domingo, 3 de febrero de 2013

NO ES UNA FLOR QUE VUELA 3



--¿Así que la tercera edad tiene sus encantos?

--Pues sí que los tiene, querido, lo que te pasa es que no te resignas a enfrentarte a

esa realidad, y así poder sacarle el máximo provecho, como haremos todos, o casi

todos los que lleguemos a ella, que dichosos los que llegan.

--Bueno, pero tú todavía no has llegado, ¿eh? No puedes conocer las atrocidades

que se sienten a esa edad. ¿O es que has llegado y me lo ocultas? Porque no lo

parece.

--Pues no, todavía no he llegado, pero cuando llegue no pienso suicidarme, seguiré

viviendo para que sigas soportándome.

Simone de Beauvoir escribió un libro en el que dice que los viejos sólo sirven para

sacar a mear la perra y para ir a comprar el periódico y traer el pan, y si acaso llevar

la basura al contenedor. O sea, que según la viuda del viejo zorro francés, los viejos

estorban, aunque la familia los utilice para esos menesteres, y si acaso todavía están

en forma aceptable, pueden llevar a los niños al zoológico los domingos... Los

domingos nunca salgo, suelo quedarme en casa leyendo, oyendo música o en las

imprescindibles tareas de limpieza. Es un día tranquilo y aburrido en la calle. Pero un

domingo me da por salir y me siento en el parque de la esquina a observar a una

buena señora que le tira migajas de pan a las palomas, extasiada con su ya tan

escasa generosidad, aunque ella desconoce el daño que estas simpáticas avecitas

pueden hacer a la comunidad. Y me veo allí, quizás en ese mismo parque, en ese

mismo banco, también tirándole migajas de pan viejo a las palomas, y me pregunto:

¿para eso quedamos los viejos? ¡Cojones! Tengo que llevar a Selene un día a que

vea esa escena tan edificante. El viejo que vive en familia se convierte en el chico

de los recados, qué cosa: abuelo, dice mamá que lleves la basura hasta el latón de

abajo, abuelo, que ya puedes entrar en el baño, que ya salió la tía, abuelo, ve a ver

si ya abrieron el mercadito, anda, y así. Pues cayendo en lo mismo (si fuera un perro

no cometería el mismo error dos veces, pero sólo soy un pobre mortal entrado en

años, qué caray), otro domingo salgo y paso por otro parque para no encontrarme

con la señora del pan a las palomas, y este otro parque tiene infinidad de matas y de

bancos con mesas para que se sienten los transeúntes y los viejos a jugar dominó, o

barajas, o ajedrez, que los hay según su enjundia, sentados los jugadores y de pie los

sapos, que son los más, pues los viejos, como no tienen otra cosa que hacer, se

reúnen en los parques para calmar su ocio, hablar de política o de fútbol, o a ver

a quienes mueven las piezas, y pensar que ellos no hubieran hecho tal movimiento,

que Peporro metió la pata hasta la rótula, que ahora el otro pavo le va a dar el

jaque casi mate y etc. Y comentando, siempre comentando en las mesas del

dominó, ¿has visto, Pablete?, vamos, que Ramón no debió poner esa ficha, me

cago en la leche, fíjate cómo dejó el juego, ¡la cagó! ¡Ay, mamá!

--A mí la vejez me va a coger desprevenido, rubia, porque a pesar de que desde

hace mucho la estoy esperando, no me siento preparado para recibirla como se

merece la muy. Y me va a coger "más temprano que tarde", como dijo el pobre

Allende, porque los primeros avances ya me están sonando casi a diario. Y cuando

diga aquí estoy. muchachón, a joderse, no sé cómo voy a reaccionar.

--Seguro que te vas a suicidar... ¡Anda ya!

Los primeros avances comenzaron al notar que se me caían de las manos con más

frecuencia que antes los objetos que acostumbro a coger: cubiertos, libros,

perchas, y cómo tropezaba con las puertas y se me enredaban los pies en los

cables de los auriculares de la tele, y óiganme, eso da una rabia que pone la cara

como una tea. Ahora ya no me sorprenden las torpezas, aunque me joden más

que una patada en las pelotas. Sí señor: viro el vaso de chocolate, me derramo el

zumo en la camisa, tengo que levantarme a mear varias veces cada madrugada,

¡ah, Feliciana! Ahí es donde la mula se cargó al Genaro.

