¿Que
por qué me tuve que ir de la Vocacional? Ah. Es una historia triste. Como casi
todas
mis historias. Pues verás: resulta que aquel profesor que me llevaba flores y
me
decía
cosas bonitas se enamoró de mí. No faltaba más. Y yo me embarqué con ese
enamoramiento,
como era de esperar. Imagínate. Por ahí empezó la cosa, por las
florecitas,
por los papelitos que me ponía en el buró, por las frasecitas que siempre
me
estaba soltando. Pero no te vayas a creer que eso fue lo único. Ay. Si cada vez
que
me acuerdo. Pues déjame contarte. A mi no me acababa de convencer del
todo
el hombre, porque nunca me ha gustado eso de ligarme con gente de la
familia
ni de la cuadra ni de la escuela ni ahora del trabajo. A mí el ligue me gusta
bien
lejos y desconocido, para no buscarme problemas. Pero como te decía, no me
acababa
de convencer el hombre, pero me sentía atraída por él. Cada vez que
me
pasaba por el lado me decía algo bonito y yo como si nada, no lo aceptaba ni
lo
rechazaba, y eso fue lo peor que hice, porque con esa actitud el hombre lo que
hizo
fue empecinarse. Sí, muchacho, le di esperanzas, vaya. Figúrate. Me tenía ya
bajeada
con tanta insistencia. Ay, sí. Ya lo creo. Pues un día me sorprendieron con él
en
un privado. Nada menos que en un privado. No estábamos haciendo nada que
no
pudiera hacerse en un pivado, pero tú sabes cómo son estas cosas. Sí, de anjá.
Las
profesoras que nos sorprendieron se pusieron a darle a la lengua, como ya era
un
poco tarde y no había nadie en los alrededores, pues ya sabes. Y quién te dice
a
ti que a los dos días me llama la directora del plantel y cuando voy y entro en
su
oficina
me encuentro allí a las dos profesoras que me habían visto con el profesor en
el
privado. La directora me llamó la atención, ya tú sabes. Yo ni sé lo que me
dijo,
aparte
de que no entendía por qué se me estaba llamando la atención, como si
fuera
un delito estar conversando con un profesor en un privado. Yo, como siempre,
detrás
del palo. Ah, pero no dije ni esta boca es mía. Como nada más que fue una
especie
de llamado de alerta, como dicen ellos, que se hacen por cualquier cosita,
ahí
terminó el asunto. Eso creía yo. Tú verás, tú verás. Es que, ¿sabes lo que
pasa?
Pues
lo que pasa es que cuando a alguien le prohíben algo, ese alguien se interesa
más
por ese algo, y cuando prohíben tantas cosas, imagínate la atracción que
se
siente por todas esas cosas que teóricamente están prohibidas. Teóricamente,
porque
aquí siempre resulta que los que prohíben esas cosas son los primeros que
las
hacen, tú entiendes. Pues sigo: sí, lo que hice enseguida fue ir a hablar con
el
profesor
y resulta que a él también lo habían llamado. Bueno, pensé que eso era
todo.
Primera vez que me llamaban la atención, y ya tú sabes que aquí a cualquiera
le
llaman la atención, con tanta desconfianza que hay con la gente, imagínate. Yo
tranquila
en mi buró, con mi teléfono y mi agenda y a viaje. Pero la cosa no quedó
ahí.
