Esstoy
conversando con dos compañeras de la escuela a la salida cuando tú pasas.
Aquel
es Basilio, vamos a decirle que nos lleve, dice Xiomara, parece que regresó
de
su viaje a España. Corremos hasta tu automóvil, que está detenido en la esquina
de
Carnicería, pero en medio de la calle me entra la calambrina y me paro de un
golpe.
¿Qué te pasa, Tania? Vamos, que te van a aplastar como a una cucaracha,
y
Xiomara me hala por un brazo, pero ¿cómo voy a meterme en tu automóvil si no
te
conozco? Con Basilio no hay problemas, niña, vamos, yo te presento y tú verás,
y
así y asá, no seas tan sanaca. Después de los saludos, a mí con la mano y a
ellas
con
besos y apretones, arrancas y nos llevas hasta Ferreiro de un tirón. Qué suerte
que
te vimos, Basi, a ver, cuéntanos, ¿cuándo llegaste?, anda. Mientras tú le
cuentas
a
Xiomara y a Carmita, yo me quedo en éxtasis, como atontada por un sedante
fuerte.
No veo en ti nada que me llame la atención, aunque tú me miras varias
veces
por el retrovisor. Cuando nos bajamos las tres en la rotonda, las muchachitas
se
ponen a jaranear conmigo, échale, Tania, te salvaste, ya viste cómo te miraba,
échale,
ya tienes pupú para ir a la escuela, y que el hombre no está para dejarlo
pasar.
Me sonrío. Qué bobas son ustedes. Después me informan de que tú eres
casado
y que nunca te ven con tu esposa y que aquí y que allá, y me voy para mi
casa
sin darle importancia al encuentro casual ni a las jaranas. En una palabra, me
olvido
de ti. La noche siguiente, cuando suena el timbre de salda, Xiomara se me
acerca
con una sonrisa de pícara y me suelta ¿sabes quién está allá abajo?, y por
supuesto,
el que está allá abajo eres tú. Pero lo que no puedo imaginarme es que
tú
estás esperándome, precisamente a mí. Por eso me quedo sin saber qué hacer
cuando
bajo y te veo en la puerta y enseguida te acercas y me dices a rajatabla
que
si voy para mi casa me puedes llevar, porque tú vivies en Vista Alegre y tienes
que
pasar por Ferreiro obligatoriamente. Vamos. Me coges de improviso, y como
estoy
cansada y aturdida acepto. Te juro que no sé cómo me atrevo. Pones el auto
en
marcha y me doy cuenta de que vamos solos y yo en el asiento delantero junto
a
ti, corriendo Aguilera arriba. ¿Y las muchachitas?, te pregunto, nerviosa. Y me
dices
la
primera mentira: se quedaron estudiando, en la biblioteca de la escuela, me
dijeron
que no las esperara, y en ese momento me doy cuenta de que es raro que
no
me dijeran nada, y además, que la biblioteca cierra a las once cuando cierra la
escuela.
Mira si eres pillo. Todavía estoy reaccionando a tus embustes cuando giras
en
la Plaza de Marte para coger Garzón y seguir hasta Ferreiro. Me pareces un tipo
decente,
pero eso sí, atrevido, porque cuando llegamos a la rotonda detienes el
auto
y me dices todavía no son las once, ¿estás muy apurada? Bueno, tengo que
levantarme
temprano, te digo, ¿por qué me lo preguntas? ¿Y por qué tienes que
levantarte
tan temprano? Yo no dije tan, dije que tengo que levantarme temprano.
¿Pero
por qué? Eeeeeh, pues porque yo trabajo, preguntón, y porque tengo mil
cosas
que hacer, ¿qué tú te crees? No no no, yo no me creo nada. Me dices que tú
no
sabías que yo trabajaba, otra mentira, porque seguro que Xiomara te dijo varias
cosas
sobre mí y entre ellas eso. Entonces me dices que habías pensado que como
no
era demasiado tarde podíamos entrar al LIDO un rato, para tomarnos un par de
jaiboles
y conversar un poquito, dices. Todo un profesional. Pero yo de verdad que
estoy
cansada y te digo que no, que otro día, sin imaginarme que me vas a tomar
la
palabra, porque tú eres así. Está bien, mañana entonces. No te digo nada. Me
sonrío,
nos despedimos como dos casiamigos y a dormir. Pero esta noche sí pienso
en
ti, y bastante. Al otro día se lo cuento a Nancy y ella me hace un guiño, pues
nada,
muchacha, si el hombre te gusta, échatelo, que la vida es corta. Qué Nancy.
Pues
esta noche es jueves, la ultima de clases en la semana, y tú me vas a recoger
y
ahora sí entramos en el LIDO, nos tomamos más de dos jaiboles, conversamos no
un
poquito, sino un muchito, y hasta bailamos un par de piezas con la música
horrible
de una victrola del bar. Y al fin la primera verdad: sí, soy casado, que a mí
no
me gusta andarme con mentiras. So caradura. Pero me pintas el mismo cuadro
que
le pintan los hombres casados a las mujeres que quieren conquistar: mi mujer es
muy
buena, es buenísima, no puedo decir otra cosa, pero siempre está de mal
humor,
se le ha agriado el carácter desde que perdió a su madre y me hace la vida
insoportable.
Te callas un momento, esperando mi reacción, y como ya estoy lista y
consagrada
en el arte de la impostura femenina, pongo cara de inmaculada Sor
Sagrario,
presta a oír lo que ya sé que me vas a decir enseguida. Y me lo dices: ya
hace
tiempo que nuestras relaciones son mera fórmula, nada de sexo ni de ninguna
intimidad.
Ja. Te cogí, bandido, pero te sigo la corriente, a ver en qué para esto.
Me
gusta oírte, dices las mentiras con una seguridad que si me empujan un poquito
me
las creo, y aquí contigo me olvido de todos los problemas reales o imaginarios
que
todavía tengo. Y ya de madrugada, cuando van a cerrar este club de tercera,
escuchamos
una cancioncilla suave que sale de la Motorola, que a esta hora me
suena
a música celeste... es el viento que te habla / y acaricia tu corazón, / es
el
viento
que te besa, / es el viento que soy yo...
(continuará)
Augusto
Lázaro
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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