--Yo también tropiezo algunas veces y se me caen las cosas, no eres el único. No sé

por qué rayos te martirizas tanto. ¿Acaso eres masoquista?

--Si no fueras una dama te mandaba a la mierda.

--Pues hazte el cargo de que no lo soy y mándame, así te desahogas y alivias tus

achaques, como tú los llamas.

Lo de la meadera no se lo he contado a Selene, a pesar de la mucha confianza

que tengo con ella, hay cosas que me guardo para mí solamente. Hay cosas que

uno tiene escondidas que no se las cuenta a nadie: son secretos reservados para

uno mismo y el de la meadera me lo quedo para mí solito, si acaso al médico. Si

lo de los cubiertos, las puertas, los cables, ya resulta molesto, lo del chorrito pasa de

castaño oscuro. ¡El chorrito! Eso no tiene desperdicio. Sale en cualquier dirección, a

la derecha, a la izquierda, atrás, y para evitar dejar manchitas en la taza lo que

hago es que me siento cuando voy a orinar y así resuelto el problema de la huella,

si no, tengo que pasarle un pañito a los bordes para que nadie pueda ver lo que

he dejado caer en el lugar equivocado. Y lo peor, cuando creo que he vaciado la

vejiga, salen todavía unas goticas que a veces me manchan el calzoncillo sin poder

evitarlo. Nadie que no haya pasado por esto puede comprender lo que se siente.

Me dan deseos de quemar el edificio, de reventar una bomba de un millón de

megatones sólo por el gusto de cobrarme la jodida y acabar de una vez con este

asqueroso mundo donde me ha tocado malvivir. Habría que inventar una palabra

para definir lo que siento. Si se lo contara, Selene me preguntaría

--¿por qué no vas al médico?

Pero da la casualidad que sí he ido a ver al matasanos (así lo llamaba mi padre) y

¿saben lo que me dijo el desgraciado? "Eso es propio de la edad, amigo, puedo

recetarle algún medicamento, pero no se lo va a quitar del todo". ¡Hijo de puta! Es

cierto, la vejez tiene muchos atractivos, ¿verdad, querida amiga?

--Yo creo que te estás obsesionando con la tercera edad, por eso todos esos

achaques que me dices se te hacen insoportables.

--Cuando tú tengas los achaques que yo tengo, quién sabe si te obsesionas más que

yo. ¿Y quién te aguanta entonces? Claro, yo no lo veré.

Y me dice que no tratará de consolarme en lo adelante, porque de todos modos

voy a seguir envejeciendo y lamentándome de los achaques, y además, ella no es

consoladora de oficio ni de beneficio, pues no me cobra nada por pasarme la

mano, simbólicamente se entiende.

--Sigue con tus achaques que yo segurié con los míos, que los tengo y no te diré

cuáles para que no se vire la tortilla y te conviertas tú en consolador... en el buen

sentido de la palabrita, vamos.

--Te invito al cine, si esta noche no estás muy ocupada.

--¿Qué película?

--Bueno... escoge entre Los otros y The others.

--Muy gracioso. Viejo, pero muy gracioso.

--Es que me encanta la Kidman, creo que ya te lo he dicho.

--Y además, te encanta elegir, como a todos los hombres, que no nos dejan poner

una. Y después hay que aguantarles que se proclamen defensores de la igualdad.

--Eres un amor, Selene.

--Y tú eres... mira, déjame callarme, que en boca cerrada...

Pero mal que me pese me voy consolando, y a veces hasta llego a creerme que es

verdad que la vejez tiene sus atractivos y que todos los viejos estamos contentos y

orgullosos de ser viejos y toda esa bobada. Y mientras el reloj da vueltas sin parar

hasta que la pila diga basta, yo sigo mirándome al espejo y soportando, ¡qué

remedio!, la imagen devuelta que me restriega en las narices: que estoy cada día

más feo y más viejo. Y medio calvo, para rematar.

Augusto Lázaro


(continuará)

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