--El
lunes a las ocho.
El
doctor Oropesa le regaló una de sus sonrisas largas, cerró su portafolios, le
estrechó
la mano, dijo hasta la vista, y salió del Departamento. "Siempre está
apurado",
pensó Marnia, mirándolo caminar con ese paso rápido y a la vez
elegante
que llamaba la atención. "Más nadie que él". Marnia se sentó a su
mesa
con
el fail en las manos, el fail que Oropesa acababa de entregarle. Un trabajo de
curso
de casi veinte páginas que ella debía leer, revisar, analizar, y prepararse
para
discutirlo
el lunes. Oropesa le había informado que ella formaba parte del tribunal
que
calificaría ese trabajo. Era sábado: tenía menos de cuarenta y ocho horas para
dedicarse
a esa tarea, descontando, por supuesto, todo lo demás que ella pensaba
hacer.
"¡Cuarenta y ocho horas! Y ni siquiera conozco la obra que valoran los
alumnos".
Se preguntó si eso sería una deficiencia suya, aunque no se trataba de
ninguna
obra contemplada en el plan de estudios de su asignatura.
--Pero
óigame, Oropesa -le había ripostado amablemente-... ¿usted cree que en un
par
de días yo pueda analizar este trabajo y hacer un buen papel allí en el
tribunal?
--Imagínate,
eso a mí me lo soltaron ayer por la tarde. ¿Qué tú quieres que yo
haga?
--Pero...
¿y la metodología? ¿No está eso establecido por el MES?
Oropesa
suspiró, resignado.
--¡Ah,
sí! ¡La metodología! -y sonrió suavemente, le hizo un gesto comprensivo, le dio
una
respetuosa palmadita en el hombro, y agregó-: Pero no te preocupes, esos
alumnos
no son tan brillantes, cualquier cosa que les digas será una genialidad para
ellos
-y se puso de pie-. El lunes a las ocho.
No
era la primera vez que le encargaban una tarea con esas características. Desde
que
trabajaba en la Universidad esas cosas le caían, como las reuniones no
planificadas
o los mítines relámpagos donde se informaba lo que todo el mundo ya
sabía.
"Y todo se celebra con trabajo voluntario", razonó, acordándose de
que ese
mismo
día ella estaba citada para uno de esos mítines. "Pero al carajo lo demás,
si
quiero
por lo menos leerme este trabajito". Se resignó una vez más a cargar con
el
cohete.
De sábado para domingo, porque el lunes a las ocho tendría que plantarse
allí,
frente a esos estudiantes autores del trabajo, con su cara de profesora seria,
a
inventarles
teorías y a improvisar conclusiones que estaría muy lejos de sustentar y
asumir.
Aunque algo se le revolvía por dentro, ya en otras ocasiones Liliana le había
recomendado
que cuidara su corazón, "porque óyeme, a las mujeres también les da
el
infarto".
--Y
una sola golondrina no embellece el verano.
Marnia
no podía explicarse por qué se le entregaba ese trabajo para que lo
estudiara
día y medio antes del tribunal. Y sin haber leído el libro. Caminó hasta la
parada,
dispuesta a darse una ducha que la calmara un poco. Llegó a su
apartamento
al borde de la desesperación. Para colmo, también tenía que
enredarse
ahora con el fogón, aunque Aimée se encontraba con su padre y Mario
ausente,
en viaje de trabajo. Se sintió extraña. Casi nunca coincidían las ausencias
de
Mario y Aimée. Pero si quería estar en buena forma para enfrentarse al
trabajito,
debía
alimentarse. "Mejor que ninguno de los dos esté aquí, así puedo dedicarme
por
entero a esta tiñosa", meditó, mientras se cambiaba de ropa y registraba
en la
cocina.
No había nada hecho. Decididamente tenía que ponerse a cocinar. "¡Ah!
Vivir
sola tendría sus ventajas, quitándole la cocinadera". La ducha la calmó.
Pensó
en
sus alumnos. La Universidad absorbía todos sus pensamientos. "Vivir sola,
sí, sería
interesante,
pero dice Liliana que ella desearía vivir acompañada. ¡Ja! El ser
humano,
siempre deseando lo que no tiene y cuando lo consigue enseguida
comienza
a desear otra cosa. Pero quizás sin ese deseo insatisfecho permanente
todavía
estuviéramos metidos en las cuevas". Se preparó un arroz con carne de
lata,
frió
unas papas, hizo una limonada, y se sentó a almorzar en paz. Después se dirigió
a
su
mesa de trabajo casera, obviando la siesta sabatina, y abrió el dichoso fail.