Ah, no. Qué se va a quedar ahí. El profesor siguió insistiendo, ahora
diciéndome
que
quería encontrarse conmigo por la noche, fuera de la escuela. Para mí que ese
hombre
se enamoró de mí de verdad, porque óyeme, qué pejiguera. El caso es que
no
podía quitármelo de encima, y si te voy a ser franca, no quería quitármelo de
encima,
para qué voy a negarlo. El hombre me gustaba y punto. Pues sí. Pues el
hombre
siguió enamorándome, con mucha discreción, sí, pero firme como un raíl,
hora
tras hora y día tras dia. Yo de ingenua, saca tú que me volví a meter con él en
el
privado, una tarde, ya bastante tarde, casi al anochecer. Sí, no te asombres,
me
metí
con él allí, y ahí sí que la cagué. Primero porque cerramos la puerta y segundo
porque
el hombre me empezó a pasar las manos por el pelo y a jugar con una flor
que
yo tenía en el pelo mientras me susurraba palabritas dulces y bueno, esa
caricia
yo
no la puedo resistir, no sé cómo rayos él sabía eso. Yo no atinaba a decir ni
hacer
nada,
sólo recibía, entonces el hombre me agarró por los hombros, me apretó, me
aplastó
contra la pared y me besó, y yo en el otro mundo, enternecida con aquel
bandido
que me apretaba con una desesperación que logró que yo me excitara al
máximo
nivel. Mira, me erizo. Me olvidé de que estaba en un privado, en la escuela
donde
trabajaba y donde ya me habían llamado la atención, en ese momento me
olvidé
de todo y lo que quería era que el hombre siguiera acariciándome con esa
pasión
y comencé a corresponder, fuera de mí, con un deseo terrible, y caí. Como
te
lo estoy contando. Me sentí en el aire, transportada, me sentí volar, caminar
por
las
nubes, no sé cuántas sensaciones agradables experimenté en aquel momento.
Bueno,
tienes que comprender que yo hacía mucho tiempo que de aquello nada,
y
necesitaba algo así que me calmara la ruinera dormida. Pues empezamos los dos
a
acariciarnos como bestias, porque mira tú, a una mujer, cuando comienzan a
tocarla
de ese modo, si ella no lo rechaza desde el principio y corta rápido, ya no
hay
nada que hacer, la tumban, te lo digo yo, la tumban del caballo. Y a mí me
tumbó
ese bandido, como ya me habían tumbado antes Tony, Rudy y René,
aunque
con el profesor me sentía mucho mejor que con los anteriores, pues
el
profesor era todo un hombre que sabía cómo manejar la situación. Pues sigo:
yo
estaba mojadita toda, imagínate, como una guanaja, y él ya tú sabes, haciendo
conmigo
lo que le salía de los huevos, sí, si por poco me parte los huesitos el muy
bruto,
porque el hombrín no era ningún santo, me pasaba las manos por el cuello,
por
los hombros, me deslizaba los dedos por la punta de los pezones, después me
iba
pellizcando los pezones con los dedos índice y pulgar, cosquilleándome toda y
yo
que ya me vine la primera vez sólo con eso. La primera, porque si no pasa lo
que
pasó
me vengo diez veces. Siguió con sus caricias, yo correspondía mucho menos
porque
él no me daba chance, insistía en los pezones y demás y me acercaba la
boca
y me hacía cosquillas en los mismos pezones con la punta de la lengua y,
oye,
oye, no te vayas a excitar conmigo ahora, que no estoy para eso. Pues sí, no
puedo
continuar, contigo no me voy a excitar y tú lo sabes, así que... Pero en fin,
que
el hombre me tiró en un butacón que había en el privado y allí mismo comenzó
a
quitarme lo que me quedaba encima, porque yo misma me había quitado la
blusa
y me había desabrochado el pantalón, estaba a millón y aquello me gustaba,
y
me gustaba que estuviera ocurriendo en el privado, en esas condiciones, con ese
riesgo
que estábamos corriendo, mira qué cosa, es que a mí siempre me ha subido
la
líbido hacer esas cosas donde puedan sorprendernos, gozo mucho más, ¿te das
cuenta?
Bueno, pues para no cansarte, no sé hasta dónde hubiéramos llegado yo y
el
profesor si no tocan a la puerta del privado, un toque fuerte y rápido, como de
aviso,
como si fuera alguien que quisiera avisarnos del peligro, sí, alguien que nos
hubiera
visto entrar y quisiera hacernos el favor. Después supimos que ese alguien
era
un bedel que nos estaba espiando por una persiana rota, haciéndose una paja
el
muy sucio desde que comenzamos. Asqueroso. Pero en efecto, sentimos una voz
de
hombre que llamaba al profesor, figúrate qué cuadro, y ya no podíamos hacer
nada,
parece que al mirón lo sorprendieron y nosotros no tuvimos tiempo de evitar
el
escándalo, pues nos encontraron medio encueros, y yo pasando de la excitación
al
terror. Casi no pudimos ni echarnos encima la ropa. Entraron, porque ni siquiera
la
puerta tenía pasado el pestillo. Ah. Estaban buscando al profesor para un
asunto
urgente
y alguien que lo había visto dirigirse al privado les dio el chivatazo. Fatal.
