Ernesto se le quedó mirando y movió la
cabeza afirmativamente.
--Te llamé para informarte que el
Departamento tiene una misión para ti.
Marnia se puso nerviosa. Cuando le
avisaron de que Ernesto quería verla ella salía
de una clase de Literatura francesa del
siglo XIX en la que había logrado una buena
discusión de sus alumnos sobre El
rojo y el negro. "¿Qué querrá ahora? Esta mañana
no me dijo nada". Adita tampoco le
dio luz al entrar en la misma aula a dar su clase.
"Creo que te está esperando en el
Departamento".
--¿Una misión? ¿Qué tipo de misión?
--No te asustes. No, se trata de un
viajecito corto -Ernesto sonrió: siempre sonreía,
aunque tuviera que dar malas noticias-.
Un viajecito a Sancti Spiritus.
--¿A Sancti Spiritus? -Marnia abrió los
ojos y sonrió, pensando en una nueva broma de
su jefe, que tenía fama de enredar a la
gente y a veces su interlocutor no sabía si
hablaba en serio.
--Sí. Es un servicio que le prestamos a
esa provincia.
Marnia trató de entender. En su mente se
reflejó un mapa de la isla, donde aparecía
Sancti Spiritus en el centro, a unos
pasos de la ciudad de Santa Clara y más cerca de
la capital que de Santiago de Cuba. ¿Qué
podía ella ir a hacer allá? "Déjame no
coger tren desde ahora", meditó, y
esperó la explicación.
--Mira: nosotros hicimos un convenio con
una Facultad que tiene Sancti Spiritus y
cada cierto tiempo le enviamos algunos
profesores para que impartan clases. ¿
Comprendes?
--No -dijo Marnia, golpeando suavemente
el buró con su bolígrafo.
--Bueno... mira: se trata de que
nosotros enviamos profesores a esa Facultad, para
que les impartan clases a sus alumnos.
Van allí, dan sus clases, y regresan al día
siguiente. Y ellos hacen lo mismo con
nosotros.
--¿Y en Santa Clara no hay una
Universidad que viene siendo la tercera del país?
--La hay -Ernesto se le quedó mirando,
como si esperara que Marnia encontrara lo
que le proponía como lo más normal del
mundo. Pero Marnia lo encontraba todo lo
contrario.
--Y esos compañeros de la Universidad
Central ¿no pueden impartir esas clases?
Ernesto meditó. Pero tenía una respuesta
que a él le habían orientado: "nosotros
hicimos un convenio... es una especie de
intercambio cultural entre ambas
Facultades. ¿Comprendes ahora?", y
Marnia se quedó callada, pensando que
después de todo le resultaría
interesante dar un viaje a un lugar que no conocía, y
aunque no había visto a ningún profesor
de Sancti Spiritus allí, desde que ella
trabajaba en la Universidad, decidió que
eso no era asunto suyo y que sería inútil
seguir discutiendo.
--¿Qué pasa? ¿Tienes algún problema para
ir?
--No, no, no tengo ningún problema.
--Entonces... -Ernesto no dejaba de
sonreír y de mirarle a los ojos- ¿cuento contigo?
--Por supuesto. ¿Cuándo tengo que salir?
Ernesto abrió su agenda y le dio algunos
detalles para coordinar el viaje: qué iba a
hacer, cómo lo iba a hacer, dónde se iba
a alojar, a quién debía dirigirse allá, y
sobre todo, cuándo tenía que partir. Al
final agregó un dato que hizo exclamar a
Marnia "¡Dios me salve, me voy a
asfixiar!", pues le soltó que Oscar iría con ella.
--Hay un problemita... -Ernesto se puso
serio por primera vez. aunque sólo un
instante-. La única salida para Sancti
Spiritus es a las dos de la madrugada. Ese
ómnibus es directo, tiene aire
acondicionado, sale siempre a su hora, y llega a
tiempo para impartir la primera clase, y
así los que vayan sólo tienen que estar día y
medio.
Entonces ella pensó en Mario y su piel
se erizó. ¿Cómo decirle que tendría que ir a
Sancti Spiritus, que tendría que salir a
las dos de la mañana, y que iría con Oscar de
compañero? Comenzó a hacerse mil ideas
de su viaje. "¿Y con quién dejo a Aimée?
Si Mario tiene que viajar en esos días
eso será un problema, y en días de clases,
dígame usted". Al fin se resignó a
plantearle el problema a su marido y esperar su
reacción en silencio. No obstante, le
dijo a su jefe que contara con ella, y se
despidió, sonriéndose. Era un nuevo
aspecto de su trabajo en la Universidad.
--¡No me digas! -Mario se tomó el café
de un tirón y enseguida encendió su pitillo-. ¿
Y por qué te mandan a ti, habiendo otros
profesores con más experiencia?
--Bueno... supongo que será porque ellos
quieren entrenarme o someterme a
pruebas -lo pellizcó en una mejilla-,
pero alégrate, yo creo que ese viaje va a ser
provechoso para mí.
--Ven acá, querubín, ¿y por qué la
Universidad tiene que ir tan lejos y gastar dinero
en dietas, transporte y hospedaje,
habiendo en Santa Clara una Universidad que
tiene fama a nivel nacional? ¿No te
explicaron eso?
--Sí, mi amor, Ernesto me dijo que eso
es un convenio entre ambas facultades, una
especie de intercambio, ya tú sabes.
Se dirigió a sus trajines domésticos
mientras él se quedaba en la sala. Cerró el libro
que leía. "Otro bodrio de
producción casera. Casi no se puede leer nada de lo que
se publica de estos autores nacionales:
todo es teque y apología, todo es evasión
de nuestra realidad, tal parece que aquí
no hay problemas, que todo marcha sobre
ruedas, que esto es, como dijera el
profesor Parreño, un puñetero paraíso".
--¿Así que Sancti Spiritus? -Mario se le
quedó mirando.
--Me faltaba decirte que...
Entonces ella le soltó de un tirón todo
lo referente al viaje, dejando para el final el
asunto de la hora de salida. Pero Mario
no dijo nada más. Se limitó a dar paseítos,
volvió a tomar café, y encendió otro
pitillo. De pronto se echó a reír. Marnia se
asustó.
--¿Qué te pasa, amor? ¿Tú ves? Eso es la
tomadera de café y la fumadera, estás
peor que Oscar...
Al momento se arrepintió de haber
pronunciado ese nombre.
--¡Ja! Están locos. Sí, están locos
todos, o comiendo mierda, que es peor. Mandar a
un par de profesores al centro de la
isla a dar un par de clases, generando gastos,
alejándolos de sus funciones aquí,
habiendo a una cuadra otra Universidad con
todas las de la ley, con decenas de
profesores capacitados que pueden impartir
cualquier cosa... y además está La
Habana, más cerca que ustedes... Pero ven acá,
¿quién fue el verraco que firmó ese
trato? Seguro que no fue un profesor, ¿eh?
Marnia estaba asombrada de semejante
verborrea soltada en seguidilla. Sin
embargo, Mario se veía calmado, más bien
incrédulo ante una perspectiva que no
podía comprender. Decidieron no hablar
más del asunto. Mario le prometió que la
acompañaría hasta la terminal cuando
partiera, pues Oscar le había propuesto
recogerla en su casa, pero ella se negó,
diciéndole que Mario la llevaría a la
estación.
--¿Qué día es el que tienes que partir?
-preguntó Mario por último, antes de
recostarse en la baranda del balcón y
lanzar al espacio el humo del cigarro.
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)
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