Manuel camina más rápido que yo, me va
dejando atrás, y yo no me considero muy
lento que digamos. Muy nervioso, quien lo
ve casi trotar se imagina que su casa se
está quemando o inundando. Es diputado del
Congreso y me ha invitado a comer
donde comen los padres de la patria, como él los llama. Le
pregunto por qué si aquí
todo el mundo es (aparentemente)
antiyanqui ya casi todo lo dicen en inglés, que
es el idioma de los malos. "Hombre, que
tampoco somos tan antiyanquis, pero eso
del idioma no tiene nada que ver, es el
idioma universal, para bien o para mal, y
hay que adaptarse al tiempo, ¿vale?"
¿Y no te parece -le pregunto- que ese
antiyanquismo a ultranza es un poco
estúpido? Y le digo que siempre he pensado
que hablar mal del que está por encima se
parece a la envidia más que al odio. "No
me jodas. Qué envidia ni qué carajo vamos
a tenerle a esa gente". Pero si te pones
a calibrar la situación de ambos países,
éste tiene más cosas de que avergonzarse
que aquél, y aquí siempre le están viendo
la paja en el ojo de los cabrones yanquis
pero no se ven el gajo que tienen en el
propio. ¿Estás de acuerdo, Manu? "Contigo
no se puede estar de acuerdo, siempre
exageras y las exageraciones no son
objetivas", me riposta. Claro que no,
pero me gustaría conocer a alguien que no
crea que siempre tiene la razón. Como ese
asunto de la botella que ya hemos
comentado, ¿me sigues? "Ya.
Eres...¿cómo te dice esa rusa amiga tuya?"
--¿También le has hablado de mí a ese
diputado que te sacó de tu país?
--De ti le he hablado a mis amigos
íntimos, que son tan pocos como buenos, y
Manuel es uno de ellos. No te he contado
lo que el pobre hombre pasó para
poder sacarme de allá. Ni lo que pasé yo para
salir. ¡Ja ja! Eso sí es una novela, y
sin ficción, como la de Truman Capote.
Pues Manuel se empeñó en traerme aquí,
prometiéndome más de lo que al final
pudo cumplir, como todos los políticos,
pero en fin, que soy agradecido y vale.
Primero el papelelo y al final los
dólares, que es lo que cuenta. Muchos dólares.
Hasta para estampar un cuño en un papel
que le pidieron no sé dónde, tuvo
que aflojar los verdes, que en realidad no
son verdes como generalmente se
acepta y se pregona. En definitivas se impuso
lo que siempre se impone: money,
que según Marcelo con él se compra lo
mismo a una puta que a un ministro. Pues
bien, allá me entrevistaron y acomódate,
Felipe, que la avalancha hay que
recibirla con paciencia: ¿quién o quiénes lo han
invitado?, ¿?por qué a usted?,
¿por qué a ese país?, ¿piensa visitar
otros países?, ¿qué tiempo va a permanecer
allá?, ¿con qué personas e instituciones
va a contactar allá?, ¿va usted solo?,
¿piensa presentar alguna obra a alguna
editorial?, ¿ha tenido relaciones epistolares
con personas o instituciones de ese país?,
¿recibe algún tipo de material informativo
de allá?, ¿conoce escritores residentes en
ese país?, ¿mantiene correspondencia con
ellos?, ¿ha enviado anteriormente material
informativo o literario a personas o a
instituciones del país que va a visitar?,
¿alguna persona de aquí le ha pedido que lleve
algún tipo de material o escrito a alguna
persona de allá?, ¿algún paquete?, ¿le han
entregado nombres, teléfonos, direcciones
de allá para que haga contacto con
personas residentes en aquel país?, ¿qué
conocimientos históricos, culturales, literarios,
o de otra índole tiene usted de ese país?,
¿de qué va a vivir mientras dure su estancia,
o le van a sufragar los gastos quienes le
invitan?, ¿qué tipo de actividades va a
desarrollar en su visita y en qué lugares
o instituciones?... y
etc., porque mi paciencia, que
en aquella entrevista no pudo agotarse por
imperativo de interés personal, ahora, para
enumerar las tantas y tales preguntas, se
ha agotado ya.
--No puedo creerme que te hayan hecho
pasar por ese interrogatorio. Nunca me habías
contado esa entrevista.
--¿Para qué rememorar las páginas oscuras?
Ah, pero tengo que decir que a pesar de las
preguntas me trataron con mucho respeto,
cortesía y amabilidad. Nada de amenazas ni
de presiones psicológicas ni nada de eso.
Para los intelectuales ellos tienen otra política. Y
al final no falta la invitación al café
compulsado, la palmada en el hombro, los deseos de
éxito, y los inobviables consejos para el comportamiento en
el extranjero, y ésos sí se los
dan al más pinto.
