domingo, 24 de febrero de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 6


--Un día voy a hacerte una visita para conocer dónde y cómo vives, y para conocer

a esos coinquilinos de quienes tanto me hablas.

--Ni se te ocurra, negra.

--¿Ni se me ocurra? ¿Es que donde tú vives está prohibido el paso?

--No, pero confórmate con oír mis relatos. Usa la imaginación.

--Pues no, porque tú estuviste tres semanas dándome la lata para que te dejara ver

mi habitación. Y me venciste por agotamiento físico.

--No es lo mismo... tu habitación es tuya sola, está como tú quieres que esté, y no

dependes de lo que hagan otras personas.

--Pues ¿sabes una cosa? Yo también voy a darte la lata no tres sino cuantas

semanas sean necesarias, hasta que me dejes visitarte, y... bueno, no sé por qué

debo perdirte permiso, porque puedo aparecerme allá sin que tú me autorices. Y

además, ¿qué tiene de malo que te haga una visita? Deberías sentirte halagado.

--Me siento muy halagado, Selene, pero...

Pero no, mejor que no me visite. ¿Para què? ¿Qué es lo que va a encontrar? ¿Y qué

se va a perder si no me visita? Lo que va a encontrarse en el lugar donde creo que

vivo no es más que montones de periódicos que tiene uno de mis coinquilinos tirados

dondequiera, piezas de ropa por cualquier rincón, la cocina dejada a la bartola, y...

no no no, ¿qué va a pensar de mí? Ya sé que no es mi culpa, pero ella puede

pensar que lo es, porque sólo en mi habitación hay orden y limpieza, lo demás que

no depende de mí no está nada presentable... Mi habitación, o sea, mi cuarto de

estar, de dormir, de comer, de leer, de escribir, de ver la tele, de oír música y de

todo lo demás, está bastante presentable, pero el resto no. Es un espacio de unos

3.5 x 4.5 y cuidado. Tiene una silla plegable que me regaló mi amiga Ana (para leer

y para ver la tele). otra silla ortopédica propiedad del casero (para comer y escribir

en el ordenador IBM de segunda mano que encontré de milagro en una de esas

tiendas Converters, que no sé por qué carajo tienen el nombre en inglés, como casi

todo aquí donde poco a poco se está asesinando a nuestro bello idioma), una

cama personal para dormir y descansar de mis gestiones callejeras, una cómoda

donde tengo el televisor y algunos archivos y donde coloco los alimentos fríos que

voy a pasar por el gaznate (la comida caliente la consumo allá en el comedor que

gracias a mi asistenta social Ascensión me llena la barriguita de lunes a viernes), un

mueble multifunción largo pegado a la pared donde pongo mis pertenencias no

textiles como la radiocasetera Tamashi (este equipo no es de segunda mano, lo

compré en Alcampo un fin de año en que logré un superávit de chiripa por 40

euros), el IBM, la impresora Epson, también de segunda, los manuscritos de mis

genialidades literarias y de otra índole, algunos libros, artículos de aseo personal,

cassettes, cds, revistas y materiales pendientes de lectura, ropa sucia, cosas de uso

general, despensa alimentaria para consumir en casa, los ventiladores si no están en

uso, y alguna que otra bobería más, y el resto del espacio me queda para dar dos

pasos hacia el fondo cuando entro o hacia el frente cuando salgo. Si me muevo

como la señora que le tira pan a las palomas, puedo dar tres pasos, pero así me

canso más. Y eso es todo, Isidoro. ¿Qué tú pensabas, que yo vivía en un chalé

privado como doña Antoñica de Revilla de Camargo?

--¿Leíste esta encuesta en el periódico?

--No. ¿Dice algo que valga la pena?

--Bueno, que valga la pena los periódicos nunca dicen nada, pero éste lo que dice

es que las principales preocupaciones de los ciudadanos de a pie son el terrorismo,

el desempleo, la inseguridad, y... no, ya van tres. Por poco me paso.

--¿Y qué es eso de los ciudadanos de a pie?

