domingo, 28 de abril de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 15



No hay dicha bajo el cielo / más dulce que mi hogar, dice una canción que yo oía

en una iglesia metodista de mi ciudad natal a la que concurría con amigos

estudiantes a oír las conferencias del... no sé cómo llamarlo: cura, pastor, reverendo,

sacerdote, pues no estaba muy familiarizado con los títulos de aquellas personas

que nos disertaban sobre tantos temas interesantes. El caso es que uno de esos

conferencistas era también mi profesor de inglés en la Secundaria donde cursé los

estudios anteriores a la carrera de Economía. El me enseñó los trucos para dominar

ese idioma universal sin cuyo conocimiento la vida se hace más difícil en cualquier

continente, pero nos enseñó a todos lo más importante: que lo más preciado de

todo ser humano es el hogar, y por ende, la familia. "Eso no tiene sustituto", nos

repetía siempre. ¿Qué habrá sido de él? Debe estar ya metido en las profundidades

de la muerte, sin el último consuelo de vernos graduados, encaminados, realizados,

como estoy seguro de que hubiera sido su deseo, porque nuestras vidas se

interrumpieron de zopetón con la toma del poder del nuevo César que tajó de un

tirón nuestras humildes esperanzas. Pero eso no viene al caso. Si el hogar y la familia

no tienen sustitutos, quienes carecen de ambas cosas no tienen ni siquiera un clavo

ardiendo al que agarrarse. ¿Qué les queda entonces? Joderse. Sólo eso. Y yo, que

deambulo no tan sólo sin hogar y sin familia, sino sin la esperanza ni siquiera humilde

de tenerlos algún día. Selene sería el clavo por arder, pero no hay manera. A veces

me río a carcajadas resumiendo esta vida mierdera que quizás yo mismo me he

forjado, pues como dice mi amigo Manuel, "cada cual se labra su propio destino".

Pero él no sabe, porque no lo ha vivido, cómo nos oprime el corazón ese momento

de meditación en soledad, cuando nos da por pensar en nuestra situación y en las

nulas posibilidades de mejora, cosa por demás inútil, porque que yo sepa,

rememorando lo negativo de una vida nadie ha resuelto ningún problema. Y

Manuel me lo reitera: "mira, querido amigo, sé que estás jodido, sé que estás

pasando por un mal momento, sé que no has encontrado en mi país lo que

esperabas encontrar, de acuerdo, pero óyeme bien: lo único que no debes hacer

es precisamente lo que estás haciendo: lamentar tu decisión, que ya es

irremediable. Por inútil, ¿comprendes? No haces sino empeorar tu situación, porque

cuando un hombre se empecina en lamentarse a sí mismo, no razona bien". ¿Y

acaso el Manu pretenderá que yo razone bien rodeado de la nada? Marcelo

refrenda mi postura (que no es de gallina) pero a la vez me anima a continuar

tirando a mierda esta vida que nos ha tocado y sobre todo, "lo mejor es deshacerse

de todo lo que no sea imprescindible, macho, andar como la babosa, con la casa a

cuestas, porque nosotros un día estamos aquí y otro allá, y mientras menos cosas

tengas para moverte pues mucho mejor, mi hermano". Es un tipo del montón, pero

genial en sus lanzadas sencilleces. Y tiene razón: comprar artículos, equipos, ropas y

otros menesteres para tenerlos en un espacio que nunca será tuyo y con los cuales

tienes que cargar cada vez que cambies de vivienda o de lugar de estancia, no es

un juego de barajas. Porque el hogar es fijo y los nuestros son mutantes, dice

Marcelo.

--Por favor, te ruego que cuando menciones algún personaje de tu novela, me aclares si

se trata de un ser de carne y hueso o de uno de esos que tú me sueltas que parecen

sacados de alguna película de Disney.

--Querida Selene, déjame aclararte que ya yo mismo no sé cuáles son los reales y

cuáles los ficticios, aunque déjame decirte que a veces los que invento me

parecen más humanos que los reales.

--La verdad, no eres más que un quejón, o quejica, como se dice aquí. Quien te oye

como te oigo yo diariamente pensará que estás al borde del acto final, porque tu

vida es como un drama trágico. Yo tuve un hogar con un marido y dos hijos y ya ves:

mi marido muerto, mis hijos estudiando en el extranjero, y yo metida en una

habitación de hostal donde a pesar de los huéspedes paso casi todo el día sola.