Cuando uno está comiendo en un lugar donde
comen personas de tan alto calibre uno
se da cuenta de que todos los seres
humanos son contradictoriamente iguales y distintos:
lo que nos diferencia no es la nariz
respingona sino el cargo que ocupemos y que nos
hace sentirnos mejores o peores ante la
sociedad. El Manu, al igual que la mayoría de las
personas que han nacido en este país,
piensa que este país es la novena maravilla del
mundo, y que mejor que aquí no se vive en
ningún otro lugar, como si hubieran estado
y vivido en todos los lugares de la
Tierra. “Somos la octava potencia económica, pero eso
no es lo más importante, sino lo que
representamos como seres humanos, lo que hacemos
y estamos dispuestos a hacer por los
demás, y eso es muy difícil de encontrarlo hoy en día
en otras sociedades”, me dice y me señala
a un personaje con bigote y barba que ocupa
un alto cargo en el gobierno y que en ese
momento está comiendo lo mismo que él y yo,
y está sentado en una silla similar a la
nuestra, y quizás sus ideas, pensamientos, gustos,
costumbres, sus puntos de vista, sean
parecidos a los nuestros. Pero le digo al Manu que
eso que me dice quizás pudiera decírmelo
un islandés o un surcoreano o un chileno, si le
preguntáramos al respecto, así que mira,
Manu, déjate de chovinismos, quizás este país
sea una maravilla en muchos aspectos
fundamentales de la vida, pero no te olvides de
citarme también lo negativo, que ustedes,
los llamados padres de la patria, suelen obviar
en sus filípicas. Y es una lástima, porque
lo que tú dices: aquí se podría vivir de puta
madre, si no hubiera tantos peros, y sobre
todo, si no hubiera terrorismo.
--¿Así le hablaste? Tienes una lengua que
si te la estiran te llega al ombligo.
--No tan larga, querida. Le dije la
verdad, lo que pienso y siento. Entre él y yo siempre ha
existido esa sinceridad que hoy casi nadie
ejerce. Por eso nuestra amistad es tan sólida.
Y le dije más: mira, a mí me preocupa este
país porque aquí vivo, tengo su nacionalidad y
aquí voy a morir posiblemente sin regresar
jamás al mío de origen ni volver a ver a mis
hijos ni a mis amigos ni a las palmas ni a
las playas ni a los lugares donde un día fui feliz ni
a las mujeres que tanto amé y con las que
fui feliz o desgraciado, porque ambas cosas
son válidas al recordar. Y no debía
preocuparme, total, los que deberían preocuparse no
parece que se preocupen, ¿por qué tendría
yo que erigirme en un Crisantemo Cristiano?
Pero como él insistía en oír lo que yo
creo que debe saber...
--¿Y le soltaste todo lo que tienes
dentro?
--Se lo solté, no todo, sólo lo
imprescindible de comentar con él. Me guardé los detalles
que también molestan un montón, pero no
teníamos tiempo de sobra.
--Me imagino la cara que pondría el señor
diputado.
--No sé si hay que llamarle su excelencia
o su ilustrísima o su señoría o como carajo se les
llame en el Congreso... creo que esto
último. Pero sus señorías están demasiado ocupadas
insultándose los unos a los otros mientras
el terrorismo, el desempleo, la inseguridad, el
maltrato a las mujeres, las hijeputadas de
jueces y magistrados que amparan a muchos
delincuentes y criminales, va... óyeme,
chulina, no me conviene enervarme, que como tú
me dijiste una vez, el infarto está
acabando con la quinta y con los mangos.
--Ya veo que te estás superando. Me alegro
de haber contribuido en algo. Sin embargo,
el problema mayor de este país a mi
entender es que se está yugoslavizando... y eso sí es
harina de otro talego, querido.
Pues Manuel de ninguna manera considera
que eso sea un problema. “¿Yugoslavizando?,
ja, estás en lista de espera para el
psiquiátrico, amigo”, y sonríe, mirándome con lástima.
Lo comprendo: yo también lo miro con
lástima, porque no quiere aceptar que así empezó
el país en que mientras Tito gobernó no se
movía ni una hoja. “¿Eso quiere decir que tú
eres partidario de que aquí haya una
dictadura?” Claro que no, querido Manu, ya te he
dicho que odio las dictaduras y con
conocimiento de causa como tú bien conoces, pues
las he sufrido durante más de 40 años, que
no es poco, ¿verdad? Pero esta democracia
no me convence, eso es todo. Es una
democracia del libertinaje y de la falta de respeto
de la gente a las leyes, las autoridades,
los demás. Aquí todo el mundo hace lo que le
sale de sus partes y se caga en lo que
está prohibido y en lo que no debería hacerse por
consideración a los demás.
--¿Y cómo reaccionó?
--Echándome una soberana descarga que
incluía el sonsonete de que por muy mal que
esté en la democracia libertina, que fue
la expresión que puso en mis palabras, estoy mil
veces mejor que bajo una dictadura, y que
le parecía mentira estar oyéndome decir
tamañas necedades.
--Bueno, en parte tenía razón, porque el
hecho de que esta democracia tenga mil
defectos no quiere decir que la solución
sea una dictadura. Yo la he padecido, al igual
que tú, más de... ¡oye! Ahora que caigo en
esa apreciación: somos hermanos gemelos
en soportar regímenes totalitarios.
