Me
puse una pitusa vieja, un pulóver desteñido, un par de tennis remendados, y a
la
calle.
Ya no aguantaba más. El Económico llamó a Aleida y ésta me avisó por el
muro
de que mi jefe preguntaba por qué no iba al trabajo. No le dije nada. Ya iré,
si
vuelve
a llamar se lo dices, que ya iré. Xiomara y Carmita se aparecieron en mi casa,
preocupadas
por mi ausencia de la escuela. No sé ni cómo les abrí. Basilio de viaje
por
las provincias occidentales, y yo en plan de cuarentena, desayunando soledad,
almorzando
silencio y cenando recuerdos. Y llorando, cada vez que me acordaba
de
Mayra. Sin noticias de Miguelito ni de mis padres desde hacía más de un mes.
Sólo
me quedaba la casa de Marina como último puerto en el que carenar porque
le
había pedido a Aurelia que no me llevara a Bertica hasta nuevo aviso. Ojos
hinchados,
flaca como un güin, ahogándome con la maldita asma que no me
daba
tregua. Encantadora. Tendría que llamarme a contar para regresar al
trabajo
y a la escuela, pero en esas condiciones ni pensarlo. Por eso, a la calle, y en
la
calle, a la casa de Marina. Me di cuenta de que cada vez que me sentía
aplastada
mi itinerario terminaba en la casa de Marina. Una amiga que nunca me
falló,
por muy insoportable que yo fuera... Me encontré a Marina recostada en su
cama,
como la última vez que la había visto, mirando a los celajes, como si estuviera
hipnotizada.
Su cara me recordó las caras de las acabandas, ojerosa, apagada,
triste.
¿Qué se habrían hecho esas niñas?, se me ocurrió pensar, porque desde
mucho
antes de la muerte de Mayra no sabía nada de ellas y Basilio, que las
conocía
bien según me confesó una vez, las tenía como parte del paisaje urbano,
son
imprescindibles, me decía, es como si formaran parte del folclor de la ciudad,
y
no
me mires así, que en todos los paisajes siempre ha habido putas, acuérdate, es
el
oficio
más antiguo de la humanidad. Marina tenía el pelo revuelto. Comenzó a
mirarme
mientras se lo tocaba y se lo alborotaba más. Una mata de pelo, como el
de
Charito. Otra vez pensé en Mayra, en Miguelito, en mis padres, en Bertica. Me
sentía
confundida, sin ánimo para abrir la boca. Entonces Marina empezó a
hablarme,
a mí o a la nada, porque a veces me daba la imagen de una mujer que
se
creía sola en todo el mundo, en aquel dormitorio, envuelta en los recuerdos de
su
familia
y del pasado que protagonizaban su ida desde aquella noche de la huida
en
pleno mar. Yo pensaba que tú te habías ido, porque nosotros ya nos vamos de
un
momento a otro, ya lo tengo todo recogido, nada más que nos llevamos lo
imprescindible,
¿para qué mas, verdad?, si allá vamos a tener de todo en
abundancia,
como dice Esteban, además, ¿para qué llevarnos todas estas
porquerías?,
todos estos recuerdos de lo que nos ha sucedido en los últimos quince
años,
¡ay!, pero gracias a Dios que nos vamos por fin, nos vamos todos, ya van a
soltar
a Esteban en estos días, ¿sabes?, pero bueno, y tú, ¿cuándo tú te vas?, si
pudiéramos
irnos juntos, todos juntos, ¿eh?, todos, tu y tu hija, todos, Mayra, mis
hijos,
los padres de Esteban, yo, ah, sería maravilloso, eh, sí, sería maravilloso,
muy
bueno,
que pudiéramos irnos todos juntos, mira, ya lo tengo todo recogido, unas
boberías
nada más, recuerdos de la familia, ¿comprendes?, para qué más, eh,
sí,
sería muy bueno, allá no nos va a faltar nada, ahora estamos esperando que
nos
llegue el telegrama, eso es lo único que nos falta, estamos esperando que
venga
Esteban, que nos avisen, que vengan a buscarnos y adiós país de mierda,
ja
ja ja, yo lo único que hago es dormir y esperar, lo que he estado haciendo ya
desde
hace tantos años, dormir y esperar, mis hijos ya están preparados, todos
están
preparados, hay que verlos, si tú vieras lo contentos que están todos, sí, los
cinco,
los cinco están la mar de contentos, porque al fin nos vamos todos, hasta
Charito
está contenta, ¿la has visto últimamente?, ¿no has notado el cambio? si
hasta
se lleva bien con Mayra, la pobre, que estaba enferma me dijeron, pero en
fin,
ojalá pueda irse con nosotros ella también, y tú, ¿por qué no te vas con
nosotros?,
a ver, acércate para verte bien la cara, sí, sigues tan bonita como
siempre,
sí, tú eres, sí, como siempre, pues ya lo sabes, hija, que nos vamos todos
pronto,
gracias a Dios que al fin nos escuchó, al fin nos largamos de este país de
mierda,
aaahhh, pero oye, ven acá, ¿sabes una cosa? bueno, prométeme que
no
se lo vas a decir a nadie, ni a tu madre, ¿me oíste?, a nadie, a nadie, no, ni
a
los
muchachos, porque ellos no saben nada y pueden asustarse, pero a ti sí te lo
puedo
decir, porque ya tú eres una mujer hecha y derecha, una mujer madura, y
yo
sé que no se lo vas a decir a nadie, pues oye esto: ¿sabes lo que pienso
hacer?,
ah,
no, claro que no lo sabes, ¿cómo ibas a saberlo?, si eso no lo sabe nadie, no
puedes
ni siquiera imaginártelo, pues oye esto: pienso darle candela a esta maldita
casa,
sí, darle candela, quemarla, destruirla, cuando nos vayamos, para que esta
gentuza
no se pueda coger ni los clavos, ja ja ja, mira, nos vamos a parar ahí en
la
esquina de Quinta para ver cómo se quema el caserón, qué show, el caserón en
llamas,
qué espectáculo, ah, yo te aviso, no te preocupes, que esto no te lo vas a
perder,
¿te imaginas?, el caserón envuelto en llamas y nosotros ahí en la esquina
riéndonos,
divirtiéndonos, burlándonos de esta gentuza que tanto nos ha hecho
sufrir,
qué cara van a poner estos pendejos hijos de puta que se estaban haciendo
el
cráneo con la casona, porque van a coger mierda, mierda y nada más que
mierda...