--Es que las encuestas siempre entrevistan a la gente en la calle, o sea, a los que

como yo cogen el Metro, querida. ¿No te has dado cuenta? Nunca entrevistan a los

pejes gordos. Aunque los pejes gordos nunca leen las encuestas. Y los hay que

nunca leen ni hostias.

--¡Quién te viera a ti de peje gordo!

--No estaría ahora aquí contigo. ¿Te imaginas? Si yo fuera un peje gordo no sabría

qué coño es un hostal. Pero mejor déjame así, a pie o caminando, porque gracias a

eso  pude conocerte.

--No pierdes la maña. Pero te reitero que con tanta lisonja no vas a conseguir tus

insanos propósitos.

--¿Insanos? Vamos, que de insanos no tienen ni las intenciones.

El caso es que siempre que puedo, y también cuando no puedo, me llego al hostal

a visitar a mi amiga Selene. Y así se me va el tiempo y me olvido de que ya hace

rato que estoy aquí en la nueva patria y casi todo el tiempo, aparte del que dedico

a dormir (sólo seis horas), a ir al comedor al mediodía, a leer, a escribir, a oír música,

a ver la tele, al aseo personal, a merendar en mi cuarto y a conversar con Selene, lo

dedico a hacer gestiones para continuar sobreviviendo y haciendo gestiones para

continuar sobreviviendo y esto es como la cadena de Bermúdez, o como un tiovivo

que nunca llega a ninguna parte, o como el circulo vicioso de la serpiente

mordiéndose la cola, o cómo qué coño sé yo ni me importa un carajo. Chúpate ésa,

Jacinto. El caso. La envolvencia. El gerbeteo. La jodienda... ¿Y qué he descubierto?

Pues que aquí el Estado, o el gobierno, o la sociedad, o lo que sea (que sonará

algún día), beneficia a los que más posibilidades tienen y que menos necesitan ser

beneficiados, y perjudica a los de a pie que ruedan más que el circo mundial Ringling

Brothers (q. e. p. d.). Porque le roncan los cojones que a mí, que tengo una cuenta

bancaria obligatoriamente, pues si no, de subsidio ñiringa, me claven diez euros

cada seis meses, dejándome en limpio, mientras que a don José Salustio, el

empresario que tiene millones en su cuenta, el banco le pague, o sea, que en lugar

de quitarle le aumente su saldo. Por eso cada vez que me entero de que alguien ha

asaltado a un banco y ha tenido éxito lo aplaudo y me río, celebrando con zumo

de limón el golpe, que no me decido a darlo yo porque en esos manejos gansteriles

confieso que soy casi analfabeto. Ana me hala las orejas cuando le hablo de este

deseo insatisfecho de asaltar un banco: pero ¿qué dices, hombre?, estás como una

cabra, mejor voy a pensar que estás de guasa, porque si te creo de verdad voy a

pensar que te estás despersonalizando, me dice. ¡Ah! Si ella supiera que yo hace

rato ya que me he despersonalizado, sólo que de nada me ha servido, porque aquí

para trepar hay que saber subir y yo en eso soy un cafre. Me dice que me dedique a

hacer el bien, ¡qué inocencia! Parece que mis amigas se han puesto de acuerdo al

unísono para indicarme la senda del bien y que no desvíe el camino correcto. Me

conmueven, la verdad. Y me hacen recordar mis años felices, cuando yo era un

niño pobre, ignorante de papeles y de documentos, de desgracias y de guerras, de

enfermedades y de miserias humanas. Vamos, que era un niño inocente, como

todos los niños. ¡Ah! Patty MacCormack, sí. Gracias, mi querida Ana, por tus buenas

intenciones.¿Qué bonita es la inocencia! Pero tú no conoces las sabias palabras de

mi padre cuando me llevaba de la mano a la escuela primaria (mi tiempo

trascendente, lo demás es mierda): "hijo, espabílate, ponte chango, despierta el

koala, que el mundo es de los livianos". Y eso que él no había visto el horror. Nada,

que mejor es no pensar. Porque si te pones a pensar en toda esta zambumbia, te

tiras del puente de Segovia.

Augusto Lázaro


(continuará)


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