"Adiós
visita
de fin de semana a mi mamá y adiós películas del sábado y adiós lecturas
atrasadas
del domingo". Porque todo su tiempo estaba ya comprometido, y aun así,
de
ninguna manera podría hacer un buen papel frente a los estudiantes ni mucho
menos
ayudarlos en su empeño. ¿Qué decirles, si apenas podría manosear su
trabajo?
¿Y si se daban cuenta de que ella no sabía nada de la obra? Pero claro,
podía
basar su intervención en los aspectos técnicos y formales, en la metodología
que
aplicaron, y hablar poco, dejándole al doctor Oropesa lo demás, pues él
seguramente
conocía la obra: treinta años de profesor en la Universidad era un
buen
record para leer bastante, sobre todo él, que no tenía que prepararse sus
comidas
ni hacer colas largas en los mercaditos. "Y nadie duda de que Oropesa es
el
más capacitado de todos nosotros". Marnia pensó en Liliana, que según
consenso
era
el pollo de Artes y Letras, a pesar de aproximarse a los cuarenta. Era
su
compañera
preferida y su jefa inmediata, rara coincidencia que podría parecer
ante
algunos como oportunismo e hipocresía, pero que en Marnia era sincera. ¿Qué
pensaría
de esto? Los alumnos opinaban que era la mejor profesora que tenían, y
no
se escondían para proclamarlo. "¿Por qué no la pondrían en el tribunal?
Bueno,
como
es militante del Partido, seguro que está cogida con sus reuniones y sus
tareas.
Ella
misma ha dicho que el Partido no hace más que reunirse, a pesar de que en
cada
reunión se discute y se plantea que es innecesario reunirse tanto, que la vida
no
es una reunión, y que hay mucho que hacer para pasarse el día con las nalgas
en
el pullman". Pero Marnia no era militante y también se reunía demasiado.
Era un
mal
endémico: reuniones y cohetes a treinta años de Revolución. "Y nunca he
conocido
de un cohete que haya resuelto algún problema". Sin embargo, los
cohetes
persistían, y en su centro de trabajo eran constantes. "¿Será que no
podemos
prescindir de ese atropello de tareas?". Volvió a pensar en los alumnos y
se
dio
cuenta de que casi nunca pensaba en ellos, que eran realmente su razón de ser
y
de estar en la Universidad. Ellos, esos jóvenes que ella estaba educando,
formando,
preparando para abrirse paso en el futuro, y no los papeles ni las
reuniones
ni los informes ni los mítines. Se había descuidado en ese aspecto. ¿
Cuántas
veces se acercaba a sus alumnos? ¿A cuántos había tratado de ayudar en
realidad?
¿Se quedaba un minuto después de sus clases para aclararles algo, para
compartir
con ellos algunas de sus muchas inquietudes? Al principio sí, algunas
veces,
cuando todo era un ensueño en ese nuevo centro, pero últimamente se
había
alejado de ellos, quizás porque su tiempo se había ido convirtiendo en un
constante
corre-corre, pero ella sabía que en el fondo eso era una justificación, una
justificación
mezquina y nada más. Una más, en la larga cadena de justificaciones
que
todo trabajador se había acostumbrado a arrastrar. "No... no soy una mala
profesora...
he tratado de ayudarlos, lo que sucede es que los estudiantes son muy
malcriados,
se creen que lo saben todo, y..." De pronto se dio cuenta de que estaba
perdiendo
el tiempo y decidió leer, analizar, inventar, quemarse las pestañas, las
neuronas,
buscar ese dichoso libro para verle por lo menos la portada y leer la
solapa
y si acaso el prólogo, si es que lo tenía. De todos modos iba a quedar mal
hasta
consigo misma, y se repetía la pregunta que quemaba su cerebro: "¿seré una
mala
profesora?" Se cuestionó una vez más. Pero no, claro que no, ella no era
una
mala
profesora, ella no tenía la culpa de que le hubieran entregado ese trabajo
esta
mañana, ella solamente aceptaba esa tarea, como todos, porque todos los
profesores
aceptaban esas tiñosas, esos cohetes, esa improvisación, el maldito
finalismo
que tanto daño hacía, y nadie se rebelaba... ¿Nadie se rebela?, se
preguntó.