Pero no me da por atormentarme con la carencia de hogar, de familia, de otras

muchas cosas que también me faltan y que también quizás ya nunca pueda tener.

--Tal vez tú y yo somos, como dicen esos culebrones estúpidos, dos almas gemelas.

No lo quieres entender y cada día que pasa es un nuevo día que perdemos, y

acuérdate, después nos arrepentiremos de lo que no fue. ¿Me entiendes?

--No soy tan burra. Y quizás en eso tengas razón, pues yo confieso que me he

arrepentido de no haber hecho muchas cosas, pero ante lo irremediable, mejor el

olvido.

--¿Olvido y camino, como dice la canción de Moncho?

--No conozco esa canción ni sé quién es ese Moncho, así que paso.

--No importa, yo tampoco la conozco, así que ídem. Pero al grano, paloma: a la

altura de nuestros almanaques no creo que tengamos que pensar mucho las cosas,

no vaya a ser cosa que cuando te dé por dar el paso te encuentres reposando

permanentemente.

Cuando yo le hablo en esos términos a la que para mí fue La Rusa, que en realidad

es ucraniana, y que ya desde hace tiempo es y será Selene, me olvido de que

pertenezco a las categorías condenadas a 1) transgredir las leyes, 2) resignarse a

esperar el carrito en plena calle, y 3) caer en la indigencia más escuálida y procaz,

a la que también pertenecen 3 categorías: 1) los de a Metro, 2) los de a pie, y 3) los

de a calle, porque aunque de momento se esté pasando el frío lo mejor posible

entre cuatro paredes con un techo encima, no puede asegurarse que ese bienestar

entre comillas será tan eterno como nuestras propias vidas.

--Suponte que tú y yo formamos un hogar. ¿Eso nos garantiza que, como dice ese

bocadillo cursi de obras aún más cursis: viviremos felices y comeremos perdices?

Vamos, hombre.

--El que no se arriesga no cruza la mar, dice el refrán 1234.

--Y el que se arriesga puede que la cruce, pero también puede que se ahogue en el

intento.

--Bueno, niña mía, entonces, ¿quedamos para ir al teatro mañana?

--Qué rápido pasas de un asunto a otro. Sobre todo cuando te conviene.

--Está bien, pero contéstame. Aprovecha, que ayer cobré el subsidio, por lo tanto te

invito.

--Déjate de pavadas, hombre, que yo, aunque esté en la tea brava, gano más que

tú, Y no voy a pensar que tú me estás chuleando. ¡Qué jodido eres, coño!

Y así pasan las glorias de este mundo y del otro, que es el de los muertos de

Halloween, que ésos sí tienen un hogar de donde nunca los podrán echar, aunque

a veces venga algún pariente casi siempre lejano con la peregrina idea de mover

los nichos o los cuerpos o lo que quede del extinto, para vaciar espacio en el

descanso eterno. Los animales tienen mejor suerte: tienen su hogar (ellos mismos lo

hacen) y en su reino no hay desahucios ni ventas del inmueble ni cierres por

mudanzas propietarias a otros municipios, provincias o países, ni inquilinos

impresentables que te aconsejan levantar el vuelo cuando menos lo deseas (en mis

mudanzas, en todas, siempre he perdido algo, siempre se me ha roto algo, por eso

las odio y no quisiera moverme de mi sitio nunca), etc. Claro que los animales

también están sujetos a imprevistos como incendios, huracanes, terremotos, pero

esos imprevistos no son regla ni ellos tienen la culpa. O sea, nené, que en todos los

géneros hay que arriesgarse a ver si al fin puede cruzarse el mar, que no siempre

está sereno como dice Serafín el cerrajero. En fin, que tendrás que acostumbrarte a

cambiar de vivienda casi como de vaquero y a sentarte en un sillón (en caso de

que tengas uno, que tampoco será fácil), a entregarte a los recuerdos agradables,

a dejar que tu imaginación te traslade a aquellos años en que fuiste feliz porque

tenías un hogar y una familia que a pesar de las desavenencias lógicas del caso te

hacían sentir ese calor que como decía mi profesor de inglés, es insustituible...

porque para sentir nuevo calor tendrás que ir a la cocina, encender una hornilla, y

colocar tus manos cerca de la llama... ¡Ay, muchacho! ¿El otro calor, el del hogar, el

insustituible? Mejor olvídalo.

Augusto Lázaro


@augustodelatorr

(continuará)

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