y Marina se reía, retorciéndose en su cama, halándose los pelos con
desesperación,
como si estuviera amarrada y le hicieran cosquillas en la planta de
los
pies... Me fui de aquella casa descorazonada. Ya no tenía nada que hacer
allí.
La familia presionada, obligada, destruida como tantas familias, que iba a
salir
del país con un destino que sólo Dios sabía lo que les deparaba. Y menos mal
que
Marina podía salir con toda su familia, porque yo conocía a mucha gente que
había
tenido que dispersarse, mi propio caso era un ejemplo. Unos aquí, otros allá,
o
regados por el mundo, muchas veces sin saber unos de otros, familias partidas,
destrozadas,
itinerantes, cada día incrementando ese infierno que es el exilio, según
me
cuentan los que han vivido esa experiencia. El exilio, palabra que aprendí a
repetir
con Basilio, que la mencionaba con cierta añoranza, tú no te imaginas lo
que
se siente cuando se está fuera de Cuba, es una sensación que no puede
explicarse,
algo así como si te estuvieran arrancando algún órgano vital dentro
del
cuerpo, como si estuvieras sofocado y te costara trabajo respirar. Estaba tan
aturdida
que no sé lo que hice cuando salí de casa de Marina. No sé cómo pude
sostenerme
en pie en la calle, cómo pude caminar, porque apenas veía un
resplandor
delante de mis ojos. Siluetas, formas, luces, sentía una tonelada de
acero
sobre mi cabeza y un dolor en la boca del estómago que poco faltó para
que
me doblara en plena calle. Ni siquiera sabía por dónde caminaba, hasta que
no
pude más y me tiré en un quicio de una acera en una esquina que no puedo
recordar.
Y allí debo haber estado un largo tiempo conteniendo los deseos de
llorar,
de gritar, de darme golpes contra el suelo. Y no recuerdo más... Me despertó
una
palmadita que me dio Aleida en la mejilla. Me incorporé enseguida y vi que
estaba
acostada en mi cama y que Aleida y Juan y una vecina que nunca había
entrado
en mi casa me miraban, parados delante de mi cama. Después supe que
esa
vecina me había traído, a remolque, porque yo estaba casi inconsciente. ¿Qué
te
pasó, muchacha? Eulalia nos dijo que te había dado un desmayo, cerca del
Lido.
No sé, Aleida, no sé qué me pasó, no me acuerdo de nada, debe ser que
hacía
mucho tiempo que no comía nada y me dieron fatigas. Cuando los tres se
fueron
me di cuenta de que era domingo. No supe exactamente cuánto tiempo
dormí.
Basilio no había regresado, me hubiera dejado un recado con Aleida.
Entonces
pensé en Bertica y en Aurelia, en ir a verlas enseguida, pero cuando traté
de
levantarme me dieron deseos de vomitar. En eso llegó Aleida con un plato en
las
manos. Tómate esta sopa, te encuentro muy débil y estás pálida, ¿te sientes
mal?
No... sí, un poco, un poco, tengo mareos, es que como te dije, llevo mucho
tiempo
sin probar alimentos, gracias, Aleida, eres una gran amiga. Ah, qué gracias
de
qué, tómate la sopa y descansa un rato más, si quieres, mañana te acompaño
a
la policlínica. Le dije que sí, que como ella quisiera, pero insistí en que la
debilidad
se
debía a la falta de alimentos en mi organismo, que no se preocupara, que no era
una
nueva crisis depresiva ni nada que se le pareciera, pero no le hablé de mi
visita
a
la casa de Marina. Aleida se fue, después de mirarme con cara de no creer lo
que
yo
le decía. No le pregunté por Basilio, aunque no tenía sentido preguntarle. Me
tomé
la sopa y un vaso de leche con dos aspirinas y me tiré en la cama. En menos
de
un minuto me quedé dormida...
(continuará)
Augusto Lázaro
www,facebook.com/augusto.delatorrecasas
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