Cuando
llegó el paquete se alborotó la cuadra. Yo ni me acordaba ya del dichoso
paquete
hasta que tocaron a la puerta y un hombrón de más de seis pies me
preguntó
si yo era yo, entró en la sala, colocó el paquete, que era bastante grande,
firmé,
y se largó después de quedarse unos segundos mirándome como un idiota,
parece
que pensó el muy vaina que yo le iba a dar una propina. Infeliz. Eso fue la
mundial.
Mi mamá me mandó una cantidad enorme de ropa, casi toda del tipo de
ropa
que se usa en países fríos, hasta un par de botines blancos con zípper que me
ponían
los pies como una hornilla encendida. Tocada del queso estaba mi mamá.
A
Bertica también, cosas como para el polo. Allá nieve y aquí un sol que raja las
piedras
todo el año. Aquello fue demasiado. No se acordó de Aurelia ni de Aleida ni
de
nadie más. ¡Ay, mami! Al principio yo me lo ponía todo, por eso se alborotó la
cuadra,
porque aquí la gente no había visto nada parecido. La gente pensaría que
yo
me había vuelto loca, con el calor que se dispara y yo con una faldita de cuero
como
esas que usan las indias en las películas del oeste americanas. Al poco tiempo
dejé
de ponerme casi todas esas prendas, algo vendí y algo regalé, pero un día se
apareció
el presidente del comité para interesarse por mí y por la niña. El solito, muy
decentemente,
la verdad. Enseguida se fue, pero a mí no me gustó ni un poquito
tenerlo
dentro de mi casa. Aleida se reía por el muro, lo que pasa, Aleida, es que
aquí
estamos viviendo en el tiempo de las trompetas, por eso esta ropa levanta
tanto
comentario. Pero Aleida seguía riéndose como pensando que yo estaba ya
del
otro lado. Algo saqué positivo del paquete. A partir de entonces me dio lo
mismo
que
la gente del barrio hablara, comentara, se desgañitara rajando de mí. Total, yo
seguiría
haciendo lo que me saliera sin preocuparme de nada. Del qué dirán. Ahora
voy
a la playa todas las semanas y los domingos me llevo a Bertica conmigo y las
dos
nos pasamos un día sin acordarnos de que tenemos que regresar cuando se
ponga
el sol. Sol, arena, aire puro que a Bertica le viene de perillas. Y las vecinas
que
se
jodan, que si ellas se ponen ajustadores es porque si no las tetas les
llegarían al
ombligo
y ni con una grúa como el cuento de Pepito. Si se ocuparan más de sus
asuntos
no tendrían los ojos pegados en la puerta de mi casa. Bueno, la cosa es que
ya
no sé si quedarme en esta casa ni si mis padres me sacarán por fin de este
país.
Mayra
me dice lo mismo que Aleida, ¿le vas a dar el gusto a esas chismosas? Si eso
es
lo que quieren, so guanaja, que te largues de esta cuadra para anotarse un
triunfo
en su carrera de joderle la vida a los demás. Pues nada, tendré que hacer
cambios
y arreglar la casa. Sí, es una buena idea. Mi vida será eso: la playa y el
arreglo
de la casa, y si me voy la vendo y al carajo. Y a la playa sola, con Mayra no
puedo
contar, complejo de anguila, que a no ser que conquiste a Charito a ver si se
embulla,
que esa sí se manda un cuerpo que le ronca. ¡Charito! Miguelito le tiene
terror,
cuando esa abre la boca hay que salir huyendo y meterse en un refugio,
dice
Miguelito, miedoso como yo porque es cáncer como yo, y los cánceres somos
miedosos
y nos asustamos de cualquier bobería según las revistas de astrología de
mi
mamá. Pero tendré que llamarlo para que me ayude con la casa y ver a algunos
jóvenes
de los que van a casa de Marina que saben de eso, así no tendré que
pagarle
a ningíun bandolero que me hará mierditas que me duren tres meses y
nada.
Y si me emperro, cuando termine con la casa me busco un trabajo y a viaje,
que
por esperar la salida me voy a poner vieja y pelleja y sin dinero, la muerte
encuera
en bicicleta. Cuestión, que a conseguir afiches para las paredes y a
quemar
todas las fotos en el patio para que se levante la humacera y Aleida se
asome
dando gritos, ja, y eso será un show. Mi mamá se ponía tristona mirando las
fotos
y a mí me da miedo mirarme cómo yo era hace sólo cinco años, qué diré
cuando
pasen veinte o treinta. Ni espejos pienso poner donde vaya a vivir. No me
entusiasma
ni un poquito verme vieja como la tía Emilia o como la misma Aurelia,
que
la vida le ha puesto más años encima de los que realmente tiene, la pobre. No.
Al
final a pintar toda la casa y a colocar bocinas en las habitaciones para que la
música
siempre me acompañe y así espante la soledad, como me dice Miguelito.