Pensó si ella también seguiría siendo una marioneta que se movía al
compás
de las orientaciones de última hora, y concluyó en que había quienes se
enfrentaban
y se buscaban problemas por hacerlo, por no aceptarlo todo así de flai
como
cristianos medievales, no señor. Recordó las palabras de Liliana: "una
sola
golondrina
no embellece el verano". Pero el verano debía embellecerse a toda
costa,
porque sin la belleza no se puede vivir y... Desechó las ideas que cruzaban por
su
mente. "Soy disciplinada, trato de cumplir, mis clases no son nada infames
como
tantas
que señalan los alumnos". Repasó su curriculum tratando de ser objetiva:
cuando
le controlaban una clase lo menos que alcanzaba era un 4. Pero la duda
persistía.
Dudaba de su capacidad, de su poder de análisis, de sus lecturas, de su
formación.
"¡Mi formación! Bonita frase. Me gradué con un 5, sí, pero... ¿lo merecía?
¿Era
tan bueno mi trabajo? ¿Y lo que debo a mi tutor, a mis consultantes, a la
bibliografía,
hasta a mi oponente?". Ahora que ella era la otra parte, podía
cuestionarse
sin nubes en los ojos. Ahora que tenía ante sí ese trabajo que quizás
mereciera
el máximo, o quién sabe si el mínimo, y ella iba a calificarlo sin haber leído
la
obra enjuiciada. "¿Cómo ser justo entonces?". Y no atinaba a
descubrir si el error
estaba
en ellos, en los estudiantes, o en los profesores, o en la dirección, o en el
sistema
nacional de la enseñanza que tanto podía -y debía- cuestionarse. O acaso
en
la interpretación que hacían muchos del sistema, de sus metodologías, de sus
orientaciones,
de su aplicación. ¿Dónde estaba el quid? Pensó lo difícil que era ser
justo.
Raro don, don excelso es la justicia, decía Martí. Se acomodó en su
silla sin
hacer
mucho caso al trabajo. La mortificaba esa idea de ser o no ser justo. La vida
no
tenía que ser un esquema de reiteraciones, de aceptaciones falsamente
unánimes,
de errores repetidos una y otra vez, de lamentos, de autocríticas
aliviadoras.
La vida se podía transformar. "Sí, pero sobre todo el cerebro de la gente.
De
toda la gente. De mí misma. porque no todos tenemos que hacer lo que hacen
todos.
La vida no es un coro monofónico. No tenemos que decir sí pensando no, no
tenemos
que aceptar siempre, que alzar la mano aprobatoria para salir del paso. ¿A
qué
tememos? La disciplina acaba donde comienza lo malhecho, lo injusto, lo
inmoral..."
Recordó que Adita le confesó una vez que ella se había vuelto apática
porque
muchas veces quiso arreglar el mundo y el mundo se volvió contra ella, y
quienes
tenían la sartén por el mango hasta intentaron sacarla de la Universidad
cuando
sólo le faltaba un semestre para terminar sus estudios de Filología. De eso
hacía
ya mucho tiempo. Y ahora ella analizaba eso desde su punto de vista como
profesora,
y le parecía algo absurdo, ridículo, increíble. Ah, pero entonces Adita no
estaba
sola en la Universidad. Y ahora ella tampoco estaba sola. Se puso de pie, se
rascó
la cabeza, caminó, se asomó por las persianas, volvió a su mesita, tomó el
trabajo
de los estudiantes, lo hojeó, hizo una mueca. "¿Es justo que aceptemos
estas
cosas sin hacer nada por cambiarlas? ¿Es moral?". Se dio cuenta de que
estaba
oscureciendo, ya casi no podía distinguir las letras del trabajo de curso.
Encendió
la luz. Se tomó otra taza de café y en ese momento lamentó no fumar. Se
sentó
y se recostó en la silla. "¿Por qué prestarme a esto, si esto no es más
que una
farsa?".
Se levantó otra vez. Tenía las manos húmedas, aunque no hacía calor en el
apartamento.
Cerró el fail. Se quedó un rato mirándolo. "¡No! ¡Basta ya de soportar
esta
inmoralidad! Después de todo, a pesar de sus majaderías, a pesar de sus
indisciplinas
y de sus locuras propias de la edad, los estudiantes se merecen más
respeto".
Augusto
Lázaro
(continuará)
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