Marnia
amaneció nerviosa. La Administración había quedado en recoger los grupos
que
irían a Guantánamo en el patio central del Rectorado, en un ómnibus de flete,
a
las siete. A las seis ya Marnia disfrutaba de su pan con mayonesa casera y un
café
fuertecito
con algo de leche en polvo. Se despidió de Mario y de Aimée, orientando
una
vez más a aquél cómo debía hacerse cargo de ésta. Marnia se situó en la Plaza
de
Marte para pedir botella. Llegó sudada a la Universidad a las 6.50 según su
reloj y
se
encontró con la ausencia de la mayoría de los profesores que debían estar ya
allí,
y con lo más curioso: el ómnibus no se veía ni en el pensamiento. Oscar estaba
conversando
con Neysa. No habían llegado Liliana ni María. Marnia se incorporó al
dúo
y se entretuvo, hasta que miró su reloj y comprobó que eran las 7.40 y ni
ómnibus
ni Liliana ni María ni mucha más gente de la que estaba cuando llegó.
--Vamos,
no protestes, que ya tú no eres primeriza -le dijo Oscar.
--No,
no lo soy, pero recuerdo que el viaje que hicimos tú y yo a Sancti Spíritus fue
harina
de otro talego.
--Claro,
monona, tú y yo solos y con reservación en un ómnibus especial.
--Ahí
viene María -dijo Neysa.
--Sólo
falta la muñeca, al menos de nuestro Departamento -exclamó Oscar,
encendiendo
un cigarro-, eso sin menospreciar a las presentes.
Pasadas
las ocho se apareció Liliana con el pelo alborotado, sudorosa y agitada, y
con
un bolso que parecía abastecido para una larga tournée.
--No
me miren -dijo al incorporarse-, gracias que llegué. Les voy a...
Pero
en ese momento llegó el ómnibus y el grupo se libró del cuento que pensaba
soltarles
Liliana.
--Verdad
que esta gente los tiene bien grandes -dijo Neysa.
A
las nueve de la mañana salió el ómnibus rumbo a Guantánamo. El recorrido podía
hacerse
en menos de dos horas, y así estarían en esa ciudad con tiempo suficiente
para
alojarse, acomodarse, almorzar, descansar, y prepararse para comenzar el
trabajo
en horas de la tarde. “Después de todo”, pensó Marnia, “Oscar tiene razón, ya
estoy
cujeada en estas lides, que citan a una hora y comienzan una hora después,
en
todas las actividades, y esto no hay Dios que lo arregle. Ya va siendo hora de
que
me
olvide de la puntualidad y siga el juego de la mayoría”. Lliliana se sentó
junto a
ella.
Marnia sacó una agenda nueva. Pensaba anotar todas las incidencias a
manera
de diario. Se imaginaba que Guantánamo sería la otra cara de la moneda
(siempre
recordaba a Sancti Spíritus), pues Violeta le había advertido que fuera
preparada,
"hasta con hilo de coser, por si acaso, porque allí no vas a encontrar más
que
polvo y cucarachas". Marnia pensó que Violeta exageraba, "coño, ni
que eso
fuera
la Sierra", pero de todos modos acudió con lo necesario para cualquier
eventualidad,
aunque no como Liliana que llevaba un arsenal donde no faltaba ni
una
aspirina.
--No,
querida, a mí no me cogen desprevenida estos mamertos.
Marnia
se recostó. Ya el lunes estaría de regreso, a primera hora, y tendría muchas
cosas
que contarle a Mario... Pero el lunes, no a primera hora, sino a las cuatro de
la
tarde,
Marnia entró en su apartamento, donde no encontró a Mario ni a Aimée, y
tuvo
que esperarlos largo rato. Cuando llegó Mario, pasadas las seis, en lugar de
contarle,
como había pensado, después del saludo, decidió mostrarle lo que había
escrito
en su agenda, y así Mario conocería mucho mejor todo lo que le había
sucedido
en esos dos días inciertos de su viaje a Guantánamo. Y Mario leyó:
Salimos después de la nueve. Dentro del
ómnibus el calor es salvaje. Hay gente
de pie. Dice Liliana que son socios de
los choferes ajenos a la Universidad. El
ómnibus hace un ruido de los mil
demonios. Casi no oigo lo que me dice Liliana
que va junto a mí. Bulla y calor. Y humo
de cigarros. El aire irrespirable. Estoy
empapada. Voy a hacer acopio de fuerza de
voluntad para no volverme loca. A
los tres kilómetros se poncha una goma
trasera de la guagua. En medio de la
carretera y al sol. A la media hora
partimos de nuevo. Los choferes llenos de
grasa y maldiciendo a todo el mundo.