--¿Ves lo que te digo? Hemos nacido, amor
de mis amores, el uno para el otro. Así que no
hay más que hablar.
Cuando salimos del Congreso de los
Diputados (¿vendrá eso de diputados de alguna raíz
etimológica de puta?) el Manu retomó el
temilla. Porque al Manu le gusta discutir y sabe
que conmigo puede hacerlo civilizadamente,
no como lo hacen sus compañeros del
Congreso de los Dipuinsultos. “Cuando
Yugoslavia estaba bajo la dictadura de Don Tito
manos duras todo estaba muy tranquilo y
nadie pensaba en separarse, claro que no. Al
Igual que en tu país, que allí nadie abre
la boca ni para quejarse de un dolor de muelas.
Pero no creo que tenga que decirte por
qué, así que como dice el refrán, rectificar es de
sabios. Estás a tiempo”. Estoy a tiempo,
sí, de ver en poco tiempo (por eso estoy a) cómo
se va desmembrando este país si no se
ataja a tiempo el cáncer del nacionalismo de
café con leche y pan con mantequilla que
ha pasado a ser el problema vital que tiene
esta sociedad, aunque en las encuestas la
gente ni se acuerde de que eso existe. Se
acordarán cuando ya sea demasiado tarde.
--Cómo me gustaría verlos en una de esas
discusiones tan interesantes.
--No te burles. La política tiene eso, que
es a la vez asquerosa e interesante. Fíjate que en
todas las latitudes, además de cocer
habas, como me dijiste aquella vez, se cuecen en la
olla de la dichosa política.
--Pues yo que no sé nada de política lo
veo venir: la yugoslavización. Mira, por ahí tengo
un libro que analiza esa cuestión. Te lo
voy a prestar.
--¿A qué problema te refieres? Porque hay
tantos...
--No te me hagas el tonto. El problema del
por qué Yugoslavia se desintegró. El autor se
ve que simpatizaba con Tito. Dice que a
estos pueblos tan indisciplinados y tan poco
amigos de la ley y el orden hay que
meterlos en cintura con mano de hierro.
--Me imagino lo que voy a encontrar en el
libro, no tengo que leerlo.
--Pues deberías, así te enriqueces para
tus discusiones con el diputado. Por cierto, ¿es de
izquierda?
--Claro. En este país todo el mundo es de
izquierda, aunque vote por la derecha. Como si
ser de derecha fuera una vergüenza.
--Lo que sucede es que como hubo una
dictadura de derecha tantos años, la gente optó
por ir en contra, lo mismo sucede en mi
país pero al revés: setenta años con una
dictadura de izquierda y ahora nadie es
comunista.
Nos separamos el Manu y el Menda en la
boca del Metro quedando en encontrarnos otra
vez para seguir dándole al monigote hasta
ver cuánto aguantamos. “Yo te llamo, pero no
creas que me vas a convencer con esas
ideas tan descabelladas, así que despreocúpate
que aquí ni hay ya un Tito ni sucederá
nada que se parezca a eso que me dices de la
antigua Yugoslavia. La situación no es la
misma ni el país es el mismo, chaval”. Y punto. El
abrazo y las sonrisas y el optimismo suyo
mezclado al pesimismo mío porque hay que
repetirlo: no se piensa lo mismo en una
choza que en un palacio. Y yo no vivo en un
palacio.
--Veo que aunque dices que no sabes nada
de política estás enterada del meollo.
--Hombre, que una lee y oye y ve. No me
tomes, a estas alturas de conocerme, como si yo
fuera una fan de los programas idiotas de
la tele.
--Yo a ti sólo te tomo como... bueno, ya
entiendes.
--Suprime las indirectas, que ya pasaron
esos manejos entre nosotros.
--Aceptado. Te tomo como lo que eres: como
una mujer con todas las de la ley.
Selene se sonríe, me da un pellizco y me
sirve una taza del consabido té fuerte con mucha
azúcar pues ya domina casi todos mis
gustos. Yo sigo dándole vueltas a la situación del
país donde vivo que ya es más o menos mi
país. Y la situación aquí no está para sentarse
en la chaise-longue a fumar y esperar a la
mujer que quiero como dice el tango. Si esto
sigue como va dentro de un tiempo que
nadie puede determinar si será largo, medio o
corto, esto se convertirá en un
conglomerado de pequeños países cada uno hablando
una lengua distinta con una bandera
distinta y una economía distinta, y esto será como
una Babel en plena Europa del siglo XXI.
Exactamente, sí, igual que en Yugoslavia. Al final
habrá que gritar sálvese el que pueda y se
acabó lo que se daba, Gregoria. Ojalá que
no. Yo quisiera pensar que no, que estoy
equivocado, que Selene está errada sin hache,
que el Manu está en lo cierto, pero...
algo habrá que hacer para impedir esta cagástrofe
que nos amenaza desde hace varios lustros.
Y que últimamente está cobrando fuerza en
las comunidades a las que les ha picado el
culillo de la independencia. ¡Pobres! Como si
eso fuera soplar y hacer botellas...
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
(continuará)