, pero se sentía muy cansada y no podía más.
Creía
que había planteado lo correcto, y que lo había hecho con el fin de mejorar
la
enseñanza en general, de mejorar el trabajo en la Universidad, de terminar con
lo
mal
hecho. Pero de pronto se sintió como una idiota: había sido ilusa si pensaba
que
le iban a hacer caso. ¿Quién era ella para que nada menos que el sacrosanto
Partido
fuera a hacerle caso? Ilusa y atrevida. Se sintió molesta consigo misma,
pensando
que quizás no debió ni siquiera hablar en la asamblea. En definitivas, allí
todo
el mundo ganaba trescientos, cuatrocientos, hasta más, y todo el mundo
quería
seguir ganando eso, por lo que la casi totalidad del profesorado aceptaba
las
cosas y no abría su boca para discrepar de ninguna orientación del Partido ni
de
la
Rectoría, y así aseguraban su permanencia tranquila y sin crearse problemas.
¿Era
eso
lo mejor, lo más honesto, lo más honrado, lo más decente? No tenía una
respuesta
clara a esas interrogantes. Lo hecho, hecho estaba, y ahora tendría que
esperar
a ver qué hacían sus dirigentes por haber tenido el atrevimiento de erigirse
en
voz acusadora de quienes pensaban igual pero callaban y no tenían valor de
enfrentarse
al poder absoluto que regía los destinos del país. Lo único real era que
nadie
había interrumpido su intervención y ella no sabía si eso era bueno o malo...
En
la mesa presidencial de la asamblea Elvira se inclinó hacia Gabriela para
susurrarle
algo al oído y esta última anotó algo en su cuaderno de apuntes.
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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