sábado, 16 de agosto de 2014

EL AULA SUCIA 36


El trabajo en el canal Tele-Turquino fue absorbiendo a Marnia a tal punto que

apenas tenía tiempo para ocuparse de las cosas de Aimée, y a pesar de la

condescendencia de Mario, no faltaban discusiones por lo que ella llamaba

"incomprensiones masculinas del trabajo de la mujer en nuestra sociedad", palabras

que él denominaba "retórica de cafetería". Marnia se ausentaba de su casa

bastantes horas diariamente, a pesar de no tener que invertir una buena parte de su

tiempo en el transporte. Mario no podía comprenderlo, analizando que ese micro-

canal trasmitía sólamente una hora al día.

--¿Y para garantizar esa horita de mierda tienen una nómina de cien empleados?

Estos eran locutores, artistas, técnicos, guionistas, asesores, directrores, personal de

servicio, choferes, etc. Una nómina inflada, según Mario, que entregaba a la

población un producto por debajo de la calidad requerida en una programación

que se suponía que debía contribuir al esparcimiento, a la educación, a elevar el

nivel cultural de los televidentes, y a otras cosas más ambiciosas que para qué

mencionarlas.

--La programación es pésima, lo que pasa es que ahora tú estás allí y eso te gusta y

claro, no puedes decir que la programación es pésima.

Pero Marnia derivaba la conversación hacia otros temas. En el canal ella se reunía

con los asesores para discutir algún guion dramático, asistía a los seminarios que se

impartían sobre la técnica televisiva moderna, caminaba por toda la ciudad con

grupos del personal calificado para hacer entrevistas, recoger información, grabar

lugares de interés histórico o cultural, en fin, y su vida, aunque muy agitada, tenía

siempre ese incentivo de la variedad y no estaba sujeta al rigor de un horario

definido. Los primeros meses los pasó Marnia dedicada a los trabajos de la televisión.

No veía claramente su vinculación con la Universidad. La doctora Morell le insistía en

que era uno de los muchos convenios que firmaba la Universidad con organismos

afines, y que después de ese curso allí Marnia podría incorporar a sus clases

elementos de ese importantísimo medio de difusión masiva, para que sus alumnos

tuvieran conocimientos, aunque mínimos, ya que algunos de ellos al graduarse

serían ubicados en la televisión. Casi todas las mañanas Marnia salía con Georgina y

algún equipo de la TV para filmar. Así fue conociendo los secretos de ese mundo y

además fue ejercitándose en el manejo de la confección de programas: escribió

guiones para Libros y letras, hizo algunos programas especiales con figuras del arte y

la literatura que visitaban la ciudad, asesoró proyectos de programas didácticos,

educativos y dramáticos, compartió con sus nuevos compañeros los momentos de

tensión cuando se presentaba algún inconveniente técnico u organizativo, o

cuando se esperaba a un invitado para algún programa en vivo y faltando pocos

minutos el invitado no acababa de llegar. Pero también compartió muchos

momentos agradables: a veces se iban al Motel Versalles o a algún lugar turístico a

celebrar cualquier cosa, o por el simple gusto de darse unos tragos y hablar sobre

asuntos que nada tuvieran que ver con el trabajo, cosa casi imposible, porque éste

afloraba inevitablemente. En esas correrías Marnia se dio cuenta de que Antonio

estaba interesado en ella. Se sintió deseada por él. Antonio era director de

programas al igual que Georgina, un hombre de unos treinta y pico, alto, casado y

con dos hijos, y con un amplio bigote negro al parecer teñido. Una especie de

figurín que llamaba la atención de las mujeres por su buen porte y porque su tipo

generalmente atraía, además de que siempre estaba bien vestido, limpio y con olor

a colonia. Marnia no quiso demostrar que lo sabía en los primeros requerimientos

que le hacía el hombre y continuó con él sus normales relaciones laborales, pero a

veces tenía que estar con él a solas en alguna gestión fuera del edificio central del

canal, y Antonio siempre aprovechaba esos encuentros para insinuarse. En Tele-

Turquino los comentarios se hicieron inevitables, aunque siempre había comentarios

y no sólo sobre Marnia, por eso ella no les hizo mucho caso, hasta que un día, en

una oficina de control que tenían los asesores, pasadas las cinco de la tarde, Marnia

se encontró con Antonio al regresar de una grabación que se había realizado en el

Museo Bacardí. A esa hora no había un alma: ya los asesores se habían ido y el

personal técnico-operativo se encontraba en el estudio, en espera del comienzo de

las trasmisiones. Marnia se sorprendió al abrir la puerta y no supo qué hacer, pero

entró, y con un movimiento instintivo cerró la puerta detrás de sí. Después de todo, ¿

qué tenía aquello de particular? Entonces él le dijo que la estaba esperando (ella

debía acudir a esa oficina a guardar sus papeles antes de regresar a su casa), y que

ya lo había hecho esperar demasiado, que no podía más, y que ella tenía que

saber que él estaba desatinado por su culpa. Todo eso se lo soltó de zopetón, casi

sin respirar, mientras Marnia apenas podía abrir y cerrar ojos y boca. Permanecía de

pie, junto a la puerta, con todos sus músculos en tensión, frente al buró donde él se

encontraba sentado, y no atinaba a decir ni hacer nada. Antonio se puso de pie y

antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó por los hombros y trató de besarla. En

ese momento Marnia sintió el agradable olor del agua de colonia que él usaba

siempre, intentó dar pasos hacia atrás, pero chocó contra la puerta y se quedó

paralizada, temblando, no sabía si de miedo o de emoción, mientras él se apretaba

contra ella y la atraía, más y más, hasta que Marnia sintió, sin comprender del todo

lo que estaba sucediendo, los labios de Antonio pegados a los suyos, y un

estremecimiento que no determinó en ese momento si era de rechazo o de agrado.

Mantuvo su cuerpo en tensión, pegado a la puerta, sus brazos a los lados, inmóviles,

y sus ojos cerrados, como si toda ella se hubiera elevado por unos segundos a miles

de millas sobre la tierra, y viera desde allá arriba la ciudad pequeñita, alejándose de

sus ojos que ahora comenzaban a abrirse y a mirar ese rostro que tenía pegado a su

rostro, que le repetía palabras y frases sin sentido, que le susurraba, que... pero

Marnia reaccionó de pronto, le dio un empujón con ambas manos, volvió la cara,

abrió la puerta y salió de la oficina apresuradamente...

(continuará)

Augusto Lázaro


@augustodelatorr


http://laenvolvencia.blogspot.com

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