Pasado el entronque de El Cristo comienza
a llover. Hay que cerrar las ventanillas
y el calor aumenta. Me ahogo. Empiezan a
caer gotas dentro del ómnibus. ¿Qué es
esto? Un charco de fango y de sudor y
de humo y de bulla. Esto es una sauna.
Cuando regrese pesaré diez libras menos.
A las 12.30 llegamos a Guantánamo. Nos
paramos frente a lo que según dice el
jefe del destacamento será nuestro
alojamiento. Parece una casa grande y vieja
de familia acomodada, pero es un albergue
del MINED. En otro país estuviera
clausurado por carecer de condiciones
mínimas para ser habitado siquiera un par
de días. Esto lo descubro al entrar. El
saludo es una rata enorme corriendo hacia
el fondo y varias cucarachas en las
paredes de la sala. No hay agua. No hay
ventiladores. No hay bombillos en todos
los cuartos. Falta ropa de cama. En el
baño no hay toallas ni jabones. Hay otro
baño al fondo en similares condiciones.
Llegan dos muchachas del MINED con ropa
de cama y algunas toallas. Nos
dicen que tratarán de conseguirnos
jabones y cubos para que podamos
bañarnos, pues en el patio hay una llave
con un chorrito de agua permanente.
Nos acomodamos como podemos. Los de
Literatura caemos con los de Historia
en un cuarto donde sólo caben ocho y
somos nueve. Hay cuatro literas dobles
peladas. Sobra uno de nosotros. Oscar,
que es el varón, o quien sobre, tendrá que
dormir encima de alguna, ya que al lado
sería imposible. El cuarto está lleno de
polvo y telarañas. El piso está limpio.
Por fin salimos. Vamos al comedor que está a
diez cuadras de distancia. El calor
aumenta y nadie se ha podido lavar nada.
Llegamos al comedor. Está casi vacío. Nos
sentamos. Asombro: arroz blanco con
carne de cerdo, yuca hervida y mermelada
de postre. Y el agua está fría. ¡Madre
del verbo! Regresamos al albergue. Una de
las muchachas nos explica que esa
casa apenas se utiliza y que como éramos
muchos el MINED no pudo resolvernos
un hotel. Nos bañamos en turno diferido y
en cámara lenta. Trajeron seis cubos y
algunas toallas más, aunque casi todos
trajimos las nuestras, y Liliana ni se diga.
Creo que también trajeron jabones y pasta
y todo eso. Las muchachas son muy
amables y cariñosas, se nota que quieren
complacernos, son muy atentas y eso
alivia. Casi todo el personal lo es
(contando la gente del comedor). Claro, ellos
no tienen la culpa de este desbarajuste.
Descansamos sudando. Algunos héroes y
heroínas se tiran a dormir la siesta a
pesar del calor y los mosquitos. De Literatura
nadie puede dormir, salvo, como era de
esperar, el feliciano de Oscar. Entrada la
tarde algunos decidimos dar una vuelta
por la ciudad. El trabajo comenzará por
la noche. La electricidad también es un
problema, no pudieron conseguir más
bombillos y hay cuartos sin luz. Después
de la comida comienzan las sorpresas en
el trabajo, la primera es...
--¡Ya!
-Mario tiró el diario sobre la mesita de la sala y miró a su mujer seriamente-.
No
sabía
de tus cualidades como escritora de ficción, querida -y se sentó en la butaca,
ahora
riéndose-. Porque no pretenderás hacerme creer que todas esas desgracias
ocurrieron
juntas en ese viaje a Guantánamo... ¿verdad que no?
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
http://laenvolvencia.blogspot.com
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