sábado, 4 de octubre de 2014

EL AULA SUCIA 43

--Así que los alumnos despidieron el miedo?

Mario toma un sorbo de café y enciende un cigarro.

--Dijeron bastantes cosas, sí. Para como está la situación allí...

Marnia se acomoda en una tumbona plegable y observa a su marido que lanza

bocanadas al cielo raso.

--Si todos los alumnos se pusieran de acuerdo, la dirección del Partido tendría que

cambiar sus métodos. Cuando yo era estudiante había más unidad. Cuando el

Secretario de lo que entonces se llamaba la Asociación de Alumnos se paraba en la

puerta del aula y gritaba ¡huelgaaa!, no quedaba allí ni el profesor.

Ella mueve la cabeza y lo mira de frente.

--Cuando tú eras estudiante, querido, eran otros tiempos. Tú mismo me has contado

que entonces los estudiantes ni siquiera sabían cuántos partidos políticos había en el

país.

El aplasta el cabo del cigarro en un cenicero improvisado y se inclina hacia ella.

--Claro, porque entonces los estudiantes invertían su tiempo en recibir sus clases y no

hacían otra cosa. Y por supuesto, ningún partido político se dedicaba a meterse con

nosotros, ni a presionarnos, ni a adoctrinarnos, porque no teníamos que rendirle

pleitesía a ninguno.

Se quedan en silencio unos minutos. El comienza a juguetear con una de sus piernas

y le hace cosquillas. Ella sonríe, y con su otra pierna comienza a golpear la mano

que le estira los dedos.

--A veces pienso -dice Marnia- que es mejor haber nacido en este tiempo, así no se

sufre como tú que estás sufriendo porque tienes un punto de comparación -hace

una pausa y retira sus piernas, colocándolas encima del borde de la tumbona-. Yo,

como desde que tengo uso de razón sólo conozco esto, no extraño nada, no añoro

nada. Claro, sé que todo esto es una mierda, pero no tengo idea de cómo fue tu

tiempo de estudiante, que de seguro que también tendría sus mierdas, ¿no?

Mario se repliega y la mira, sonriente. Luego se acomoda. Los dos se recuestan y

dejan descansar sus miradas en la puerta del balcón, a través de la cual, sentados

en esa misma posición, sólo ven las nubes blancas y el cielo azul pálido. A esa hora

todo está tranquilo allá afuera, y ellos sienten la modorra del descanso.

--Puede que tengas razón. Incluso yo a veces pienso que lo mejor sería ser un

estúpido. Así no me daría cuenta de toda la mierda que padecemos y soportamos.

No me daría cuenta de nada. Fíjate cómo la mayoría de la gente casi no se da

cuenta de lo que está pasando. Al menos, viven menos angustiados.

--Claro que no se dan cuenta, porque la mayoría de la población, como yo, nació y

se crió después del triunfo de la Revolución, y desde que abrió los ojos lo único que

está viendo y oyendo es que esto es lo bueno, que esto es lo mejor, que esto es lo

único, que todo lo pasado es malo, que patatín y que patatán. Y sin ninguna

opinión en contra, imagínate.

Mario se levanta. Recoge la tacita y el cenicero y los lleva a la cocina. Desde la

puerta le dice que pensándolo mejor a él no le gustaría ser un estúpido, ni vivir como

un estúpido, pero sí preferiría tener ahora quince años y vivir en ese sopor de la

aceptación y el conformismo.

--¡Ay, Mario! Si yo no te conociera. Tú no naciste para adaptarte a este medio ni

para conformarte con él.

--No, pero ¿qué puedo hacer? ¿Te acuerdas de lo que nos dijo Caner la última vez

que estuvo aquí? Nos dijo que este es el pueblo más desarmado del planeta. ¿Te

acuerdas?

--Más o menos. Y tiene razón. ¿Qué puede hacer la gente, si ni siquiera puede

disponer de un cuchillo afilado?

--¿Y antes? Porque cuando la dictadura de Batista los revolucionarios les quitaban

las armas a los policías y a los casquitos. ¡Y bien que se las quitaban!

--Pero antes había otra realidad y la gente sabía, conocía, tú mismo me lo has

dicho, porque yo no conocí esa realidad. Antes, la gente estaba... digamos, mejor

informada. Sí, eso mismo, mejor informada.

--Claro, tenía todos los medios de difusión masiva privados al alcance y casi todos

eran enemigos de Batista. Batista sólo tenía un periódico. ¡Ah! Pero ahora los nuevos

jerarcas han aprendido de aquello y por eso no le dan chance a nadie.

--O sea, que la gente no puede hacer nada.

--Bueno... -Mario sigue trajinando en la cocina, sin saber lo que está haciendo en

realidad-, algo podría hacerse, sí. Sí. Algo podría hacerse, cómo no.

--¿Tú, por ejemplo? ¿Tú podrías hacer algo? Vamos, querido.

--Yo solo no. Yo no tengo complejo de Cristo. No, claro que no. Yo solo no puedo

hacer ni hostia. ¿Y quién me seguiría?

--Pues entonces caemos en el círculo vicioso: nadie puede hacer nada, porque...

¿cuántos pensarán como tú? No, nadie puede hacer nada, y aquí la gente está en

otra cosa: el que se va, se va, y el que se queda sólo piensa en irse, y los demás que

se jodan.

--Sí, tienes razón. Conformarse... resignarse... bonitas palabras para un pueblo que se

está desintegrando, ¿eh?

--¡Ay, Mario!, mira que tú y yo gastamos tiempo hablando de lo mismo, viejo. Ya ni

siquiera comentamos el último libro que leímos, ni la película que vimos anoche en

la tele. ¿Qué nos pasa? ¿Es que esto no se puede evitar?

