--Amor,
ya salí de mi tercera evaluación, y salí bien. Mira, aquí tienes la copia.
Mario
ojeó el contenido de las hojas mecanografiadas. Sonrió.
--A
mí jamás me evalúan. Una vez me dijeron que mi evaluación tenían que hacerla
los
asesores de La Habana, porque parece que aquí, en Cultura, no hay ninguna
persona
que ellos consideren que está por encima de mí, culturalmente hablando.
Marnia
le reprochó su autosuficiencia con los ojos. A pesar de que la Universidad
tenía
una bien ganada fama de ser un centro que volvía locos a sus profesores, sin
dudas
en esas cuestiones marchaba a la vanguardia: allí todos los trabajadores eran
evaluados
cada año, todos tenían su carné de salud actualizado, percibían sus
salarios
sin retraso, etc. Y en el organismo de Mario las cosas no marchaban tan
ordenadamente.
--No
en balde la gente dice que Cultura es un desastre. En tu centro la organización
está
brillando... -y Marnia sonrió- por su ausencia.
Se
recostaron al balcón y comenzaron a comentar sobre la gente que pasaba o
que
invertía su tiempo de ocio en los bancos del parque, en los bajos del edificio.
Todos
los días, cuando Marnia no estaba a esa hora en la Universidad, hacían lo
mismo,
hasta que llegaba Aimée, alrededor de las 12.45: entonces comenzaba el
ritual
del almuerzo.
--Sí,
Cultura es un desastre. Allí nadie sabe la hora que tiene su propio reloj. Y de
salarios
ni hablar. Mírame a mí: treinta años como Asesor Literario y gano sólamente
$250.00,
porque me dicen que no soy un graduado de ahora. ¿Te imaginas?
Los
niños de la primaria comenzaron a llegar. Aimée se demoraba casi siempre, se
escabullía
del control parental, inventaba cuentos, aunque a veces era cierto que
la
maestra la retenía, a ella o a todos, por algún motivo.
--De
todos modos yo preferiría trabajar en un organismo como el tuyo. En el mío hay
muchos
ojos encima de mí, y eso me tiene en tensión permanente.
Algunas
mujeres del edificio se pasaban casi todo el día en los bancos del parque.
Algunos
jóvenes también. Mario los miró, y trató de acordarse de cuando él era un
adolescente,
en qué se entretenía, pero a su memoria no le llegó ninguna imagen
suya
ni de sus amigos sentados en un banco de un parque horas y horas sin hacer
otra
cosa que mirarle el culo a las muchachas que pasaban.
--Pues
yo quisiera trabajar un tiempo en la Universidad, a ver si a mí me iban a
clavar
los
ojos así como te los clavan a ti. Fíjate que tú empezaste el otro día, como
quien
dice,
y ya ganas sesenta pesos más que yo. ¡Sesenta pesos! Y tienes casi veinte años
menos.
Una
muchachita del edificio del fondo retozaba con varios varones, ella de pie y
ellos
en un banco. Vestía un short apretadísimo que dejaba ver los cachetes de sus
nalgas,
lo que hacía que los muchachos se alborotaran y que Mario se la comiera
con
los ojos, bajo la mirada de reproche de su mujer.
--Ten
cuidado, no vayas a convertirte en un viejo verde cuando te caigan unos
cuantos
años más.
Los
ómnibus y los camiones que pasaban hacían un ruido de torno. A veces, cuando
ellos
veían algún programa en español en la tele y pasaba uno de esos vehículos
llenos
de piezas de repuesto inventadas e incrustadas "a la cañona" en su
carrocería
se
quedaban en ascuas a no ser que se levantaran y corrieran a pegarse a la
bocina
del televisor. Eso molestaba a Mario, por eso prefería los programas con
subtítulos,
o sea, películas y seriales con letras en español. Sabía inglés, pero el ruido
no
lo perdonaba.
--Dentro
de poco tiempo este va a ser un país de sordos.
A
las 12.42 por el reloj de Mario apareció la figurita de Aimée por la parada del
ómnibus,
a menos de cuarenta metros del parque.
--Por
ahí viene Aimée. Déjame ponerme en onda. Ya todo está hecho, así que a
prepararse
para calmar el hambre.
--Para
eso siempre estoy preparado -dijo Mario.
--Ya
lo sé. Un día te vas a quedar en la mesa sin poder levantarte.
--Pues
como decía mi primo Lalo: "me muero, pero muero lleno", que a veces
es
mejor
que vivir vacío. ¿Tú no crees?
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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