Azul
claro y rosado. Y cortinitas baratas de colores claros, ya Aleida me dijo que
ella
misma
me las puede preparar. Y flores, muchas flores por toda la casa, a pesar de lo
que
me dijo el médico, que ni flores ni cortinas ni polvo, por el asma, pero qué
carajo,
de algo hay que morirse, y lo malo no es morirse sino estar enferma siempre,
amargándote
la vida. Los médicos siempre están tratando de que uno renuncie a
los
pocos placeres que puede disfrutar, te dicen que no fumes y ellos fuman, que no
bebas
y ellos tienen una botella en la gaveta del buró, que no fiestees, que no
trasnoches,
que no comas demasiado y eso todo el mundo lo sigue, porque aquí en
este
país nadie puede comer demasiado, ja ja ja. No esto, no aquello, no lo otro, y
entonces
¿para qué carajo va a vivir uno? No me jodan. En lo adelante me voy a
poner
una flor en la cabeza como siempre hacía y a la mierda con todo. Me las voy
a
robar de donde las vea, que las flores aquí no están muy abundantes. Aquí lo
que
hace
falta es resolver lo de hoy, el pasado pasó y te jodiste con él, y el futuro no
existe.
Hoy estás aquí y mañana no se sabe dónde vas a estar. Va y te pasa un
camión
por encima y largas las tripas en medio de la calle y adiós Tania la boba, la
monga,
la solitaria, la reprimida, la abandonada, la olvidada, la que no supo vivir su
vida
a tiempo. Dios mío. San Alejo que te aleje. Pues sí señor, haré todo lo que me
gusta,
aunque largue un pulmón en el intento. Y una mañana se aparecerán Mayra
y
Miguelito y entre los tres sacaremos todos los tarecos, la porquería, no
dejaremos
ni
dónde amarrar la chiva, y aquí no quedará ni un solo grano que huela a viejo, a
feo,
a húmedo, a nostalgia, a recuerdos. Nada inútil. La casa pelada. Sólo algunas
cosas
imprescindibles. A menos bulto más claridad. Más limpia, más cómoda, más
acogedora.
Y si me da por permutarla o venderla le sacaré mucho más. Para qué
tantas
cosas, tantos cachivaches. Ah. Rinconeras que traen cucarachas y ratones.
Cosas
inútiles que uno guarda y nunca usa. El ser humano es demasiado ambicioso y
amontonador
de mierdas. Le gusta rodearse de cosas materiales que lo que hacen
es
complicarle la vida, porque con cada nuevo artículo o equipo que compre tiene
que
dedicarse un tiempo más a usarlo y a mantenerlo, y en eso se le va la vida,
porque
si me compro una radiocasetera y no la oigo nunca para qué coño me la
compré.
Y si la oigo, una parte de mi tiempo libre de vivir se me va en eso y dejo de
hacer
otras cosas más importantes y necesarias que nunca voy a hacer. Y sí, parte
de
la vida es oír música, pero la vida no es sólo música, después viene el
televisor, y
la
lavadora, y el ventilador, y la batidora, los juegos de mesa, los aparaticos de
fotos
y
los proyectores, todos esos inventos de la vida moderna que llenan una casa y
después
de los primeros días del embullo por la escobita nueva van a parar al rincón
del
olvido. ¡Ah! El desbarajuste. Y pensar que se puede ser feliz con tan poco.
Pues
eso,
terminaré los arreglos con la ayuda de Mayra, Miguelito y algún que otro joven
de
la casa de Marina. Miguelito tiene gusto para esas cosas. Dice Charito que los
homosexuales
tienen buen gusto porque piensan como las mujeres pero son más
inteligentes.
Quién sabe. Pero a mí no me importa lo que sea Miguelito, conmigo es
muy
bueno, que haga con su vida y con su cuerpo lo que le dé la gana, yo no lo
veo
cuando hace esas cosas que hace, así que no me ofende. Prejuicios y más
prejuicios.
Pero cuando termine de arreglar la casa me sentaré en una butaca a
contemplar
mi obra y entonces, oh niña inocente, me daré cuenta de que yo habré
hecho
todos esos arreglos para que las vecinas de la cuadra se jodieran, se murieran
de
rabia, se dieran cuenta de que yo no les hacía caso, cuando en realidad estaba
haciéndoles
caso, y mucho, y que todo habrá sido inútil, porque en definitivas
ninguna
de ellas vendrá a ver mi casa ni se dará cuenta de los cambios que habré
realizado
y a mí no me bastará con disfrutarla yo y que ellas no se enteren de nada.
Chismosas,
cabronas, pendejas. Ninguna verá mi casa nueva, ninguna se joderá con
eso,
ni se morirá de rabia, ni se dará cuenta de que yo le hago el menor caso. Tania
tonta,
niña ingenua, oyendo los cuentos de tu mamá y soñando con la nieve sin
haberla
visto nunca, so guanaja, te pasas la vida diciéndote que no te importa el
qué
dirán, pero te importa tanto que vas a gastar todo lo que te queda para
transformar
tu casa y que nadie más que tú y los cuatro gatos que suelen venir
puedan
verla. Y por cuánto tiempo. ¿Y si te vas del país? ¿No has pensado en eso?
¿No
has pensado que quizás mañana mismo ya no estés viviendo aquí, en esta
casa?
(continuará)
Augusto
Lázaro
@augustodelatorr
www,facebook.com/augusto.delatorrecasas
No hay comentarios:
Publicar un comentario