En eso sienten el timbre y oyen la voz de Aimée que dice "mami, ábreme". Marnia le

abre. Enseguida que entra, la niña va hacia el refrigerador, lo abre, y saca un batido

que tenía guardado, se lo empina, y después va hasta su cuarto a registrar sus cosas,

y regresa con un juego de parchís, y les dice "voy al otro edificio a jugar con Jazmín

y su hermanita", y sale, antes de que su madre le diga que está bien, que puede ir,

que no se demore, que tiene que bañarse, etc. Mario se rasca la cabeza y se vuelve

a sentar junto a Marnia. Y piensa, todavía riéndose de lo que ella le dice, "esta niña

no calienta la casa", que es verdad que la vida de los dos se está convirtiendo en un

diálogo monótono, rutinario, inútil, monotemático, como posiblemente la vida de la

inmensa mayoría de los cubanos. Mario piensa que eso no puede obviarse, aunque

quizás ellos podrían darle un tono de variante, porque Marnia ha dado un puntillazo

al clavo ardiendo de sus intimidades: su vida, últimamente, es sólo eso: levantarse y

soportar la escasez de jabón, de pasta dental, de detergente, de alimentos, los

apagones interminables, el calor, la falta de agua, averiguar qué llegó al mercadito

y a la carnicería y a la bodega, si hoy despacharán el pan temprano o tarde (los

apagones controlan la producción en todos los niveles), si van a poner el gas este fin

de semana, si les toca el kerosén en el próximo reparto... en fin, que Mario concluye

en que él y su mujer tienen que hacer un esfuerzo por darle a su vida de casados

algún aliciente, un incentivo que no los desboque por el precipicio del tedio que

terminaría derrotando su amor. Pero ¿qué?, ¿cómo?, ¿de qué forma librarse de la

cotidianeidad? Y se lo dice.

--¿Cómo? -ella se levanta, se estira el short, y se revuelve el pelo. Lo mira fijamente

unos segundos-. Pues mira, se me ocurre que para empezar, podríamos ir esta noche

a ver esa obra de teatro que ha causado tanto revuelo... ¿cómo se llama?

Mario se levanta, también se riega el pelo y la mira, con una sonrisa irónica.

--¿Cómo se llama? Primero pregúntame cuál es el tema de la obra. Después me

invitas... porque tú me invitas, ¿no?

Marnia se acerca a la cocina.

--¿Quieres más? -le pregunta, mostrándole el termo de café.

--Claro. Pero antes déjame decirte que esa obra ha causado tanto revuelo porque

trata sobre los problemas que confrontan los jóvenes para no convertir sus vidas en

una rutina miserable... por algo Cultura quiere retirarla de la escena. ¿Te das cuenta?

¿Te das cuenta de lo difícil que resulta nuestra hermosa realidad?

--Toma -le dice Marnia y le alcanza la tacita en la que ella ya ha tomado un sorbo.

--De todos modos, si quieres, nos vamos al teatro esta noche. Y cuando salgamos,

nos imaginamos que estamos caminando por las calles de París, y que hace un frío

de esquimal, y que tú me abrazas y me dices que estás medio tullida, y etc. ¿No te

parece que echar a volar nuestra imaginación es una buena fórmula para

olvidarnos de la realidad que nos rodea?

Salen al balcón a mirar a la gente. Abajo, el parque del edificio siempre está

animado, los vecinos conversan sobre lo mismo, y a veces se consuelan pensando

que algún día tendrán un nuevo tema de conversación.

--Mercy me dijo que quizás se llegue hoy por aquí. Está con el asunto de su salida.

--¿Por fin se decidió?

--Por fin. Se va del país. Creo que piensa casarse con ese extranjero. Lo que no sé es

cómo se llevará a Merceditas, porque no todos los hombres cargan con una hija

ajena.

--Como yo.

--Como tú. Aunque en  tu caso, tu y Aimée se han compenetrado de tal forma que

no parecen padrastro e hijastra, sino padre e hija.

--A pesar de los pesares.

--Claro, como todo en la vida, siempre hay un pero, a veces varios.

--En fin, que no te he oído decir si vamos al teatro esta noche.

--Bueno... -Marnia queda pensativa, pero no sobre el teatro, sino sobre su hermana

que dentro de poco saldrá del país y será un punto menos de apoyo para ella.

Siempre estuvieron muy unidas desde que eran un par de vejigas malcriadas que se

pasaban el día mataperreando por las calles polvorientas de Dos Caminos de San

Luis. También su madre estaba enferma, el asma no le daba tregua, y ella tendría

que darle sus vueltas, y este fin de semana quería ir a verla, pero tenía una jornada

de trabajo voluntario en la Universidad.

--Sí, ya sé, últimamente tus trabajos llamados voluntarios se han hecho más

frecuentes y más inútiles. Ir a limpiar lo que las empleadas de limpieza no limpian, ir

a recoger la basura que los empleados de áreas verdes no recogen.. esa gente

debe estarse partiendo de la risa a costa de ustedes, los tontos que van allí a

hacerles el trabajo. Pero además de ser una tontería por parte de ustedes, es una

inmoralidad ir a hacerle el trabajo a empleados que cobran por hacerlo.

--No te alebrestes, querido, que tú sabes cómo son esas cosas.

--Claro que lo sé. Y claro que esos trabajos voluntarios tuyos vas a tener que

espaciarlos un poco, porque esta jodedera me saca de quicio. Y óyeme una cosa:

este fin de semana te vas a ver a tu mamá, que cuando ella te falte te vas a dar

cuenta de que una madre no se sustituye con todas las Universidades del planeta...

(continuará)



Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

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