Ya
tú sabes, ya te puedes imaginar lo demás. Nos llamaron a los dos a la dirección
y
esta vez nos pusieron en el justo sitio. Yo, muy nerviosa, no atinaba ni a
mover las
manos
y cambiaba de color con una enorme pena, sin levantar la cabeza. El daño
ya
estaba hecho, sin remedio. Ay, ay. La vaina que nos echaron en esa reunión
con
todos los profesores de la cátedra no se me va a olvidar jamás. Que parecía
mentira,
que la confianza depositada en nosotros, que en una escuela de ese nivel,
que
allí nunca había sucedido nada semejante, que bonito ejemplo les dábamos a
los
educandos, que la moral del plantel en entredicho, el diablo colorado. Cuando
salí
de aquella reunión fue que pude darme cuenta de lo estúpida que había sido.
Estúpida,
ingenua, reincidente, como dijo una de las profesoras que nos habían visto
la
primera vez en el privado. La mundial. Al día siguiente, el profesor me llamó y
se
despidió
de mí, me dijo que lo perdonara y que me olvidara de él. Y desapareció.
Mira
tú cómo estaba ese hombre. No volví a verlo ni a saber nada de él, después
me
enteré que se había ido para Camagüey, donde vivía antes, por la pena y por
el
escándalo. Yo, por supuesto, no volví a la escuela, piensa cómo me sentía. A
Juan
y
a Aleida no quería mirarlos, me escondía de ellos. No quería ver a nadie. ¡A
nadie!
Pero
Aleida, como siempre, se portó muy bien conmigo, me dio ánimos, me dijo
que
no me atormentara por algo que ya no podía remediarse, bueno, niña, ya
metiste
la pata, pero no hay que suicidarse por eso, que eso pasa en las mejores
familias.
Pero yo le dije que estaba muy conciente de lo que había hecho, que no
creyera
ella que yo vivía engañada, y le juré que no me iba a quedar otra vez de
vaga
metida en mi casa, y desde el día siguiente salí a buscar otro trabajo. No sé
por
qué te cuento estas cosas ahora. Total. Ahora me acuerdo de aquello y no
acabo
de explicarme cómo fue posible que cayera una vez más, estúpidamente,
porque
coño, a pesar de que me gustara el riesgo tenía que estar muy clara de que
podía
perder aquel trabajo que tanto me gustaba, y por otra parte, podía haberle
dicho
al hombre que nos viéramos en otro lugar, fuera de la escuela. Pero ay, Tania,
no
escarmientas, genio y figura, coño. Ah. El pasado no se puede borrar y todos
los
errores
que yo he cometido, cometidos quedan, y qué más quisiera yo que poder
revivir
el pasado para rectificarlos todos. Pero. Esa experiencia transformó mi vida,
aunque
tú no lo creas. Y lo peor, volver a meterme entre las cuatro paredes de mi
casa,
extrañando a los muchachos de la Vocacional, porque ese tiempo que pasé
entre
ellos, entre tantos jóvenes y tantas risas, fue el tiempo más bonito que he
vivido
de
adulta. Allí se me olvidaban mis problemas, me reía, me sentía divinamente y en
mi
casa no podía concentrarme en nada, no podía dormir, pensando en la escuela,
en
los alumnos, acordándome de sus cosas, de sus chistes, de sus cariñitos
conmigo,
de
cómo se reían y cantaban y hacían cuentos y maldades, de las veces que me
llevaban
cremitas y me decían cosas lindas. ¿Tú ves? Yo lo sabía. Perdóname. Yo lo
sabía.
Si cada vez que me acuerdo me dan ganas de llorar...
(continuará)
Augusto Lázaro
@augustodelatorr
www.facebook.com/augusto.delatorrecasas
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